Para
José Ángel Valente la poesía es «antes que nada y por encima de todo
conocimiento, y más concretamente conocimiento “haciéndose”, es decir, la poesía no transmite conocimientos
previos, sino conocimientos que “se
hacen” a la vez que el poema se hace y que se hacen en cada lectura de un
modo nuevo», lo que entronca conceptualmente con el poemario que esta semana
reseñamos en este espacio. Nos dice el poeta en el último verso del poemario:
«La poesía siempre será lectura del mundo», y así es como ha titulado
precisamente Enrique Villagrasa su libro“Lectura
del mundo”. Entronca este libro con lo señalado anteriormente respecto al
concepto de poesía de Valente, porque en sí mismo el poemario es un único
metapoema dividido en trece capítulos, además del introito o proemio y la coda,
cada uno dividido a su vez en dos poemas o partes. La metapoesía, si nos
atenemos a la definición que Guillermo Carnero da sobre ella, no es sino «el discurso poético cuyo asunto, o uno de
cuyos asuntos, es el hecho mismo de escribir poesía y la relación entre autor,
texto y público», de tal manera es así que esta y no otra es la propuesta de
Villagrasa, hecho que podemos constatar desde el introito, en el poema titulado
“En el quehacer demiurgo”, cuando escribe: «La única poesía es el silencio /
revelador, / el espacio ignoto y el tiempo / suspendido» y “En el poema”, al
decir: «La memoria del verso / es la voz de la poesía. / A ella le es dada la
palabra». La relación autor, texto y público de la que nos hablaba Carnero al
referirse a la metapoesía es una constante, es el núcleo, la savia de este
poemario, en el cual el poeta creará para crearse y recrearse en la
construcción del poema, para ofrecer –ofrecerse- al lector entero a través del
poema en sí mismo: «Explicar el poema / no se puede: / es volver a escribir. /
Es el lector quien / reescribe, da fe / y el poema es». Pero el poeta indaga,
reflexiona sobre el poema en sí, se pregunta y se responde en un soliloquio
intenso y filosófico por el cómo o qué es poema: «¿Hasta qué punto es poema el
poema, / si el verso es sometido, / a su vez, por la necesidad / poética que
tiene de ser verso?». En la búsqueda por la verdad poética el poeta entra y
sale en el universo de la palabra, pues es esta la que fundamenta la creación,
y juega y niega y afirma en un caos previo a la construcción de su propio
universo poético, que no es otro, en este caso que el metapoema. Y vuelve una
vez y otra a la poesía, a su alma: «Tal vez la poesía no es geografía / y sí
geología que arroja luz, / a lo enterrado y olvidado», apostando así por un
tiempo distinto, en ese camino de encuentro hacia “una cuarta persona gramatical”, que señala Siles. Hay, tiene que
haber algo más que conocimiento, como dijera Valente, y este “hacerse” quizá debería llamarse,
ensoñación, extrañamiento, emoción, deseo: «El poeta escribe y va al encuentro
del verso: / deseo y conocimiento; / pues sin la página en blanco, abierta, no
hay nada».
Traza el poeta Villagrasa un camino real del tiempo presente y futuro, en el cual la palabra es la única verdad existente, como lo es también esa vuelta atrás a la memoria o el recuerdo del pasado, al origen del cosmos, al reencuentro con la tierra: «Muerte y vida: origen / infancia en Burbáguena, camino de la viña. / ¡Todo es un juego! Balbuceo del ser / en la página no escrita. ¡Vuelo a ser niño! El poeta se ha convertido ya en esa “cuarta persona” que mira desde fuera y siente muy adentro, como alguien que está en ti pero que te habla del otro lado, como un narrador omnisciente: «No eres de aquí y marchaste de Burbáguena. / Sin pasado, ni presente, ni futuro alguno. / Tan solo un desconocido por descubrir. / La palabra otra leo. Espero que germine». Y ya lo creo que germina, la palabra es la vida del poeta Enrique Villagrasa, y a ella se debe y por ella vive, desangrándose en cada letra que la constituye y abrasa hasta crear un mundo propio, pues «La poesía siempre será lectura del mundo». Sin duda, un poemario para la reflexión y el disfrute de la auténtica poesía.
Traza el poeta Villagrasa un camino real del tiempo presente y futuro, en el cual la palabra es la única verdad existente, como lo es también esa vuelta atrás a la memoria o el recuerdo del pasado, al origen del cosmos, al reencuentro con la tierra: «Muerte y vida: origen / infancia en Burbáguena, camino de la viña. / ¡Todo es un juego! Balbuceo del ser / en la página no escrita. ¡Vuelo a ser niño! El poeta se ha convertido ya en esa “cuarta persona” que mira desde fuera y siente muy adentro, como alguien que está en ti pero que te habla del otro lado, como un narrador omnisciente: «No eres de aquí y marchaste de Burbáguena. / Sin pasado, ni presente, ni futuro alguno. / Tan solo un desconocido por descubrir. / La palabra otra leo. Espero que germine». Y ya lo creo que germina, la palabra es la vida del poeta Enrique Villagrasa, y a ella se debe y por ella vive, desangrándose en cada letra que la constituye y abrasa hasta crear un mundo propio, pues «La poesía siempre será lectura del mundo». Sin duda, un poemario para la reflexión y el disfrute de la auténtica poesía.
Autor: Enrique Villagrasa
Edita: La Isla de Siltolá (Sevilla, 2014)