SALÓN DE LECTURA
____________________ José Antonio Santano
CATEDRAL DE LA NOCHE
Reconforta siempre volver a la
poesía, sumergirse en su esencia y dejarse llevar por su rumor,
volar libre hasta el más escondido lugar de este planeta. Nada más
placentero que la poesía para hacer de la vida el más grande
monumento. Rimbaud llegó a decir que «practicar la alquimia de la
palabra y considerar la escritura poética es en sí misma un medio
para transformar al ser humano, pues ¿cómo puede el poeta vivir su
poesía si no reinventa la vida?».
La poesía como germen de toda
transformación del pensamiento humano, de la vida. No se puede
disgregar una cosa de la otra. La clave de todo está, si se me
permite, en el silencio, su presencia y observación hacen de él el
elemento más importante para la creación. El silencio es el origen
de todo y quien se alía a él comprenderá mejor la existencia en sí
misma. Mucho sabe de ese silencio, de los silencios que se catapultan
a diario algunos poetas que, desde su particular visión del mundo,
han hecho del silencio su mejor aliado para llevar la palabra poética
allende los mares. Un caso concreto de esta seducción que genera el
silencio en la poesía es sin duda alguna el poeta Ángel Guinda
(Zaragoza, 1949) y prueba de ello, su poemario titulado “Catedral
de la noche”. La noche es el todo y la nada, razón de ser,
universo, símbolo de la vida y la muerte. “Catedral de la noche”
es un texto que desde sus primeras páginas deja al lector en un
estado de trance casi, como si la palabra ejerciera de poción mágica
capaz de trascender y trascendernos de forma tan sutil como
contundente. “Nací de la entrañas de la muerte” escribe el
poeta al inicio de este viaje que ahonda en la condición humana con
plena consciencia y sabiduría.
Es tiempo para la madurez del verbo y
lo sabe bien Guinda, tiempo para modelar el barro de la palabra, unir
experiencia y conocimiento para ser lo que se quiere ser: poeta y
hombre, y viceversa. El poema “Del natural” podría resumir
perfectamente la concepción del mundo que posee el poeta Ángel
Guinda; desde el primer verso que hemos señalado, pasando por estos
«Morir joven es duro, / pero más duro es envejecer: / consumirse
inseguro, / solo, torpe, molesto, comprender / que en adelante aún
será peor» y concluyendo con los que siguen: «Recuerdo que el
olvido / me espera unos pasos más allá. / Antes de ser secuestrado
me habré ido. / ¡Vendrá la Noche y no me encontrará»,
representan fielmente una manera de entender la poesía, de entender
la vida, tan singular como esencialmente humana. La Noche es para el
poeta oscuridad plena, silencio y luz, pérdida, olvido, pero sobre
todo despedida, que en tono elegíaco nos muestra como salvación
última. Preocupa al poeta el mundo que le rodea, porque él es parte
intrínseca de ese mundo, es mundo por decirlo de otra manera, y la
compenetración es tal que se abisma en su profunda oscuridad para
alcanzar la luz, para afirmarse y afirmar que «Venimos a este mundo
/ para no quedarnos en nada ni nadie, / ni siquiera en nosotros. (…)
Uno dentro del otro hemos estado / por un instante en la eternidad.
¡La eternidad, ahora, dónde está!» La palabra que nace para
salvarnos, tal vez, del olvido y el miedo, del desencanto y la
soledad, ¿tal vez de la muerte misma? Ángel Guinda nos muestra la
intensa inmensidad de la Noche y quiere compartir con el lector ese
estado de catarsis, en el cual el silencio resurge inexorablemente.
“Catedral de la noche” es un solo poema -aunque contenga algo más
de medio centenar de ellos-, una profunda elegía que ilumina el
firmamento de la poesía y nos hace ser tan visionarios como lo es el
propio poeta. Pero además, Guinda nos sorprende con la forma
también, con el uso del “yo plural” como podríamos definirlo,
cuya representación parece hablarnos de la excepcionalidad del yo
individual-colectivo: «Yo miramos balcones… Yo nos llevo sin
mí..., o, Yo nos vamos muy lejos», en un mestizaje que nos habla de
un poeta que no se conforma, que resiste y que desea la
transformación del mundo a través de la palabra.
El poeta vive en
continuo trance, en una espiritualidad plena que nos recuerda la más
grande tradición mística, su voz es la voz del tiempo en el poema
“Monasterio”: «Aquí se descalabra, inexorable, el tiempo», del
dolor en “La trama de vivir”: «Vivir es esa trampa que demuele /
el cuerpo, y hasta el alma, trecho a trecho. / La antorcha de cristal
dentro de un pecho / que el huracán arrasa. Vivir duele. (…)
¡Quien no ha sufrido no ha estado en este mundo!», de la pobreza en
el poema “La indigente”:«Su casa de cartones / trastrabilla en
el rellano de una estrella. / Sólo el aire la abraza.[...] (Me
recuerda al poeta: / todo lo tiene no teniendo nada / que no sea
quimera.)», de la vejez: «Ceniza en las manos de un viejo / es lo
que dejan los años al arder», o de la propia muerte, cuando se
pregunta: «¿Moriré horizontal, verticalmente? / ¿Delirando,
consciente, inconsciente? ¿He de morir despacio, de repente?». Así
es la verdadera poesía, de manera que, si hay un verso que resume de
forma categórica la grandeza de “Catedral de la noche” y del
poeta Ángel Guinda , y concluyo, no puede ser otro que este: «Ya
no hablo otra lengua que no sea el silencio.».
Título:
Catedral de la noche
Autor:
Ángel Guinda
Editorial:
Olifante (Tarazona,
2015)