MARISA MARTÍNEZ PÉRSICO |
Marisa Martínez Pérsico (Lomas de Zamora, 1978) es Doctora en Filología Hispánica. En 2010 se radicó en Italia; desde entonces ha enseñado Lengua y Literaturas Hispánicas en diversas universidades italianas. Con 17 años recibió el Primer Premio Especial en un certamen de ensayo sobre José Martí, organizado por la UNESCO, que implicó una estancia en Cuba. Con 18 años escribió su primer poemario, Las voces de las hojas, que recibió el Primer Premio en el Certamen “Río de la Plata II” (1996) auspiciado por la Secretaría de Cultura de la Nación y publicado por Ediciones Baobab (1998). Los dos siguientes, Poética ambulante (2003) y Los pliegos obtusos (2004) fueron editados por el Instituto Cultural del Gobierno de la Provincia de Buenos Aires. Poética ambulante obtuvo el Tercer Premio del concurso “Poeta Revelación” (2008) organizado por Plebella. Revista de Poesía Actual. La única puerta era la tuya resultó finalista del II Premio Pilar Fernández Labrador, al que se presentaron 371 manuscritos. Codirige la revista Cuadernos del Hipogrifo y desde el año 2013 colabora con La Nación. Ha publicado cinco monografías y más de sesenta artículos científicos sobre lengua española, literatura española e hispanoamericana en Argentina, Italia, España, Portugal, Francia, Brasil, Hungría, Estados Unidos, Serbia, Colombia, México, Cuba, Chile, Alemania, Venezuela y Rumania, entre los que se cuentan colaboraciones en revistas como Casa de las Américas e Hispamérica.
Único encuentro
Ne te verrai-je plus que dans l'éternité?
I
Baja
de tu boca a mi pecho
hasta posar la trompa
abeja
en la región convexa
de néctar
que te atrajo.
Te escaparás, alada, cuando exhale
la última ronda de suspiros
que se extingue
en la cifra de tres horas.
Por mis piernas abiertas como un plato
quiero ver tu mandíbula de toro
pastar meticulosa
en el vaivén sin prisas del verano.
Entra en el ancla, barco en la bahía
último puerto que encalló en mi pampa.
Puerto apenas fundado
puerto en ruinas.
Fui la puta de un pueblo
donde la única puerta era la tuya.
Hice sonar la aldaba
vacilante
como quien se busca a sí misma:
la palabra secreta era mi sombra.
De par en par trepé las escaleras
sin treguas de café
por tu palacio.
Hoy que esa casa no existe
no sé cómo nombrarte
estoy en un exilio sin paredes
vegeto en los rincones oblicuos del deseo
haciendo agua en todas sus esquinas.
II
Bajo
esta vez
por la espesura vehemente de tu abdomen
recorro tus puntos cardinales
tus cinco dimensiones
suspendida en un escalofrío que no cesa
con los ojos del cuerpo que te miran.
Devasto
caracol
lo que transcurre debajo de mi lengua.
Planto mojones de saliva
me detengo
sigo
silbo
tiemblo
avanzo
por líquenes, medusas, pergaminos
con el hambre en los días de desierto.
Y mientras te acaricio con la palma de la boca
y te mastico con los dientes de las manos
como un ala danzante de cigarra
me surcan las imágenes
de un ave, de un bebé
de un alba fría de invierno en Costanera
la risa luminosa de la infancia
cuando el mundo estaba entero y era bueno.
Por un azar que no busco comprender
tu vientre me devuelve a esa otra orilla
en ti se acoplan todos mis pedazos
nada duele, por fin
y esta vez la verdad tiene tu nombre.
III
Nuestras manos tropiezan al borde de la cama
se atornillan con ímpetu silvestre
imantadas de moléculas y gotas.
Así duramos
en un plácido goce sin palabras.
Damos vueltas por un carretel imaginario
para ver el paisaje por todas sus costuras
ribetes
canales
ventanas
tragaluces.
La única piel que desconozco
es la que abriga tus cuevas más profundas
esa espina que late
no sé por qué perfume.
De tus derrotas sospecho las cenizas.
IV
De nuevo frente a frente
como recién nacidos
que aprenden a mirar
en la mirada lúcida del otro
infringes la aduana de mi cuerpo
con el hábito límpido del aire
eludes el confín
sin pausas de gendarmes ni requisas
corzas blancas que expulsan las colinas
y este doble retozar para eximirnos
de una deuda arcaica
estás conmigo en mí estoy contigo en ti no existe
otra certeza más pura que este instante
Lo que dura es la arena
el sótano de savia de las hojas.
Con un reloj te irás como llegaste
a esta batalla de fábulas perdidas.
En la última estación
me embiste el autobús de los adioses.
Los líquidos se empiezan a enjugar. Las horas
acaban de cumplirse. Empiezo
a recoger mis pétalos caídos por el cuarto
una hebilla
un zapato
el recato partido en seis mitades
la vista, el olfato y sus contornos.
El rito de la higiene en un salón contiguo.
Dulce y violenta intersección
Único encuentro
Te acompaño, no, no te preocupes,
la puerta que se cierra.
Tan lejos de nosotras
Las manos de mi hermana
ya tuvieron dos hijos.
Todavía juegan con las mías
en fotos,
porque están a kilómetros de casa.
Sus manos nacieron jardineras
para ordenar
el blanco y el azul, el rojo y el celeste.
Contará una jauría de cruces cada noche
una vida sonora y transparente.
Nuestro patio amaneció cargado de retamas
donde ayer le dibujé
una casa gris de tejas rojas en el margen
de un río. Mis primeras letras
mis últimas palabras.
A veces, antes de dormir, en la penumbra
imagino que aún está, tendida
en la otra cama. Que de pronto
sonará el despertador y mientras ella lo apaga
abrazaré mi conejo
sin apuro
niña náufraga
en la isla sin tiempo de la infancia.
Ahora se despierta a kilómetros de acá
quién sabe qué paisaje
vestirá su ojos negros, su sonrisa apacible.
Ella y yo
tan lejos de nosotras
que nos unen la ruta y un verano.
Donde haya todavía
Padre, a vos. A ti.
I
Las cosas regresan a su cauce
resucitan en manos intrusas de su origen
se acomodan de a poco
en otros hábitos. Tu peine
tus monedas tendidas en un vaso de lata
se traducen de gozo en un café
mientras la tarde llueve a través de mi
Publicado por Ediciones Baobab, Buenos Aires, 1998.
Farewell dos
Adiós a la poesía burda aquella absurda
maravilla inescrutable
maremágnum sintagmático del siglo
metástasis de versos troquelados
La vanguardia del erizo y del carpincho
alegrémonos que no entendemos qué bárbaro
te quiero pero estoy bien light alone
qué oprobio ese vestido de la abuela.
Marketin’ del verso adiós
adiós.
XXXIII
dame
de besar el germen de tu sombra dame
de tocar el borde de tu sueño dame
de beber el cuerpo de tu copa dame
de buscar tu vientre entre tus huesos dame
la prudencia de esperarte un poco y dime
que vendrás aunque no te hayas ido.
Se hace
Puedo refaccionar la casa para cuando vengas.
Relinchar en Yiddish como un profeta
para alcanzar la Tierra Prometida.
Comprar viscosa de seda
y confeccionar unas cortinas sugestivas
hasta eróticas si me propongo un buen corte
un buen cortejo.
Puedo escribir los versos más pusilánimes la noche
en que te diga que me basto
que me acuchillo como un as por tus proezas
que tengo un rey de oros. Yo, una reina.
Y una buena copa.
Y un mejor trepac.
Puedo improvisar las bastardillas más procaces
para el término
con la gramatología impecable de los literatos absurdos
no sólo kantianos, como advertía Tuñón.
Puedo investir un retazo de una isla preciosa
como esa bella carroza por travestido el zapallo
(sin arrastrar un zapato,
sin madrastra, sin madrina)
Y amenizar las cosas que retuercen el lazo.
Pero una casa
no se fabrica.
IX
Este amor desdibujado
que me aborda en esta calle
en esta esquina
se equivoca
como falsa Celestina
y entre lápiz y papel pide mi mano.
Perniciosa posesiona mi armonía
sin respeto al ser mortal
ni al ser humano
de endiablada condición, se desatina
si no acepto su ansiedad
y la desgrano.
Pronta
irrumpe en mi atención amable
esquiva marioneta desleal
dibuja el llanto
a mi semblante pertinaz
tras la sonrisa que resurge
sobreviene
o se hace canto.
Cuando etérea cuerpo y alma amarraría
es la más bella concepción de lo pagano.
Se está yendo… Va despacio…
Qué mujer ingobernable, la Poesía.
Al amor
Dime en qué rincón no estás que no lo encuentro
y qué silencio callas, que no puedo escucharlo.
Cómo atrapar al viento, fugaz ente fugitivo
si no puedo atraparte amor, constante esquivo.
Cuál es el color que no te pinta
la canción que no te canta
la pasión que no te invoca.
Qué infeliz destino se niega a conocerte
por la amarga desazón de la derrota.
Y qué mortal se atreve a perderse en tu delirio
sabiendo que es de fuego la huella de tus labios.
Detén esa latente ley que te gobierna
y déjame, amor, que te conozca.
Dignidad
De todos los oficios de la rosa
Elogio su homenaje de la muerte.
Empecinada por trepar la tierra, ávida
De gloria
Se endereza majestuosa contra el viento
Coronada por un séquito de plumas
A esperar
La recompensa
De que algún caminante
Aplauda su belleza
Y la destruya.
II
El mar es una línea quebrada por un barco
Varado entre las rocas de un faro
Sin bujías. El viento me refugia
Contra mis propias manos
Tanto frío en la piel que no las siento mías.
Apartados del mundo que moja nuestras playas
Este mar intruso de tus
Ojos. La mutua soledad
Desconocida. El viento helado.
Nombraré cada cosa
Entre la última tarde y esta tarde
Para que nada empiece
A separarnos.
Expedición doméstica.
Son las siete en Reichsgau
Y en otro punto equidistante
Del planeta.
(Cuando iba a la escuela me gustaba
abrazar el planisferio y calcular
la simetría de los
husos. Siempre supe
que Japón era el revés de Buenos Aires.)
A la tarde me arrojo a la humedad
De la bruma y acaricio
El crepúsculo violeta. Mi cuota de orfandad
Se debilita si recorro las calles
De Carintia.
Ni siquiera me aleja un hemisferio
del espacio que tu cuerpo ocupa.
Pero anoche llovió y
Cómo extrañé tus pasteles de membrillo
El fragor de la cuchara contra
El plato, tu puñado de bucles.
Pinceladas reflejas de sentirte
En casa.
Acá se ve la auriga
Y en los bares se respira olor a Maxim´s.
Es molesto adecuarse a otra rutina.
Nunca acaba por ser del todo tuya y la nostalgia
Persiste.
El té de enebro
Tus cruces y estampitas
Enredar palabras por hablar de golpe
La manera de hacer
un dobladillo.
Golpean
A la puerta. Me levanto a abrirte.
Dejo paso a tu inercia
Y apoyás dos bolsas
En el piso.
¿Qué te pasa?
Te miro como si te desconociera,
Como si un terremoto nos hubiera
Partido, y por la puerta entreabierta
Florecen las clemátides.
Nada. Qué bueno que viniste.
IV
El aire se transforma en un ladrillo
Para que nuestros cuerpos aprendan
El oficio
De encontrarse
En una casa de puertas abiertas.
Tu cabello
Una camelia desplegada
Hacia la tierra tendida
De mi cuerpo
Golpe y grito
Martillar la piedra
Antes de que otro muro imaginario
Cimiente nuestra casa
Sin puertas ni
paredes.
Noche
La tarde se hundirá en las ruinas de mis ojos
Y antes de volver te traerá a mí
Para que pintes
Mis paredes blancas
Tus pinceles rojos
Casa hipocresía
No me importa
Que rompas el peldaño que te vuelve
Que quieras
Que te escondan.
Me interesa
No sepas dominar esta importancia
Ni con dos de tus manos
Ni con todas las flores
De tu nombre.
Poética ambulante
Volver
Siempre venir de alguna parte
Invocar el ritual
De la mudanza.
Cicatriz
Entre la muñeca y los nudillos
Una mácula rosa que acompaña la mano
Se desplaza
Sin saber que la miro mira el mundo
Impasible
Con sus ojos de coágulo.
Irreparable rosa,
Herida silenciosa.
XI
Le han robado la piel a los caballos
Para que la noche homicida se refugie
En tu pelo. Deambulan las estrellas
Bajo el cielo nublado
Golpeadas por un látigo oblicuo
Tu cabello
Es una catedral vacante de palomas
Vacío de color, prendido en el espacio
Ceguera que me empapa hasta volverme
Silencio
Refugio de la gloria
Que se acerca a mi mano.
Cuando el tiempo de blanco devuelva a las estrellas
Su morada de luto, su cárcel
Soberana
Y otros hombres hereden la savia
De tu pelo, yo me iré
Hacia la sombra, más allá de la nieve
A recobrar el dolor inmortal
De los caballos.
XII
Te rodeaba una cofia de marfiles
Como flores o túnicas
Inútiles
Yo quería despojarte de esas mantas
Verte bailar liviana y cadenciosa
Sí
Era ese traje incómodo
Te hacía lucir de porcelana.
Yo a tu lado
Estatua viva de mármol en la fuente
Dedicando su elogio de Narciso
A una réplica de labios
Indefensos.
Allá hay un vaso que siente como yo
Una prolongación vidriada
De mi cuerpo.
Qué lástima verme en ese vaso
Compartiendo su ser
De recipiente.
Viaje en espiral
Arrodillada bajo el lento proceder del clima inhóspito
Deslizo la mano susceptible
Un mundo nace detrás de una cortina
El sol se pone al horizonte
El viento dobla cortaderas amarillas
Tanto ir, volver, quedarse
en una escuela, un patio, la playa, un desayuno
por probar la verdad
de una semilla
Estoy amando tu contorno de cuerpo a mi costado
Estoy pensando en decir que te conozco
Estoy pensando para qué pensar si el viento sopla estéril
Que salgan las estrellas de una vez
Abandonadas a la luz
De sus hermanas.
El silencio de Dios me deja hablar.
Sin su mudez, yo no habría aprendido
a decir nada.
Roberto Juárroz
Suspensión
El tiempo-daga
El tiempo de la flor o del discurso
Florido,
o de la roca.
Todo es tiempo es nada
Una leyenda profana en la Escritura
Que mantiene las ansias
En remojo
.
Con los ojos cerrados
Cualquier signo sirve para reposar
La vista
una corbata
un perro
. la bóveda de un templo en Bratislava.
De mi alma a los ojos las latitudes mueren
Para que vos usurpes la luz
Del escenario.
Subo un puente de piedra que atraviesa
El Danubio. Con los ojos cerrados
Cada peldaño equivale a un lunar tuyo.
Repaso tu silueta y cruzo
Al otro lado.
(El sentido de la
ausencia
es someter a la ausencia
nuestros propios sentidos.)
Esqueletos de flores
Se bañan en la espuma y acaricio
Por ellas
Un bosque solitario.
En cada cuarto, en cada espejo
localizo la pieza que me falta.
Estás tatuado a mí
Como los árboles
Que ocultan un jardín
Entre las hojas.
Viaje exquisito
En algún lugar, debajo
De la noche
Bajo el pálpito de ver la misma luna
Alguien se entristece por mí
Sin conocerme.
Ninguna otra señal de lo posible
como si no ser
fuera el reverso de mi sombra.
Es hora
De cerrar ventanas y postigos. El sueño
Es mejor profesor que las estrellas.
Hay que dormir deprisa.
Hay que iniciar el viaje.
Adiós
Extranjero de tierras
Melancólicas. La Aurora
Aproxima su carruaje.
Viejo poema II
Te amo empapada de un efímero
Infinito. Sin medida
De tiempo y aguardando
Los detalles banales
Del adiós.
XX
Cuántas veces esperé una carta
De mí misma
Enviada del futuro para la niña
Olvidada. Con el sol
En los ojos y una pierna
A cada lado del caballo
Sigo yo
Conmigo en brazos
Crecida para alimentar el recuerdo
De mi propia esperanza.
Regreso de Vorarlberg
Desde esta celda oscura
Que encadena mi cuerpo a un azulejo
Toco un pájaro de vidrio
Que se rompe
Y se vuelve a remendar.
Esperaba ver llegar
Tus dos maletas de cabra
El sobretodo azul un poco triste
Que zurcí el día anterior a tu
Partida
¿Ves?
Yo no quería privarte de la nieve
Ni de los labios de Anne que te besaban
En lo peor de mis sueños.
Ya no importa.
Las agujas
Acarician las diez y no viniste.
Quiero escuchar la llave rodar
Del otro lado. La oscuridad
Prospera y me confunde. Me convierte
En Crimilda
disfrazada de luto por Sigfrido.
Tengo ganas de escuchar tu voz, de ver
Postales y explorar qué traés
En las valijas.
Pero las horas son pájaros
De vidrio
Que se rompen
Y se multiplican
Interminablemente.
XXII
Es preciso causar algún desorden
Desinflarse en su atenta
Vigilancia.
No divulgar ni al viento
Aunque él se muera
también
De mediodía
Esos remilgos de hacerse
Vulnerable.
Retorno diferente.
Quiero llegar de visita a nuestra casa.
Transitar el camino clausurado de escombros
Dibujando mi pie en su galería.
Entrar
Por las ventanas
Como cabe un asalto. Ver con ojos
Ajenos
Lo que el viento cifró en el calendario.
Escuchar la agonía de la tarde
Al pintarse de azul
Entre las olas
Siempre dije
Que tu voz era un océano indeciso
Duplicarme en las piedras
De tu cuerpo
los platos
los acrílicos
las piedras traídas de los viajes
Mirar de qué manera reinventan su contorno
Nuestros labios gastados
Como si fueran de otros.
Una poeta, Montevideo de 1914.
Esperaré llegar un mediodía hasta caerme
De un último latido
Anticipado. Con la sangre
Caliente. La definitiva.
Solamente la frente y vertical
Entre la tierra
Y el cielo.
XXVI
Por las ventanas puedo ver lo que antes no veía
La tierra pintada por abajo
Caída
Las pieles azules y verdes
Que la noche y el campo se dibujan
Las texturas prestadas por el aire
Todas las pieles que las cosas se dejan
Mutuamente mirar de una ventana
Desniveles dispersos
Cabelleras
Una mano que corre una cortina
Un ángulo oblicuo
En un cuadrado.
XXVII
Lo más triste
Lo más contradictorio
No es amarte
Sino reconocernos.
I
Hay amores que duermen en un nido
sin que nadie cobije
los delfines que habitan en el fondo.
Hay amores que viven de la muerte,
que respiran
y crujen sin reposo.
II
Tengo miedo del río y de las puertas,
son veredas que cruzan a otra parte.
Tengo miedo de partir y no encontrarte,
de volver a sembrar
orillas muertas.
Tengo miedo de la roca silenciosa
que aglomera su núcleo de virutas;
tengo miedo del himno de los perros
contra el cerco violeta de la luna.
¿Para qué? Si ya perdí la cuenta
de las mantas que tejió el olvido
para abrigo de noches inconclusas.
III
Amanece.
El día sube y los minutos caen.
IV
¿Sabrá tu sombra que le beso el alma
esta mañana en que no estás conmigo?
¿Sabrá tu cuerpo que olvidé la calma
arañando un papel como testigo?
V
Hay amores que reanudan el camino
sin que nadie perciba
su retorno;
hay amores que riñen con la brisa
y arlequines que celebran sus despojos.
Las estrellas se agotan de alumbrar a los ciegos.
Las caricias se extinguen con un velo de sal.
VI
Quiero un río de peces
que flotan en la espuma;
depilar la nostalgia sin piedad
ni rencor;
como el sol a las nubes,
como el muro a la piedra,
sobre todas las cosas: quiero amar sin dolor.
VIII
Somos un vegetal que nace en dos sentidos
atorados de cuajo a la semilla.
Siempre firme,
aferrada al borde inverso
que confina indeleble nuestra forma.
IX
Renuncio a desterrar tus ojos de mis ojos.
Renuncio a declararte el olvido a mi presencia.
Renuncio a demandar mi sitio en tus heridas,
mis cicatrices y heridas al filo
de tus besos.
Renuncio a convertirte en una cifra
prendida a mi amuleto
pues
renunciándote renaces de pronto ante mi vista
como el más extraño amado
y extrañado
en un lapso fugaz como un gobierno.
Renuncio a renunciarte entonces,
y las palabras, que existan.
X
No éramos objetos ni personas.
Expatriados los muebles y los vasos,
los monumentos domésticos,
las almas,
las fracturas filosas
del espacio.
Éramos un ramo de polvo untado a la madera
Un ramillete amorfo de sustancia
asilado en una caja de paredes.
Dos niños jugando a los felices,
clavándonos la espada
imposible
del amor.
XI
Quizás comparta el mismo
porvenir de los objetos
designados al vicio de una forma.
A veces sospecho que la luz
hace un enorme esfuerzo,
igual que el sol
colgado de una órbita
en su muda comunión con el absurdo.
XII
Las catedrales de tus párpados se cierran
los altares,
promontorios de velas y floreros esparcidos
la piel los confesorios
en la iglesia de mi alma el coro está entre llamas
clausurada la iglesia y unos ángeles
prendidos en tu pelo.
XIII
Hoy miré en mi habitación
y vi un desierto:
este domingo es un ojal abierto
que introduce fantasmas en tu ausencia.
XIV
Con traerme un pedazo de tu sombra
eso sirve para hacer la eternidad
al menos
para hacer la música de todos los sonidos
también alcanzaría una palabra tuya
cualquier pronunciación
puede servir
para aplacar esta existencia
y regalar la visión de ese perfume
de cuando algo se nombra para siempre.
XV
Soy la víbora muda que cae en el barranco
escondo el cascabel
mientras plancho tu camisa.
Me siento un pequinés con la correa apretada
¿preparo el desayuno o llegás tarde al trabajo?
Soy una carabela sin puerto
ni bitácora,
un alfiler aturdido en un concierto de agujas
sollozan los jilgueros en su cárcel de alambre
la puerta que se cierra detrás de tu corbata.
Amanece de rojo
el agua canta en la canilla
después la ceremonia de amaestrar las ventanas
¿te acordarás del 11 de diciembre en el año 2015?
La tarde y mis papeles
son dos ojos abiertos
que ladran como perros cuando escuchan la llave
de una cerradura que solo vos conocés.
XVI
La casa respira por la ventana abierta
mientras compartimos la trinchera
debajo de las sábanas.
En la mitad de mi sueño cae de vos una caricia
imprevista, un billete que rueda
al fondo de un bolsillo agujereado.
Entonces, tibiamente, por el hueco vacío
de la almohada
como un mendigo piadoso
mi cuerpo se inclina
para atajar tu mano.
XVIII
No traigas a casa tu alegría. No me obligues
a vencer
antes de tiempo
este combate
contra la melancolía, ni presumas
que me voy a acostar
plácidamente
con la cara servida de la muerta
al otro lado
de la mesa de luz.
XX
Tengo una catedral de lamentos en los labios.
Una continuidad precipitada.
Toda una tierra de distancia entre llanuras
eternas de arterias atornilladas.
XXI
Somos dioses. No somos
dioses. Somos
lo primero que oculta la mirada: un brillo
volátil que se apaga
y se traduce en una fórmula ajena
a la
palabra o a la flor.
Vacilación
hasta tomar la flor
o la palabra.
XXII
Con la cresta del aura deslizándose
al borde de una pista,
Matthew,
nunca sabrás qué verdaderas son las cosas
que se dicen
sobreviven incluso
a los momentos.
Mientras duerme a mi lado
Persigo las pisadas de un ángel que se esconde,
relámpago en el aire, visión que no responde,
sacudo los puñales de un amor engañoso
por ver si con la sangre germina un verso hermoso.
(mi musa silenciosa tiene un alma de acero:
Talía me abandona al azar de su tablero)
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