SALÓN
DE LECTURA ________________________ José Antonio
Santano
LA
CASA DE LA ALMEDINA
Ocurre
con frecuencia que cuanto más cerca tenemos las cosas menos las
valoramos. Es inexplicable, o tal vez no, que todo se trate de esa
enfermedad tan española de despreciar lo nuestro, de ser incapaces
de reconocer la valía de las cosas materiales y de las personas que
nos rodean, consecuencia de ese defecto tan español también que es
la envidia, amén de otro que campea a sus anchas como es la falta de
curiosidad, que deviene en ignorancia supina. Y claro, cuando todo
esto lo mezclamos en la coctelera de la vida el resultado es una
bomba de relojería que en cualquier momento nos puede estallar sin
más. El abandono del pensamiento y las ideas, desentenderse de lo
que es natural y nos afecta a todos como seres humanos no puede traer
sino terribles consecuencias. Por ello un simple libro puede ser a
veces nuestra salvación, si no definitiva, sí temporal,
devolviéndonos así de nuevo la esperanza en la capacidad del hombre
para transformar el mundo. Y exactamente eso ocurre cuando cae en
nuestras manos un libro como “La casa de la Almedina”, de Alfonso
Berlanga Reyes. Un poemario que aúna estética y ética, que bebe de
la más grande tradición poética universal para expresar con un
estilo inconfundible en la voz de Berlanga tanto la cotidianidad como
la profunda reflexión que va de la metafísica a la filosofía,
incluso de la mística cristiana a la sufí. Estética y ética,
porque la poesía es belleza en sí misma, «conocimiento en tanto
percepción de emociones vivida de modo particular», como así
dijera Carlos Bousoño; también ética como actitud ante la vida y
los comportamientos humanos, discernimiento entre los conceptos
antagónicos del bien y el mal. “La casa de la Almedina”
corrobora una vez más (Berlanga ya lo hizo en su anterior poemario
“Son aymara”) la fuerza de la palabra como único sostén de la
poesía, sin olvidar que su máxima expresión se complementa con su
preocupación por lo social, por todo cuanto toca la vida del hombre
en la tierra. Berlanga es un poeta grande, de largo recorrido, que
usa un léxico portentoso y diamantino, y su poesía, por tanto,
extraordinariamente bella y lumínica, como el barrio de la Almedina
representado en este poemario.
Con la sabiduría que le caracteriza
Berlanga ha construido un discurso de belleza indiscutible, con
multitud de imágenes, rítmico, con métrica de versos de arte mayor
en los poemas más destacables y un estilo propio que lo diferencia y
distancia, afortunadamente, de las corrientes estéticas actuales.
“La casa de la Almedina” está compuesto de tres partes o bloques
y una adenda. En la primera parte, “Almedina de luz” (dedicada a
la memoria de Jesús Bustos, que fuera maestro y amigo del autor), el
poeta fija su mirada en el propio barrio de la Almedina: sus calles,
sus gitanos, su Alcazaba, su luz y sus realidades (pateros,
refugiados, prostitución), su Almedina ya, como así lo expresa en
estos versos:«Yo, Almedina, estirpe de canción y morería, /
profundo relicario de amor y desventura, / reguero de silencios en
dormidas terrazas, / mástil de mil conquistas y tules de Damasco, /
esotérica imagen de tantas otredades, / desnutrido silencio que
escapa sinuoso, / maldigo a quien se mofa de mi impúdica cara / y a
quien sueña en mi nombre su esperpéntica risa». Pero si hay un
poema determinante y contundente en verso alejandrino es, sin lugar a
duda alguna, el que titula “Se fue por el camino de la noche”,
que dedica a su maestro Jesús Bustos, in memoriam. Es tal el dolor
del poeta que, no puede sino crear en su máxima expresión, los
versos más bellos y sabios, también los más amargos: «¡Cuánto
dolor tu ausencia, tus ojos luminosos, / tu estar tranquilo y dócil
a pesar de los años, / tu magnánima sombra cobijando mis sueños!
// No podré ya contigo compartir mis fracasos / ni los dulces paseos
de palmeras y espumas, / torceré mis silencios en un mundo de
absurdos / y me uniré contigo por la noche infinita». De la segunda
parte “La casa de la Almedina” destacaría el poema “Zaguán”,
en él Berlanga nos muestra ese otro rostro de la casa en su abisal
soledad, las sombras que la habitan en el transcurrir del tiempo:
«Aterido en su soledad queda el zaguán / como la casa herida y
soterrada / soñando despertares de azucenas / y trinos lucernarios
que de otra voz expiran». De la “Almedina de ausencias”, tercera
parte del libro, fluye el amor a borbotones, vivir la ausencia de la
amada y la espera de su regreso originan en el poeta una continua
desazón, creciente desaliento, como el que expresa así: «Sin tu
presencia vencida está la casa, / turbia de pensamientos / y de
rostros ateridos, / de palabra sin esencias, / de la luz que se
escapa por la altura / y del amor que, ausente tú, no existe». Pero
no es verdad que no exista el amor, todo lo contrario, pervive en el
poeta y el hombre y así lo declara abiertamente: «Te quiero en la
totalidad de mi existencia oscura, / en todo lo que vive en mi mundo
encallado, / en la fragilidad perenne que en tu ausencia es olvido».
En la Adenda, dos personajes, Paco (el tapicero) y Lola (la gatuna)
resumen la vida de los habitantes de la Almedina. Como conclusión y
en palabras del Peñalver: «Alfonso Berlanga ha conseguido la
perfección por no creer en la perfección… ha logrado ser un
grandioso poeta por creer en la poesía». Irrefutable aserto.
Título:
La casa de la Almedina
Autor:
Alonso Berlanga Reyes
Editorial:
Alhulia (Granada, 2018)