El
hartazgo de la política es tal que la lectura de libros relacionados con la
cultura y sus distintas manifestaciones se hace imprescindible. Cuando esto
sucede tiene uno la sensación de haber encontrado un oasis en pleno desierto. Y
algo parecido deviene tras el hallazgo, de entre los muchos libros recibidos,
de una verdadera joya, titulado “Historia
cultural del flamenco. El barbero y la guitarra”, de Alberto del Campo y
Rafael Cáceres y magnífica edición de
Almuzara. Algunos se preguntarán qué tienen que ver los barberos con la
guitarra y en consecuencia con el flamenco. Pues según los autores de este
magnífico ensayo sobre flamenco, mucho. Los barberos están asociados a la
música popular y en especial a la guitarra desde el siglo XVI. En cada una de
sus páginas, 514 sin contar con la bibliografía utilizada, el lector hallará la
información y la documentación necesaria para entender esta novedosa historia
del flamenco, cuyo origen hay que buscarlo en los barberos y su particular “rasgado o rasgueado”: «Claro es que
algunos barberos sabrían no sólo rasguear sino también puntear la guitarra.
Pero la referencia al punteado barberil es casi anecdótica, en comparación con
la profusión de barberos rasgueadores de guitarrillas:
Estábase el tal barbero
empapado en pasacalles,
aporreando la panza
de un guitarrón formidable»,
como así dice en este poema satírico de Quevedo.
Mas no sólo se analiza en este ensayo la relación entre barberos y guitarra,
sino que se abren las puertas también a canciones y bailes o danzas populares,
de tono jocoso: «Pasacalles y folíais resultaban sus formas musicales
prototípicas. Los sones barberiles se asocian a un gusto por lo jocoso y
risible, lo brusco y lo rústico, lo vil y callejero», sin llegar a
obscenas: «Que no se representen cosas, bailes, ni cantares, ni meneos
lascivos, ni deshonestos, o de mal ejemplo, sino que sean conforme a las danzas
y bailes antiguos, y se dean por prohibidos todos los bailes de escarramanes,
chaconas, zarabandas, carreterías y cualesquier otros semejantes a éstos»,
así se decía en 1615. En el siglo XVII «Los jocosos y festivos tañidos
guitarrísticos asociados a los barberos cobran especial lógica si nos atenemos
a su secular fama de personas dicharacheras y prestas a la sociabilidad, algo
connatural a su oficio. Se reconoce que «De majo o no, los barberos siguieron
vinculados a la guitarra en el siglo XVIII», como también existió esta
relación en el XIX, y así se asevera: «No sólo es que los barberos ejercieran
de maestros de guitarra, sino que sus locales sirvieron de punto de encuentro
de los flamencos». Sin duda, un excelente libro para este sombrío tiempo en que
vivimos.