Cada día que pasa tiene uno más motivos para indignarse con la actual política revanchista, ideológicamente franquista y esclavista de este (des)gobierno. La cuestión es simple. No hay que buscar en las profundidades marinas, ni cueva alguna ni rastrear desiertos o selvas para hallar en esta crisis -¿económica?- la desvergüenza y el atentado terrorista más certero contra el "estado de bienestar" alcanzado hasta ahora. Sin duda, no era este "estado de bienestar" el más perfecto ni el que se merece el conjunto de la población española, y me refiero a las capas sociales que trabajan realmente y no a esta casta de políticos inútiles, irresponsables e inmorales. Pero ¿de dónde han salido toda esta chusma de gobernantes, incapaces de aplicar las normas más elementales de convivencia y solidaridad, de eficacia administrativa y sentido común para aplicar lo que es justo y ecuánime para todos? ¿Quiénes se creen que son para contravenir el principio que avala a la ahora desprestigiada política, cual es, "la buena administración de las cosas del común"? ¿De dónde llegaron estos Ministros y este Presidente, serán extraterrestres, o, simplemente, unos fantoches que nos llevan a la ruina total? Soy un ciudadano más entre tantos que viven en este país que, ahora sí, se desmorona, y no por las reformas de los estatutos de autonomía, precisamente, sino por la ineptitud de unos gobernantes que solo piensan en ellos y los amiguetes a los que van a favorecer privatizando el Estado en su conjunto.
Resulta, y esta era la razón original de este artículo que, por cierta dolencia física visité a mi médico de cabecera. Hasta ahí normal. Que el susodicho galeno, después de reconocerme, como es lógico, diagnostica y me receta un determinado medicamento para el dolor en cuestión. Hasta ahí también normal. Mas siempre hay lugar para el asombro: la farmacéutica introduce en la computadora mi tarjeta de asegurado, e, inmediatamente, cae por una rampa en medicamento solicitado -cosas de la innovación tecnológica-. Hasta ahí todo correcto. La cuestión entre todas las cuestiones a dirimir no es otra que su coste. Me dice la chica, que no tiene culpa de nada, tiene usted que asumir el coste íntegro. Todos sabemos que hasta hace muy poco se pagaba el 40% de los medicamentos, que ahora se ha subido al 50% en unos casos, y al 100% en otro, como es el caso que nos ocupa.
Creí yo, ¡qué iluso! que entre los fines del Estado, uno de ellos era aliviar el dolor a la población civil -sin distinción alguna.-, por eso la sanidad pública, pero resulta y compruebo que no, que además de no aliviarnos el dolor y el sufrimiento, nos castiga teniendo que abonar su totalidad, para enriquecimiento de sus amigotes de los laboratorios farmacéuticos.
¿Hasta cuándo aguantaremos tanto despropósito y humillación?
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