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Miguel Gallego Roca.La Universidad del Desiertouniversidaddeldesierto.blogspot.com/ |
Una novela sobre padres e hijos
y todo lo contrario
Creo
que fue en algún libro de Piglia donde leí la historia de Lucía Joyce,
la hija psicótica de James Joyce. Su padre le llevó los escritos de su
hija a Carl Jung, que había publicado un largo ensayo sobre Ulysses y
conocía bien su imaginación lingüística y novelesca. El monstruo
indomable de la novela del siglo XX andaba por entonces metido en la
redacción de Finnegans Wake, una novela psicótica que nadie ha
leído, demasiado parecida a los textos de su hija. El diagnóstico de
Jung sobre Lucía se ha convertido en una frase célebre, un tópico de las
transmisiones a las que pueden llegar las peligrosas relaciones entre
padres e hijos: “Allí donde usted nada, ella se ahoga”.
Lucía Joyce es uno de los personajes, uno de los ídolos de la alta
cultura, que aparece en esta novela pedagógica y demente de Rubén Martín
Giráldez. También es una calcomanía de agua, pero eso será algo que
descubra quien tenga el libro en sus manos (una edición artística y muy
cuidada del sello Jekyll & Jill). Menos joven es la historia
de una educación al revés. Una serie de monólogos logorreicos sobre las
virtudes de la educación salvaje y las posibilidades de salir del
lenguaje postural de la cultura. Algo así como si Hofmannsthal y
Wittgenstein se encontraran desnudos metidos en una jaula, como si la
civilización hubiera sido una pesadilla. Ahí están, de fondo, grandes
padres como el tierno Gargantúa o el enciclopédico Walter Shandy, además
del ya mencionado padre de la novela experimental moderna, el padre de
Lucía Joyce. También Montano y su mal, pero al revés.
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Como soy menos joven he aprendido mucho de los libros que escribió un tal Claudio Guillén, que a su vez había leído a un ruso desterrado en Siberia llamado Mijaíl Bajtín, un friki interesado por la transición de la Edad Media al Renacimiento en las letras europeas. En esos libros aprendí cosas que no sirven para nada, cosas como la siguiente: hay épocas o escritores, por ejemplo Virgilio, Petronio, Cervantes o Joyce, en que la saturación de modelos fundamenta una crisis creadora, y, por tanto, no hay literatura sin aceptación, realización, transformación o transgresión de los modelos.
Es más, todavía puedo ser más jodido y molesto, leo una novela sabiendo
que antes se han escrito muchas novelas, es decir, leo sabiendo que
existe la historia de la novela. Por tanto leer la novela de Martín
Giráldez es como pasar de una temporada anoréxica a un periodo de gusto
por lo curvy. Es decir, que me lo he pasado teta leyéndola.
Porque Martín Giráldez también conoce, y además parece que muy bien, la
historia de la novela. Bernhard y Gombrowicz son sus guías en el
infierno de la lengua novelesca. También el sombrerero loco. Thomas
Bernhard, el austriaco, por la verborrea, por el incesante movimiento de
la lengua, por una lengua que parece que se hace líquida, que fluye
como fluyen los ríos de semen en una orgía, o se expande como se expande
el cabreo ciego en un día de ofuscación y furia antes de asistir a una
reunión de antiguos alumnos del colegio. Witoldo Gombrowicz, el polaco y
medio argentino, por la infinita capacidad de invención y creación de
neologismos, por el gusto inmaduro por las combinaciones semánticas, por
la inmadurización de los significados y las formas heredadas. Otro guía
es el sombrero loco o Johnny Deep en varias de sus encarnaciones, pero
eso ya no sería historia de la literatura. O sí, vete tú a saber.

Menos joven sería lo que un crítico cultural llama «artefacto narrativo». Yo, que pienso y leo desde la historia de la novela, creo que Menos joven es,
además de algo muy especial en el panorama de la literatura en español
actual, una apuesta ciega por el lenguaje y su capacidad de
descubrimiento y renovación. La queja frente a lo heredado y la
responsabilidad frente a la transmisión. De eso se trata. Como si la
relación entre padres e hijos siempre estuviera marcada por la lucha de
idiomas: el lenguaje directo de Tony Soprano y las evasivas paranoicas
de A. J. en Los Sopranos, o Walter White intentando engañar o entender a su hijo Junior-Flynn con una minusvalía cerebral en Breaking Bad.
Yo mismo, no sabiendo si enseñar «valores» o iniciar con mi hijo un
curso acelerado de cinismo. Un problema de lenguajes, como esa inmortal
conversación sobre la lluvia entre el protagonista de White Noise de Don Delillo y su hijo adolescente.
«No tengas más de uno o dos miedos; no se puede tener más miedos que padres», es una de las consignas del narrador desbocado de Menos joven.
Nuestros miedos tienen mucho que ver con el sentido y el sinsentido que
nos rodea. Hablando del Japón, Barthes recuerda que en Occidente atacar
el sentido es esconderlo o invertirlo, pero jamás ausentarlo como
sucede en Oriente. De modo que aquí el sentido siempre está al acecho.
En nuevas siestas revolucionarias en las que los niños seguirán
aprendiendo a nadar donde los padres se ahogan. Y viceversa.
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