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SALA DE LECTURA. IDEAL. POR JOSÉ ANTONIO SANTANO

Barro del Paraíso
BARRO DEL PARAÍSO. ALFREDO PÉREZ ALENCART
            No es fácil adentrarse en el territorio de la poesía. Necesita de un esfuerzo que muy pocos están dispuestos a afrontar. Esa continua lucha con las palabras y su significado, su simbología y la interiorización del discurso poético no está entre las aspiraciones o anhelos de la mayoría de los seres humanos.  Pero hay que decir, por el contrario, que la minoría que sustenta y participa de la creación poética es suficiente para que esta no desaparezca, para que la esperanza sea esa luz que siga iluminando el horizonte. Y, sin duda, la poesía es esa luminaria inextinguible que nos hace expresarnos a través de la palabra en comunión perfecta con el pensamiento y la experiencia vital individualizada y colectiva. De toda esa amalgama de elementos interconectados nace la necesidad de comunicar, comunicarse los unos con los otros, y de esa relación surge, por decirlo de alguna manera, la humana mística de la interiorización del Amor, en su más amplio sentido, al prójimo, al otro, en lo absoluto. Mucho tiene que ver con lo dicho la última entrega poética del peruano-español Alfredo Pérez Alencart, “Barro del Paraíso”, notable edición con magníficas ilustraciones de portada e interior del pintor y profesor universitario Miguel Elías. La mirada del poeta sigue siendo limpia y abarcadora. Desde la serena contemplación y la experiencia de lo vivido, en esta ocasión el poeta desnuda su espiritualidad, interioriza y reflexiona en su condición de hombre religioso, creyente de lo sobrenatural por ser lo sobrenatural tan mistérico y desconocido que el poeta no puede sino indagar y adentrarse en ese universo donde lo absoluto es ensueño, vida nueva. La celebración del Amor es una constante en la poesía de Pérez Alencart, y siempre está alerta para defenderse de los embaucadores y fariseos de la palabra, de los poderosos y tiranos. Por el contrario, siempre hallamos al poeta junto a los humildes, los exiliados, cercano a los que sufren, a los vencidos, dispuesto siempre al fraternal abrazo. Es tal su humanidad que uno no puede sino sentir las brasas de su palabra continuamente, también, como no podía ser de otra forma, en este libro Alencart nos ofrece su penetrante y moldeada palabra, como si del mismo barro se tratara. El barro es aquí símbolo de vida, y así vivir ha de ser siempre esa continuada lucha por alcanzar el Paraíso –su Paraíso-, al que nos invita desde la primera página que abre el libro: «Barro del Paraíso con espíritu del Gólgota soy, / y perdono lo que hacen y perdono / lo que me harán». Entregado en plenitud a la poesía, Pérez Alencart ha construido en estos últimos años una obra sincera y extensa, que nos atrapa tanto en su plano estético como ético, y que no deja indiferente al lector. Su capacidad de observación e interpretación de la realidad es tal que consigue siempre transformarla en un juego de seducción notable. El poemario que ahora comentamos, “Barro del Paraíso”, es una nueva apuesta por la espiritualidad y en este sentido, también un reto que ahonda en lo sagrado, en la divinidad y en la esperanza de que a través del Amor pueda el hombre transformar el mundo. El poeta se ofrece así al mundo, desnudo y honesto, solidario y justo, porque su anhelo es el Paraíso, su libertad también: «Alguien de uñas frías pretende arañar mi paz / y esconderla en un ventisquero de contiendas. / Pero yo no vendo mi corazón para otros vuelos / ni látigo alguno me hace decir sí cuando me niego.». Pérez Alencart no quiere pasar la ocasión de ofrecerse en su esencia espiritual, tal y como lo hicieran Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, en su entrega al Amado renace la esperanza, se afianza la fe y el amor al prójimo como elemento aglutinador del ser. Esa es la clave de este libro que nos deja versos tan abrasadores como estos: «…Yo / pertenezco al Amado: su ejemplo me destetó ya maduro / y sudo en pleno invierno y desde mi pecho dejo ver / la brasa de la resurrección. Ningún silencio en la hora / infinita, ninguna nieve enfriándome el alma. // A mí no me quemarán en sus hogueras, señores / patriarcas del albañal, señorones que nunca sintieron / el fogonazo de Dios. Los recuerdo de antes, pavoneándose / amparados por el sobreentendido terror al Senedrín / o al Santo Oficio.». El poeta no es aquí sino un hombre dolorido y deslumbrado por la fe y el Amor, convencido que su prédica solo puede beneficiar a los hombres, pues es tal su generosidad, también su misericordia, que no cabe en él más grandeza que la entrega a los demás en su bondad infinita. Nos dice Alfredo Pérez Alencart: «La única brújula es el Amor enhebrado / al misterio de la amistad, a la comunión del sentimiento, / a las despiertas pupilas de un linaje que   nos consagra / a buscar certezas en la inolvidable cruz del calvario.». Es esta una manera de expresar su espiritualidad, de interiorizar en el gran silencio de la soledad para sembrar la semilla del Amor que vive en el poeta a través del Dios y que comparte con su prójimo: «…Cambiemos la mirada para ver / la urgencia del otro. Acoger es otra forma de Amar, / aunque no se ganen todas las batallas. //…Hay que cambiar la mirada. / No todo es hermoso, es cierto, pero se debe ayudar / al que llega, al que enferma, al que se marcha, al que sufre.». Este es el poeta y esta su poesía, cargada de humanismo y fraternidad sin límite, lo que bien pudiera resumirse así: «Lo que suma no es cantar victorias con  monedas: basta darle un apretón de manos a la esperanza / para que nazca un camino / injertado al espíritu mismo del hombre».  
 
Título: Barro del Paraíso       
  
Autor: A. Pérez Alencart
Editorial: Arspoética (2019) 

GAUDEAMUS. de Aldredo Pérez Alencart por José Antonio Santano

GAUDEAMUS, por José Antonio Santano

GAUDEAMUS
¨GaudeamusViajar a Salamanca es adentrarse en los orígenes del saber, la más grande aventura humana. Cada vez que esto sucede una indescriptible sensación de paz y melancolía se apodera del viajero, que una vez alimentado por su historia y el fulgor de la piedra desea quedarse en Salamanca para siempre. Sabemos que existen variadas formas de viajar, según el gusto de cada cual, pero hay una que es infalible y, sobre todo, económica, me refiero a los libros, a través de ellos conocemos, sentimos, en una palabra vivimos. A través de sus páginas podemos desplazarnos de una ciudad a otra, conocer a sus gentes, escuchar su voz y amar su historia. En esta ocasión la ciudad de Salamanca se erige en canto y patria. Quien canta es el poeta peruano-español Alfredo Pérez Alencart, y la patria, la Universidad de Salamanca, a la que pertenece y presta su voz en forma de libro, de título “Gaudeamus” (‘Alegrémonos pues, / mientras seamos jóvenes…). Pérez Alencart ha construido un discurso cimentado en su experiencia como profesor de dicha Universidad y como celebrado poeta. Desde que llegara a tierras salmantinas su casa fue la Universidad. La Universidad es su vida, como lo es la poesía, irrenunciables ambas. Y así lo anuncia en el primer poema del libro: «Uno viene a ti y rompe / el reloj de arena / de la espera, // y te retiene / en un prolongado abrazo / por el tiempo, // y sorbe de tu calíz / anhelando saberlo todo. // Curso a curso, / nadie olvidará el rastro / que dejas». “Gaudeamus” consta de cinco partes: “Distinto y junto” (al que pertenece el poema reproducido; “Patio de Escuelas”, “La piedra en la lengua” (unamuniana al alimón), “Ofrendas para Teresa de Cepeda y Ahumada y Juan de Yepes Álvarez, doctores por Salamanca” y “Triptico final”. En la poesía de Pérez Alencart hallamos siempre una razón para seguir amando la poesía, la palabra abarcadora de universos y luces, ese temblor que nos invita a detener el tiempo y elevarnos sine die a la altura del aire y sus silencios. Habrá en este poemario de Alfredo Pérez lugar para el recuerdo para su maestro en leyes Carlos Palomeque, Fray Luis de León, para el abad Salinas, para Torres de Villarroel, Aníbal Núñez, Unamuno, para su amigo y hermano y pintor de los poetas Miguel Elías, Antonio de Nebrija, Santa Teresa y San Juan de la Cruz, y siempre de fondo la Ciudad Dorada de Salamanca y su Universidad. Pérez Alencart es un poeta, un visionario que ya no puede detener la máquina de la palabra que nace de la soledad y el silencio para ser compartida en lujuriosa hermandad. Su atenta mirada de poeta escudriña allá donde el dolor o la tristeza emerge, donde el desvalimiento deshumaniza y el frío anubla los sentidos y la vida. El poeta está con todos, con los humildes y desfavorecidos por encima de todo, con lo que su poesía adquiere un valor añadido, el de la solidaridad y el humanismo al que obedece su espíritu:
«Porque descreo de la estatura de los poderosos. / Porque sólo soy un hombre tratando de decir que el milagro de un vveso me ha resucitado. / Porque descanso entre músicas densas que resisten cualquier chillido. / Porque huyen de mí los murmuradores», o podemos comprobar el afecto y el reconocimiento en el espejo de la vida en las cosas sencillas, aquella que deslumbran más a veces que un diamante,como en este poema que dedica a Victoria Muñoz, trabajadora de la limpieza en la Facultad de Derecho, por su jubilación: «Siete lustros, Victoria, / tú que de Boada viniste / y tan temprano ya / limpiaste los despachos. // Ahora te toca el sosiego / y las horas más libres». La Universidad en el verdor de sus patios y el esqueleto de su piedra que aún vive y recrea el pasado fulgor del pensamiento más libre y humanista: «No escatimo alabanzas para Salmatica Docet / pues su nombre representa un esqueje de la dicha, / la presencia continua a cuyo humus me aferro / por ser palabra y por ser idea». En sus muros de luz se refugia el poeta hasta trascender lo aprehendido y sentido. Su mirada es un un rayo que no cesa como aquel del poeta de Orihuela, homenaje continuo al más grande Unamuno: «Crece -con la temperatura del tiempo- el filtro para alejar cenizas y atraer lo perdurable Miguel de Unamuno -sementera y centella atada a la piedra de Villarmayor- existe en todas las estaciones, en todos los imanes, en todos los pulmones. No exista quietud mientras elvasco indómito siga respirando en su Salamanca». 
“Alegrémonos pues”, como reza el título de este libro, porque la palabra ardiente y serena de Alencart vibra en los vítores escritos en la piedra, en las aguas del Tormes, porque su voz renace cada día en «Salamanca, luciérnaga de piedra» y así «Afirmas con la verdad / de tu palabra, / sin armas en las manos» con el compromiso por la vida y la poesía, en cumplimiento de una existencia que dura ya más de 30 años: «Uno viene a ti y rompe / el reloj de arena, / de la espera / y te retiene / en un prolongado abrazo / por el tiempo, / y sorbe de tu cáliz, / anhelando saberlo todo. Curso a curso, / nadie olvidará el rastro / que dejas».
Aldredo Pérez Alencart



Título: Gaudeamus
Autor: Alfredo Pérez Alencart
Editorial: Edifsa (2018)

ANTE EL MAR, CALLÉ

SALÓN DE LECTURA _________________________________ José Antonio Santano
EL OLIVAR DE LA LUNA
ANTE EL MAR, CALLÉ
Aparece una y otra vez, en multitud de ocasiones viene siendo así. El mar, la mar es motivo de expresión artística, trasunto del pensamiento humano. El hombre y el mar, la mar, frente a frente, desnudos uno y otro, sin disfraces. Bravos y serenos ambos. Inmenso el uno y desvalido el otro. Vida y muerte. Goce y tristeza, melancolía de la pérdida. Y así en todos los ámbitos de la vida, también en la literatura, en la poesía y su gran universo, más allá incluso de la ficción, del sueño. El mar, los mares y océanos que bañan la tierra, ese cosmos del azul perpetuándose en la infinitud del misterio y la magia. El mar como puente entre continentes y civilizaciones, mito y leyenda. En el poema “El mar” de Jorge Luis Borges podemos leer: «Antes que el sueño (o el terror) tejiera / mitologías y cosmogonías, / antes que el tiempo se acuñara en días, / el mar, el siempre mar, ya estaba y era. / ¿Quién es el mar? ¿Quién es aquel violento / y antiguo ser que roe los pilares / de la tierra y es uno y muchos mares / y abismo y resplandor y azar y aviento?». Quizá sea todo eso y más, un ser en muchos, quizá pongo por caso, silencio solo, un atronador silencio. Un canto inextinguible, como el que hallamos en el poemario “Ante el mar, callé”, edición bilingüe español-portugués, con traducción de Eduardo Aroso, de Alfredo Pérez Alencart (Puerto Maldonado, Perú, 1962), poeta y ensayista, profesor de la Universidad de Salamanca y coordinador de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos que vienen celebrándose en Salamanca desde 1998. Responde el poemario de Alencart a ese silencio del que hablaba en líneas anteriores. El poeta no puede sino callar ante la infinitud añil de las aguas del Atlántico, al que vuelve para saldar una deuda ancestral y cantar así al Amor y su grandeza. Alencart sabe bien de los éxodos y los encuentros, del goce y las tristezas, ama la vida en sí misma, con sus adversidades y dichas, su patrimonio es la naturaleza y la hermandad del género humano, el Amor, de nuevo, entre iguales. En esta mirada al mar Atlántico desde Figueira da Foz, el poeta siente la llamada de sus ancestros; el eco poético de Pessoa, Torga o Unamuno, y así la vida que regresa a la entraña misma de la luz, del poeta incansable que busca a cada instante el asombro que produce siempre la vida, incluso en los momentos más adversos. Pérez Alencart ha sabido conformar un libro lúcido y reflexivo, como viene siendo habitual en él, con una frescura envidiable, desde el abismo oceánico del verso inagotable.
ANTE EL MAR, CALLÉ
ANTE EL MAR, CALLÉ
 El poeta es heredero del azul, ese que remonta el cielo o el que cubre la tierra con sus aguas: «Heredo lo azaul. / Mi voz elije su hospedaje y siembra en primavera y se desoculta / desde altísima ventana. / A cada instante un sueño o una ola. / A cada día un nuevo bautizo. / A cada estremecimiento / la abolición de los desdenes. / Inútil tratar de huir de aquí». No hay escapatoria. El poeta se ha fundido a la mar, son ya, mar y poeta, un mismo cuerpo. Portugal es para el poeta un país amigo, hermano mejor, con el que mantiene estrechos lazos a través de sus poetas y escritores, como se puede comprobar en el poema IV, particular homenaje a Pessoa: «Libélula impaciente, desde el 35, / sea Álvaro / o Bernardo, sea Ricardo o Alberto, / sea Alexander o Antonio al vaivén del repliegue en sí mismo, / absorto en otras existencias que apresan su insaciedad / y le marcan como hierros lejos de su cuerpo. / Su huella está en la cumbre, hecha brasa»; también su recuerdo inolvidable al escritor y poeta portugués Miguel Torga, a quien dedica estos veros: «Por Buarcos pasea, sin más lujos que su antigua mirada montañosa. / Interrumpe la consulta, deja de ver lánguidas peceras, / y sale a capturar la fuerza que concentra el mar». Y cómo no, en la esencia cultural lusitana, el fado, ese desgarrado canto que nos colma de nostalgia en el tiempo y en la voz de Amália Rodrigues: «Tiemblan las hojas ante la voz soberana de Amalia. Mientras, ella ahora duerme en su otra Odisea, en su otro misterio, / renaciendo en la espesura de esta noche de vigilia / cuando suena su voz alrededor mío. El fado me comparte su memoria, su íntima palabra que traduzco / con el alma de Amalia por testigo». Portugal y, en su nombre, Figueira da Foz se alza sobre el cielo: «¡Figueira, tu costumbre empieza junto al mar que te visita! ¡Figueira, interrógame desde el fondo de tus edades, / desde tu orfandad que se confiesa al cielo, desde tu propio destino!». El mar, la mar en sus olas y espuma de ida y vuelta, encuentro siempre, que no olvida a Salamanca y el magisterio humano de Unamuno: «He de volver a la playa para saludar al viejoven Rector». En el poema final del libro, Pérez Alencar salda su deuda con su pasado, el Atlántico en Figueira y Salamanca, y escribe: «Soy espejo: soy paisaje interior: soy memoria: soy borde azul / en el centro aún terrestre: soy alto en el camino: soy asombro…». La mar y sus silencios en la destacada voz del poeta peruano- español Alfredo Pérez Alencart.
ALFREDO PÉREZ ALENCART
Título: Ante la mar, callé
Autor: Alfredo Pérez Alencart
Editorial: Labirinto (Portugal, 2017)

Una Sola Carne (Antología Amorosa 1996-2016)



Una Sola Carne
(Antología Amorosa 1996-2016)

Inicio este comentario aludiendo a uno de los poetas más preclaros de la lírica española del siglo XX y tan injustamente olvidado. Lo hago ahora que se cumplen cuarenta años de la concesión del premio Nobel de Literatura a Vicente Aleixandre, con casi toda seguridad el más grande poeta del amor (en sentido absoluto), como así lo puso de manifiesto en su discurso (“Vida de poeta: El amor y la poesía”) de entrada a la Real Academia de la Lengua allá por el año 1950, con un recorrido apasionado a lo largo de toda la tradición poética española acerca del hecho amoroso. Amor y poesía desde la humana mirada del poeta cuando dice: «Por eso sentimos tantas veces, y tenemos que sentir, como que tentamos, y estamos tentando, a través de la poesía del poeta algo de la carne mortal del hombre. Y espiamos, aun sin quererlo, aun sin pensar en ello, el latido humano que la ha hecho posible…». O, ¿cómo olvidar su libro “La destrucción o el amor”, donde carne y alma se funden en una sola música, un único temblor o una diamantina luz que nos ciega y nos conmina al abismo amoroso, como el que nos muestra Aleixandre en estos versos: «Yo sé quién ama y vive, quien muere y gira y vuela. / Sé que lunas se extinguen, renacen, viven, lloran. / Sé que dos cuerpos aman, dos almas se confunden». También en la obra “Una sola carne” (Antología amorosa 1996-2016) del poeta peruano-español Alfredo Pérez Alencart (Puerto Maldonado, 1962) hallamos el amor como un único canto, una única luz deslumbradora, un solo cuerpo que tiembla en todos los encuentros, una sola alma. La selección de los poemas y las notas son autoría de la profesora de la Universidad de Bucarest, Carmen Bulzan, quien advierte que la mitad de los poemas contenidos en este libro son inéditos.



Las ilustraciones, como ya viene siendo habitual en las publicaciones salmantinas, son de Miguel Elías. Pero centrándonos en lo que nos interesa este libro conforma un corpus extraordinario, amalgama de la mejor tradición poética amorosa. Alencart bebe, hasta la saciedad, de los textos bíblicos, con mayor énfasis del Cantar de los Cantares, pero también de los Proverbios, del Génesis o Eclesiastés. Estructuralmente está dividido en cuatro partes: Amoris causa, Justamente así, Mujer de la mañana y Esquirlas, pero en su conjunto no sólo hallamos la mirada del poeta atravesada por el dardo del amor sin límite, ese que le ofrenda, también sin límite, su amada, esposa y musa Jacqueline, sino que influenciado por los místicos españoles, sobre todo San Juan de la Cruz (Amada con Amado, Esposa, etc), y me atrevería a decir que, también por la poesía preislámica (Mu’allataqāt), la casida y la temática -nasīb o elegía amorosa-, cuando el poeta recuerda los momentos felices vividos junto a la amada). Mas aún siendo tan claras las influencias de la literatura universal que ha hecho suyas el poeta Alfredo P. Alencart, este libro va más allá, porque es la voz que se hace singular y única, explosiva como un grito que no cesa, como una tormenta de versos nacidos de la misma esencia humana, trascendida de la carne, lo material, a lo inmaterial, el alma, con tal efectividad que, difícil es hallar en nuestros días un discurso poético, un verbo tan cálido y de tan esplendente emoción amorosa, poesía tan pura. Podrían ser muchos los ejemplos a mostrar de la poesía amorosa de Pérez Alencart en este breve comentario, pero conformémonos solo con algunos. De la primera parte “Amoris causa”, señalamos los siguientes: «Oh amor que nació contigo, dice el Amado. / Oh amor por Dios bendecido, dice la Amada» (poema Cántico de los cuerpos); o estos otros: «No hay más patria / que tu entrega / ni hay más mundo / que este amor. // En la esposa del amor / está la patria» (poema Patria). De la segunda parte “Justamente así”, extraemos los versos que siguen, más breves en su composición: «Sediento, muerdo / el fruto jugoso / de tu ser» (del poema Fruto). En la tercera parte “Mujer de la mañana”, el discurso poético cambia de nuevo y los versos se adensan, son como una corriente de agua imparable: «Tú amas a un hombre imperfecto / que aprende lecciones al sol de tus orillas. / Tú has marcado mi vida. / Tú eres mi vocación, / mi brújula, / mi áureo universo de una sola estrella». “Esquirlas”, última parte del libro, son composiciones muy breves, casi aforísticas que concentran y resumen el pensamiento en clave amorosa del poeta, por citar alguna: «Las caricias son pasajeras: lo perdurable es el amor». Como escribiera nuestro Nobel Aleixandre: « Sí: un intento de comunión con lo absoluto: esto será ciegamente el amor en el hombre», o en palabras de otro poeta del amor, Pedro Salinas: «He tenido siempre un deseo de amor tan vivo, que por eso he sido poeta». Y poeta grande es Alfredo Pérez Alencart, una voz que crece y crece cada día, cada minuto, dejándonos la huella de su magisterio poético, también de su inmensa humanidad.

Título: Una sola carne
Autor: Alfredo Pérez Alencart
Editorial: Diputación de Salamanca, 2017


Salón de lectura por José Antonio Santano.


El pie en el estribo. 

Alfredo Pérez Alencart (22/05/2016)


E l cuarto centenario de la muerte del más grande escritor de todos los tiempos, el más universal Miguel de Cervantes, junto a William Shakespeare, pasa casi desapercibido en España, todo lo contrario de lo que sucede en Inglaterra. La dejadez de las instituciones españolas por este hecho es tal que no se llega a entender si no es porque esta circunstancia reiterada es ya un mal endémico en la sociedad española, tan alejada de todo lo que sea cultura, no se diga de todo lo que sea libros. Sin embargo, nace con voluntad de celebración y como homenaje a Cervantes, desde tierras salmantinas, donde aún se cree y se trabaja por la cultura como puente de unión entre los pueblos, “El pie en el estribo”, un poemario del poeta peruano-español Alfredo Pérez Alencart (Puerto Maldonado, Perú, 1962). Acompañan y dan luz a este bello y alimenticio libro las ilustraciones de Miguel Elías, y toma el título de la carta que Cervantes envió en vida a su benefactor y mecenas don Pedro Fernández de Castro, VII Conde de Lemos, preliminar del Persiles y Segismunda, cuando dice: «Puesto ya el pie en el estribo,/con las ansias de la muerte, / gran señor, ésta te escribo». Aunque en circunstancias distintas y más saludables, cuatrocientos años después, el autor de este poemario, el poeta Alfredo Pérez Alencart, se adentra en un viaje por la extensa obra cervantina para, en un ejercicio de meditación inusual, presentarnos un universo poético en el cual resplandece el amor, fruto de un profundo sentimiento cristiano, solidario y fraternal hacia el género humano. Es tal la generosidad del poeta, que no queda lugar o situación que se escape a su siempre atenta y bondadosa mirada. El poeta habla del mundo y sus miserias, ahonda en la condición humana y denuncia los abusos de los poderosos, lucha contra ellos como si se tratara de un David contra Goliat. Para esto , en esa búsqueda de su propia identidad, de la verdad que sostiene el pensamiento –su pensamiento-, el poeta bucea en el interior del yo poético hasta convertirlo en otredad y preocupado, a veces angustiado por la presencia de un mundo incomprensible y violento, cada vez más alejado de la humanidad, se rebela como un quijote más, un valeroso quijote que no teme ni al dolor ni a la soledad si así puede conformar otra realidad distinta, más solidaria, equitativa y justa, y así lo manifiesta en la “Inscripción”: «Nunca hay hartazgo cuando persiste el saboreo. Así los nutrientes que he ido succionando de los múltiples reservorios que se acopian en El Quijote, bien por el don o ingenio de Cervantes, bien porque el hidalgo tiene algo de todos los que nos aferramos más a los ideales que a lo inmediato material; a la utópica justicia con libertad, sí, pero sin desdeñar la experiencia que cercena dignidades; a la prodigiosa imaginación, sí, pero también a la realísima crónica social que nos toca vivir…». Curiosamente, integran el libro cuarenta poemas, a su vez divididos en números y letras, lo que me hace pensar que el poeta viene a resumir así a manera de inscripción votiva lo que el mundo debe saber de nosotros, concretado en un nombre y unos números, testamento sobre el mármol de una lápida cualquiera, y como epílogo el poema “Mordisco para una resurrección”, dedicado a Jacqueline, y en ella al Amor, humano y divino: «Somos una sola carne tomando altura en lo sagrado». Cervantes y El Quijote como hilo argumental en pasión de poeta abarcador de todas las patrias, en la locura del decir, de no acallar la voz nunca: «Loco sólo es quien ocupa altas magistraturas / zumbando como abejorro sobre heces malherido / de codicia por enchapar de oro el adobe de su casa de su / cuerpo de su mente lisiada desangrándose / de lunes a lunes balbuceando guarismos o manoseando / monedas huecas…». En ese discurrir del viaje el poeta es unas veces Sancho y otras Quijote: Heme aquí sancho a veces quijote siempre / con todos sus sinónimos a cuestas crucificado/ … / Quijote a veces sancho siempre velando los sueños del mañana especificando las creencias». Pero, sobre todo, Pérez Alencart se siente muchos, se sabe muchos en uno: el poeta que sangra por la palabra, el idioma común de la humanidad, y así lo manifiesta: «Arrastro quijotes unamunos cristos que son mis vecinos / sin luces de neón ni avermarías […] A contracorriente pienso anotar la permanencia / del trío pintarlos con el óleo de mis labios crédulo / de sus heredades en aluvión por tierras y cielos». Lo dicho: he aquí al poeta Alfredo Pérez Alencart en toda su esencia.



Título: El pie en el estribo
Autor/a: Alfredo Pérez Alencart
Edita: Edifsa (Salamanca, 2016)