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Un fragmento de eternidad. José Antonio Santano para Diario de Almería.



UN FRAGMENTO DE ETERNIDAD

Una vez más, y en la historia de la poesía han sido muchas las ocasiones, el hombre proyecta hacia afuera al poeta que nunca dejó de habitarle. En esa extraña y mágica comunión y, valiéndose de la palabra, como esencia misma en el decurso de la vida, el poeta proclama su reino, su infierno y paraíso. Nada se escapa a la honda mirada del poeta, y aunque la temática se repita de unos a otros vates, siempre existe la posibilidad de hallar otros mundos y universos, si no desconocidos, sí disímiles. La nómina de poetas que han tratado la fugacidad del tiempo, la naturaleza o la muerte sería extensa, pero no cabe duda alguna que cada uno de ellos nos ha dejado su impronta, proyectado su visión del mundo. Por qué, habría que preguntarse, esa necesidad inherente al poeta de refugiarse en la soledad en su búsqueda por la luz de la palabra, el pensamiento, la filosofía en sí misma, la existencia. En los matices está tal vez la clave, en la capacidad para observar y transferir luego lo aprehendido. “Un fragmento de eternidad”, segundo libro de poesía de Muelas, es un canto a la vida, a sus luces y sombras, esas que nos habitan a todos los seres humanos, nos alegran o entristecen, pero que aquí el poeta nos revela con su esencial y honda mirada al mundo que le rodea. El tiempo, la música y la naturaleza son los temas que, fundamentalmente, aborda Muelas Bermúdez en este poemario, abrigado por la presencia del metro endecasíllabo (sonetos), el heptasílabo, de más clara tradición clásica, aunque también, de un acertado versolibrismo. Esos tres bloques temáticos se concretan, a su vez, en cuatro apartados: “Aurora y agonía”, “Música en la oscuridad”, “El peso de los días” y “Apuntes de paisaje”, a los que hay que añadir el preludio y coda final. El preludio es ya una reafirmación del poeta en la esencialidad de la existencia, “carpe diem”, de la necesidad de vivir intensamente cada segundo de vida, al concebir el instante, el tiempo, la nada casi, en “un fragmento de eternidad”, pero es también un grito ante la indiferencia: «Nada / me hiere más que una mirada indolente, / que un silencio, que un adiós». El posicionamiento del poeta es claro desde la primera página, y así lo continúa en “Aurora y agonía”, en alusión a la nada y el todo, alfa y omega vivencial, a ese existencialismo contenido en los sonetos “Génesis” y “Luzbel”, representación de la luz edénica, lo demonial, de la felicidad y el sueño contrapuesto al dolor y la amargura. “Música en la oscuridad”, es trasunto del tiempo, de la vida que aflora con intensidad en la voz del poeta, en la armonía de una sinfonía versal que va "in crescendo": «El hombre gira y gira / hasta que la música se consume. / En calma, exaltado, escucha el silencio», en esa búsqueda interior que lo serene. Comienza la tercera parte con "El peso de los días" y una cita de Paul Celan referida al tiempo: "Tiempo es que sea tiempo". Es en esta dimensión donde el sujeto poético se transforma, abraza la otredad como signo inequívoco de fraterna solidaridad: «Después de Auschwitz / se escribe poesía / para decir con eco inextinguible / que la muerte no es la única salida».
En este camino nos encontramos con la voz del poeta Gregorio Muelas (Sagunto, Valencia, 1977), con su existencialismo vivaz, definidor de su poética, enriquecido por el lenguaje y el ritmo melódico, musical de la palabra trascendida.
El hombre y el poeta frente a frente, en la soledad del silencio que grita el desconsuelo del mundo, del desvalimiento en un tiempo oscuro e incierto. El tiempo como discurso poético capaz de ser haz de esperanza, amor y entrega, de mostrar la luz al final del camino, tal vez leve, pero precisa, rotunda. Nada se opone ni obstaculiza al poeta en su objetivo, en su desvelo por mostrarnos la gran diversidad de paisajes, esenciales todos y que el poeta rescata de la memoria hasta insertarlos en su ser como propios. La escritura como salvación y la naturaleza como tránsito hacia la luz que resplandece en comunión perfecta con los sentidos y los sentires. La primavera como símbolo de un tiempo nuevo cargado de sueños y horizontes, de libertad plena: «Gritemos libertad / para que el día de mañana / el silencio no sea. / Para que en el más crudo invierno / pueda brotar / una primavera perpetua». Pone punto y final a este libro la coda, con el poema “Nada”, que el poeta dedica a otro poeta, Antonio Praena, y con el que nos recuerda esos otros versos de José Hierro, cuando dice: “Qué más da que la nada fuera nada / si más nada será, después de todo, / después de tanto todo para nada”. “Un fragmento de eternidad”, de Gregorio Muelas, nos sitúa en el camino hacia la verdadera luz de la poesía.

Título: Un fragmento de eternidad
Autores: Gregorio Muelas Bermúdez
Editorial: Germanía (Valencia, 2014)

Un fragmento de eternidad. José Antonio Santano para Diario de Almería.



UN FRAGMENTO DE ETERNIDAD

Una vez más, y en la historia de la poesía han sido muchas las ocasiones, el hombre proyecta hacia afuera al poeta que nunca dejó de habitarle. En esa extraña y mágica comunión y, valiéndose de la palabra, como esencia misma en el decurso de la vida, el poeta proclama su reino, su infierno y paraíso. Nada se escapa a la honda mirada del poeta, y aunque la temática se repita de unos a otros vates, siempre existe la posibilidad de hallar otros mundos y universos, si no desconocidos, sí disímiles. La nómina de poetas que han tratado la fugacidad del tiempo, la naturaleza o la muerte sería extensa, pero no cabe duda alguna que cada uno de ellos nos ha dejado su impronta, proyectado su visión del mundo. Por qué, habría que preguntarse, esa necesidad inherente al poeta de refugiarse en la soledad en su búsqueda por la luz de la palabra, el pensamiento, la filosofía en sí misma, la existencia. En los matices está tal vez la clave, en la capacidad para observar y transferir luego lo aprehendido. “Un fragmento de eternidad”, segundo libro de poesía de Muelas, es un canto a la vida, a sus luces y sombras, esas que nos habitan a todos los seres humanos, nos alegran o entristecen, pero que aquí el poeta nos revela con su esencial y honda mirada al mundo que le rodea. El tiempo, la música y la naturaleza son los temas que, fundamentalmente, aborda Muelas Bermúdez en este poemario, abrigado por la presencia del metro endecasíllabo (sonetos), el heptasílabo, de más clara tradición clásica, aunque también, de un acertado versolibrismo. Esos tres bloques temáticos se concretan, a su vez, en cuatro apartados: “Aurora y agonía”, “Música en la oscuridad”, “El peso de los días” y “Apuntes de paisaje”, a los que hay que añadir el preludio y coda final. El preludio es ya una reafirmación del poeta en la esencialidad de la existencia, “carpe diem”, de la necesidad de vivir intensamente cada segundo de vida, al concebir el instante, el tiempo, la nada casi, en “un fragmento de eternidad”, pero es también un grito ante la indiferencia: «Nada / me hiere más que una mirada indolente, / que un silencio, que un adiós». El posicionamiento del poeta es claro desde la primera página, y así lo continúa en “Aurora y agonía”, en alusión a la nada y el todo, alfa y omega vivencial, a ese existencialismo contenido en los sonetos “Génesis” y “Luzbel”, representación de la luz edénica, lo demonial, de la felicidad y el sueño contrapuesto al dolor y la amargura. “Música en la oscuridad”, es trasunto del tiempo, de la vida que aflora con intensidad en la voz del poeta, en la armonía de una sinfonía versal que va "in crescendo": «El hombre gira y gira / hasta que la música se consume. / En calma, exaltado, escucha el silencio», en esa búsqueda interior que lo serene. Comienza la tercera parte con "El peso de los días" y una cita de Paul Celan referida al tiempo: "Tiempo es que sea tiempo". Es en esta dimensión donde el sujeto poético se transforma, abraza la otredad como signo inequívoco de fraterna solidaridad: «Después de Auschwitz / se escribe poesía / para decir con eco inextinguible / que la muerte no es la única salida».
En este camino nos encontramos con la voz del poeta Gregorio Muelas (Sagunto, Valencia, 1977), con su existencialismo vivaz, definidor de su poética, enriquecido por el lenguaje y el ritmo melódico, musical de la palabra trascendida.
El hombre y el poeta frente a frente, en la soledad del silencio que grita el desconsuelo del mundo, del desvalimiento en un tiempo oscuro e incierto. El tiempo como discurso poético capaz de ser haz de esperanza, amor y entrega, de mostrar la luz al final del camino, tal vez leve, pero precisa, rotunda. Nada se opone ni obstaculiza al poeta en su objetivo, en su desvelo por mostrarnos la gran diversidad de paisajes, esenciales todos y que el poeta rescata de la memoria hasta insertarlos en su ser como propios. La escritura como salvación y la naturaleza como tránsito hacia la luz que resplandece en comunión perfecta con los sentidos y los sentires. La primavera como símbolo de un tiempo nuevo cargado de sueños y horizontes, de libertad plena: «Gritemos libertad / para que el día de mañana / el silencio no sea. / Para que en el más crudo invierno / pueda brotar / una primavera perpetua». Pone punto y final a este libro la coda, con el poema “Nada”, que el poeta dedica a otro poeta, Antonio Praena, y con el que nos recuerda esos otros versos de José Hierro, cuando dice: “Qué más da que la nada fuera nada / si más nada será, después de todo, / después de tanto todo para nada”. “Un fragmento de eternidad”, de Gregorio Muelas, nos sitúa en el camino hacia la verdadera luz de la poesía.

Título: Un fragmento de eternidad
Autores: Gregorio Muelas Bermúdez
Editorial: Germanía (Valencia, 2014)

Un fragmento de eternidad.



UN FRAGMENTO DE ETERNIDAD

Una vez más, y en la historia de la poesía han sido muchas las ocasiones, el hombre proyecta hacia afuera al poeta que nunca dejó de habitarle. En esa extraña y mágica comunión y, valiéndose de la palabra, como esencia misma en el decurso de la vida, el poeta proclama su reino, su infierno y paraíso. Nada se escapa a la honda mirada del poeta, y aunque la temática se repita de unos a otros vates, siempre existe la posibilidad de hallar otros mundos y universos, si no desconocidos, sí disímiles. La nómina de poetas que han tratado la fugacidad del tiempo, la naturaleza o la muerte sería extensa, pero no cabe duda alguna que cada uno de ellos nos ha dejado su impronta, proyectado su visión del mundo. Por qué, habría que preguntarse, esa necesidad inherente al poeta de refugiarse en la soledad en su búsqueda por la luz de la palabra, el pensamiento, la filosofía en sí misma, la existencia. En los matices está tal vez la clave, en la capacidad para observar y transferir luego lo aprehendido. “Un fragmento de eternidad”, segundo libro de poesía de Muelas, es un canto a la vida, a sus luces y sombras, esas que nos habitan a todos los seres humanos, nos alegran o entristecen, pero que aquí el poeta nos revela con su esencial y honda mirada al mundo que le rodea. El tiempo, la música y la naturaleza son los temas que, fundamentalmente, aborda Muelas Bermúdez en este poemario, abrigado por la presencia del metro endecasíllabo (sonetos), el heptasílabo, de más clara tradición clásica, aunque también, de un acertado versolibrismo. Esos tres bloques temáticos se concretan, a su vez, en cuatro apartados: “Aurora y agonía”, “Música en la oscuridad”, “El peso de los días” y “Apuntes de paisaje”, a los que hay que añadir el preludio y coda final. El preludio es ya una reafirmación del poeta en la esencialidad de la existencia, “carpe diem”, de la necesidad de vivir intensamente cada segundo de vida, al concebir el instante, el tiempo, la nada casi, en “un fragmento de eternidad”, pero es también un grito ante la indiferencia: «Nada / me hiere más que una mirada indolente, / que un silencio, que un adiós». El posicionamiento del poeta es claro desde la primera página, y así lo continúa en “Aurora y agonía”, en alusión a la nada y el todo, alfa y omega vivencial, a ese existencialismo contenido en los sonetos “Génesis” y “Luzbel”, representación de la luz edénica, lo demonial, de la felicidad y el sueño contrapuesto al dolor y la amargura. “Música en la oscuridad”, es trasunto del tiempo, de la vida que aflora con intensidad en la voz del poeta, en la armonía de una sinfonía versal que va "in crescendo": «El hombre gira y gira / hasta que la música se consume. / En calma, exaltado, escucha el silencio», en esa búsqueda interior que lo serene. Comienza la tercera parte con "El peso de los días" y una cita de Paul Celan referida al tiempo: "Tiempo es que sea tiempo". Es en esta dimensión donde el sujeto poético se transforma, abraza la otredad como signo inequívoco de fraterna solidaridad: «Después de Auschwitz / se escribe poesía / para decir con eco inextinguible / que la muerte no es la única salida».
En este camino nos encontramos con la voz del poeta Gregorio Muelas (Sagunto, Valencia, 1977), con su existencialismo vivaz, definidor de su poética, enriquecido por el lenguaje y el ritmo melódico, musical de la palabra trascendida.
El hombre y el poeta frente a frente, en la soledad del silencio que grita el desconsuelo del mundo, del desvalimiento en un tiempo oscuro e incierto. El tiempo como discurso poético capaz de ser haz de esperanza, amor y entrega, de mostrar la luz al final del camino, tal vez leve, pero precisa, rotunda. Nada se opone ni obstaculiza al poeta en su objetivo, en su desvelo por mostrarnos la gran diversidad de paisajes, esenciales todos y que el poeta rescata de la memoria hasta insertarlos en su ser como propios. La escritura como salvación y la naturaleza como tránsito hacia la luz que resplandece en comunión perfecta con los sentidos y los sentires. La primavera como símbolo de un tiempo nuevo cargado de sueños y horizontes, de libertad plena: «Gritemos libertad / para que el día de mañana / el silencio no sea. / Para que en el más crudo invierno / pueda brotar / una primavera perpetua». Pone punto y final a este libro la coda, con el poema “Nada”, que el poeta dedica a otro poeta, Antonio Praena, y con el que nos recuerda esos otros versos de José Hierro, cuando dice: “Qué más da que la nada fuera nada / si más nada será, después de todo, / después de tanto todo para nada”. “Un fragmento de eternidad”, de Gregorio Muelas, nos sitúa en el camino hacia la verdadera luz de la poesía.

Título: Un fragmento de eternidad
Autores: Gregorio Muelas Bermúdez
Editorial: Germanía (Valencia, 2014)