Autor: Pedro Juan Gomila Martorell
Edita: La Lucerna (Palma de Mallorca, 2013)

El poeta es un buscador de
palabras, un loco rebelde que se enfrenta al sistema, porque el
sistema oprime y humilla, reduciendo al hombre a mercancía. El poeta
nos hablará entonces de sus miedos, certezas y dudas, será su voz
un grito contra una sociedad hipócrita y falaz. Mas Gomila se opone
a todo tipo de privación, y busca su paraíso, el edén, la soñada
Arcadia, tal vez un refugio donde solo habitan los libros, la palabra
escrita como única salvación, fulgor entre tanta mediocridad y
sombras. “Arcadia desolada”, del
poeta mallorquín Pedro Juan Gomila es todo eso y más. Dedica este
poemario «A todos los que, tentados por la voz del miedo, no
sucumben» -¿ha sido el poeta una víctima más de ese miedo que se
adentra en las entrañas?-; preceden a los poemas tres citas
esclarecedoras y premonitorias de lo que será el contenido, de
autores tales como Javier Sologuren, Alberto Escobar y Rimbaud, y que
nos hablan del dolor, el amor y el sexo. La palabra fluye y el poeta
bucea en sus orígenes y siente al niño que respira sueños en
«algunos cromos de parejas célebres / de la Historia Antigua y la
Literatura; / masculino, femenino, azul y rosa, / dinosaurios de
cartón o bien muñecas, / el patrón original para los niños, /
desde aquel Adán primero y su Costilla», los libros como continuada
referencia de lo vivido y amado en la fantasía de Julio Verne o el
descubrimiento de una sexualidad distinta y oculta:«la beligerancia
creciente y alarmante / de mis tensas relaciones escolares / está a
punto de prender la de Verdún: / ¿tal vez porque intuyen mi placer
oculto, / o acaso perciben de algún modo extraño / cómo el grano
de mostaza va creciendo, / penetrando en la ternura de mi corazón, /
aunque nunca me han llamado maricón / todavía como burla en plena
cara?». El poeta se desnuda ante sí mismo y el mundo en el amor, la
única verdad –su verdad-, y así escribe: «Ábreme las puertas,
Amor, y no consientas / que usurpe esa calima la cálida morada, /
potencia que se place en encarnarse / según la apariencia que invoca
el deseo».

Luego, el poeta vuelve al hilo de su discurso
poético, a su particular Arcadia, y siente el dolor de nuevo en las
risas de sus verdugos, y el miedo vuelve como vuelven los fantasmas
en la idea del suicidio: «ni las dagas afiladas contra el César, /
ni tampoco la bañera de Petronio; / si no tienes las agallas, o las
alas, / de quien salta con desprecio a los vacíos, / no mereces más
castigo que el severo / cumplimiento de la dura penitencia / del
seguir con esta vida…»; Gomila recupera la dolorosa experiencia de
la milicia en los años tempranos: «¡Cien flexiones ininterrumpidas
/ por cargar, bulto sin nombre, / sobre el hombro equivocado tu
fusil! […] ¿De qué te lamentas, pedazo de animal? / ¿Tal vez
porque no encuentras en los patios / del Todo por la Patria,
placenta de varones, / algún bardaje hambriento que comparta /
contigo íntimamente la manta y el jergón?», ese nefasto lugar,
casa de locos habitada por la crueldad humana: «me travisto con la
piel de los civiles, / y cruzo las puertas de los bedlamitas». Mas
el poeta, en su solitario camino, halla siempre esa luz
resplandeciente aun a pesar de la desolación, la libertad al fin, la
verdad de la existencia –su existencia-, la razón del ser. Sin
duda, Pedro Juan Gomila, nos convoca en la verdadera poesía, la que
nace del silencio y fluye viva por sus venas.