Una vez más nos sumergimos en el universo lírico de quien ostenta por derecho propio el noble oficio de poeta. No es fácil hallar en el panorama poético español una voz tan personalísima como la del cadiareño Enrique Morón, quien con su última entrega, bajo el oxímoron “Oscura transparencia”, nos invita a zambullirnos en la mar incontenible de sus versos. Morón nos muestra una vez más su universo lírico, iluminado por el metro clásico, de arte mayor principalmente (endecasílabo y alejandrino), fluye como agua de manantial.
Resplandecen en “Oscura transparencia” los sonetos, cuartetos y tercetos, que el poeta domina, dotando así al poema de una solidez y musicalidad indiscutible. Morón libera a la palabra y ésta se aloja luminosa en cada uno de los poemas que integran las cinco partes en las que queda dividido el libro: “Reflexión”, “Poemas de amor”, “Antiguos lares”, “La poesía” y “Despedida en tercetos”. El estilo singular de Morón queda patente en este libro, su extraordinaria versatilidad y su capacidad creativa vienen a confirmar, una vez más, que nos encontramos ante un gran poeta, con una voz capaz de seducir al lector en cada verso. Morón aboga por la desnudez y la profunda reflexión
(«Hoy el vuelto a mi aldea, la que dejé buscando /
aquellas aventuras al borde del abismo. /
Pero al volver he visto, con dolor, hasta cuándo /
los años me ultrajaron, que ya no soy el mismo»),
alía estética y ética, construye desde el conocimiento y la experiencia un discurso poético sobresaliente, de forma que la emoción y la belleza complementan, suman y añaden valor y crédito a su lírica al mostrarse desnudo y libre. Morón, instalado en su soledad y silencio, apartado del artificio poético actual –corren malos tiempos para todo-, en esa búsqueda continúa por la verdad –su verdad-, llama nuestra atención, nos alerta del momento actual cuando escribe: «No corren buenos tiempos. Instalose la ira / con toda su cohorte, sobre los aledaños / del desahucio, del hambre, de la sombra y la pena. / Se sublimó el cinismo. Se impuso la mentira / sobre la honestidad y han de quedar sus daños, / como clavel de acero que todo lo cercena». Resumen estos tercetos la alianza a la que antes nos referíamos entre estética y ética, el poeta desde la serenidad que proporciona el tiempo vivido profundiza sobre los avatares de la vida, observa su alrededor y no puede acallar su voz, se libera para ascender a la más alta cima de la poesía. Los temas que trata Morón en este hermosísimo tratado de vida, de poesía son, también, tradicionales: el tiempo, el amor, la muerte, la amistad, incluso, la propia poesía.
El poeta, como ser humano que es, no muy distinto al resto, no puede desligarse de esa condición, y habla y escribe de lo que siente, y lo embellece con la palabra exacta, diamantina, hallada en la infinitud del firmamento. Así, atento al paso del tiempo dice:
«Pues el tiempo no pasa inútilmente; /
siempre te deja huellas si no heridas /
que desbordan los surcos de la frente.
/ Y del rosal sus flores encendidas /
cuando llega el otoño, doloridas, /
de un soplo se desmayan en la fuente».
Vivir cada momento, saber que el otro está ahí, en el silencio de la noche o en el trinar del día es la esencia, el luminoso rayo del amor que es el todo y la nada: «No sé de qué metal, de qué armonía / se han ahormado tus años en los míos / que en tu vida me siento más urgente. / Si en tu silencio hallé la melodía, / no me dejes de amar, serenos bríos / que hacen vibrar mi corazón doliente».
Resplandecen en “Oscura transparencia” los sonetos, cuartetos y tercetos, que el poeta domina, dotando así al poema de una solidez y musicalidad indiscutible. Morón libera a la palabra y ésta se aloja luminosa en cada uno de los poemas que integran las cinco partes en las que queda dividido el libro: “Reflexión”, “Poemas de amor”, “Antiguos lares”, “La poesía” y “Despedida en tercetos”. El estilo singular de Morón queda patente en este libro, su extraordinaria versatilidad y su capacidad creativa vienen a confirmar, una vez más, que nos encontramos ante un gran poeta, con una voz capaz de seducir al lector en cada verso. Morón aboga por la desnudez y la profunda reflexión
(«Hoy el vuelto a mi aldea, la que dejé buscando /
aquellas aventuras al borde del abismo. /
Pero al volver he visto, con dolor, hasta cuándo /
los años me ultrajaron, que ya no soy el mismo»),
alía estética y ética, construye desde el conocimiento y la experiencia un discurso poético sobresaliente, de forma que la emoción y la belleza complementan, suman y añaden valor y crédito a su lírica al mostrarse desnudo y libre. Morón, instalado en su soledad y silencio, apartado del artificio poético actual –corren malos tiempos para todo-, en esa búsqueda continúa por la verdad –su verdad-, llama nuestra atención, nos alerta del momento actual cuando escribe: «No corren buenos tiempos. Instalose la ira / con toda su cohorte, sobre los aledaños / del desahucio, del hambre, de la sombra y la pena. / Se sublimó el cinismo. Se impuso la mentira / sobre la honestidad y han de quedar sus daños, / como clavel de acero que todo lo cercena». Resumen estos tercetos la alianza a la que antes nos referíamos entre estética y ética, el poeta desde la serenidad que proporciona el tiempo vivido profundiza sobre los avatares de la vida, observa su alrededor y no puede acallar su voz, se libera para ascender a la más alta cima de la poesía. Los temas que trata Morón en este hermosísimo tratado de vida, de poesía son, también, tradicionales: el tiempo, el amor, la muerte, la amistad, incluso, la propia poesía.
El poeta, como ser humano que es, no muy distinto al resto, no puede desligarse de esa condición, y habla y escribe de lo que siente, y lo embellece con la palabra exacta, diamantina, hallada en la infinitud del firmamento. Así, atento al paso del tiempo dice:
«Pues el tiempo no pasa inútilmente; /
siempre te deja huellas si no heridas /
que desbordan los surcos de la frente.
/ Y del rosal sus flores encendidas /
cuando llega el otoño, doloridas, /
de un soplo se desmayan en la fuente».
Vivir cada momento, saber que el otro está ahí, en el silencio de la noche o en el trinar del día es la esencia, el luminoso rayo del amor que es el todo y la nada: «No sé de qué metal, de qué armonía / se han ahormado tus años en los míos / que en tu vida me siento más urgente. / Si en tu silencio hallé la melodía, / no me dejes de amar, serenos bríos / que hacen vibrar mi corazón doliente».
En los recuerdos también la vida, ese soplo, ese silbo que despierta los días, la imagen del padre, de su muerte, la heredad del aire en este cuarteto del poema “El poeta piensa en su padre”: «Hoy la vejez me ofrece tu elegancia, / cuando me encuentro al borde del abismo; / y ya es de ti tan corta la distancia, / que estás en mí y estoy contigo mismo». Pero si hay un sentimiento que ennoblece al hombre, al poeta, ese es el del amor fraterno, el amor hacia el otro. La unión al otro por el vínculo invisible de la amistad, la que el poeta profesa al también poeta Fernando de Villena y que resume en los tercetos encadenados de esta “Epístola…”: «Nunca dobles el pie. Alza la frente. / Sigue la línea recta, pues la vida / da mordiscos y besos y es prudente / sellar con labios de clavel la herida / que a dentelladas te sajó la envidia / que nunca cesa cuando está encendida». El fuego de la vida, las brasas del amor, de la amistad, del humanismo que aflora en la palabra luciente de Morón son rasgos de su poesía: «No sé que hubiera sido de mí sin la poesía. / Siempre la tuve cerca si la necesitaba. / Con su frialdad de nieve, con su calor de lava, / con su perfume pulcro y apuesta melodía», escribe el poeta, porque para él la poesía lo es todo, la vida de todos, la vida misma: «La vida es todo, amor, la vida es nada. / La vida es una luz que a veces brilla / y otras veces esconde su lucero». Enrique Morón: poeta.
Título: Oscura transparencia
Autor: Enrique Morón
Editorial: Port-Royal (Granada, 2015)
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