Por
la perpetua soledad del tiempo
discurren
nuestras muecas
erosionando
el aire, alzando túmulos
a
rastros fugitivos de promesas.
En
los secretos palcos
del
ocaso se estrena
un
compendio de instantes
que
mantienen invicta nuestra esencia,
nuestra
luz amatoria, nuestros símbolos,
nuestra
carne, reducto de la niebla.
Y
mi vista, velada
por
un capricho que arde en las estrellas,
que
flota en los arroyos
como
islote que evita su condena.
Podrá
cruzar la tarde este minuto
y
tu inquietud con ella
le
servirá de indicio
frente
a un sol que tal vez se desvanezca.
Nuestras
manos, fundidas
en
las fraguas secretas
del
crepúsculo huirán hacia el estanque
donde
otra mano excelsa
nos
ungirá en el pacto
del
alfarero. Aquel que nos modela
con
enjambres de verbos
que
en nuestra sangre, dulces, avispean.
Por
la perpetua soledad del tiempo
navegan
tus ofrendas
hacia
el amor, celoso pasadizo
que
a lo incógnito lleva.
©
Abraham Ferreira Khalil