Yo
soy todos los besos que nunca pude darte
Por
circunstancias que no vienen al caso no pude en su día traer a este
“Salón de Lectura” mi opinión sobre un libro de relatos tan
interesante como extraordinario. Un género, el relato, tal vez
olvidado en demasía. Sin embargo, cuando la palabra precisa se
encadena a otra hasta formar un corpus sólido y coherente en su
estructura, concibiendo forma y fondo como un mismo ente, un ser en
toda su magnitud, lo que siente, mejor decir lo que vive el lector
es una explosión interior, de manera que conocimiento y emoción se
amalgaman hasta convertir ese momento (la lectura) en único e
irrepetible. Y eso es exactamente lo que ocurre cuando el libro que
se tiene entre las manos es “Yo soy todos los besos que nunca pude
darte”, de Francisco López Barrios y al cuidado editorial de
Dauro. Un libro que el año pasado fue merecedor, con toda justicia,
del XXII Premio Andalucía de la Crítica en su modalidad de relato.
Y dos relatos son los que contiene, a saber: “El Cubanito” y “Yo
soy todos los besos que nunca pude darte”, que da título al libro.
López Barrios sabe muy bien cómo mover los hilos del lenguaje,
adentrarse de lleno en el corazón de las palabras y dibujar, sugerir
lo aprehendido hasta colmar de luz toda oscuridad. La prosa de
Francisco López Barrios es hermosísima y brillante a la vez,
genuina porque bebe de la más grande y culta tradición literaria
española, esa que a veces nos recuerda las mejores páginas escritas
en lengua castellana. No se trata, pues, de contar una historia
determinada, sin más rigor que enlazar una palabra tras otra, sino
de cómo se cuenta esa historia, añadiendo así el verdadero valor
literario a la escritura. López Barrios, además de poseer
sobradamente capacidad de expresión, adereza sus relatos con
ingenio, cierta ironía (frecuentemente olvidada en el panorama
actual de la literatura española), grandes dotes de imaginación y
sabiduría. En la primera propuesta narrativa, el relato titulado “El
Cubanito”, se aprecia lo indicado en líneas anteriores. Con un
tema que podría parecernos a priori tópico, el magisterio de
López Barrios hace que no lo sea. No es sólo el argumento que
sustenta la narración con la salida de Cuba de un padre y el hijo,
sino el fondo de esa huida hacia adelante, en la búsqueda de un
futuro, de una oportunidad para vivir dignamente, salir de la pobreza
física y espiritual («Con la pobreza ocurre que te acostumbras a
ella y sólo reconoces la mezquindad de sus carencias, la brutalidad
de sus limitaciones, cuando te asomas por cualquier circunstancia a
otras formas de vida») a la que está sometido todo el pueblo
cubano, dejar muy atrás el pasado, en lo que había terminado la
Revolución: «Convirtiendo a Cuba en una casa de putas mal
amueblada, m’hijo, y lo peor es que su dueño, ciego y sordo, no
escucha ya ni las voces del corazón». Una huida que padre e hijo
vivirán intensamente, y en la que el amor filial aflora
deslumbrador: «Llegué a querer a mi padre como probablemente nunca
le había querido. Entendí que detrás de su inquietud se agazapaba
un impulso fantástico que, alejándolo de la vulgaridad de su
destino, lo transportaba hasta la soledad de los iluminados para
hacerlo más grande, más digno de su condición humana: porque
siempre conservó la pasión imprescindible, desde los lejanos días
de la guerrilla en Sierra Maestra hasta sus recientes peripecias
malagueñas, como para inventar el mundo, mirarlo con ojos limpios y
sacudir de su existencia las argollas, físicas o psicológicas, que
otros disponen para quienes, como él, nacen extramuros del poder, la
riqueza o la gloria». López Barrios desarrolla un discurso
narrativo apasionante, incluso cuando se trata de retratar la muerte:
la del padre («También mi padre huyó primero de ser negro, y de
Cuba después. Huyó del miedo, de la pobreza, de sí mismo y de los
demás, y encontró a D. Rafael y a los españoles que tanto quería,
y aquí quedó para siempre porque adivinó el rostro de la muerte y
pareció gustarle» y la del torero Calerito, D. Rafael, el
empresario de clubes malagueños.

Es la última huida, hacia la
muerte como símil del cara a cara entre toro y torero, la principal
clave de esta narración sobrecogedora. De otro lado tenemos el
segundo relato, que da título al libro, “Yo soy todos los besos
que nunca pude darte”. Si en el primero López Barrios nos seduce
con una narración hilarante y dramática a un tiempo, el segundo
relato aporta una visión y concepción del mundo que, a pesar de la
temática: el incesto, al ser tratada de forma tan sutil, nos parece
entrañable. En el fondo (en la forma alude a la fórmula teatral:
escenario y personajes) la soledad y el amor, también la muerte se
amalgama en esta extraordinaria historia del asesinato de dos mujeres
en la ciudad de Málaga. El paisaje de tres escenarios Granada,
Málaga y Mojácar, tan cercanos al autor, la presentación
psicológica de los personajes y la riqueza del lenguaje expresado en
sus páginas conforman un texto inolvidable. Las secuelas de una
infancia triste y solitaria del principal personaje (El Acusado)
vivida junto al abuelo, militar del régimen franquista, es la clave
para entender, la deriva de los afectos, salvada sólo por el
extremado amor a la madre: «Mientras, el niño, que ha reanudado su
marcha en silencio, observa una acuosa veladura en los ojos de
Arquía, acaricia con cuidado preguntas que nadie querrá
responderle, espera sin confianza respuestas que llegarán muchos
años más tarde y aprende que la violencia y la locura se esconden a
menudo entre quienes se reclaman responsables de su definitiva
abolición… ». Con estas mimbres ha construido López Barrios un
relato tan valiente como elegante, que nos muestra esa parte de la
condición humana oculta, capaz de conmocionar hasta límites
insospechados. Un libro de relatos que ningún lector que se precie
como tal puede dejar de leer y un autor, Francisco López Barios,
imprescindible en el panorama actual de las letras españolas.

Título:
Yo soy todos los besos que nunca pude darte
Autor:
Francisco López Barrios
Editorial:
Dauro (Granada, 2015)
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