AGUADULCE (II)

Aguadulce en el sueño. En la altura de un faro que mira a todas partes, como un enorme cíclope. Aguadulce y sus silencios, desconocidos para la gran mayoría de sus habitantes, preocupados por alcanzar la cima de Narciso. La voz del Agua Dulce que el manantial abisma por la escarpada roca, por el barranco. Un lugar donde el tiempo se pierde entre los dedos, sigilosamente, de puntillas. Aguadulce de los sonidos del mar y la soledad de sus playas cuando sus hombres y mujeres paseaban por su orilla lenta y tímidamente, como el que no quiere molestar... Ahora otras voces llegan hasta mi estancia y me hablan al oído para que la noche no delate nuestro secreto, el enigma con el que sellamos un pacto de sangre que tendría que durar ya toda una vida. Ahora que la oscuridad invita a vivir apasionadamente, como un loco que deambula sin rumbo, beodo de estrellas y sueños. Navegante en tierra firme.
Aguadulce en el sueño. Aguadulce en la espera, creciéndose después de haber jugado con las sombras del Barranco de las Adelfas, paraíso, cielo, Jardín de jardines, idílico paraje para vivir sueños y quimeras.
Aguadulce en la alborada, bajo la luz marina del Mediterráneo, viva. Aguadulce en la memoria y el exilio.
Aguadulce trémula en los ojos, en la mirada del joven Gabriel Pradal, en el grito y la desesperación, en las calles de Toulouse, en su humilde casa y en su gran corazón. Aguadulce desterrada y sola. Aguadulce sonora en la palabra justa, libertaria, solidaria, hermanada a la causa, brillante, hospitalaria.

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