Un domingo más


Un domingo más. Un día más que se escapa por la rendija de una puerta o una ventana. El tiempo, de nuevo, golpeando mis sienes. La voz de los atardeceres de domingo, aquella que incendiaba los días ya lejanos de mi infancia en la calle Alta o ésta que ahora se acomoda a los silencios de la estancia en que, como es habitual, me hospedo para escribir, para leer mientras escucho el sonido de un piano, o, simplemente, para pensar, sin más.


Un domingo más que las sombras me visitan, los fantasmas, los duendes o las hadas, los demonios y los ángeles, la nada y el todo, como si hoy fuera el último domingo, mi último domingo. Es este momento, este instante, único. Por él soy poseído y sólo a él pertenezco. En esta habitación me hallo, en sus silencios de acantilado y olivar, al calor de los estantes repletos de libros, en la luz del flexo que alumbra la escritura.

Un domingo más para sentir la tarde en su desvalimiento, para mirar la oscuridad de frente, para huir del poder y sus secuaces, para vivir cada segundo de esta vida como si fuera el último.

Un domingo más, y ya es bastante.

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