VALLE DE LANZ. Obra de Pilar Quirosa comentada por José Antonio Santano



VALLE DE LANZ

Nada como la poesía para reconciliarse con el mundo y consigo mismo. Igual da que sea por la lectura de los textos poéticos que con la creación propiamente dicha, es decir, por la escritura de aquellos. La poesía no es sino un misterioso fulgor, un temblor continuado, un refugio necesario para un tiempo -este tiempo- prosaico, espurio. De ahí que nos alegremos con la última entrega, “Valle de Lanz”, de la poeta Pilar Quirosa-Cheyrouze, afincada en Almería. Un apreciado y justo prólogo del también poeta cordobés Manuel Gahete precede a este poemario que, dividido en tres partes: “18 de febrero”, “La torre de los vientos” y “Las mismas estrellas”, toma por título “Valle de Lanz”, publicado en la colección Ánfora Nova, que dirige el editor y poeta José Mª Molina Caballero. Ya desde los primeros versos hallamos la clave temática y formal de este poemario que Pilar Quirosa nos lega y que confirma, una vez más, que su voz, su singular voz poética merece estar entre las más importantes de la poesía contemporánea. Me refiero a la presencia de su voz a través de la “memoria”: “Escuchar la voz de la memoria, / y, en silencio, cerrar los ojos / y hacernos noche / dibujando un rostro”; de lo vivido como experiencia esencial para conformar la expresión del ser, su ser poético trascendido en vital humanismo, en otredad. Pilar Quirosa, en alianza con la Naturaleza, mantiene el tono y el pulso poético aprehendido de la tradición clásica, conjuga sentimiento y conocimiento para acercarnos a su mundo, a su íntimo universo para compartirlo y vivirlo junto a todos: “En este valle de todos”.


 En su desasosiego, en su búsqueda por la verdad –su verdad-, Quirosa-Cheyrouze recorre todos los caminos posibles, porque sabe que sólo así se hallará a sí misma y al otro, los otros. Es un viaje que necesitará de las alas del tiempo para ascender a las más altas cumbres o descender al más oscuro de los abismos, siempre en la esperanza de hallar un nuevo horizonte. De ahí que la poeta se exprese con la rotundidad que ejercen los versos de arte menor, también de las estrofas. Todo esencia es en este poemario, luz o llama, encendida palabra. Nada, ni la tristeza ni la soledad que golpea a veces con violencia la apartarán del sendero-amor: “Sí, la noche lo sabe / y conoce infinitas estancias, / la fiebre del amor y la tristeza, / las estela futura, reconocible / en la eternidad del aire”. La fuerza de la naturaleza en los vientos poéticos que surcan este “Valle de Lanz”, de norte a sur, de oeste a este, congregados en “La torre de los vientos”: “Y dame el agua, mientras / nos cobija el notos”. 

Y así, con la mirada en la vida que surge a su alrededor, acontece el asombro de los recuerdos convertidos en música o en voces que hallan en la voz de la poeta, un cálido refugio, un sueño irrenunciable: “Yo también te esperé / en este valle de Lanz, / al mismo tiempo / que las sombras oscurecían / un debate sin certezas. Las voces y la luz, / volver atrás en el tiempo…”. La poesía por íntima vitalista o viceversa de Pilar Quirosa encuentra en las cosas sencillas su razón primera, y a través de ellas, construye una obra sólida, a veces hermética, abierta y luminosa otras, pero siempre coherente. Escribe Quirosa-Cheyruze: “Te adeudo / la memoria de la luz, / un lugar donde el mar es. El regalo de las palabras, / el nuevo sol y la nueva lluvia. / Te adeudo la vida, / antes de que anochezca”. Vuelve el paso del tiempo a la memoria, a la esencialidad de su poesía para describirnos y descubrirnos otros mundos posibles que nos devuelvan la palabra luz-vida: “Fue antes de ayer y aún persiste / el legado fiel de la palabra / la respiración de la vida / arañando cada verso”. Sea.