¿CUÁNTOS CUADRADOS HAY EN LA IMAGEN?
—Cuento
para no dormir—
Confieso
que a la primera, al principio, no hice caso a la pregunta sobre
cuántos cuadraditos contenía la imagen. Tampoco a la tercera, ni a
la quinta. Pero unos días después, al ver que me lo encontraba cada
dos por tres en Facebook, decidí contarlos por primera vez y me
salieron 30. En un segundo intento, sin esforzarme, contabilicé 37
pero me quedó la sensación de que habían algunos más. Anoche, en
vista de que el sueño no me llegaba, me levanté y encendí el
ordenador para matar el insomnio adelantando trabajos pendientes.
Como es natural, me encontré de nuevo con la dichosa pregunta de los
cuadraditos y sin querer queriendo hice un nuevo recuento que sumó
39. Me picó la curiosidad, debo reconocerlo y decidí imprimir la
imagen con 10 aumentos. Al contabilizarla de nuevo me salieron 319 y
llegado ahí, asombrado, decidí acostarme pensando que sufría una
alucinación de madrugada, cosa esta harto frecuente cuando paso más
de 15 horas seguidas ante el ordenador haciendo el idiota.
Apenas
pude dormir. Esta mañana, al despertar, con los ojos amoratados por
la paliza visual nocturna, sin haber desayunado siquiera y lo que es
peor, sin peinarme, entré de nuevo a ver mi galaxia de cuadraditos e
intuí que lo estaba analizando demasiado a la ligera. Tracé un plan
de acción mientras engullía mi café con leche y busqué por todos
los rincones mi microscopio convencional de 48 aumentos. Aquí fue
donde la cosa dio un giro de 180 grados pese a que solo seguía
viendo los 319 de la noche anterior. Observando atentamente, creí
ver que las líneas que delimitan o conforman los cuadrados de la
imagen se separaban e intuí que la visión, pese al gran aumento
experimentado, seguía siendo insuficiente. Y fue ahí donde se me
ocurrió desempolvar mi potente microscopio atómico, que no usaba
desde mis tiempos de observador aficionado de lo liliputiense, allá
por los 60.
Rebusqué
por mis tres trasteros y al fin lo encontré como quien encuentra la
fuente de la eterna inteligencia. Tomé de nuevo la imagen y la
coloqué amorosamente en la plaqueta, enfoqué pacientemente una
esquina que apenas abarcaba un cuadrado y… ¡eureka! Ahí estaba la
confirmación de lo que había intuido: las líneas que delimitan los
cuadrados no eran líneas sino puntos aislados de apariencia…
¡cuadrada!
Asombrado,
salí a respirar al jardín y conté a los pájaros lo ocurrido. Mi
buganvilla azulsalvaje, muy tranquila su voz fragante, me dijo en su
acostumbrado tono floral: «Hombre, Antonio, es normal lo que ocurre,
has cruzado la divisoria del mundo conocido y has entrado en el mundo
cuántico, donde como es sabido, todo es diferente, contradictorio y
a veces antagónico. Seguro que si miras bien hallarás al menos
trescientos diecinueve… millones de cuadraditos y, si afinas el ojo
y la mente, tal vez llegues muchísimo más allá».
Me
tuve que sentar en la hamaca pues me sentí como si flotara. Mi palma
saharaui me abanicó amorosamente. Me tranquilicé un poco. No mucho.
Entré
en casa de nuevo, enfebrecido y con la emoción a mil por
microsegundo, enfoqué solo una línea del más pequeño de los
cuadraditos, aumenté la potencia y vi cómo la lectura se disparaba
sin control en una sucesión numeral aparentemente loca que tuve que
detener para hacerme una idea de lo que estaba ocurriendo. En la
pantalla del medidor de secuencias aparecía la cifra de… ¡17
millones 384 mil cuadrados! Y… ¡solo en la más pequeña línea
del cuadrado más pequeño! Confieso que tuve que tomarme medio litro
de gazpacho para apaciguarme.
Acabo,
amigos míos, de dejar el experimento antes de que me diera algo pues
hasta huelo el humo que sale de mi sesera. No obstante, antes de
apagar el microscopio, cuando de nuevo curioseé en la lectura
alcanzada, vi que la pequeña línea había alcanzado el final de esa
fase de la datación numeral y se expresaba en distancias galácticas,
nombrando los cuadrados encontrados hasta ese momento dentro de la
línea como universos que a su vez contenían numerosos universos que
engendraban embriones de otros bebés universos…
Excitado,
llamé a mi editor por si le interesaba la idea y nos forrábamos
escribiendo un libro. Me dijo que durmiera un rato y me colgó. Estos
acontecimientos son demasiado para alguien tan aburrido como un
servidor. He quedado en estado catatónico pero cuando se me pase
prometo que seguiré con el asunto hasta donde pueda. ¡Ya, ya os
contaré!
Un
cuentecito de Antonio García Vargas
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