En este tiempo que nos ha
tocado vivir, tan de soslayo, se agradece que de vez en cuando
alguien nos llame la atención de manera que sintamos ese escalofrío
de la palabra que vuela como un pájaro, libre hacia todos los
silencios del mundo. La Naturaleza al desnudo, en su absoluto
sequedal de desierto, en las azules aguas de la mar o el deslumbrante
agujero del espacio sideral. Descender al más profundo de los
silencios o escalar a los altos altares de la vigilia. Mirar al
infinito horizonte y comprender los límites de la vida, del alma
toda. ¿No hay ya futuro? ¿Hacia dónde el sendero, la nave, el
vuelo? ¿Quién nos guiará, qué luz o viento señalará la
dirección correcta? ¿Dónde el tiempo para la esperanza? La vida
misma en su exacta incertidumbre: agua y fuego, tiniebla y luz.
Regresar a los orígenes del cosmos y descubrir la grandeza de tanta
oscuridad y silencio, la cruel realidad de la herida que sangra, el
dolor de la ausencia. A todo esto y más responde el libro “Antes
que el tiempo fuera”, de Juana Castro (Villanueva de Córdoba, 1945), merecidísimo XXV Premio de Poesía Ciudad de
Córdoba “Ricardo Molina”. Se agradece, y mucho, que un premio
como este se distinga por la indiscutible calidad de la obras, en
este caso ya patente por la larga trayectoria de la poeta
galardonada. Y, ciertamente, el libro en cuestión es tan complejo
como sublime, tan hondo como bello. Se aúnan en él todo el poder de
la Naturaleza y la emoción extrema de lo vivido. Juana Castro ha
compuesto una obra poético-sinfónica, de gran calado, determinante
en su expresión y concepción del mundo.
Con “Antes que el tiempo
fuera”, Castro regresa a la verdad poética -su verdad-, como
símbolo de lo eterno, poesía de la celebración de la vida en su
más amplio sentido, indagadora de lo desconocido y por venir: «Mamá
Amaltheus, en su nube de encaje,/ canta y mece al pequeño
pinzón recién nacido […] y mamá Amaltheus, la fósil, /
la más vieja, / renqueando en la noche primera de los mundos».
Principio y fin de lo creado, la herida abierta de la vida crece en
cada verso, en cada palabra como un sol que irradia luz y despertares
cálidos. La emoción de lo vivo, que se transforma, se metamorfosea
en infancia, ese lugar que nunca es olvido: «Hay un lugar de la
memoria / una niña / de trenzas y sombrero / que abre los ojos
grandes / a un mayo de posguerra». Un grito que se abisma en el
silencio de los campos y dehesas, los encinares, un terrible lamento
que el viento lleva de un lado al otro del mundo, como un triste
presagio, una tragedia. Pura esencia en soledad de la mujer
campesina, dibujada en el luto de la noche casi siempre y la navaja
todo ajuar en la dureza del verso de la poeta, que resiste al igual
que sus ancestros, que no renuncia al agridulce sabor de la vida:
«Una navaja siempre a mano, / colgada al delantal o en el bolsillo.
/ Igual corta las setas, los cardillos, las fieras / tan
verdes del arroyo / que el pan en rebanadas al almuerzo. // Al casar
una moza, su regalo primero la navaja». La mirada fija en la
Naturaleza, como única madre que nos cobija y protege, nos enseña y
castiga. Amaltheus no es sino esa Madre luz, todas las Madres
en una, savia y alimento, soledad: «Quien no haya sido náufraga no
sabe / la desnudez de cada hora / ni el silencio flotando a la deriva
/ ni el dormir vigilante como cuando / se amamanta a un hijo en la
tormenta». Pero la vida es un tren de ida y vuelta, una estación
cualquiera, un destello de luz, amorosa entrega: «Fue en un baile /
al terminar la guerra. Ellos / regresaban gallardos, todavía en los
ojos / la apostura real del uniforme. / Ellas / estrenaban primores y
sonrisa / después de tantas lágrimas. Y juntos / festejaban el fin
de los cadáveres».
Juana Castro ha construido un sabio discurso,
complejo e innovador, de enorme simbología, en un intento de
recuperar, en plena madurez, todas las ausencias (dolorosa
resistencia por la ausencia de su nieta Sara):
«Madre / de la Unción
y las Eras, sálvala. /
Llénale los alveólos /
de luz, moja /
sus
neuronas prensadas,
/ su intacta calavera, /
la calima /
de sus peces
sin flor».
Es la voz de la experiencia, de la emoción extrema, que
no deja duda alguna sobre la fuerza de la palabra, el temblor del
verso:
«¿Tú sabes, niña, amiga, palabra?
/ ¿Sabes tú, madre
mía, este titán
/ de bogar río arriba /
a la contra del tiempo?».
El paso del tiempo como una losa que poco a poco ocultará la vida,
la espera en soledad:
«La soledad del mundo, madre mía […]
–Dame
la mano, aguarda, /
es el aullido /
del ciclón y la niebla, /
más
allá /
más allá
/ del silencio»,
escribirá Castro. La soledad
que los años proclaman en el rosto y los labios de la fósil madre
hija y abuela ahora, en un grito que recorre la tierra:
«A la abuela
ammonites no le caben /
ya más pesares ni congojas /
y ahora
el sol escupe llamaradas,
/ la era de los fuegos cabrillea,
/ canta
para espantar a los oráculos,
/ sabe que morirá / con la última
gruta»;
es el miedo que alumbra el camino, perseverante, ¡tan frío,
tan humano!: «¿Tienes miedo, Amaltheus? […] Sí, tienes
miedo del tiempo, ese gigante / con forma de muchacha / que ya no
reconoces. […] Descasa ya, Amaltheus, en la valva vacía. /
Era tan sólo el tiempo». “Antes que el tiempo fuera” es uno de
esos libros en los que hallamos la poesía en toda su esencia, el
conocimiento, la emoción, la vida misma, la sabia escritura de una
grandísima y universal poeta española: Juana Castro.
ANTES QUE EL TIEMPO FUERA de JUANA CASTRO. |
Título:
Antes que el tiempo fuera
Autor:
Juana Castro
Editorial:
Hiperión (Madrid, 2018)