Francisco Cañabate Reche. Sueños encadenados




        Tomo prestadas unas palabras del profesor José-Carlos Mainer, de su libro La escritura desatada, publicado por la editorial palenciana Menoscuarto, relativas a la utilidad de la literatura: «Es mentira que los libros enseñen a vivir, si por vivir entendemos la claudicación resignada ante las exigencias de la realidad, porque la obligación de las novelas es enseñarnos a soñar con otras cosas, ser ámbitos de libertad de donde se sale y se entra con la más absoluta impunidad». He aquí la palabra mágica: soñar. Por esta y no otra razón, tal vez, el título de la última novela del escritor y galeno, Francisco Cañabate, sea, precisamente, Sueños encadenados. Soñar no es otra cosa que despegar las alas de la imaginación y transportarse a lugares desconocidos, ahondar en la presencia de lo mágico y refugiarse al calor de su luz emisora. Sueños encadenados no es sino el sueño de otros sueños, como si se tratara de una suerte de alquimia en la cual cada uno de los personajes que la componen viven en los sueños de los otros, o, al menos, parecen entrecruzarse una y otra vez. Ciertamente la literatura posibilita la invención de mundos y universos diferentes, tantos como desee el escritor, desde la más absoluta libertad. Sueños encadenados comienza con un viaje al pasado; corre el año 1906, nos hallamos en los Jardines Imperiales, en Tokio, con Liu San, su jardinero. A partir de este momento las historias se entrecruzan, al igual que los personajes. El hilo conductor de unas y otros será el hallazgo de El libro de la luna, «un libro perseguido y secreto en cuyas páginas podían hallarse los más profundos misterios de la cábala, los cálculos exactos. […] Un libro maldito sobre todos los libros porque todos aquellos hombres infortunados que intentaron descifrar sus entrañas y llegar al secreto acabaron muertos o desaparecieron». Cañabate Reche se nos muestra tal es, sin aditamentos ni disfraz que disimule o desfigure su creatividad y capacidad narradora, su singular voz, que puede distinguirse por las formas oracionales y su sentido filosófico de la vida.       Como trasunto de la narración, las ciudades: Tokio, Viena, Praga, Sarajevo, Granada, Berlín, Nápoles, Boston o París, lo que da un matiz universalista al texto, encadenando a su vez las diferentes historias de los personajes. Multiplicidad y heterogeneidad del discurso narrativo que fluye acompasado. No falta el elemento descriptivo, en el cual la naturaleza y el hombre –antagónicos- están presentes: «El bosque en su profundidad, con su espesura densa que sofoca la luz y que la apaga, el mundo vegetal en su expresión más pura, sin senderos ni marcas que indique a los otros la continua presencia opresiva de los hombres» -y una orquídea en el centro del cosmos-, como tampoco el filosófico al que hemos aludido con anterioridad y que se concreta en las continuas preguntas que se hace el narrador omnisciente, en esa desesperada búsqueda de la verdad –su verdad-: «¿Ser los sueños de otro, la sustancia diáfana de la que están compuestos, eso tiene remedio?», también de las respuestas: «Sin nada que nos una, sin que exista un motivo que permita explicar esta extraña cadena, nos encadena un sueño que está dentro de otro». Tal vez sea esta la clave de esta novela que nos envuelve en un mundo misterioso y secreto –¿cabalístico?: «Las diez emanaciones de Dios a través de las cuales se creó el mundo»- y en el cual la vida («Siempre la vida, Siempre. Repetida, distinta, confusa, indiferente, brutal, suave, profunda, superficial, exacta, dispersa, interrumpida a menudo asesina. También incomprensible. A veces nada que pueda parecerse a la vida. Pero siempre, la vida.» y la muerte («Cada noche me enfrento con un sueño extraño, en el que sé que hay muerte y odio y rabia») se muestran como caras de una misma moneda. Cañabate ha construido un texto polifónico con el cual seduce al lector y estimula su curiosidad. Cañabate sabe bien que «El mundo está repleto de historias diminutas» y este es el reto que acepta con cada obra que inicia, de lo pequeño a lo grande, creciendo y decreciéndose, como el ciclo natural de la vida. Así es, sin más, Sueños encadenados,  de Francisco Cañabate Reche.


Título:  Sueños encadenados
Autor: Francisco Cañabate Reche
Edita: Alhulia (Granada, Salobreña, 2014)

SALÓN DE LECTURA _______Por José Antonio Santano
SUEÑOS ENCADENADOS

Paco Ariza. Abstracción y vanguardia.


        El nombre de Paco Ariza va ligado, inexorablemente, al Arte, con mayúsculas. Su sentido del espacio y el tiempo es tan extraordinario como natural. Nada se resiste a sus manos, que saben del barro o el óleo, del bronce o la piedra, del hierro o la malla, ningún material por muy complejo que sea su manejo es un obstáculo en el camino de la creación artística de Ariza. Su genialidad es el único patrimonio que posee, su capacidad de abstracción y la búsqueda de nuevas formas, colores o volúmenes no tiene precedentes. Ariza nació para el arte y en ese su universo compite cada día, y lo hace no con este u aquel artista, sino consigo mismo. Transforma la materia hasta darle una nueva vida; bucea e indaga hasta descubrir ese resplandor que lo cambia todo, el espacio perfecto que acoja la idealización o el sueño de sus sueños. De su apego a la tierra, a sus colores ocres y grisáceos, nacen otros distintos, descompuestos o lumínicos. Retirado del mundanal ruido (en la Almedina baenense o a orillas del río Guadajoz) compone y estudia las formas, los paisajes o los volúmenes hasta crear otros diferentes, transformados por su salvaje creatividad en piezas de arte, en objetos dignos de ser contemplados, admirados, amados, de una plasticidad deslumbrante. En Ariza prevalece la curiosidad por lo desconocido, ese universo secreto en el cual cohabitan las ideas y la realidad, también el deseo de invención, de la continua búsqueda y hallazgo de nuevas sensaciones y percepciones del mundo que le rodea. De lo cotidiano a lo excepcional solo hay un paso, un hilo casi invisible, y él lo sabe o lo intuye. Desde sus primeras obras, hasta las más recientes, la evolución de Ariza ha sido sorprendente, de lo figurativo a lo abstracto, y de la abstracción al  delirio. 

        Todo lo dicho puede comprobarse en la exposición que de su obra acoge el Castillo de Santa Ana, de Roquetas de Mar, hasta el mes de diciembre. Dos salas han sido dedicadas a Ariza. En dicho espacio expositivo podrán contemplar pinturas (extraordinaria serie de paisajes aéreos) y esculturas (serie mayoritaria de estructuras circulares de hierro y tela de mosquitera) que en un continuo diálogo con el espacio, las formas y el tiempo sitúan al artista baenense Paco Ariza en un lugar destacado dentro del panorama del arte contemporáneo español. Una obra, en resumidas cuentas, propia de la mejor vanguardia y, sin duda alguna, digna de ser admirada en el mismísimo Museo de Arte Moderno (MOMA) de Nueva York. 

ESTACIÓN SUR______________José Antonio Santano

  PACO ARIZA: ABSTRACCIÓN Y VANGUARDIA

Antonio García Vargas. Grandes de la poesía de todos los tiempos.

GRANDES DE LA POESÍA DE TODOS LOS TIEMPOS
Taller Internacional de Formas Métricas Clásicas y Contemporáneas

Antonio García Vargas. 


Revisión métrica y estética:
Poema (soneto) de Octavio Paz

En mi interés por el desarrollo de la Métrica a través de los tiempos, me dedico a ratos, por puro entretenimiento, dejando a un lado la formalidad de mi labor investigadora y divulgativa, a analizar textos poéticos intentando buscar fórmulas «raras» que puedan estar escondidas en los poemas de los que considero grandes figuras del conocimiento métrico-poético (¡Ay, qué poquitos, Señor!). Me agrada saber hasta qué punto escondían sus trampitas a la hora de hacer sus aparentemente sencillas composiciones .

En este curioso e interesante poema que analizaré, de Octavio Paz, descubrí que, casi inadvertidamente, mezcla el soneto clásico en lengua española con el soneto clásico anglosajón sin que apenas nos demos cuenta, en un juego delicioso que denota un gran talento en el Arte Métrico de medio alcance.

Veámoslo:

Los dos primeros cuartetos son clásicos, con rima ABBC, ambos.

Los dos tercetos también parecen formar parte de un soneto clásico al uso pero si miramos con atención descubriremos (camuflados artísticamente) que se descomponen, tanto en dos tercetos de rima CDC DEE (no ortodoxo pero sí correcto) como en una estrofa de serventesios por un lado, CDCD y, como punto final, un pareado, EE.

Es decir, que lo que estamos viendo es un soneto clásico normal por un lado y, al tiempo, un híbrido entre clásico castellano y soneto inglés (isabelino) por otro, con solo sumar (detraer del 2º terceto) el verso número 12 al primer terceto, conformando con ello una estrofa en serventesios y dejando, flotantes, los dos versos del pareado isabelino final.

Fantástico el dominio de la métrica (sin alardes) del maestro Paz. Solo dos ritmos fijos en las 11 sílabas del verso. Lo básico, digamos, pero con arte. Fantástico asimismo, el preciosismo con que maneja lo esencial de la poesía (lenguaje y ritmo), fantaseando con figuras y formas —burlándolas a veces— y gozando del juego de «ir más allá» en la preciosidad del tropo y del imaginario, como si de un adolescente se tratase. Genial en suma.

He aquí el poema a que me refiero:

INMÓVIL en la luz, pero danzante,
tu movimiento a la quietud que cría
en la cima del vértigo se alía
deteniendo, no al vuelo, sí al instante.

Luz que no se derrama, ya diamante,
fija en la rotación del mediodía,
sol que no se consume ni se enfría
de cenizas y llama equidistante.

Tu salto es un segundo congelado
que ni apresura el tiempo ni lo mata:
preso en su movimiento ensimismado

tu cuerpo de sí mismo se desata
y cae y se dispersa tu blancura
y vuelves a ser agua y tierra obscura.

Poema de Octavio Paz

José Antonio Santano. Alejandro López de Andrada

columna para Diario de Almería por José Antonio Santano 

LOS ÁLAMOS DE CRISTO

De una u otra manera el escritor siempre busca un lugar mítico, ese espacio mágico, el territorio en el que la palabra es como el vuelo de los pájaros, la luz que nunca se apaga, su universo. El escritor vive para crear ese universo. Es el caso de muchos, pero en algunos digamos que prevalece esa idea de imaginar el territorio deseado. Pienso ahora en Miguel Delibes, por ejemplo, que recupera para la literatura el mundo rural de la Castilla profunda, mostrándonos así el modo de vida de quienes viven en los pueblos, alejados de las grandes ciudades; también en Luis Mateo Diez y su singular territorio de Celama, hallamos algunas de las claves de su novelística. 

El hombre a solas con su destino, el escritor frente a frente con lo imaginario o irreal. Esto mismo sucede, desde hace décadas, con el escritor y poeta Alejandro López Andrada que, abrasado a la tierra madre, a su Valle de los Pedroches, el más sagrado de los lugares, conforma un mundo propio en el cual los seres humanos cohabitan en sencilla armonía con la Naturaleza. Es la tierra de amarillos otoño y sus silencios los que llenan el corazón de López Andrada. Son los aromas del invierno en las dehesas, la niebla espesa del bosque, la primavera en los ríos y las flores, o el lento caminar entre los álamos y eucaliptos al albur de la palabra amiga que siempre le acompañó por el Valle. Los álamos de Cristo retrata la vida rural de la posguerra, a través de la palabra del cura del pueblo (Francisco Vigara), figura clave de esta particular narración. 

Los álamos de Cristo


Es el pueblo y sus gentes en la voz del sacerdote quienes ocupan el espacio del tiempo: «La vida era entonces un camino siempre abierto que, al salir de mi pueblo, daba al horizonte, a un espacio de luz que latía allá, en lo hondo, donde el azul se fundía con la tierra. Nunca podré olvidarme de esa estampa. Para mí sigue siendo, después de tantos años, la imagen más pura y fiel de la inocencia…». Al igual que Delibes y Mateo Díez, López Andrada es un gran conocedor de la historia de los pueblos, de su abandono y olvido, de sus soledades, pero también de su sabiduría, un saber profundo y enraizado en los hombres humildes que habitan los silencios del Valle. Los álamos de Cristo representa el camino iniciado –descrito en líneas anteriores- por el autor y lo vivido junto al sacerdote que tanto influirá en su propia concepción del mundo. 

El diálogo que entablan ambos irá descubriendo al lector los acontecimientos fundamentales de los años posteriores a la guerra civil. La infancia es el territorio de la inocencia y la libertad por excelencia, y por este motivo tal vez, o quizá por otros menos evidentes, el narrador-autor se desnuda como lo hacen los árboles llegado el otoño, y se deja llevar por un viento de luz y plenitud absolutas. El narrador no puede olvidar su condición de poeta, y así hallamos pasajes de una belleza y lirismo extraordinario: «El reloj de pared da un tenue campanada y el silencio se quiebra como un cántaro de luz, dejando un eco musgoso y afelpado en el corazón cansado de los muebles y en la pared pequeña, familiar, que parece observarnos desde su alma silenciosa (porque las paredes, algunas, tienen alma) a través de los ojos de las fotografías y los rostros ya muertos que habitan los retratos donde sigue atrapado un aire melancólico, el rumor sosegado de mi niñez dormida». López Andrada es ese gran poeta que mira hacia fuera, aunque en la forma de expresarlo pese más esa espiritualidad lírica de la palabra, sin olvidarnos de su más íntima religiosidad, de su idea cristiana del hombre, de la práctica de amar al prójimo por encima de todas las cosas. 

Porque López Andrada, en el fondo de su corazón sigue siendo el niño que conversaba con el cura del pueblo, y que podríamos resumir, sin temor a equivocarnos en este pasaje del libro: «He envejecido por fuera, tengo arrugas y lánguidas cicatrices por el rostro, incluso mi cuerpo se ha deteriorado y ha perdido su antigua frescura juvenil; sin embargo aún me habita, imborrable, la inocencia y siento correr por las calles de mi espíritu a un chaval muy pequeño con los ojos taladrados por el rumor de una tarde de oro y lluvia donde vigilan los álamos de Cristo». Alejandro López Andrada, sin duda, la voz mágica y sonora del Valle de los Pedroches.

Título: Los álamos de Cristo
Autor: Alejandro López Andrada
Edita: Trifaldi (Madrid, 2014)

Los álamos de Cristo. Alejandro López Andrada

columna para Diario de Almería por José Antonio Santano

De una u otra manera el escritor siempre busca un lugar mítico, ese espacio mágico, el territorio en el que la palabra es como el vuelo de los pájaros, la luz que nunca se apaga, su universo. El escritor vive para crear ese universo. Es el caso de muchos, pero en algunos digamos que prevalece esa idea de imaginar el territorio deseado. Pienso ahora en Miguel Delibes, por ejemplo, que recupera para la literatura el mundo rural de la Castilla profunda, mostrándonos así el modo de vida de quienes viven en los pueblos, alejados de las grandes ciudades; también en Luis Mateo Diez y su singular territorio de Celama, hallamos algunas de las claves de su novelística. 

El hombre a solas con su destino, el escritor frente a frente con lo imaginario o irreal. Esto mismo sucede, desde hace décadas, con el escritor y poeta Alejandro López Andrada que, abrasado a la tierra madre, a su Valle de los Pedroches, el más sagrado de los lugares, conforma un mundo propio en el cual los seres humanos cohabitan en sencilla armonía con la Naturaleza. Es la tierra de amarillos otoño y sus silencios los que llenan el corazón de López Andrada. Son los aromas del invierno en las dehesas, la niebla espesa del bosque, la primavera en los ríos y las flores, o el lento caminar entre los álamos y eucaliptos al albur de la palabra amiga que siempre le acompañó por el Valle. Los álamos de Cristo retrata la vida rural de la posguerra, a través de la palabra del cura del pueblo (Francisco Vigara), figura clave de esta particular narración. 

Los álamos de Cristo


Es el pueblo y sus gentes en la voz del sacerdote quienes ocupan el espacio del tiempo: «La vida era entonces un camino siempre abierto que, al salir de mi pueblo, daba al horizonte, a un espacio de luz que latía allá, en lo hondo, donde el azul se fundía con la tierra. Nunca podré olvidarme de esa estampa. Para mí sigue siendo, después de tantos años, la imagen más pura y fiel de la inocencia…». Al igual que Delibes y Mateo Díez, López Andrada es un gran conocedor de la historia de los pueblos, de su abandono y olvido, de sus soledades, pero también de su sabiduría, un saber profundo y enraizado en los hombres humildes que habitan los silencios del Valle. Los álamos de Cristo representa el camino iniciado –descrito en líneas anteriores- por el autor y lo vivido junto al sacerdote que tanto influirá en su propia concepción del mundo. 

El diálogo que entablan ambos irá descubriendo al lector los acontecimientos fundamentales de los años posteriores a la guerra civil. La infancia es el territorio de la inocencia y la libertad por excelencia, y por este motivo tal vez, o quizá por otros menos evidentes, el narrador-autor se desnuda como lo hacen los árboles llegado el otoño, y se deja llevar por un viento de luz y plenitud absolutas. El narrador no puede olvidar su condición de poeta, y así hallamos pasajes de una belleza y lirismo extraordinario: «El reloj de pared da un tenue campanada y el silencio se quiebra como un cántaro de luz, dejando un eco musgoso y afelpado en el corazón cansado de los muebles y en la pared pequeña, familiar, que parece observarnos desde su alma silenciosa (porque las paredes, algunas, tienen alma) a través de los ojos de las fotografías y los rostros ya muertos que habitan los retratos donde sigue atrapado un aire melancólico, el rumor sosegado de mi niñez dormida». López Andrada es ese gran poeta que mira hacia fuera, aunque en la forma de expresarlo pese más esa espiritualidad lírica de la palabra, sin olvidarnos de su más íntima religiosidad, de su idea cristiana del hombre, de la práctica de amar al prójimo por encima de todas las cosas. 

Porque López Andrada, en el fondo de su corazón sigue siendo el niño que conversaba con el cura del pueblo, y que podríamos resumir, sin temor a equivocarnos en este pasaje del libro: «He envejecido por fuera, tengo arrugas y lánguidas cicatrices por el rostro, incluso mi cuerpo se ha deteriorado y ha perdido su antigua frescura juvenil; sin embargo aún me habita, imborrable, la inocencia y siento correr por las calles de mi espíritu a un chaval muy pequeño con los ojos taladrados por el rumor de una tarde de oro y lluvia donde vigilan los álamos de Cristo». Alejandro López Andrada, sin duda, la voz mágica y sonora del Valle de los Pedroches.

Título: Los álamos de Cristo
Autor: Alejandro López Andrada
Edita: Trifaldi (Madrid, 2014)

Josefina Martos Peregrín. Nocturnos


Para Arturo, llave del Reino de la Noche, 

de los planos oblicuos y los puentes secretos



Nació en Madrid en 1954. Allí se licenció en Historia Moderna y Contemporánea (Universidad Complutense) y trabajó en campos muy diversos (traducción, enseñanza, sanidad).

Desde hace años reside en Guadix (Granada) donde se dedica a la literatura como ocupación principal, aunque también se declara apasionada de la pintura, fotografía, viajes… Y del “continuo vicio de estudiar” (botánica recreativa, idiomas, cerámica, por mencionar sólo algunas de sus aficiones).

De su ya abundante obra narrativa, además del libro que nos ocupa, Nocturnos, podemos citar Biomyth, Nudos concéntricos, El toque dramático (finalista premio Antonio Machado de Cuento), Yo soy la que escucha (premio Ciudad Galdós) o Micaela.


Historiadora, profesora y traductora española, Josefina Martos Peregrín ha ganado premios como el Galdós y ha publicado tanto relato como novela, escribiendo en la actualidad su primera incursión en la poesía.

"La cumbre del silencio" de Josefina Martos Peregrín:

Dolor, éxtasis, martirio, compromiso, santidad, enajenación, engaño y poder, todo junto en una historia que sucede en la Hispania romana entre el 305 y 306 d. C., ad portas a que Constantino legalice el cristianismo.

Nos adentraremos en los misterios de la conversión de un enano en algo más y seremos testigos de primera mano del diálogo primigenio que lo origina.

"La cumbre del Silencio" es una cautivadora novela histórica que nos desvela las dificultades y padecimientos que sufrían los cristianos,  perseguidos denodada y cruelmente por los romanos, quienes los convertían en objeto de diversión en fechas señaladas en sus coliseos.


Editorial Nazarí

ISBN: 978-84-942465-4-8
DISEÑO  E ILUSTRACIÓN DE CUBIERTA
 SANTIAGO CARUSO
Y GRAPHIC DESIGN

"Nocturnos",
lo componen 12 relatos: 


Yo soy la que escucha
De canción 
Un cuento de gatos
Balandra 
De sangre 
Fiel cazador 
La imperdonable neutralidad
Vieja urraca 
De madera
Mares prohibidos 
Danza de escorpiones
Superviviente


de cierta oscuridad tensa, que nos introducen en lo inexplicable, en un orden brumoso y en el mayor de los misterios: la intimidad de los otros. Vivir bajo piel ajena, reencarnas en superviviente singular, en vieja prodigiosa, bebé invisible, amantes subyugados, ... Avalancha de lluvia, rama florida, penumbra de cueva ignorada.

Viajar al punto final, a un futuro en que tras los plásticos de los invernaderos arruinados acecha una naturaleza muerta que nadie podrá ya retratar. Al ayer de la posguerra española para descubrir para descubrir la cara oculta de las farolas, la que aman los murciélagos que se toman un mordisco de libertad.

Intimar con animales nimios provistos de alma insondable, sabandijas sabias que nos observan, nos dan la espalda o saltan bajo nuestra ventana.


Y siempre la soledad, el gran páramo amarillo, infinito territorio de melancolía, pero también de magia y conocimiento, el único lugar donde pueden acontecer las aventuras máximas del amor, la transformación y la muerte.

"Rulfo tenía a su tío Celerino, yo una legión de mosquitos de crianza amaestrados que chupan historias de la sangre de unas criaturas para inyectarlas en la mía, peligrosa y acuciante maña que me apasiona y escuece, me da la vida y permite que el lector disfrute de este trasvase narrativo - sanguíneo sin descomponer su salud, sin tener que rascarse ni estropear un poro de su magnífica piel."




Josefina Martos Peregrín. Nocturnos


Para Arturo, llave del Reino de la Noche, 

de los planos oblicuos y los puentes secretos



Nació en Madrid en 1954. Allí se licenció en Historia Moderna y Contemporánea (Universidad Complutense) y trabajó en campos muy diversos (traducción, enseñanza, sanidad).

Desde hace años reside en Guadix (Granada) donde se dedica a la literatura como ocupación principal, aunque también se declara apasionada de la pintura, fotografía, viajes… Y del “continuo vicio de estudiar” (botánica recreativa, idiomas, cerámica, por mencionar sólo algunas de sus aficiones).

De su ya abundante obra narrativa, además del libro que nos ocupa, Nocturnos, podemos citar Biomyth, Nudos concéntricos, El toque dramático (finalista premio Antonio Machado de Cuento), Yo soy la que escucha (premio Ciudad Galdós) o Micaela.


Historiadora, profesora y traductora española, Josefina Martos Peregrín ha ganado premios como el Galdós y ha publicado tanto relato como novela, escribiendo en la actualidad su primera incursión en la poesía.

"La cumbre del silencio" de Josefina Martos Peregrín:

Dolor, éxtasis, martirio, compromiso, santidad, enajenación, engaño y poder, todo junto en una historia que sucede en la Hispania romana entre el 305 y 306 d. C., ad portas a que Constantino legalice el cristianismo.

Nos adentraremos en los misterios de la conversión de un enano en algo más y seremos testigos de primera mano del diálogo primigenio que lo origina.

"La cumbre del Silencio" es una cautivadora novela histórica que nos desvela las dificultades y padecimientos que sufrían los cristianos,  perseguidos denodada y cruelmente por los romanos, quienes los convertían en objeto de diversión en fechas señaladas en sus coliseos.


Editorial Nazarí

ISBN: 978-84-942465-4-8
DISEÑO  E ILUSTRACIÓN DE CUBIERTA
 SANTIAGO CARUSO
Y GRAPHIC DESIGN

"Nocturnos",
lo componen 12 relatos: 


Yo soy la que escucha
De canción 
Un cuento de gatos
Balandra 
De sangre 
Fiel cazador 
La imperdonable neutralidad
Vieja urraca 
De madera
Mares prohibidos 
Danza de escorpiones
Superviviente


de cierta oscuridad tensa, que nos introducen en lo inexplicable, en un orden brumoso y en el mayor de los misterios: la intimidad de los otros. Vivir bajo piel ajena, reencarnas en superviviente singular, en vieja prodigiosa, bebé invisible, amantes subyugados, ... Avalancha de lluvia, rama florida, penumbra de cueva ignorada.

Viajar al punto final, a un futuro en que tras los plásticos de los invernaderos arruinados acecha una naturaleza muerta que nadie podrá ya retratar. Al ayer de la posguerra española para descubrir para descubrir la cara oculta de las farolas, la que aman los murciélagos que se toman un mordisco de libertad.

Intimar con animales nimios provistos de alma insondable, sabandijas sabias que nos observan, nos dan la espalda o saltan bajo nuestra ventana.


Y siempre la soledad, el gran páramo amarillo, infinito territorio de melancolía, pero también de magia y conocimiento, el único lugar donde pueden acontecer las aventuras máximas del amor, la transformación y la muerte.

"Rulfo tenía a su tío Celerino, yo una legión de mosquitos de crianza amaestrados que chupan historias de la sangre de unas criaturas para inyectarlas en la mía, peligrosa y acuciante maña que me apasiona y escuece, me da la vida y permite que el lector disfrute de este trasvase narrativo - sanguíneo sin descomponer su salud, sin tener que rascarse ni estropear un poro de su magnífica piel."


Juan Pardo Vidal. Desmancados

 DESMANCADOS



Puede que sea un intento de suicidio, y puede que no. Eso no lo sé yo desde aquí, no veo demasiado bien desde este ángulo. Mi persiana está bajada casi por completo, no más de veinte centímetros me permiten contemplar las botas del vecino en el alféizar de su ventana, tendría que levantarme para saber más, y el hecho en sí no me preocupa tanto como para hacerlo. No sé si mi vecino está dentro de sus botas a punto  de saltar al vacío de mi patio de luces y hacer un estropicio con las cuerdas de tender la ropa antes de matarse de rebote, o está descalzo, repantigado en el sofá de su casa viendo el Canal Plus mientras sus botas se secan en la ventana. Juega el Atlético. Entre una posibilidad y otra va una vida. Se las ve limpias, no hay restos de barro en la puntera, puede que las haya lavado. O puede que no. Puede que haya dicho mi vecino «anda y que os den por el culo», con ese tono enérgico y convencido que tienen los vecinos que se hartan y de repente, se les ilumina el cerebro y dicen «anda y que os den por el culo a todos» y se encaraman a la ventana de su patinillo y calculan, antes de  lanzarse, la forma más digna de marcharse, cómo matarse sin quedar en el suelo en un apostura indigna. Parece improbable suicidarse en mi patio de luces, hace años que nadie vive en el primero del edificio y está todo el suelo lleno de pinzas de la ropa y calcetines desparejados —mi madre diría calcetines desmancados", aunque creo que la Academia reconoce, para este significado, el término "desmanchado"—. Las pinzas de la ropa dan mucha tristeza cuando vives solo, a mí me gustan mucho las de Ikea, un solitario no tendría reparo en suicidarse lanzándose contra un suelo de colores lleno de pinzas de la ropa de plástico y de madera. Eso seguro. 
Son unas botas altas, color marrón oscuro estrella de levante de barril. Deben de llegarle, calculo yo, tres dedos por encima del  tobillo. Parecen unas botas caras, botas de escalador, aunque él se las pone diariamente para ir a la oficina. Lo sé porque cuando por la mañana coincidimos en el ascensor yo miro siempre hacia el suelo y las veo. En los ascensores soy japonés. Son esas botas, seguro. Quizás quiera ascender en su empresa, llegar a lo más alto, dirigirla y acostarse con su secretaria. Puede que mi vecino haya perdido una oportunidad de ser feliz con su secretaria, o con la secretaria de otro, y haya decidido elegir el camino contrario, el de la caída, el camino de la gravedad, saltar a ver qué pasa, aunque él ya supone lo que va a pasar, los ingenieros saben esas cosas, las han estudiado. Yo no. Yo, como no tengo ni secretaria, ni botas, no me he planteado aún el suicidio. Tomarse tres litros diarios de cerveza no creo yo que se considere un suicidio, si acaso un suicidio estético.
No voy a asomarme a la ventana, voy a llamar directamente a su puerta y si no está a punto de lanzarse al vacío le voy a preguntar que si le apetece que vea el partido con él. Me llevo dos litros de cerveza del Lidl y grasa de caballo. Yo también soy de Atleti.

Juan Pardo Vidal

 DESMANCADOS



Puede que sea un intento de suicidio, y puede que no. Eso no lo sé yo desde aquí, no veo demasiado bien desde este ángulo. Mi persiana está bajada casi por completo, no más de veinte centímetros me permiten contemplar las botas del vecino en el alféizar de su ventana, tendría que levantarme para saber más, y el hecho en sí no me preocupa tanto como para hacerlo. No sé si mi vecino está dentro de sus botas a punto  de saltar al vacío de mi patio de luces y hacer un estropicio con las cuerdas de tender la ropa antes de matarse de rebote, o está descalzo, repantigado en el sofá de su casa viendo el Canal Plus mientras sus botas se secan en la ventana. Juega el Atlético. Entre una posibilidad y otra va una vida. Se las ve limpias, no hay restos de barro en la puntera, puede que las haya lavado. O puede que no. Puede que haya dicho mi vecino «anda y que os den por el culo», con ese tono enérgico y convencido que tienen los vecinos que se hartan y de repente, se les ilumina el cerebro y dicen «anda y que os den por el culo a todos» y se encaraman a la ventana de su patinillo y calculan, antes de  lanzarse, la forma más digna de marcharse, cómo matarse sin quedar en el suelo en un apostura indigna. Parece improbable suicidarse en mi patio de luces, hace años que nadie vive en el primero del edificio y está todo el suelo lleno de pinzas de la ropa y calcetines desparejados —mi madre diría calcetines desmancados", aunque creo que la Academia reconoce, para este significado, el término "desmanchado"—. Las pinzas de la ropa dan mucha tristeza cuando vives solo, a mí me gustan mucho las de Ikea, un solitario no tendría reparo en suicidarse lanzándose contra un suelo de colores lleno de pinzas de la ropa de plástico y de madera. Eso seguro. 
Son unas botas altas, color marrón oscuro estrella de levante de barril. Deben de llegarle, calculo yo, tres dedos por encima del  tobillo. Parecen unas botas caras, botas de escalador, aunque él se las pone diariamente para ir a la oficina. Lo sé porque cuando por la mañana coincidimos en el ascensor yo miro siempre hacia el suelo y las veo. En los ascensores soy japonés. Son esas botas, seguro. Quizás quiera ascender en su empresa, llegar a lo más alto, dirigirla y acostarse con su secretaria. Puede que mi vecino haya perdido una oportunidad de ser feliz con su secretaria, o con la secretaria de otro, y haya decidido elegir el camino contrario, el de la caída, el camino de la gravedad, saltar a ver qué pasa, aunque él ya supone lo que va a pasar, los ingenieros saben esas cosas, las han estudiado. Yo no. Yo, como no tengo ni secretaria, ni botas, no me he planteado aún el suicidio. Tomarse tres litros diarios de cerveza no creo yo que se considere un suicidio, si acaso un suicidio estético.
No voy a asomarme a la ventana, voy a llamar directamente a su puerta y si no está a punto de lanzarse al vacío le voy a preguntar que si le apetece que vea el partido con él. Me llevo dos litros de cerveza del Lidl y grasa de caballo. Yo también soy de Atleti.

EL IBI. CASTIGO DE AMAT. Estación Sur




  Es que no paran, la frenética actividad de la casta política de cualquier rincón de esta nuestra arruinada España es tremenda. En la televisión, los periódicos, radios y redes sociales; están en todos lados, repitiendo los mismos mensajes, con las mismas palabras, la misma intención, el mismo tono, la misma mirada, los mismos ademanes o gestos, las mismas consignas, los mismos eufemismos, las mismas promesas, pero sobre todo, las mismas mentiras de siempre, los mismos incumplimientos, la misma prepotencia, la misma cara dura, la misma tiranía, la misma hipocresía, los mismos privilegios, o la misma inmunidad. Nuestros actuales políticos, la mayoría, lo que verdaderamente debían de hacer es dejarnos en paz, dimitir en bloque después de tantos años viviendo del cuento y la mentira, de llenarse los bolsillos descaradamente con un dinero que no es suyo, sino de todos los honrados españoles que contribuimos con nuestros impuestos. Deberían, muchos de ellos, ingresar en la cárcel por corruptos y devolver el dinero sustraído impunemente. Porque estamos cansados de oírles decir tantas sandeces, de verlos sonrientes y felices, como si nada de lo que está pasando tenga que ver con ellos, que son precisamente, los culpables de que el drama visite cada día los hogares de millones de españoles. Claros ejemplos encontramos un día sí y otro no en todos los medios de comunicación. En todos los pueblos de España, y Roquetas de Mar, es uno de ellos.  
         Gabriel Amat, alcalde de Roquetas, presidente de la Diputación y presidente del Partido Popular de Almería –omnipresente trinidad política-, al igual que otros políticos de esta nuestra España, no permite que nadie le replique respecto de su fastuosa gestión municipal. Pero, ¿cómo no se le va a recriminar lo que una vez y otra incumple con sonora acritud y menosprecio hacia sus conciudadanos?. Prometió que no subiría el IBI, y, ¿qué ha sucedido?, pues lo contrario a lo que prometió, que es como responde el buen político. El hecho ha sido que los roqueteros han pagado más de IBI este año que el año pasado. De nuevo la ambición recaudatoria de los ayuntamientos castiga al ciudadano, el último responsable de la incompetencia de sus gobernantes. 
         Esto recuerda una copla interpretada por las más selectas folclóricas de España, la archiconocida María de la O, que emulándola bien podría decir algo así:«Castigo de Amat, castigo de Amat / que a los roqueteros tienes arruinados / con tantos impuestos que han de pagar / ay, qué desgraciaitos, ay, castigo de Amat».