JUAN DE LA CRUZ
Silencio y creatividad
Conviene a veces despejarse un poco de las lecturas de
poesía actual –tan plana e insustancial en muchos casos- y
adentrarse en el estudio pormenorizado de autores clásicos, que nos
deparan verdadero gozo al comprobar su vigencia aún y su excelencia
literaria. Ahondar en la figura del más grande poeta místico
español Juan de la Cruz es lo que nos propone la escritora e
hispanista Rosa Rossi (Casona, Italia, 1928 – Roma, 2013) en este
extraordinario ensayo que titula “Juan de la Cruz. Silencio y
creatividad”, que escribiera allá por la década de los años 90.
Rossi es una gran conocedora de la poesía mística española y a
ella ha dedicado otros estudios como el realizado sobre Teresa de
Jesús, recogido en el libro titulado “Teresa de Ávila. Biografía
de una escritora”. En esta ocasión Rossi nos introduce en la vida
y obra de Juan de Yepes, destacando en todo momento al hombre que
acompaña siempre al poeta, que vive y siente como ser humano, pero
que es capaz de transformar su experiencia vital en algo que va más
allá del conocimiento y la lógica, que trasciende de sí mismo.
Rossi nos procura el acercamiento al hombre de Juan de Yepes desde
sus primeros días de existencia cuando nos habla en el primer
capítulo del libro de “El hijo de la Catalina”, donde relata las
vivencias en el seno de una familia muy pobre, de una vida truncada
por la pronta muerte del padre, tenía entonces Juan de Yepes 3 años.
Con relación a la infancia del poeta escribe Rossi: «Catalina y sus
hijos vivieron, en conclusión, en los márgenes del gran ejército
de mendigos que atravesaba Europa entera y cuyas filas se adensaban
particularmente en España. Para llegar a comprender un poco al menos
el itinerario de este creador solitario habrán que recordar siempre
que tuvo muchas ocasiones de ver en la gente que estaba a su
alrededor, o incluso en su propio rostro –y en el de sus hermanos-
la imagen del hambre, de la “enfermedad de la miseria” tal y como
la encontramos descrita a través de testimonios de la época en los
libros de Pietro Camporesi: Se ve a casi todos reducidos a una
flaqueza deforme a modo de momias». Esta trascendente circunstancia,
junto al conocimiento del trabajo manual en aquellos primeros años
fue determinante en su posterior formación intelectual: «En
realidad Juan de la Cruz es uno de los escasos escritores que han
conocido el trabajo manual antes que el intelectual. Su madre le
envió al taller primero de carpintero, después de sastre, luego de
grabador y finalmente de pintor. Y entretanto Juan ayudaba en su
casa, de buen grado y con ahínco, en la labor de tejer». Estos son
los dos grandes pilares sobre los que sustentará su vida. Nunca,
pues, olvidará su condición humilde, ni como hombre ni como poeta.
El conocer cuando era enfermero en el Hospital de la Concepción de
Medina del Campo a su administrador, Alfonso Álvarez de Toledo fue
determinante para su formación intelectual: «Durante los años en
que frecuentó los estudios clásicos –además de las fascinantes
posibilidades del lenguaje poético y en prosa en las páginas de los
escritores antiguos- Juan debió descubrir la extrema dimensión
radical del conocimiento como esfuerzo para ir “más allá”, de
pasar como a través de un muro hacia lo desconcido, hacia lo
incognoscible».
Convertido en Juan de Santo Matía de la orden de
los carmelitas calzados no tardaría mucho, tras conocer a Teresa de
Cepeda, fundadora de la orden de los carmelitas descalzos en tomar
por nombre Juan de la Cruz. Rossi analiza en este magnífico ensayo
otras cuestiones como sus relaciones con Teresa de Jesús, la vida
conventual, las diferencias, su paso por la cárcel, su estancia en
Beas de Segura, Granada, Madrid, pero sobre todo nos adentra en la
esencia del Juan de la Cruz poeta a través de su obra. Esta es la
cuestión más importante y que podría resumirse, para comprender
–si acaso puede comprenderse hoy aquella vida- al poeta en dos
aspectos esenciales de la condición humana: «la capacidad para
estar en soledad, para estar uno consigo mismo, y la disponibilidad
auténtica para con los demás. Una “soledad sonora”». Todo en
Juan de la Cruz fue pasión, pero sobre todo una dejó entrever, como
dice Rossi: «la pasión por la soledad. La necesidad de estar
físicamente solo y físicamente en silencio. En él esa pasión por
la soledad “no era como una laceración, sino como una herida que
cicatriza, la clausura fecunda donde poder reencontrarse, un lugar de
recogimiento…era el estar consigo mismo». Y como conclusión, una
más entre las muchas que pueden encontrarse en la lectura de este
libro, tomemos estas palabras del prólogo a “Subida del Monte
Carmelo”: «ni basta ciencia humana para lo saber entender ni
experiencia para lo saber decir; porque sólo el que por ello pasa lo
sabrá sentir, mas no decir».
Autora: Rosa
Rossi
Traducción:
Juan-Ramón Capella
Edita:
Trotta (Madrid, 2010)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.