DESMEMORIA


Existe un dicho popular que dice "siempre". Cuando se hace uso de él, al menos en el noventa por ciento de las ocasiones, mi experiencia me dice que acierta de pleno. Y es que en esta España nuestra siguen hablando los de siempre, que no son otros que los que debían de callarse, y no meter la pata hasta el corvejón que es lo que hacen un día tras otro delante de las cámaras de televisión, en los periódicos o en la radio. A veces tengo la sensación de hallarme en otro tiempo, un lugar que atisbo todavía en blanco y negro, en ocasiones gris, donde la luz casi nunca se advierte. En ese mundo, quienes me rodean –hombres y mujeres humildes- evitan hablar por temor a ser castigados, y la hipocresía, la mentira y el boato campan a sus anchas por doquier. Quienes vivieron ese tiempo de riguroso silencio, de miedo continuo y humillación, ahora, sólo pretenden que se les devuelva la memoria, por justicia y dignidad.


Quienes tuvieron que soportar durante tantos años el desprecio, la soledad y el silencio como una losa tan pesada como insoportable y dolorosa, tienen derecho a que se les escuche ahora, a hablar, y si me apuran, por qué no, a gritar de impotencia y de rabia por tanto desagravio. Todos ellos, sin exclusión, no existieron ni vivos ni muertos. Hurgaron en sus cerebros con la intención de desmemoriarlos, pero no lo consiguieron, y ahora, cuando están dispuestos a desenterrar tanta angustia y desesperación también se les quiere silenciar.



Lo que sé lo sé de oídas, eso sí, quienes contaban las historias de sus vidas lo hicieron siempre en voz baja, muy baja, porque hasta las paredes creían que escuchaban. Sucedía a la luz de una vela y al calor del brasero de picón, en las noches de invierno, de vuelta de la recogida de aceitunas. Así fue durante muchos años, con la expresión del miedo en los ojos; temiendo una llamada en la puerta de la casa mientras se dormía plácidamente, aterrorizados día y noche.



Nadie escapó a la venganza y la vileza de un tiempo gris, a la ignominia y el sufrimiento de la oscuridad y el silencio. No había nada que hacer, la vida era un túnel sin salida.



Aún hoy, la vida es una secuencia en blanco y negro, y los rostros que se muestran lo hacen escondidos tras unas grandes gafas de cristal negro. El origen de todo es la total oscuridad, el silencio que nace de las entrañas de la tierra, de una tierra regada con sangre y fuego. Todo acabó tiempo atrás, y sin embargo, preciso es que se restituya la memoria colectiva, la de todos, sin exclusión, por dignidad.

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