M
e
viene a la memoria, inducido por la lectura de otro libro, el poema
“Vida”, epílogo al libro “Cuaderno de Nueva York”,
del poeta José Hierro, que comienza con los siguientes
versos:
«Después
de todo, todo ha sido nada,
a
pesar de que un día lo fue todo.
Después de la nada, o después de todo
supe que todo no era más que nada»,
y
concluye el poeta, presa del desaliento o la desesperanza, con estos
otros:
«Que
más da que la nada fuera nada
si
más nada será, después de todo,
después de tanto todo para nada».
Aparente juego de palabras,
pero hay más que palabras, existe en ellas una forma de “ser” y
“estar” en la vida, una particular concepción del mundo, una
experiencia vital totalizadora.
Algo similar podemos encontrar
en la lectura de “Viaje a la nada”, de la poeta Elsa López
(Fernando Poo, 1943) e ilustraciones de Irma Álvarez-Laviada. Esta
nueva propuesta poética de Elsa López nos aventura en una
experiencia vivida, en las percepciones y sentires que se producen en
un viaje hacia las islas del norte de Europa. Así Elsa López nos
irá describiendo las secuencias de ese viaje, que irá construyendo
desde la soledad y el silencio, unas veces en prosa y otras en verso,
y donde el vacío y la nada vienen a ser un único paisaje: «Así es
la nada: blanca, gris y silenciosa. / Solo el mar para nombrarla».
Parte la poeta hacia lo desconocido, en la certeza de descubrir un
nuevo horizonte, una resplandor único. Tal vez ese viaje al norte
sea una metáfora. Atravesar un mar de nieve («La nieve cubre el
mundo y ella, quizá, lo sabe», sentir el deslumbramiento del blanco
como un continuo abismarse en el vacío y el más tremendo de los
silencios es todo uno: «Recurrir al vacío. / Sentirlo dentro como
un anillo / que te envuelve y ahoga. / Sentir la nada como sentir la
náusea / o el bullir de las plumas de un ángel desplumado. / Su
aleteo constante, su constante alborozo, / su energía, sus pausas,
su lenta agonía / y sus abrazos». La nieve, incesante, en la mirada
detenida de unos ojos que aprehenden todo lo existente a su
alrededor. La nieve, incesante, vuelve a ser verso: «Cae del cielo
la nada. / Nubes blancas y pequeñas / tienen su forma. / Y así
caen desde el cielo. Esponjosa la nada. De algodón la nada. / Los
cuervos gritan alborozados / el paso de la muerte». No es este un
viaje cualquiera y Elsa López lo sabe bien.
Un constante sentimiento de
soledad se afianza en la poeta, de manera que lo real queda
trascendido a través de la palabra, y así nos dice: «los
aeropuertos lo dejan a uno como dormido, como ajeno a la realidad, a
lo que sucede ahí afuera». Ahonda, bucea en esa realidad que
sucumbe ante su mirada hasta desnudarla entera, y añade ahora en
verso: «La nada se desvanece, / forma claros en la lejanía / y,
poco a poco, / se transforma / en negras extensiones de abedules. /
Atrás va quedando el frío, / la noche y sus estrellas, / el
resplandor de la luz / y las constelaciones». Es el regreso del
frío, del mar de hielo, inmenso, infinito en su blancura, resplandor
de la nada en el blanco intensísimo de la nieve: «Aquí la vida es
el blanco radiante de la nada, / el final de las cosas, el sueño más
profundo, / la malograda pretensión de estar aún vivos». Es un
vuelo hacia lo desconocido, a todo lo inmaterial, hacia adentro mismo
del ser, único, por mucho que describa la realidad vivida:
«Sobre mis hombros colocaron
dos alas de metal.
Dos alas de metal blanco.
Debajo un valle de cemento
y el sol por el oeste al
declinar el día»,
existe la necesidad de
abismarse en el misterio de lo oculto: «La nada es solo aire muerto.
/ El agua es mansa. / El agua es un espejo negro. / Negra el agua. /
La muerte, negra. / Helada la muerte. / Debajo del cristal la nada
espera». Es un continuo ir y venir al sentimiento de vacío, de
negritud, como si todo se hubiera convertido de la noche a la mañana
un paisaje desolador y despoblado. El silencio es un témpano de
hielo adherido a la carne y el alma, todo es aterradoramente frío:
«Y siempre en mí ese frío. / Siempre pegado a mí ese frío / como
una tela de araña… Siempre al acecho el frío». De vuelta de ese
frío y ya en la calidez de su Isla de Palma, nos dejará la poeta
estos versos finales: «Y detrás, la nada. / Y después de la nada,
nada. / Solo el silencio que llevamos dentro». Es “Viaje a la
nada” un libro necesario para reencontrarse con la esencia poética
de Elsa López.
Título:
Viaje a la nada
Autor:
Elsa López
Edita:
Hiperión (Madrid, 2016)