—a
Lewis Thomas, sabio amigo—
A
veces, de la Nada, rescato un ciervo herido
con
su limpia mirada preguntando el porqué
de
las cosas más simples.
Me
descuelgo en la tarde pecadora de ayer
soñando
con tus senos que, ingrávidos, al viento,
apuntaban
directo al centro de mis dudas.
Y
mis ruedas se ponen todas en movimiento,
mi
mente se satura de momentos pasados
y
me instalo en la gnosis de lo que fue y no es
buscando
entre los pliegues profundos del cerebro
la
conexión oscura de antiguos receptores
con
algún linfocito, jugando con su antígeno,
para
ver si consigo ese magno espectáculo
de
dibujar en sepia retráctiles momentos.
Noto
cómo la célula que habita en mi pregunta
se
agita, se agiganta, rehace su adeene
y
se hace linfoblasto.
Después
se subdivide en células idénticas,
receptoras
y hermosas, con la misma pregunta,
con
la misma respuesta; ¡con todas las respuestas
a
todas mis preguntas!
Y
noto alborozado que la nueva colonia
de
forma evanescente que surge y me rescata
mostrándome
en un Todo que brota de mi Nada…
es
un lindo recuerdo:
¡Un
recuerdo de amor! ¡Nada más! ¡Nada menos!
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