AGUADULCE ( y III)

Aguadulce, calma luminosa. La otra Aguadulce, la desconocida, la ausente y deseada, la enigmática y hospitalaria. La otra, la que retuvo en su retina el intelectual, el arquitecto, el político, el socialista Gabriel Pradal. La otra, la vivida en el silencioso barranco de las Adelfas junto a sus seres queridos. La otra, aquella que habita en la memoria, y se engrandece con la distancia del exilio en Toulouse. O aquella otra de La Franqui Playe que gozara Kalinka Pradal, tan parecida a la suya, la de siempre, la soñada en las noches de invierno, la que ardía en su corazón y en su garganta, la del barranco de las Adelfas de Aguadulce. La que nunca olvidaron desde la Francia del exilio y la desolación, la soledad y el olvido. La mar de los juegos y el pensamiento, la que arrebata la vida en la distancia, siempre la Mar, con mayúscula, la Mar del Sur, su Sur, aquel que diseñara con columnas de sueños y arquerías de esperanza. Y en ella, Aguadulce de nuevo, como grito que se rebela contra tanta estultucia, contra la sinrazón del poderoso cemento y el súbdito ladrillo. Aguadulce en los labios encendidos de la palabra serena, solidaria. Aguadulce en Pericles, Pradal, y viceversa, como un fuego que nace en los acantilados, en las olas y en su cresta se eleva hasta alcanzar el paraíso de todos, antes que el suyo propio.

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