LLUEVE HORIZONTAL. MIGUEL ÁNGEL ARCAS.




LLUEVE HORIZONTAL

Acertadísima cita de Stefan Hertmans en el frontispicio de este libro: «La lectura de poesía no comienza hasta después de la aceptación tácita de que tiene sentido leer algo cuya tarea primordial no puede expresarse con palabras». Leer es un acto de amor –instante mágico-, de entrega absoluta, sin condiciones. Y “Llueve horizontal”, del poeta Miguel Ángel Arcas (Granada, 1956), galardonado con el XXII Premio de Poesía Ciudad de Córdoba “Ricardo Molina”, merecedor de una atenta y profunda mirada lectora. Es la palabra el germen, pero en este caso diríamos que es el acto de interiorización de la palabra la que transforma a la palabra, la crea de nuevo, la revive o resucita. Al hilo de esta cuestión, escribe el también poeta Antonio Colinas que, «los versos no siempre revelan el mundo que los ojos ven, y no caben por tanto las interpretaciones literales, aparentemente fáciles cuando no engañosas». Y así es. Miguel Ángel Arcas ha ahondado en la herida, se ha sumergido en las procelosas aguas del lenguaje para crecer con él en este poemario que alterna poesía y poesía en prosa, con voluntad de búsqueda de otras realidades a partir de nombres, cosas, objetos, paisajes o lugares que han servido de reencuentro con la palabra, esa que discurre por los vericuetos de la luz y de las sombras, y, cómo no, de los silencios. En esa quietud hallamos al poeta y su mirada profunda, en ese «Mirar las cosas.

 / Adentro, Tan adentro 
/ que no salgan los ojos de ese mundo»,

 como así lo afirma en estos versos del primer poema que contiene este libro:“La manzana”. En ese “mirar adentro” converge el pensamiento, lo metafísico del discurso poético de Arcas, y en ese universo de lo desconocido indaga y bucea para cambiarlo, para aprehenderlo y transformarlo en otro distinto, imaginado: «Imagina que suceden cosas que llegan demasiado tarde. / Cosas que ya no sirven para nada, que viven un tiempo / equivocado», y nos deja detenidos en su propio lenguaje o tal vez nos condiciona en lo antagónico, como lo es la noche y el día: «Si no existieran el mar, los anarquistas, las aguas frías, / si no existieran los hermanos, los pájaros, las preguntas, / si no estuviera vivo lo que aún está por hacerse, / si nada de esto existiera, amor mío, / ya no querría vivir». La luz y la oscuridad que surge de la nada o el vacío, pero que el poeta interpreta como un silencio único, abarcador del sueño, de la existencia misma. No hay descanso en la búsqueda de las palabras capaces de conformar un mundo interior que trascienda hacia sí y hacia fuera con la fuerza de su luz, también de sus sombras, en un juego de versos, a veces, también aforístico (“La luz aplasta el verde de los campos, burla la sensación del tiempo”) que revela un discurso poético sólido, coherente en la forma y el fondo. Consecuencia de esa búsqueda hallamos, de igual manera, su otro “yo” trascendido en el “otro”, un canto a la libertad irrenunciable para el poeta: «Los ricos mendigan furor, fuego y rapiña. / Ajena al dolor, la obsesión apolilla los días centrada / en multiplicar / los números y las heces […] Conozco la fuerza que ampara esta imperfección, sé de la mano / que impone las decisiones, el límite y la docilidad de los que matan. […] Nadie puede impedir que la nieve caiga lentamente», versos estos pertenecientes a la primera parte del libro “Un lugar donde todo se entiende”. La segunda parte responde al título “Amarillo es el aire, tomado de unos versos de Antonio Lucas; viene a ser un viaje del poeta hacia el atronador silencio del paisaje almeriense en La Isleta, en la Playa de los Genoveses o el Poniente, cuando el estío se hace luz y soledad, tiempo, muerte en la mar: «Hoy han sacado a un hombre del mar, muerto. Lo mató el / viento o el agua o la piedra, quién sabe. Lo mató la mar. […] y vi a la muerte, libre, exacta, con mi nombre en su boca, mirándome a los ojos, poderosa y fría, / hecha un cielo de sangre». El tiempo en su temblor de luz y colores, del blanco al negro, en arco iris de lo vivido en su paisaje deslumbrador de sonidos y palabras que se abisman: 

«Y por fin, el negro, que no es un color, sino un fracaso. 
/ El negro que es lo que le ocurre a la luz cuando se olvida 
/ de todo y no mira, cara a cara, a los ojos del mundo». 

“Llueve horizontal” nos conduce hacia la fascinación o el asombro, y el poeta entonces vuela hacia la cúspide de su propia existencia, y en su vértice se hospeda para vivir, para seguir soñando. Y así declara: 

«La felicidad es una escritura. En ella soy la silla donde me siento, / 
el lugar más visitado del vacío».

Título: Llueve horizontal
Autor: Miguel Ángel Arcas
Edita: Hiperión (Madrid, 2015) 


SALÓN DE LECTURA
para DIARIO DE ALMERÍA.
 José Antonio Santano

Miguel Ángel Arcas. Llueve horizontal


LLUEVE HORIZONTAL

Acertadísima cita de Stefan Hertmans en el frontispicio de este libro: «La lectura de poesía no comienza hasta después de la aceptación tácita de que tiene sentido leer algo cuya tarea primordial no puede expresarse con palabras». Leer es un acto de amor –instante mágico-, de entrega absoluta, sin condiciones. Y “Llueve horizontal”, del poeta Miguel Ángel Arcas (Granada, 1956), galardonado con el XXII Premio de Poesía Ciudad de Córdoba “Ricardo Molina”, merecedor de una atenta y profunda mirada lectora. Es la palabra el germen, pero en este caso diríamos que es el acto de interiorización de la palabra la que transforma a la palabra, la crea de nuevo, la revive o resucita. Al hilo de esta cuestión, escribe el también poeta Antonio Colinas que, «los versos no siempre revelan el mundo que los ojos ven, y no caben por tanto las interpretaciones literales, aparentemente fáciles cuando no engañosas». Y así es. Miguel Ángel Arcas ha ahondado en la herida, se ha sumergido en las procelosas aguas del lenguaje para crecer con él en este poemario que alterna poesía y poesía en prosa, con voluntad de búsqueda de otras realidades a partir de nombres, cosas, objetos, paisajes o lugares que han servido de reencuentro con la palabra, esa que discurre por los vericuetos de la luz y de las sombras, y, cómo no, de los silencios. En esa quietud hallamos al poeta y su mirada profunda, en ese «Mirar las cosas.

 / Adentro, Tan adentro 
/ que no salgan los ojos de ese mundo»,

 como así lo afirma en estos versos del primer poema que contiene este libro:“La manzana”. En ese “mirar adentro” converge el pensamiento, lo metafísico del discurso poético de Arcas, y en ese universo de lo desconocido indaga y bucea para cambiarlo, para aprehenderlo y transformarlo en otro distinto, imaginado: «Imagina que suceden cosas que llegan demasiado tarde. / Cosas que ya no sirven para nada, que viven un tiempo / equivocado», y nos deja detenidos en su propio lenguaje o tal vez nos condiciona en lo antagónico, como lo es la noche y el día: «Si no existieran el mar, los anarquistas, las aguas frías, / si no existieran los hermanos, los pájaros, las preguntas, / si no estuviera vivo lo que aún está por hacerse, / si nada de esto existiera, amor mío, / ya no querría vivir». La luz y la oscuridad que surge de la nada o el vacío, pero que el poeta interpreta como un silencio único, abarcador del sueño, de la existencia misma. No hay descanso en la búsqueda de las palabras capaces de conformar un mundo interior que trascienda hacia sí y hacia fuera con la fuerza de su luz, también de sus sombras, en un juego de versos, a veces, también aforístico (“La luz aplasta el verde de los campos, burla la sensación del tiempo”) que revela un discurso poético sólido, coherente en la forma y el fondo. Consecuencia de esa búsqueda hallamos, de igual manera, su otro “yo” trascendido en el “otro”, un canto a la libertad irrenunciable para el poeta: «Los ricos mendigan furor, fuego y rapiña. / Ajena al dolor, la obsesión apolilla los días centrada / en multiplicar / los números y las heces […] Conozco la fuerza que ampara esta imperfección, sé de la mano / que impone las decisiones, el límite y la docilidad de los que matan. […] Nadie puede impedir que la nieve caiga lentamente», versos estos pertenecientes a la primera parte del libro “Un lugar donde todo se entiende”. La segunda parte responde al título “Amarillo es el aire, tomado de unos versos de Antonio Lucas; viene a ser un viaje del poeta hacia el atronador silencio del paisaje almeriense en La Isleta, en la Playa de los Genoveses o el Poniente, cuando el estío se hace luz y soledad, tiempo, muerte en la mar: «Hoy han sacado a un hombre del mar, muerto. Lo mató el / viento o el agua o la piedra, quién sabe. Lo mató la mar. […] y vi a la muerte, libre, exacta, con mi nombre en su boca, mirándome a los ojos, poderosa y fría, / hecha un cielo de sangre». El tiempo en su temblor de luz y colores, del blanco al negro, en arco iris de lo vivido en su paisaje deslumbrador de sonidos y palabras que se abisman: 

«Y por fin, el negro, que no es un color, sino un fracaso. 
/ El negro que es lo que le ocurre a la luz cuando se olvida 
/ de todo y no mira, cara a cara, a los ojos del mundo». 

“Llueve horizontal” nos conduce hacia la fascinación o el asombro, y el poeta entonces vuela hacia la cúspide de su propia existencia, y en su vértice se hospeda para vivir, para seguir soñando. Y así declara: 

«La felicidad es una escritura. En ella soy la silla donde me siento, / 
el lugar más visitado del vacío».

Título:Llueve horizontal
Autor: Miguel Ángel Arcas
Edita:Hiperión (Madrid, 2015) 

SALÓN DE LECTURA
para DIARIO DE ALMERÍA.
 José Antonio Santano

Miguel Ángel Arcas. Llueve horizontal


LLUEVE HORIZONTAL

Acertadísima cita de Stefan Hertmans en el frontispicio de este libro: «La lectura de poesía no comienza hasta después de la aceptación tácita de que tiene sentido leer algo cuya tarea primordial no puede expresarse con palabras». Leer es un acto de amor –instante mágico-, de entrega absoluta, sin condiciones. Y “Llueve horizontal”, del poeta Miguel Ángel Arcas (Granada, 1956), galardonado con el XXII Premio de Poesía Ciudad de Córdoba “Ricardo Molina”, merecedor de una atenta y profunda mirada lectora. Es la palabra el germen, pero en este caso diríamos que es el acto de interiorización de la palabra la que transforma a la palabra, la crea de nuevo, la revive o resucita. Al hilo de esta cuestión, escribe el también poeta Antonio Colinas que, «los versos no siempre revelan el mundo que los ojos ven, y no caben por tanto las interpretaciones literales, aparentemente fáciles cuando no engañosas». Y así es. Miguel Ángel Arcas ha ahondado en la herida, se ha sumergido en las procelosas aguas del lenguaje para crecer con él en este poemario que alterna poesía y poesía en prosa, con voluntad de búsqueda de otras realidades a partir de nombres, cosas, objetos, paisajes o lugares que han servido de reencuentro con la palabra, esa que discurre por los vericuetos de la luz y de las sombras, y, cómo no, de los silencios. En esa quietud hallamos al poeta y su mirada profunda, en ese «Mirar las cosas.

 / Adentro, Tan adentro 
/ que no salgan los ojos de ese mundo»,

 como así lo afirma en estos versos del primer poema que contiene este libro:“La manzana”. En ese “mirar adentro” converge el pensamiento, lo metafísico del discurso poético de Arcas, y en ese universo de lo desconocido indaga y bucea para cambiarlo, para aprehenderlo y transformarlo en otro distinto, imaginado: «Imagina que suceden cosas que llegan demasiado tarde. / Cosas que ya no sirven para nada, que viven un tiempo / equivocado», y nos deja detenidos en su propio lenguaje o tal vez nos condiciona en lo antagónico, como lo es la noche y el día: «Si no existieran el mar, los anarquistas, las aguas frías, / si no existieran los hermanos, los pájaros, las preguntas, / si no estuviera vivo lo que aún está por hacerse, / si nada de esto existiera, amor mío, / ya no querría vivir». La luz y la oscuridad que surge de la nada o el vacío, pero que el poeta interpreta como un silencio único, abarcador del sueño, de la existencia misma. No hay descanso en la búsqueda de las palabras capaces de conformar un mundo interior que trascienda hacia sí y hacia fuera con la fuerza de su luz, también de sus sombras, en un juego de versos, a veces, también aforístico (“La luz aplasta el verde de los campos, burla la sensación del tiempo”) que revela un discurso poético sólido, coherente en la forma y el fondo. Consecuencia de esa búsqueda hallamos, de igual manera, su otro “yo” trascendido en el “otro”, un canto a la libertad irrenunciable para el poeta: «Los ricos mendigan furor, fuego y rapiña. / Ajena al dolor, la obsesión apolilla los días centrada / en multiplicar / los números y las heces […] Conozco la fuerza que ampara esta imperfección, sé de la mano / que impone las decisiones, el límite y la docilidad de los que matan. […] Nadie puede impedir que la nieve caiga lentamente», versos estos pertenecientes a la primera parte del libro “Un lugar donde todo se entiende”. La segunda parte responde al título “Amarillo es el aire, tomado de unos versos de Antonio Lucas; viene a ser un viaje del poeta hacia el atronador silencio del paisaje almeriense en La Isleta, en la Playa de los Genoveses o el Poniente, cuando el estío se hace luz y soledad, tiempo, muerte en la mar: «Hoy han sacado a un hombre del mar, muerto. Lo mató el / viento o el agua o la piedra, quién sabe. Lo mató la mar. […] y vi a la muerte, libre, exacta, con mi nombre en su boca, mirándome a los ojos, poderosa y fría, / hecha un cielo de sangre». El tiempo en su temblor de luz y colores, del blanco al negro, en arco iris de lo vivido en su paisaje deslumbrador de sonidos y palabras que se abisman: 

«Y por fin, el negro, que no es un color, sino un fracaso. 
/ El negro que es lo que le ocurre a la luz cuando se olvida 
/ de todo y no mira, cara a cara, a los ojos del mundo». 

“Llueve horizontal” nos conduce hacia la fascinación o el asombro, y el poeta entonces vuela hacia la cúspide de su propia existencia, y en su vértice se hospeda para vivir, para seguir soñando. Y así declara: 

«La felicidad es una escritura. En ella soy la silla donde me siento, / 
el lugar más visitado del vacío».

Título: Llueve horizontal
Autor: Miguel Ángel Arcas
Edita: Hiperión (Madrid, 2015) 

SALÓN DE LECTURA
para DIARIO DE ALMERÍA.
 José Antonio Santano

Fue en Moguer. Encarna León.




FUE EN MOGUER




 Volver a las profundidades marinas de la memoria, de los recuerdos que revolotean por doquier, insistente, en una espiral de sensaciones nuevas después del tiempo transcurrido, lejano y tan cercano a la vez. Evocar la infancia en su arrollador alumbramiento y mantener su espíritu e inocencia es siempre fructuoso. En esta ocasión regresamos a ese mágico momento, a esas vivencias de los primeros años de vida de la mano de un libro, recomendable no sólo para niños, sino también para adultos. Su autora, Encarna León (Granada, 1944), nos propone un viaje, una aventura lectora extraordinariamente reparadora, necesaria en los tiempos que corren, tan frívolos y desabridos. Nada mejor que salir al encuentro de la vida, de su esencia en una historia tan hermosa como la que sucedió en un pueblecito onubense llamado Moguer, cuna del más grande de los poetas españoles del siglo XX y premio Nobel de Literatura, Juan Ramón Jiménez. “Fue en Moguer” es un poemario cargado de sentimiento y ternura, una admirable recreación de uno de los textos más universales, verdadera joya de la literatura universal: “Platero y yo”, un texto que el también poeta Juan Cobos Wilkins destaca de manera que: «en su prosa sensual, impresionista, simbolista, en esa escritura de melancólica sensibilidad y agudeza, y en la que rompe, en pleamar, un oleaje de adjetivos, sí encontramos el buscado horizonte de rehabilitación moral a través del arte». “Platero y yo” es una verdadera sinfonía del lenguaje, de la extraordinaria sensibilidad y comunión con la naturaleza, del diálogo permanente consigo mismo del poeta y el hombre, en una prosa siempre abrasadora. Arrastrada por la necesidad imperiosa de recrear poéticamente la singularidad de tan bello y emocionante texto de Juan Ramón Jiménez, Encarna León regresa a Moguer, y escribe, influenciada por la experiencia vivificadora del reencuentro con sus calles y plazas, su paisaje y sus gentes, la propia casa del poeta convertida en museo y biblioteca, un poemario que nos devuelve la esperanza en la poesía, en la grandeza de las cosas sencillas, con sabor a pueblo. Confiesa la autora: 



«Nunca pensé que un día me decidiera a escribir esta versión poética de Platero. Debe ser que Platero se ha colado en mí con fuerza y así yo, sin darme cuenta, me he colado en su vida». “Fue en Moguer” nos envuelve con la calidez de la palabra, esa que luce como una estrella en el firmamento y sabe de las conquistas, también de las miserias humanas. La soledad de la poeta en permanente diálogo consigo misma y con la vida, con todo lo que la rodea y es capaz de emocionarla. Encarna León se adentra en los silencios de Platero, y su deseo es despertarse junto al Platero de sus sueños:

«Voy soñando la luna, el mar 
/ de mi memoria, los riscos, 
/ los cerros encendidos. 
/ Él me lleva generoso hacia /
 el pino que siempre me cautiva». 

Encarna León toma breves fragmentos de “Platero y yo”, y los incorpora al poema, que es como sentir su cercanía en la serena palabra del poeta de Moguer. Apoyada por ilustraciones de Amalia Jiménez, Encarna León recorre el mundo juanramoniano de “Platero y yo” con especial sensibilidad tanto en su forma (belleza) como en su fondo (humanismo). Nos convoca la poeta a conquistar los sueños a través de la palabra escrita, y en ella se abisma hasta descubrir otros horizontes, otras auroras bañadas por la luz de su lírica, en estrecha comunión con la naturaleza, con la vida, y en ella con los días lejanos de la infancia: 

«Me han traído un juegue de cartón /
 para que aplaque esta melancolía /
 de ti, de tu trotar sonoro. 
/ Es un burrito gris cargado de flores 
/ amarillas, como las que comías gustoso /
 y saludábamos en los días de estío. 
/ Tantas veces lo miroo que creo que eres tú /
 y lo mimo con mis ojos de niño,
 / hasta le hablo quedo pensando 
/ que me escucha. /
 A veces creo oír entre el murmullo
 / blanco de mi silencio, un rebuznar 
/ tranquilo, amoroso, de amigo inseparable».

 Así es la poesía de Encarna León: delicada, tierna, amorosa, serena, humana. De manera que, en estos tiempos de impostura poética, volver a los clásicos, como ha hecho nuestra poeta, es como tomar el aire fresco en el rigor de los veranos. Encarna León nos abre las puertas de su corazón, y amorosa se entrega a la literatura: 

«Pero he estado contigo en todos 
/ estos versos repletos del clamor
 / que respiró tu alma cristalina. 
[…] 
FUE EN MOGUER, y así lo escribo».

T ítulo: Fue en Moguer
Autora: Encarna León
Edita: Geepp