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a
sido objeto de atención recientemente, al cumplirse 80 años de su
asesinato, la figura del poeta Federico García Lorca. Nunca el
olvido habría que decir a viva voz, como si la sangre de su verbo
corriera por sus venas, aún después de muerto. Tras este tiempo
transcurrido sus huesos siguen ocultos bajo la tierra, al igual que
los de miles de españoles, una injusticia y desvergüenza que no
tiene razón de ser y de la que nuestros gobernantes,
inexplicablemente, son los únicos responsables. Se han cumplido 80
años y nadie, a excepción de los poetas y escritores, ha querido
mantener la llama viva de su recuerdo, de su poesía. La vida de
Federico García Lorca fue corta pero intensísima (1898-1936) y su
temprana muerte, recordando aquellos versos de Miguel Hernández
“temprano madrugó la madrugada”, sisn duda alguna, nos dejó un
vacío inmenso, suplido solo por su inmensa obra. Pero de todos los
homenajes que puedan dedicarse a Federico el más necesario será
siempre leer sus textos, y en el caso que nos ocupa, esencialmente su
poesía. Sobre la poesía, precisamente, dijo Federico: «Pero ¿qué
voy a decir yo de la Poesía? ¿Qué voy a decir de esas nubes, de
ese cielo? Mirar, mirar, mirarlas, mirarle, y nada más. Comprenderás
que un poeta no puede decir nada de la Poesía. Eso déjaselo a los
críticos y profesores. Pero ni tú ni yo ni ningún poeta sabemos lo
que es la Poesía», de “Carta abierta a G(Gerardo) D(Diego). Desde
el comienzo Federico muestra una innegable condición de creador que,
como se comprueba más tarde, no sólo abarca la poesía, sino otras
disciplinas o manifestaciones estéticas como la música, el dibujo o
el teatro, entre otras. Federico bebe de la rica tradición literaria
española, tanto culta como popular, quizá esta última más visible
en sus textos primeros (Libro de poemas, Canciones, Romancero gitano
y Poema del cante jondo) y que rompe después con su obra más
vanguardista y original, estremecedora incluso de “Poeta en Nueva
York”. De “Romancero gitano” es este fragmento del romance
“Prendimiento de Antoñito el Camborio en el camino de Sevilla”
que muestra ya a las claras esa singularidad creadora, capaz de
transformar metafóricamente el mundo que le rodea mediante el poder
de la palabra, su palabra, que vislumbramos ya trágica: «El día se
va despacio, / la tarde colgada de un hombro, / dando una larga
torera / sombre el mar y los arroyos. / Las aceitunas aguardan / la
noche de Capricornio, / y una corta brisa, ecuestre, / salta los
montes de plomo. / Antonio Torres Heredia, / hijo y nieto de
Camborios, / viene sin vara de mimbre / entre los cinco tricornios».
Será, no obstante, su viaje en 1929 a Nueva York, el que
proporcionará a Federico nuevos elementos o recursos estilísticos
que romperán con todo lo anteriormente escrito. La experiencia
americana influirá en su nueva concepción de su poética, se hace
más hermético como consecuencia de la nueva realidad, abandona la
métrica y la rima para acomodarse al verso libre, en el que tiene
cabida una nueva forma de expresión, directa y compulsiva,
enloquecedora, onírica, transformadora de esa propia realidad vivida
y sentida. Federico vive una experiencia desestabilizadora, la
civilización deshumanizada que conoce es la base de su nuevo
discurso poético, rupturista y desgarrador, un tiempo para la pura
creación en el que las metáforas y las imágenes son perturbadoras,
en el que su sentido trágico de la vida (¿premonición de su propio
destino?) se hace más patente en sus versos, mucho más dolorosos y
tristes, más agónicos. Para ilustrar lo dicho este fragmento del
poema “Danza de la muerte”: «Que ya las cobras silbarán por los
últimos pisos, / que ya las ortigas estremecerán patios y terrazas,
/ que ya la Bolsa será una pirámide de musgo, / que ya vendrán
lianas después de los fusiles / y muy pronto, muy pronto, muy
pronto. / ¡Ay, Wall Street! / El mascarón. ¡Mirad el mascarón! /
¡Cómo escupe veneno de bosque / por la angustia imperfecta de Nueva
York! Leer, leer y releer a Federico García Lorca será siempre
nuestro más certero homenaje.
Título:
Poesía completa
Autor:
Federico García Lorca
Edita:
Galaxia Gutenberg