Ahora que ellos me tienen
reescribiendo mi destino
ALGUNAS ROSAS VERDES
Un mundo de agua
x
Aleyda
Quevedo Rojas.
Poeta,
periodista, ensayista y gestora cultural (Quito, Ecuador, 1972). Ha
publicado los libros de poesía: ‘Cambio en los climas del
corazón’, 1989; ‘La actitud del fuego’, 1994; ‘Algunas rosas
verdes’, 1996; ‘Espacio vacío’, 2001 y 2008; ‘Soy mi
cuerpo’, 2006; ‘Dos encendidos’, 2008 y 2010; ‘La otra, la
misma de Dios’, 2011; ‘Jardín de dagas’, 2014 y 2015; y las
antologías que reúnen parte de su poesía bajo los títulos: Música
Oscura,
(2004) Amanecer
de Fiebre
(2011) y El
cielo de mi cuerpo, (2014)
que
aparecieron en Almería, Guayaquil y La Habana, respectivamente.
Obtuvo el Premio Nacional de Poesía “Jorge Carrera Andrade” en
1996. Ha representado a su país en los más importantes encuentros y
festivales internacionales de escritores en España, México,
Argentina, Colombia, Nicaragua, Puerto Rico, Perú, República
Dominicana, Venezuela, Francia, Cuba, Chile y Brasil. Ha sido
curadora de las antologías literarias: “13 poetas ecuatorianos”;
Mordiendo el frío y otros poemas” del poeta Edwin Madrid; “Hacer
el amor (humor) es difícil pero se aprende” del escritor Fernando
Iwasaki. Es coordinadora editorial del sello independiente Ediciones
de la Línea Imaginaria
que tiene en su catálogo 28 volúmenes de poesía Latinoamericana.
Colabora con revistas de cultura y literatura de Ecuador. Ha sido
traducida al francés, inglés, hebreo, portugués e italiano.
Mantiene un libro inédito.
22
poemas
Cortadas
a media noche,
las
flores de verano iluminan la habitación del hotel.
Las
de color naranja excitan
hasta
afectar,
en
esa zona que las mujeres confunden con:
Deseo,
desgarro,
defectos.
Las
flores fucsia y las excesivamente moradas
distraen
y llegan a enervar.
Pero
estoy húmeda,
lista
para la noche en este hotel del mundo.
Piso
un jardín de intimidades.
A
las ramas verdes del follaje,
las
chupo una por una.
Y
la clorofila aceitada me va dejando,
las
ganas de ir hasta el fondo.
Mas
lo que hago antes de dormir
es
leer los poemas de Szymborska.
Nunca
las vi detenidamente ―aunque siempre estuvieron―
y
son las mismas a pesar de haber mudado de pétalos.
Jamás
es la misma flor luego del granizo.
Algo
modifica sus ojos secos y el destello del cáliz,
tan
misteriosamente dispuestas en el mismo jardín.
Sus
cuerpos me hablan cuando preparo mi daga
―cortes
exactos―.
Algo
que congele la belleza de la pasiflora o el romerito negro.
Limón
perfumado
Soy
mi cuerpo
atrapado
por partículas
de
otros cuerpos
Cuerpo
que
enjabono en el mar
reconociendo
suciedades
y
miedos
Miedos
míos
enjuagados
con
el
agua que todo lo cura
la
sal de mi sudor
los
celos bien guardados
los
dulces jugos
y
de nuevo el agua
que
me concede
un
cuerpo nuevo cada día
Cuerpo
fresco
tendido
en la cama
como
limón al filo
de
la ventana
Y
el sol quemando
el
vidrio
la
madera
el
limón
perfumado
y desnudo
de
la ventana que soy
¿Sé
quién soy?
me
miro
en
el largo espejo del baño
tengo
33 años
nunca
estuve tremendamente sola
abandono
de perras
que
te marca y deja sin curiosidades
Lloro
y mis piernas blancas
se
vuelven negrura profunda
que
bloquea los sentidos
Quién
es mi cuerpo
puede
afrontar sus propias
desgracias
incluso
las más asfixiantes horas
ansiedad
falta
de ti
horas
cuando me fundo con un monstruo
que
conozco bien
Cuerpo
mío
pólvoracielo
intenso
estallido
de
lámparas que filtran tu claridad
sobre
mi pecho
Soy
este cuerpo mío.
Centrífuga
¡Oh
Señor!
concédeme
el
don de callar a tiempo
y
así llegar
a
mis máximos estruendos
sin
el más mínimo sonido.
Arrodillada
yo
Pongo
las manos
al
Hermano Gregorio
él
es mi intermediario
Centrípeta
llena
de mí
riñones
uréter
vejiga
me
entrego a la más honda fe.
Ventana
Todo
en tu mente
es
el cuerpo me dice Robert Creeley
La
piel campo de batalla
los
ojos un bosque extenso
y
a partir del sentimiento una punzada
al
corazón de cuando niña
La
serpiente de la enfermedad
rasgando
tus tejidos
Las
costillas desdoblándose para escribir
sobre
plantas e hijas bienamadas
Felicidad
alcanzada por instantes
Con
forma de un hombre de manos tibias
que
retiene tus senos como pájaros blancos
Un
río místico
ancho
imantado y turbio que llega a ser etéreo
intentando
salvarte a ti misma
pero
regresa a tu cuerpo que es tu mente
y
a partir de allí construye tu vejez en ese río.
Aparición
Me
abandono a la virgen
Tomo
sus manos de porcelana
y
las llevo suavemente hacia mí
Hasta
quemar con su frío mi piel
en
sus tentáculos de acero
Me
abandono desnuda
a
ese manto que he mirado desde niña.
TODAVÍA
NO APRENDO A DISTINGUIR
el
vértice donde se topan
la
realidad y los sentimientos que soñamos.
Lo
mismo me pasa,
cuando
intento guiar
la hiedra.
Esa
liviana planta que tanto afecta
el
muro de mi (tu) soledad.
Plantas
y sentimientos bizarros
que
me atraen, y poco logro entender.
Excepto
la sobriedad de la hiedra,
están
las plantas inflamadas del jardín:
lirios
de sangre blanca,
farol
chino que aprisiona deseos,
y
la menta, húmeda calma que le da sentido
a
mis otros sueños, donde no hay confusión,
y
me es posible suspirar,
para
empezar el nuevo día.
ME
ARRODILLO ANTE EL ROSTRO DEL AMOR
en
el fondo del pozo,
justo
en su vórtice
oliendo
la oscuridad.
Lamiéndome
como gacela perdida
que
conoce el punto exacto del dolor.
No
me he separado de mí misma,
estoy
en el fondo del pozo,
conociendo
las heridas de amor,
perfectamente
adheridas al cuerpo.
ARRANCO
TODAS LAS FLORES DE MI CUERPO
para
ofrecértelas, Señor.
Allá
voy, más desnuda sin las diminutas flores
del
torso, más desvestida que nunca
sin
las dalias que crecían en mi espalda.
Voy
saltando las piedras ciegas de la desdicha
y
el viento me ayuda a alcanzar la arena.
Señor
de las Angustias, todopoderoso mío,
me
despojo incluso de la flor pasionaria
y
de la corona de heliconias que adorna mi pubis.
Desnudísima,
para entregarme a ti,
sin
los lirios de la nuca o los girasoles de las nalgas,
pulcra,
tal vez insondable isla de misterios
Y
no más rosas, ni margaritas, ni violetas
encandiladas
en mis senos.
Limpia
estoy, vuelta promesa.
Brillante
y sola para entregarme a ti
sin
las astromelias del sexo,
sin
la flor azul del corazón.
¡SEÑOR!,
NO ME ABANDONES
en
arenas de almas en movimiento.
Guárdame
de la locura y de los gusanos de pus.
Mírame,
soy la misma de los excesos,
la
otra que te mandaba mensajes desde el salitre.
Líbrame
de todo mal
y
de su amor que llevo con cuchillos entre las piernas,
de
mis desbordadas maneras de buscarlo
en
la oscuridad profunda del mar,
de
las acciones de libertad obsesivas.
Líbrame
de mí misma, Señor.
Nada
queda ya de la niña que fui
ni
rezos, ni incienso,
quizá
apenas el mismo brillo en los ojos.
No
me abandones todopoderoso mío
ahora
que el sexo lo tengo
justo
a la altura del corazón
y
recorro sábanas de arena
peinada
con una corona de espinas verdes.
AGUIJÓN
Una
caja
encierra
siete escorpiones
La
destapo con mis manos frías
Grabo
en la retina sus cuerpos negros
y
el aguijón dispuesto como una interrogante
Siento
el poder de su pregunta
atrapada
por el miedo y la belleza.
MÚSICA
JAPONESA
¡Ah!
de las horribles pasiones que recorren mi cuerpo
insoportables
cuando los ojos de otros miran
En
nombre del Señor, el más poderoso
voy
hacia el despeñadero de cuerpos desconocidos
que
me aman y emocionan
Señor,
no me abandones en arenas
de
almas en movimiento
soy
tuya
camino
descalza y pulcra en mitad del desierto
preparada
para el goce o la muerte
Más
allá de la seducción
guía
mis pasos en el amor.
LA
NOCHE BLANCA
En
un inmenso hospital
un
cuerpo vestido de espinas
Soy
virtualmente la virgen del desierto
estampa
desmayada sobre el miedo
Nada
más yo
con
las manos llenas de clavos calientes
caminando
descalza entre las dunas
Un
inmenso hospital es un desierto blanco
De
mi boca sale el mensaje divino
pero
aquí nadie me oye.
POEMA
DE CAVAFIS
Despacio
sueltas
tu calor
Tu
lengua
ejerce
la función
para
la que fue creada
y
cumples con el acto
de
volverme animal sensible
tan
parecido
al
poema infinito
que
escribiera Cavafis.
Esta
mujer de hechizos
de
mentiras y
yeso
teje
las medias
más
cálidas
para
el día
de
su muerte
Una
cruz
una
caja de madera
algunas
rosas verdes
esperan
por ella
No
hay temor
a
la muerte
Solo
pido
sea
justa.
VIRILVIDRIO
Aún
hierve el vidrio
en
mi boca
la
lengua indefensa
te
busca
cristal
fatídico
Destrozaste
mis
labios
HAI-KAI
DE LOS PÁJAROS
Cuidaré
tus pájaros
pero
me niego
a
hacer el amor en la jaula.
TIGRES
EN LA HABITACIÓN
me
recorre como navaja
igual
que tu insurrecto cuerpo
cuando
me hace arder
y
los tigres aparecen en la habitación
al
acecho de la carne
Qué
necesaria
es
esta navaja
que
aún cuando no estoy desnuda
me
humedece.
¡Oh,
Señor de la Poesía!
que
tu ardor inflame mis metáforas.
Como
los tulipanes que decoran
mi
vientre ya cansado.
Ven
a mí con tu manto de palabras elásticas
para
cantar a los pobres de la tierra.
No
soy la única que siente tu presencia.
Estás
en los versos al mar y en las perras
rosadas
de los prados.
En
los poemas a las montañas y a la noche cubierta de helechos.
Pienso
en los poetas y sus cuchillos.
En
sus versos y suicidios por tu ardor, Señor.
La
soledad es mi regalo.
La
absoluta soledad de una acuariana mujer.
¡Y
esa daga brillante del jardín de mi muerte
también
es tuya, mi Señor!
El
arte de perder ―ya profundizó Bishop―:
Casas,
amigos, países, amores, libros, viajes…
Hasta
que un día miras sin reconocerte en los
difusos
bordes de la que fuiste.
¡Oh,
Señor de la Poesía!
que
tu ardor inflame mis metáforas.
Como
los tulipanes que decoran
mi
vientre ya cansado.
Ven
a mí con tu manto de palabras elásticas
para
cantar a los pobres de la tierra.
No
soy la única que siente tu presencia.
Estás
en los versos al mar y en las perras
rosadas
de los prados.
En
los poemas a las montañas y a la noche cubierta de helechos.
Pienso
en los poetas y sus cuchillos.
En
sus versos y suicidios por tu ardor, Señor.
La
soledad es mi regalo.
La
absoluta soledad de una acuariana mujer.
¡Y
esa daga brillante del jardín de mi muerte
también
es tuya, mi Señor!