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9.- (II) ¿VENI, VIDI, VICI? Fernando Luis Pérez Poza



(II) ¿VENI, VIDI, VICI?

Crónica de una presentación en Campidoglio (el Capitolio de Roma)


En Vademecum combinaba poemas de la última cosecha de ese año, con otros seleccionados que, por una u otra razón, se han convertido en emblemáticos dentro de mi obra. Algunos eran largos y otros cortos, unos más anchos y otros más estrechos, los de aquí más altos y los de acullá más bajos. En realidad, los había de todos los colores, pues la diversidad es uno de los rasgos que me caracteriza y porque me gusta escribir en todos los registros, aunque prevalezca casi siempre el matiz lírico.

Fue un libro publicado específicamente para esa presentación en Campidoglio (el Capitolio) de Roma, en ese lugar cuyas escaleras, como me ha dicho más de un poeta, conducen al templo de la poesía. Yo no sé si todos los caminos llevan a Roma, como dice el refrán, pero el mío no cabe duda de que la había incluido en el mapa. 


Me acompañaron en el evento dos magníficos artistas, la actriz Gabriella Quattrini y el guitarrista Maestro Lorenzo Loris Zecchin, gracias a los buenos oficios de Fiorella Giovannelli y la Asociación Cultural L@ Nuo@ Mus@. Presentó el evento el poeta y crítico literario italiano Raimundo Venturiello.
Y después de haber estado allí sé cómo se habría podido sentir Julio César si en lugar de emperador hubiera sido poeta. 


Campidoglio, el capitolio de Roma, es un lugar que impresiona, como toda la ciudad. Está situado en pleno centro, en una de la siete colinas, la más pequeña, en la que se levantaron los templos romanos más importantes y donde culminaban las marchas los césares victoriosos, al resto, los que perdían, me imagino, porque sé muy poco de la historia, seguro que los echaban a los leones en el Circo Máximo, ante el cual pasamos de camino al capitolio. La plaza, a la que se llega por una larga escalinata casi en cuesta, está presidida por la estatua ecuestre del emperador y filósofo romano Marco Aurelio, obra de Miguel Ángel.


La organización de la presentación de mi libro Vademécum, en edición bilingüe, español e italiano, me había exigido demasiado tiempo como para que se pudiera torcer. Sin embargo, todo es posible en esta vida. El Ayuntamiento de Roma sólo concede el Salón del Carroccio muy de pascua en vez, para eventos muy especiales, y se reserva siempre, hasta el último momento, la posibilidad de anular la concesión, con lo cual te hace sufrir de una manera indecible hasta que llega la hora y te abren la puerta. Así que Fiorella Giovannelli, mi gran mecenas, y yo, cruzamos los dedos y respiramos a pleno pulmón cuando traspasamos el umbral.


Desde Pontevedra le había cursado invitación a todas las autoridades españolas conocidas y desconocidas, habidas y por haber, de izquierdas o de derechas, residentes en Roma o incluso en Pernambuco, exagerando un poco, pero desgraciadamente muy pocas contestaron. Más de cien cartas enviadas que no sirvieron de nada. Nadie es poeta en su tierra, es una adaptación del proverbio que resulta completamente cierta, porque los que realmente se portaron de maravilla fueron los italianos. Ningún español acudió a la cita. Solamente el gobierno de Galicia me concedió una ayuda con la que pude enfrentarme a la parte menos poética del asunto, la económica.


Tres únicos políticos tuvieron la deferencia de excusar su presencia y por eso merecen una mención, sin que bata palmas con las orejas por ellos. El Presidente de la Xunta de Galicia, Emilio Pérez Touriño; el Consul General de España en Roma, Javier Navarro; y Paco Vázquez, Embajador de España ante la Santa Sede, quien me comunicó que se sentía orgulloso de que un poeta español presentara su obra en Campidoglio. Algo es algo. El resto se pasó la invitación por el forro de cierto sitio, especialmente el Instituto Cervantes en Roma, precisamente el organismo que debería de haber apoyado con más ímpetu mi presencia en la capital italiana y que, curiosamente, estaba dirigido por la poeta Fanny Rubio. Desgraciadamente vivimos en un mundo del revés, desde la cabeza a los pies y el vacío que me hizo me pareció tan mal que hasta propuse su canonización en vida y su elevación a los altares para así dejarle el puesto a alguien más eficiente.


El guitarrista, Lorenzo Loris Zecchin, magnífico. Un gran maestro que no quiso restarme ni un ápice de protagonismo y se mantuvo, por propia voluntad, en un tono discreto, de acompañamiento, lo que realza su categoría no sólo como artista sino como persona. "Este es tu gran día", me dijo. El poeta y crítico literario Raimundo Venturiello demostró la madera de la que están hechos los buenos críticos, es decir, aquellos que penetran en la poesía y le descubren al autor las raíces inconscientes de su propia inspiración.


De la actriz Gabriella Quattrini lo dice todo este poema que le he dedicado y que he incluido en el libro:



A GABRIELLA QUATTRINI

Es la voz atravesándolo todo,
la piel, la carne, el hueso,
vademecum de sensaciones
que se instala en el cuerpo
y ya no retrocede nunca.

Alas en su garganta
hacen volar la poesía,
carnaval de colores
en la epiglotis del tiempo.

Regálame un solo, un solo
poro de tu alma, una ilusión
en cada arpegio, en cada sueño,
en cada rosa de los vientos
que ilumina el futuro.

Es la ecuación resuelta, sin equis
ni y griega, el corazón volcado
en cada cuerda, el bate encendido
de un reloj sin hora, el arco iris suelto
que se evapora sobre la línea recta
de un horizonte incierto.

Regálame un solo, para que yo
pueda estar siempre acompañado
de aquel sitio que se encuentra:
al otro lado
y que, simplemente, no es más que un tú
disfrazado de un yo largo
que nos afecta a todos, incluso a nosotros.



¿Veni, vidi, vici? No lo sé. Para mí fue una emoción enorme. El público expresó al final del acto su opinión sobre mi poesía. Claro que muchos de ellos habían estado en Pontevedra y sé que me aprecian sinceramente. Pero yo creo que sí. Algo me dice que sí, porque esa noche, ya en la habitación donde nos hospedábamos, mi hija que contaba dieciséis años, a la que había llevado conmigo para que se sintiera orgullosa de su padre, se puso ante el ordenador y al cabo de un rato me dejó leer su primer poema. Los pájaros de su cabeza adolescente empezaban a dar paso a las musas, y yo realmente me sentí completamente feliz. Esos eran los mejores laureles que podía recibir.


Septiembre 2007©Fernando Luis Pérez Poza
Pontevedra. España
www.eltallerdelpoeta.com



Web oficial de la Editorial El Taller del Poeta Fernando Luis Prez Poza. Quieres publicar en papel? Quieres...
eltallerdelpoeta.com|De Fernando Luis Prez Poza http://www.eltallerdelpoeta.com

9.- (II) ¿VENI, VIDI, VICI? Fernando Luis Pérez Poza



(II) ¿VENI, VIDI, VICI?

Crónica de una presentación en Campidoglio (el Capitolio de Roma)


En Vademecum combinaba poemas de la última cosecha de ese año, con otros seleccionados que, por una u otra razón, se han convertido en emblemáticos dentro de mi obra. Algunos eran largos y otros cortos, unos más anchos y otros más estrechos, los de aquí más altos y los de acullá más bajos. En realidad, los había de todos los colores, pues la diversidad es uno de los rasgos que me caracteriza y porque me gusta escribir en todos los registros, aunque prevalezca casi siempre el matiz lírico.

Fue un libro publicado específicamente para esa presentación en Campidoglio (el Capitolio) de Roma, en ese lugar cuyas escaleras, como me ha dicho más de un poeta, conducen al templo de la poesía. Yo no sé si todos los caminos llevan a Roma, como dice el refrán, pero el mío no cabe duda de que la había incluido en el mapa. 


Me acompañaron en el evento dos magníficos artistas, la actriz Gabriella Quattrini y el guitarrista Maestro Lorenzo Loris Zecchin, gracias a los buenos oficios de Fiorella Giovannelli y la Asociación Cultural L@ Nuo@ Mus@. Presentó el evento el poeta y crítico literario italiano Raimundo Venturiello.
Y después de haber estado allí sé cómo se habría podido sentir Julio César si en lugar de emperador hubiera sido poeta. 


Campidoglio, el capitolio de Roma, es un lugar que impresiona, como toda la ciudad. Está situado en pleno centro, en una de la siete colinas, la más pequeña, en la que se levantaron los templos romanos más importantes y donde culminaban las marchas los césares victoriosos, al resto, los que perdían, me imagino, porque sé muy poco de la historia, seguro que los echaban a los leones en el Circo Máximo, ante el cual pasamos de camino al capitolio. La plaza, a la que se llega por una larga escalinata casi en cuesta, está presidida por la estatua ecuestre del emperador y filósofo romano Marco Aurelio, obra de Miguel Ángel.


La organización de la presentación de mi libro Vademécum, en edición bilingüe, español e italiano, me había exigido demasiado tiempo como para que se pudiera torcer. Sin embargo, todo es posible en esta vida. El Ayuntamiento de Roma sólo concede el Salón del Carroccio muy de pascua en vez, para eventos muy especiales, y se reserva siempre, hasta el último momento, la posibilidad de anular la concesión, con lo cual te hace sufrir de una manera indecible hasta que llega la hora y te abren la puerta. Así que Fiorella Giovannelli, mi gran mecenas, y yo, cruzamos los dedos y respiramos a pleno pulmón cuando traspasamos el umbral.


Desde Pontevedra le había cursado invitación a todas las autoridades españolas conocidas y desconocidas, habidas y por haber, de izquierdas o de derechas, residentes en Roma o incluso en Pernambuco, exagerando un poco, pero desgraciadamente muy pocas contestaron. Más de cien cartas enviadas que no sirvieron de nada. Nadie es poeta en su tierra, es una adaptación del proverbio que resulta completamente cierta, porque los que realmente se portaron de maravilla fueron los italianos. Ningún español acudió a la cita. Solamente el gobierno de Galicia me concedió una ayuda con la que pude enfrentarme a la parte menos poética del asunto, la económica.


Tres únicos políticos tuvieron la deferencia de excusar su presencia y por eso merecen una mención, sin que bata palmas con las orejas por ellos. El Presidente de la Xunta de Galicia, Emilio Pérez Touriño; el Consul General de España en Roma, Javier Navarro; y Paco Vázquez, Embajador de España ante la Santa Sede, quien me comunicó que se sentía orgulloso de que un poeta español presentara su obra en Campidoglio. Algo es algo. El resto se pasó la invitación por el forro de cierto sitio, especialmente el Instituto Cervantes en Roma, precisamente el organismo que debería de haber apoyado con más ímpetu mi presencia en la capital italiana y que, curiosamente, estaba dirigido por la poeta Fanny Rubio. Desgraciadamente vivimos en un mundo del revés, desde la cabeza a los pies y el vacío que me hizo me pareció tan mal que hasta propuse su canonización en vida y su elevación a los altares para así dejarle el puesto a alguien más eficiente.


El guitarrista, Lorenzo Loris Zecchin, magnífico. Un gran maestro que no quiso restarme ni un ápice de protagonismo y se mantuvo, por propia voluntad, en un tono discreto, de acompañamiento, lo que realza su categoría no sólo como artista sino como persona. "Este es tu gran día", me dijo. El poeta y crítico literario Raimundo Venturiello demostró la madera de la que están hechos los buenos críticos, es decir, aquellos que penetran en la poesía y le descubren al autor las raíces inconscientes de su propia inspiración.


De la actriz Gabriella Quattrini lo dice todo este poema que le he dedicado y que he incluido en el libro:



A GABRIELLA QUATTRINI

Es la voz atravesándolo todo,
la piel, la carne, el hueso,
vademecum de sensaciones
que se instala en el cuerpo
y ya no retrocede nunca.

Alas en su garganta
hacen volar la poesía,
carnaval de colores
en la epiglotis del tiempo.

Regálame un solo, un solo
poro de tu alma, una ilusión
en cada arpegio, en cada sueño,
en cada rosa de los vientos
que ilumina el futuro.

Es la ecuación resuelta, sin equis
ni y griega, el corazón volcado
en cada cuerda, el bate encendido
de un reloj sin hora, el arco iris suelto
que se evapora sobre la línea recta
de un horizonte incierto.

Regálame un solo, para que yo
pueda estar siempre acompañado
de aquel sitio que se encuentra:
al otro lado
y que, simplemente, no es más que un tú
disfrazado de un yo largo
que nos afecta a todos, incluso a nosotros.



¿Veni, vidi, vici? No lo sé. Para mí fue una emoción enorme. El público expresó al final del acto su opinión sobre mi poesía. Claro que muchos de ellos habían estado en Pontevedra y sé que me aprecian sinceramente. Pero yo creo que sí. Algo me dice que sí, porque esa noche, ya en la habitación donde nos hospedábamos, mi hija que contaba dieciséis años, a la que había llevado conmigo para que se sintiera orgullosa de su padre, se puso ante el ordenador y al cabo de un rato me dejó leer su primer poema. Los pájaros de su cabeza adolescente empezaban a dar paso a las musas, y yo realmente me sentí completamente feliz. Esos eran los mejores laureles que podía recibir.


Septiembre 2007©Fernando Luis Pérez Poza
Pontevedra. España
www.eltallerdelpoeta.com

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eltallerdelpoeta.com|De Fernando Luis Prez Poza http://www.eltallerdelpoeta.com

8.- (I) ¿VENI, VIDI, VICI? Fernando Luis Pérez Poza

(I) ¿VENI, VIDI, VICI?


Crónica de una presentación en Campidoglio (el Capitolio de Roma)


Cuenta una leyenda narrada por Valerio Petérculo en el Epitome de Tito Livio y recordada por Apiano, que cuando los romanos intentaron conquistar mi tierra, Galicia, los detuvo un río, el río del Olvido o Lethero, confín del mundo, que actualmente se llama Limia, y en cuyas orillas aún hoy en día se celebra la fiesta del Olvido. Ninguno de los legionarios se atrevía a cruzarlo porque el que lo hacía después no recordaba nada, ni sus orígenes ni a la familia, y se quedaba a vivir con los aborígenes, cuestión que he de confesar no resulta extraña si se tiene en cuenta la calidad de las ostras, los mariscos y la cantidad de baños termales por los que se caracterizan estos parajes. Pero un día, Decio Juno Bruto, procónsul de la Hispania Ulterior, lo cruzó y comenzó a llamar a todos los soldados por su nombre y, éstos, al ver que la memoria no le fallaba, roto ya el conjuro de la leyenda, decidieron seguirle, momento en el que Galicia pasó a formar parte del Imperio romano.

Muchos siglos habían transcurrido desde aquel entonces y mucho había cambiado el mundo, cuando a mí, un gallego, se me presentó la oportunidad de conquistar Roma, presentando mi libro Vademecum en el Salón del Carroccio, Campidoglio, uno de los lugares culturales más emblemáticos de Italia, y así dejar atrás el río del olvido literario y habitar la memoria del tiempo. Fui sin más armas que mi voz y mi poesía, porque la poesía es para mí un modo de vida. 


Me levanto por la mañana y enciendo el poema de la luz al subir la persiana. Abro el verso del agua caliente, lo mezclo con el de la fría para que no se me abrase el alma y disfruto las metáforas aromáticas del gel mientras me ducho. Desayuno la sinéresis de una taza de mate y un par de magdalenas y me enfrento a la pantalla en blanco del ordenador. Unos días se cuela una fábula en mi despacho en la voz de algún poeta amigo que me viene a visitar o algún que otro aforismo de paso hacia las páginas de un libro publicado por mi editorial. Al mediodía cocino y almuerzo unas setas al estilo Martín Fierro o me deleito recitando con el paladar unos suspiros de monja hasta no dejar ni una estrofa en el plato.


Casi todo es poesía. De vez en cuando me distraigo, miro por la ventana y mi mente escribe una oda a la desconocida que pasa ante el taller y de la cual me enamoro y desenamoro furtivamente a la velocidad del pensamiento.


En mi condición de editor, me llegan palabras desde todos los rincones del mundo. Se acercan sigilosas, ocultas en el archivo adjunto de algún e-mail y, de repente, se despliegan ante mí y me golpean la cabeza o se hunden como raíces en el corazón. Al cabo del día las letras bailan en remolino en cada una de mis neuronas pero aún me queda tiempo para abrir la cubierta de un poemario y compartirlo con la almohada antes de escribir un soneto en la pizarra de los sueños que, por ese motivo, siempre permanecerá inédito. 


Algunos adjuntos de los que recibo son crisálidas que se transforman en la mariposa de un libro y vuelan y recorren de ojo en ojo todo el mundo. Otros, por el contrario, sufren la terrible "delete" que los condena al destierro, lejos del papel y de la encuadernadora, o al suplicio de sobrevivir en el mundo virtual entre toneladas de versos anodinos. Los menos, como si fueran orugas, se pierden ocultos en el follaje de un buzón electrónico excesivamente saturado de misivas desesperadas en busca del milagro de la publicación.


Así es mi devenir, una mezcla de poeta que intenta revelar pequeños trozos de infinito en la fotografía de sus poemas, y de cumplidor de sueños, los de aquellos que escriben y aspiran a ver publicado también esas pequeñas parcelas astrales de su interior y que en virtud del papel y de la tinta se multiplican hasta dibujar el mapa del territorio poético.


Septiembre 2007©Fernando Luis Pérez Poza
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8.- (I) ¿VENI, VIDI, VICI? Fernando Luis Pérez Poza

(I) ¿VENI, VIDI, VICI?


Crónica de una presentación en Campidoglio (el Capitolio de Roma)


Cuenta una leyenda narrada por Valerio Petérculo en el Epitome de Tito Livio y recordada por Apiano, que cuando los romanos intentaron conquistar mi tierra, Galicia, los detuvo un río, el río del Olvido o Lethero, confín del mundo, que actualmente se llama Limia, y en cuyas orillas aún hoy en día se celebra la fiesta del Olvido. Ninguno de los legionarios se atrevía a cruzarlo porque el que lo hacía después no recordaba nada, ni sus orígenes ni a la familia, y se quedaba a vivir con los aborígenes, cuestión que he de confesar no resulta extraña si se tiene en cuenta la calidad de las ostras, los mariscos y la cantidad de baños termales por los que se caracterizan estos parajes. Pero un día, Decio Juno Bruto, procónsul de la Hispania Ulterior, lo cruzó y comenzó a llamar a todos los soldados por su nombre y, éstos, al ver que la memoria no le fallaba, roto ya el conjuro de la leyenda, decidieron seguirle, momento en el que Galicia pasó a formar parte del Imperio romano.

Muchos siglos habían transcurrido desde aquel entonces y mucho había cambiado el mundo, cuando a mí, un gallego, se me presentó la oportunidad de conquistar Roma, presentando mi libro Vademecum en el Salón del Carroccio, Campidoglio, uno de los lugares culturales más emblemáticos de Italia, y así dejar atrás el río del olvido literario y habitar la memoria del tiempo. Fui sin más armas que mi voz y mi poesía, porque la poesía es para mí un modo de vida. 


Me levanto por la mañana y enciendo el poema de la luz al subir la persiana. Abro el verso del agua caliente, lo mezclo con el de la fría para que no se me abrase el alma y disfruto las metáforas aromáticas del gel mientras me ducho. Desayuno la sinéresis de una taza de mate y un par de magdalenas y me enfrento a la pantalla en blanco del ordenador. Unos días se cuela una fábula en mi despacho en la voz de algún poeta amigo que me viene a visitar o algún que otro aforismo de paso hacia las páginas de un libro publicado por mi editorial. Al mediodía cocino y almuerzo unas setas al estilo Martín Fierro o me deleito recitando con el paladar unos suspiros de monja hasta no dejar ni una estrofa en el plato.


Casi todo es poesía. De vez en cuando me distraigo, miro por la ventana y mi mente escribe una oda a la desconocida que pasa ante el taller y de la cual me enamoro y desenamoro furtivamente a la velocidad del pensamiento.


En mi condición de editor, me llegan palabras desde todos los rincones del mundo. Se acercan sigilosas, ocultas en el archivo adjunto de algún e-mail y, de repente, se despliegan ante mí y me golpean la cabeza o se hunden como raíces en el corazón. Al cabo del día las letras bailan en remolino en cada una de mis neuronas pero aún me queda tiempo para abrir la cubierta de un poemario y compartirlo con la almohada antes de escribir un soneto en la pizarra de los sueños que, por ese motivo, siempre permanecerá inédito. 


Algunos adjuntos de los que recibo son crisálidas que se transforman en la mariposa de un libro y vuelan y recorren de ojo en ojo todo el mundo. Otros, por el contrario, sufren la terrible "delete" que los condena al destierro, lejos del papel y de la encuadernadora, o al suplicio de sobrevivir en el mundo virtual entre toneladas de versos anodinos. Los menos, como si fueran orugas, se pierden ocultos en el follaje de un buzón electrónico excesivamente saturado de misivas desesperadas en busca del milagro de la publicación.


Así es mi devenir, una mezcla de poeta que intenta revelar pequeños trozos de infinito en la fotografía de sus poemas, y de cumplidor de sueños, los de aquellos que escriben y aspiran a ver publicado también esas pequeñas parcelas astrales de su interior y que en virtud del papel y de la tinta se multiplican hasta dibujar el mapa del territorio poético.


Septiembre 2007©Fernando Luis Pérez Poza
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