José Antonio Santano. Eduardo García.

 SALÓN DE LECTURA______________________Por José Antonio Santano


DUERMEVELA

“Duermevela”, con el que obtuvo, merecidamente, el XXXV Premio Internacional de Poesía “Ciudad de Melilla”. Brasileño de nacimiento (S­­āu Paulo, 1965), Eduardo García es uno de los poetas más sobresalientes del actual panorama poético español, y “Duermevela” es un buen ejemplo más en su brillante trayectoria.

Mirar hacia el infinito de uno mismo para encontrar otras miradas y otros sueños, abismarse en las procelosas aguas de la poesía para sentirse vivo en el otro o adentrarse en la herida para saberse herida es, tal vez, la razón del ser, latente en el poeta que vislumbra a duras penas, en el sueño interrumpido y fatigoso, ese estado de duermevela continuo. La voz, otras veces silenciada, emerge entonces de las entrañas de la tierra y crece día a día; es la voz del poeta sobrevolando la ciudad en un tiempo nebuloso, lo es cuando se transforma, se siente trascendido, y escribe: «Me gusta pensar que el tiempo impregna la mirada, que los sueños de un hombre son hermanos de sangre de los de sus contemporáneos. Ojalá mis visiones, lector, también pueblen tus sueños». Este es el deseo del poeta Eduardo García, en su nota final al poemario

La poesía concebida como un viaje interior –intimista- hacia la nada de un mundo que el propio poeta va creando en la soledad de los días, como un leve rumor que trasciende en la palabra escrita, esa que siempre es vuelo y noche, y sueño interrumpido:

«Escribir un poema es pedirle el teléfono a una desconocida,
/ arrancarle una hoja a un árbol extraviado en un jardín con
/ vistas al futuro / o jugar con palabras a la ruleta rusa,
/ una vez iniciada la partida no hay vuelta atrás,
[…] con la palabra no hay trampa ni cartón, ni es prodigio al
/ alcance del simple ilusionista,
/ todo sucede en el cuadrilátero de la página, pero no hay
/ árbitro, ni campana que dé fin al combate,
/ el contrincante se aloja en nuestros huesos».

La palabra es el frontispicio con el que el poeta Eduardo García nos invita a acompañarle en su singular “Duermevela”. El poemario consta de cuatro partes: “Encuentros”, “Rituales”, “Duermevela” (que da título al libro) y “Pasadizos”. El tiempo habita el recuerdo del poeta y así nos invita en la primera parte a un “banquete desierto”, donde el juego mágico de las palabras hierven a borbotones:







«Las legumbres sollozan
/ tanta ración sin pan días tras día,
[…] Mamá llama a comer, quizá es domingo,
/ queso rallado a discreción
/ esmaltando la pasta y el tomate,
[…] ya nada sabe igual, la cocinera
/ se disolvió en el mar, polvo en la espuma»,

la nostalgia es un temblor, un eco, un nuevo despertar de la materia, una canción o unas manos que sienten la fuerza de la vida:

«Mis manos son la puerta entornada al espacio,
/ la frontera entre el gozo y las hostilidades,
/ Mis manos son el puente que conduce a tu piel
/ y a la piedra cansada de las cosas».

Pero el poeta sabe que la vida es un ritual y que lo cotidiano refulge como un diamante en la oscuridad de una gruta, que es luz de amaneceres:

«Si una boca se posa en unos labios,
/ tan dulce y lenguaraz, tan clandestina,
/ puede ocurrir de pronto, a la carrera,
/ que amanezca en lo hondo de una gruta»;

esa chispa cotidiana del tiempo en ”Ritual del reloj”, del desaliento en “Ritual del periódico”, del vacío en “Rumbo a nada” o del positivismo en “Ronda del sí” («digo sí por el sí es la luz primera, / la espontánea eclosión, el resplandor, / callo el no porque el no seca mi cauce, / digo sí porque el sí me desemboca»), surge del horizonte en arcoíris. La brevedad de los poemas contenidos en la tercera parte “Duermevela” contrasta con la forma versicular de la última parte, “Pasadizos”. La fatiga y la interrupción continuada del sueño –duermevela- del poeta se hace verbo y nombres, palabra que otea el universo, el cosmos entero, y es “Firmamento”, “Eco” («Todo lo roba el tiempo. / Pero nos deja su eco, prendido en las palabras»), “Páramo y pájaro”, “Insomnio”, “Telón”, “Polvareda”, “Frío”, “Clamor”, “Precipicio” o “Grito” («Este grito encallado / ha roto la barrera del sonido»). En la cuarta y última parte “Pasadizos” el poeta se rebela ante sí mismo y la realidad que habita, la palabra se desata y parece no querer acabar nunca en la página, es como un terremoto que sacude el alma, un rayo que todo lo devasta y arrasa, nada ya puede interponerse en el camino elegido, y así escribe:

«Me estoy muriendo un poco cada día,
[…] vivir, a fin de cuentas, es un proceso irreversible,
[…] me he muerto un poco más que de costumbre,
/ la cuestión /
es cómo hacer ahora, sin reparar en bajas,
/ para sobrevivirme».

Es el dolor que se clava en el corazón amigo, se perpetúa en “Anónima voz”. Incluso asiste el poeta a la “Rebelión de los números”:

«Ya no cuadran las cuentas,
/ se sustraen los sumandos, se emborronan las cifras, sólo se
/ multiplica la inquietud…»,

también “Rescatar la alegría”: «decretar en la piel y en los sentidos una fiesta perpetua hasta / abrir las cancelas del ensueño, celebrar el encuentro de / las aguas, sembrar el calendario de ocasiones, / como salpica el sol de su ebria luz las cosas / hasta inundarlo todo, hasta entregarse». Poesía auténtica la que contiene “Duermevela”, del destacado poeta, afincado en Córdoba, Eduardo García.


Título: Duermevela
Autor: Eduardo García
Edita: Visor (Madrid, 2014)

José Antonio Santano. Eduardo García.

 SALÓN DE LECTURA______________________Por José Antonio Santano


DUERMEVELA

“Duermevela”, con el que obtuvo, merecidamente, el XXXV Premio Internacional de Poesía “Ciudad de Melilla”. Brasileño de nacimiento (S­­āu Paulo, 1965), Eduardo García es uno de los poetas más sobresalientes del actual panorama poético español, y “Duermevela” es un buen ejemplo más en su brillante trayectoria.

Mirar hacia el infinito de uno mismo para encontrar otras miradas y otros sueños, abismarse en las procelosas aguas de la poesía para sentirse vivo en el otro o adentrarse en la herida para saberse herida es, tal vez, la razón del ser, latente en el poeta que vislumbra a duras penas, en el sueño interrumpido y fatigoso, ese estado de duermevela continuo. La voz, otras veces silenciada, emerge entonces de las entrañas de la tierra y crece día a día; es la voz del poeta sobrevolando la ciudad en un tiempo nebuloso, lo es cuando se transforma, se siente trascendido, y escribe: «Me gusta pensar que el tiempo impregna la mirada, que los sueños de un hombre son hermanos de sangre de los de sus contemporáneos. Ojalá mis visiones, lector, también pueblen tus sueños». Este es el deseo del poeta Eduardo García, en su nota final al poemario

La poesía concebida como un viaje interior –intimista- hacia la nada de un mundo que el propio poeta va creando en la soledad de los días, como un leve rumor que trasciende en la palabra escrita, esa que siempre es vuelo y noche, y sueño interrumpido:

«Escribir un poema es pedirle el teléfono a una desconocida,
/ arrancarle una hoja a un árbol extraviado en un jardín con
/ vistas al futuro / o jugar con palabras a la ruleta rusa,
/ una vez iniciada la partida no hay vuelta atrás,
[…] con la palabra no hay trampa ni cartón, ni es prodigio al
/ alcance del simple ilusionista,
/ todo sucede en el cuadrilátero de la página, pero no hay
/ árbitro, ni campana que dé fin al combate,
/ el contrincante se aloja en nuestros huesos».

La palabra es el frontispicio con el que el poeta Eduardo García nos invita a acompañarle en su singular “Duermevela”. El poemario consta de cuatro partes: “Encuentros”, “Rituales”, “Duermevela” (que da título al libro) y “Pasadizos”. El tiempo habita el recuerdo del poeta y así nos invita en la primera parte a un “banquete desierto”, donde el juego mágico de las palabras hierven a borbotones:







«Las legumbres sollozan
/ tanta ración sin pan días tras día,
[…] Mamá llama a comer, quizá es domingo,
/ queso rallado a discreción
/ esmaltando la pasta y el tomate,
[…] ya nada sabe igual, la cocinera
/ se disolvió en el mar, polvo en la espuma»,

la nostalgia es un temblor, un eco, un nuevo despertar de la materia, una canción o unas manos que sienten la fuerza de la vida:

«Mis manos son la puerta entornada al espacio,
/ la frontera entre el gozo y las hostilidades,
/ Mis manos son el puente que conduce a tu piel
/ y a la piedra cansada de las cosas».

Pero el poeta sabe que la vida es un ritual y que lo cotidiano refulge como un diamante en la oscuridad de una gruta, que es luz de amaneceres:

«Si una boca se posa en unos labios,
/ tan dulce y lenguaraz, tan clandestina,
/ puede ocurrir de pronto, a la carrera,
/ que amanezca en lo hondo de una gruta»;

esa chispa cotidiana del tiempo en ”Ritual del reloj”, del desaliento en “Ritual del periódico”, del vacío en “Rumbo a nada” o del positivismo en “Ronda del sí” («digo sí por el sí es la luz primera, / la espontánea eclosión, el resplandor, / callo el no porque el no seca mi cauce, / digo sí porque el sí me desemboca»), surge del horizonte en arcoíris. La brevedad de los poemas contenidos en la tercera parte “Duermevela” contrasta con la forma versicular de la última parte, “Pasadizos”. La fatiga y la interrupción continuada del sueño –duermevela- del poeta se hace verbo y nombres, palabra que otea el universo, el cosmos entero, y es “Firmamento”, “Eco” («Todo lo roba el tiempo. / Pero nos deja su eco, prendido en las palabras»), “Páramo y pájaro”, “Insomnio”, “Telón”, “Polvareda”, “Frío”, “Clamor”, “Precipicio” o “Grito” («Este grito encallado / ha roto la barrera del sonido»). En la cuarta y última parte “Pasadizos” el poeta se rebela ante sí mismo y la realidad que habita, la palabra se desata y parece no querer acabar nunca en la página, es como un terremoto que sacude el alma, un rayo que todo lo devasta y arrasa, nada ya puede interponerse en el camino elegido, y así escribe:

«Me estoy muriendo un poco cada día,
[…] vivir, a fin de cuentas, es un proceso irreversible,
[…] me he muerto un poco más que de costumbre,
/ la cuestión /
es cómo hacer ahora, sin reparar en bajas,
/ para sobrevivirme».

Es el dolor que se clava en el corazón amigo, se perpetúa en “Anónima voz”. Incluso asiste el poeta a la “Rebelión de los números”:

«Ya no cuadran las cuentas,
/ se sustraen los sumandos, se emborronan las cifras, sólo se
/ multiplica la inquietud…»,

también “Rescatar la alegría”: «decretar en la piel y en los sentidos una fiesta perpetua hasta / abrir las cancelas del ensueño, celebrar el encuentro de / las aguas, sembrar el calendario de ocasiones, / como salpica el sol de su ebria luz las cosas / hasta inundarlo todo, hasta entregarse». Poesía auténtica la que contiene “Duermevela”, del destacado poeta, afincado en Córdoba, Eduardo García.


Título: Duermevela
Autor: Eduardo García
Edita: Visor (Madrid, 2014)

Duermevela. Eduardo García

DUERMEVELA

“Duermevela”, con el que obtuvo, merecidamente, el XXXV Premio Internacional de Poesía “Ciudad de Melilla”. Brasileño de nacimiento (S­­āu Paulo, 1965), Eduardo García es uno de los poetas más sobresalientes del actual panorama poético español, y “Duermevela” es un buen ejemplo más en su brillante trayectoria.

Mirar hacia el infinito de uno mismo para encontrar otras miradas y otros sueños, abismarse en las procelosas aguas de la poesía para sentirse vivo en el otro o adentrarse en la herida para saberse herida es, tal vez, la razón del ser, latente en el poeta que vislumbra a duras penas, en el sueño interrumpido y fatigoso, ese estado de duermevela continuo. La voz, otras veces silenciada, emerge entonces de las entrañas de la tierra y crece día a día; es la voz del poeta sobrevolando la ciudad en un tiempo nebuloso, lo es cuando se transforma, se siente trascendido, y escribe: «Me gusta pensar que el tiempo impregna la mirada, que los sueños de un hombre son hermanos de sangre de los de sus contemporáneos. Ojalá mis visiones, lector, también pueblen tus sueños». Este es el deseo del poeta Eduardo García, en su nota final al poemario

La poesía concebida como un viaje interior –intimista- hacia la nada de un mundo que el propio poeta va creando en la soledad de los días, como un leve rumor que trasciende en la palabra escrita, esa que siempre es vuelo y noche, y sueño interrumpido:

«Escribir un poema es pedirle el teléfono a una desconocida,
/ arrancarle una hoja a un árbol extraviado en un jardín con
/ vistas al futuro / o jugar con palabras a la ruleta rusa,
/ una vez iniciada la partida no hay vuelta atrás,
[…] con la palabra no hay trampa ni cartón, ni es prodigio al
/ alcance del simple ilusionista,
/ todo sucede en el cuadrilátero de la página, pero no hay
/ árbitro, ni campana que dé fin al combate,
/ el contrincante se aloja en nuestros huesos».

La palabra es el frontispicio con el que el poeta Eduardo García nos invita a acompañarle en su singular “Duermevela”. El poemario consta de cuatro partes: “Encuentros”, “Rituales”, “Duermevela” (que da título al libro) y “Pasadizos”. El tiempo habita el recuerdo del poeta y así nos invita en la primera parte a un “banquete desierto”, donde el juego mágico de las palabras hierven a borbotones:







«Las legumbres sollozan
/ tanta ración sin pan días tras día,
[…] Mamá llama a comer, quizá es domingo,
/ queso rallado a discreción
/ esmaltando la pasta y el tomate,
[…] ya nada sabe igual, la cocinera
/ se disolvió en el mar, polvo en la espuma»,

la nostalgia es un temblor, un eco, un nuevo despertar de la materia, una canción o unas manos que sienten la fuerza de la vida:

«Mis manos son la puerta entornada al espacio,
/ la frontera entre el gozo y las hostilidades,
/ Mis manos son el puente que conduce a tu piel
/ y a la piedra cansada de las cosas».

Pero el poeta sabe que la vida es un ritual y que lo cotidiano refulge como un diamante en la oscuridad de una gruta, que es luz de amaneceres:

«Si una boca se posa en unos labios,
/ tan dulce y lenguaraz, tan clandestina,
/ puede ocurrir de pronto, a la carrera,
/ que amanezca en lo hondo de una gruta»;

esa chispa cotidiana del tiempo en ”Ritual del reloj”, del desaliento en “Ritual del periódico”, del vacío en “Rumbo a nada” o del positivismo en “Ronda del sí” («digo sí por el sí es la luz primera, / la espontánea eclosión, el resplandor, / callo el no porque el no seca mi cauce, / digo sí porque el sí me desemboca»), surge del horizonte en arcoíris. La brevedad de los poemas contenidos en la tercera parte “Duermevela” contrasta con la forma versicular de la última parte, “Pasadizos”. La fatiga y la interrupción continuada del sueño –duermevela- del poeta se hace verbo y nombres, palabra que otea el universo, el cosmos entero, y es “Firmamento”, “Eco” («Todo lo roba el tiempo. / Pero nos deja su eco, prendido en las palabras»), “Páramo y pájaro”, “Insomnio”, “Telón”, “Polvareda”, “Frío”, “Clamor”, “Precipicio” o “Grito” («Este grito encallado / ha roto la barrera del sonido»). En la cuarta y última parte “Pasadizos” el poeta se rebela ante sí mismo y la realidad que habita, la palabra se desata y parece no querer acabar nunca en la página, es como un terremoto que sacude el alma, un rayo que todo lo devasta y arrasa, nada ya puede interponerse en el camino elegido, y así escribe:

«Me estoy muriendo un poco cada día,
[…] vivir, a fin de cuentas, es un proceso irreversible,
[…] me he muerto un poco más que de costumbre,
/ la cuestión /
es cómo hacer ahora, sin reparar en bajas,
/ para sobrevivirme».

Es el dolor que se clava en el corazón amigo, se perpetúa en “Anónima voz”. Incluso asiste el poeta a la “Rebelión de los números”:

«Ya no cuadran las cuentas,
/ se sustraen los sumandos, se emborronan las cifras, sólo se
/ multiplica la inquietud…»,

también “Rescatar la alegría”: «decretar en la piel y en los sentidos una fiesta perpetua hasta / abrir las cancelas del ensueño, celebrar el encuentro de / las aguas, sembrar el calendario de ocasiones, / como salpica el sol de su ebria luz las cosas / hasta inundarlo todo, hasta entregarse». Poesía auténtica la que contiene “Duermevela”, del destacado poeta, afincado en Córdoba, Eduardo García.


Título: Duermevela
Autor: Eduardo García
Edita: Visor (Madrid, 2014)

12.- El pan nuestro de cada día. María Ángeles Lonardi

El pan nuestro de cada día

 


Dios dijo hace tiempo:

                                  “te ganarás el pan con el sudor de tu frente”

Y como un martillo golpetea esta sentencia

                                 nuestro destino y amarga suerte.

Como tormenta huracanada llegan con fuerza a mis oídos,

ecos cargados de compromiso, de lucha, de esfuerzo y sacrificio

donde hombres y mujeres se debaten bajo su sino.

El labriego secándose el sudor.

El hombre de la mar serpenteando en la orilla.

El minero en su oscura inmensidad.

El pastor trashumante sin regreso.

Mujeres cosechando, amasando y riendo…

Mientras aquí, se me abren las carnes

cuando la gran ciudad supura abandono y barbarie.

En cada esquina una mano se abre,

      pidiendo y un puño se cierra…

y de vez en cuando,

                  un grito de lucha se pierde en el aire.

El miedo come en nuestra mesa y oscuros designios se comparten.

Cada vez cuesta más levantarse…

Con los brazos quedos esperamos que nuestro cirio no se apague

antes de ver el desenlace.

A veces, olvidamos nuestras pequeñeces de hombres sin fuerza,

vencidos por la incomprensión ajena.

Sin embargo, bajo la mirada de nadie, cuando todo parece perdido

nos arremolinamos como hojarasca sin tregua.

Sublevar la madera dormida es un signo de resistencia

y resistir es lo único que nos queda.

Antonio García Vargas. Obra

EL FÉNIX Y LA TÓRTOLA

de William Shakespeare
Voz lírica en hexámetros dactílicos de Antonio García Vargas


Quiero que el pájaro cante en su trino de notas agudas
desde la altura del único árbol que existe en la Arabia,
quiero que sea el heraldo y clarín que denote tristezas
y que obedezcan su voz sin pensárselo plumas y alas.
Pero también es preciso que tú, vocinglero comparsa,
sucio y mendaz subalterno del vil y embozado demonio,
hombre agorero que anuncias el punto final de la fiebre,
no se te ocurra jamás acercarte en tropel a nosotros.
Debes saber que por fin hay en estas reuniones un veto
para las aves voraces que imponen grillete a las alas,
con la excepción del solemne batir de las águilas todas.
Hay que dictar rigores, guardar del mal estas exequias,
que el sacerdote se vista el sayal y la blanca casulla
como cantor sin igual de los fúnebres sones del alma.
Sean los cisnes del campo agoreros heraldos de muerte
para que el Réquien no olvide acudir a tan trágica cita.
Quiero que tú, con tu oscuro plumaje de cuervo sin alma,
tricentenaria criatura, creador de maldades y razas,
tomes aliento del aire que das y que siempre has quitado
y que camines con nos a la par del dolor y que sufras.
Hoy y aquí, en el instante, iniciamos los cantos del himno:
muertos están sin remedio y por siempre el amor y constancia,
se nos han ido volando dispersos la tórtola, el fénix,
abandonando el lugar en su triste llamear solitario.
Siendo los dos un igual al querer, a tal punto se amaban
que se fundieron en uno los dos, pareciera que el tiempo
en su constante latir los uniera en un único ser,
siendo los dos del amor prisioneros, un todo indiviso
donde medidas y número pierden y ganan sumando.
Dos corazones distintos, distantes, mas nunca alejados
en un constante latir sin medida, ni tiempo, ni espacio:
“entre la dulce caricia de amor de la tórtola y fénix
nos regalaron un mundo ideal; un lugar prodigioso”.
Tal resplandor producía el candor de tan tiernos amores
que en el negror de la noche veía la tórtola bienes
en el flamear de los ojos amantes del cálido fénix
porque lo suyo era de ella y lo de ella por suyo sintiera.
Pasado el tiempo la lógica vio su templanza violada,
supo que propio y distinto en esencia nombraban lo mismo
y que al unirse los dos en un nombre y decirse al unísono
no se podía expresar ni sumar ni restar ni ser número.
Esta confusa razón de por sí provocaba un conflicto
pues se veía florecer y a la vez dividir lo creado
porque al momento de ser lo del uno y del otro lo mismo
se convertía en sinrazón la razón; lo sencillo en compuesto.
Llegado aquí exclamó: “¡Si en el dúo prevalece una voz,
valga tan grata armonía, que gocen de un mismo destino!”
Tiene el amor sus razones y al tiempo carece de ellas
si identifica razón y también sinrazón sin distingos.
Y en el momento compuso sin más este hermoso cantar
cual funerario agasajo a la tierna paloma y su fénix,
almas gemelas los dos, compañeros y estrellas gozosas,
como escenario adecuado a su trágica historia de amor.







The Phoenix and turtle
Texto original de Willian Shakespeare

Let the bird of loudest lay,
on the sole Arabian tree,
herald sad and trumpet be,
to whose sound chaste wings obey.
But thou shrieking harbinger,
foul precurrer of the fiend,
augur of the fever's end,
to this troop come thou not near!
From this session interdict
every fowl of tyrant wing,
save the eagle, feather'd king.
Keep the obsequy so strict.
Let the priest in surplice white,
that defunctive music can,
be the death-divining swan,
lest the requiem lack his right.
And thou treble-dated crow,
that thy sable gender mak'st
with the breath thou giv'st and tak'st,
'mongst our mourners shalt thou go.
Here the anthem doth commence:
Love and constancy is dead;
Phoenix and the turtle fled
in a mutual flame from hence.
So they loved, as love in twain
had the essence but in one;
two distincts, division none:
Number there in love was slain.
Hearts remote, yet not asunder;
distance, and no space was seen
«twixt the turtle and his queen;
but in them it were a wonder».
So between them love did shine,
that the turtle saw his right
flaming in the phoenix' sight;
either was the other's mine.
Property was thus appalled,
that the self was not the same;
single nature's double name
neither two nor one was called.
Reason, in itself confounded,
saw division grow together,
to themselves yet either neither,
simple were so well compounded,
that it cried? How true a twain
seemeth this concordant one!
Love hath reason, reason none,
if what parts can so remain.
Whereupon it made this threne
to the phoenix and the dove,
co-supremes and stars of love,
as chorus to their tragic scene.




ELEGÍA
Poema de Tomas Tranströmer

A comienzos de 2010 y a petición de un amigo editor que vive en el sur de Alemania, trasladé a hexámetros parte de la poesía del reciente Premio Nobel de Literatura, Tomas Tranströmer.
El idioma sueco es dificilísimo (como todos los pertenecientes a la rama nórdica de las lenguas germánicas) y aunque creí ser capaz de desenvolverme medianamente bien, tuve que recurrir a mi amigo editor sueco-alemán para que me ayudara en la comprensión de la mayor parte del texto. Al final la cosa salió medianamente aceptable.
Posteriormente, remodelé el borrador inicial pasándolo del alemán al español y el resultado es el que muestro a continuación con uno de sus poemas:


ELEGÍA
—Traducción-traslación del sueco a hexámetros dactílicos puros
de Antonio García Vargas—

Como dragón que caído se encuentra en el punto de inicio
entre neblinas y vahos, tendido en inmensos pantanos,
yace la costa vestida de bosque de pino. A lo lejos,
dos barquichuelas que gritan a un sueño prendido en la bruma.
Este es el mundo inferior; es el mundo que nadie conoce.
La superficie del agua que, inmóvil, refleja del bosque
bellas orquídeas en manos que surgen del manso pantano.
Hay más allá, al otro lado, al final de la senda boscosa,
pero flotando en el mismo espejeo, un esbelto navío
cual una nube que ingrávida cuelga invadiendo el espacio.
Nada se mueve en el agua que yace tranquila e inmóvil,
flota con calma a la espera, en silencio, mas… ¡algo resuena!
Horizontal, la columna de humo se expande ligera
—hay en el sol que flamea un presagio— y el soplo del aire,
rudo golpea los rostros de aquellos que abordan su estela.
Hay que ascender a babor aunque allá nos espere la muerte.
Una traidora y súbita ráfaga ondea en las cortinas.
Suena el silencio que atroz se despierta en sonoro rugido.
Una traidora y súbita ráfaga ondea en las cortinas.
Y pareciera que se oye a lo lejos golpear una puerta,
lejos, tan lejos que suena distante, quizá en otro año.


ELEGI
—Poema original en idioma sueco de Tomas Tranströmer—

Vid utgångspunkten. Som en stupad drake
i något kärr bland dis och dunster, ligger
vårt granskogsklädda kustland. Långt därute:
två ångare som ropar ur en dröm
i tjockan. Detta är den nedre världen.
Orörlig skog, orörlig vattenyta
och orkideens hand som sträcks ur myllan.
På andra sidan, bortom denna farled
men hängande i samma spegling: Skeppet,
som molnet tyngdlöst hänger i sin rymd.
Och vattnet kring dess stäv är orörligt,
i stiltje lagt. Och ändå stormar det!
och fartygsröken blåser vågrätt ut –
där fladdrar solen i dess grepp – och blåsten
står hårt mot ansiktet på den som bordar.
Att ta sig uppför Dödens babordssida.
Ett plötsligt korsdrag och gardinen fladdrar.
Tystnaden ringer som en väckarklocka.
Ett plötsligt korsdrag och gardinen fladdrar.
Tills avlägset en dörr hörs slå igen
långt borta i ett annat år.

En Almería, España, febrero de 2010





Milenaria Almedina,
parecieran tus calles poemas de cal viva
que de un lienzo brotasen.

Retorcida semblanza,
eres la serpentina que trepa a la muralla
y en la alcazaba anida.

En tu estrecha cintura
de copla bullanguera, enamoró a la luna
la flor de la canela.

Broche de luna llena,
de azufaifo y taranto, de jarana y peineta,
de payos y gitanos.

Ay, Almería toda,
de historia y fantasía: pobre y de cuna mora…
¡y reina por un día!

Antonio García Vargas