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Candela. Estación Sur



CANDELA


Mediaba octubre. Otoño en los ojos y en los labios del viento. La luz primera lame el ventanal y todo parece abrirse como una rosa en primavera. Es otoño y el silencio trepa por las paredes de la casa, y en su soledad pronuncia nombres de aire y fuego. Sucedió y era otoño. ¡Han transcurrido los días tan veloces! El tiempo nos golpea sin tregua. Pero no hay que apurarse. Es el ciclo de la vida, que se repite constante e inalterable a lo largo de los siglos, y nadie puede detenerlo. Aquí no vale truco alguno, somos nosotros que al mirarnos en el espejo vemos las cicatrices que el tiempo nos dejó en el rostro, en la mirada. Poco a poco, casi sin darnos cuenta, caemos al vacío, un día tras otro. Y así fue como nació para el amor.

Mediaba octubre y una explosión de sueños calentaron la estancia. Todo sucedió con la fuerza del rayo. En los largos pasillos del hospital reinaba la calma, un profundo silencio, entorpecido a veces por el chirrido de un carro, sin embargo podía oírse la voz del poeta cuando dice: «De mis soledades vengo y a mi soledades voy…» Pero, ¡que alegre y vivaz soledad aquella que los abuelos compartirían en breve! Ambas, madre e hija, sobre la cama, mirándose a los ojos, traspasando la frontera del silencio, hablándose desde el más profundo de los silencios. Fue al alba. Su luz fue la luz del universo, fuego y sangre, vida entera. Serena melodía de aventadas amapolas sobre un rojo campo de sueños. Nada puede describir tanto gozo, y todo, en ese instante primero, se hace inexplicable, incomprensible. Nada se piensa. Vas de un lado a otro, acuciado por los nervios de la espera, ansioso de saber cómo fue el parto. Si el dolor se hizo insoportable o si el nuevo ser vino pleno de salud.

Ahora, transcurridos los días desde aquel mediado octubre, la mar se ha hecho invierno y en los acantilados se siente, todavía, el otoño en los ojos y en los labios del viento. Pero es éste un otoño de diamantinas luces y magnánimas llamas, de verdes campos de olivares y mares de sueños infinitos. Todo ha cambiado desde entonces. Ahora, cuando fijas los ojos en los suyos, ella responde con su brillo de estrella única, y el tiempo se detiene. Sin embargo, ella, Candela, será por y para siempre como ese inmenso campo de rojas amapolas que el tiempo jamás podrá borrar de la memoria.

Media enero. Candela me mira fijamente a los ojos, y me sonríe.  

ESTACIÓN SUR______________________________José Antonio Santano