Aquel dos de diciembre. Andrés Rubia

Aquel dos de Diciembre
Por Andrés Rubia


Aquel dos de Diciembre, con un ramo de flores robado en una mano, con las llaves en la otra, preferí llegar de nuevo a casa, rehusando tomar el ascensor por no ver mi cara de desolación durante el trayecto y contemplarme en el espejo como un miserable recién abandonado por su última musa… Metí la llave, abrí la puerta, me dirigí hacia el aparato, metí el cd, seleccioné el número, pulsé el play y, tras arrojarme a la cama como un suicida que lo hace al vacío, me quedé escuchando “el tiempo de la cerezas” de Bunbury.
¿Que si es posible unir suerte y fracaso desde el balcón de las incertidumbres?
DOS MESES ANTES:…Desde mi ventana sur, los había visto muchas tardes encontrarse en aquel banco del parque Céfiro.
Aquellas citas, apenas duraban más de veinte minutos.
Nada más verse, como si de un ceremonial protocolo se tratase, se besaban las mejillas, apagaban sus teléfonos móviles y hablaban circunspectos, intensos, respetuosos en cada turno de palabra. En ocasiones sonreían, o agachaban la vista, o se mantenían quedos con la mirada pensativa hacia el estanque, justo allí donde una sirena de basalto vertía desde su ánfora un chorro de agua malva sobre la fuente.
Alguno de esos días llovía y se cobijaban bajo un paraguas anaranjado. Sin embargo, durante otras tarde de primavera, comían garrapiñadas y echaban rosetas de maíz a las palomas. Ella recostaba la cabeza en su hombro mientras él le echaba el brazo por encima. Quedaban absortos, el uno al lado del otro. Luego ya no hablaban más hasta la hora de marchar. Ambos vestían juveniles, pero a ojo de confidente escritor, yo sabía que teñían canas.
Llegaba el momento. Unas veces, marchaban juntos cogidos de la mano, otras, se separaban con un abrazo, con las miradas clavadas, con los ojos rebosantes de trance y cariño, como si no tuviesen muy claro que hubiera una próxima vez. Una frase breve en los labios de ella, a continuación, el gesto profundo de silencio en él. Ignoro cómo lo intuí, pero aquello dolía por alguna razón que nunca supe ni sabré.
A consecuencia de un tour poético hispanoamericano por Canarias, debí ausentarme durante un mes y doce días de mi apartamento en el barrio de los Destinos. Sea verdad, que cuando el grupo de cantautores del Arrecife me lo propuso, elucidé una oportunidad para sacudir mi inspiración y tratar de lograr componer al menos una o dos canciones. Necesitaba aquello como un loco anhela un poco de cordura transitoria e intentar pisotear mi crisis creativa. No pude evitar imaginarme con mi guitarra sentado a la orilla volcánica de una playa vacía de Lanzarote. Siempre he creído que soñar es más de infelices que de hipócritas.
Me sentía pequeño, ladino y yermo durante esos días. Mi proceso artístico musical llevaba tres meses en coma profundo, tan desértico y blanco como el valor catastral de un kilómetro cuadrado de luna.
Durante ese periodo alejado de mi pequeño apartamento, sucedieron cinco accidentes aéreos en el mundo, habían salido a la luz siete nuevos casos de corrupción en Cataluña, Andalucía y Madrid.
Un monologuista valenciano y su amante, el batería de un conocido grupo de soul, habían sido vilmente asesinados en la habitación de un hotel de Capri.
Se confiscaron diez alijos entre cocaína y hachís en una humilde aldea de la costa gallega.
En Jerusalén, Netanyahu, el primer ministro israelí, es asesinado en circunstancias paranormales por un niño palestino, quien a continuación se inmoló. Realizada la autopsia y el análisis de ADN, la identidad coincidía inexplicablemente con la de uno de los seis menores fallecidos durante el bombardeo a una escuela refugio de la ONU en Gaza, dos semanas antes del insólito homicidio.
La hija menor de mi vecina, Guillermina la del quinto, de diecisiete años, había abortado por segunda vez.
David Bisbal, obtenía un grammy por su álbum dedicado a mi persona, “El poeta olvidado”.
El gobierno español había implantado cinco nuevos impuestos, uno de ellos para los pintores y artistas que hiciesen pública su obra. Había subido al veintitrés por cierto el iva, la gasolina en un ocho más, y el ministro de economía había salvado la vida por los pelos tras un atentado terrorista en la Moncloa, donde treinta personas habían perecido, entre ellas, Jorge Javier Vázquez, el presentador del programa con más audiencia en Telecinco.
Pero también se dieron buenas noticias: Estados Unidos acababa de levantar el bloqueo a Cuba. La Nasa había descubierto un planeta con similares características al nuestro donde, la vida humana era posible; y además, se había ratificado la global prohibición para la fabricación de armas nucleares en todo el mundo. Corea del Norte había sido el último país en firmar.
Regresé un 21 de Noviembre a la península, a mi barrio de Los Destinos, a mi casa de la calle Destierro con vistas al parque Céfiro.
He de confesarlo. Los echaba de menos.
Estuve asomándome casi todas las tardes, pero algo sucedía. Él comenzaba a no acudir a todas las citas. Ella siempre lo hacía. Se sentaba en el mismo banco, miraba su teléfono, lo apagaba y permanecía alrededor de media hora esperando a que ocurriese algo, con la mirada puesta en aquella sirena que ahora ya vertía el agua con menos intensidad, más clara sobre la fuente. La bombilla del foco malva debía haberse fundido, y el ayuntamiento, probablemente, carecía de presupuesto para cambiarlo.
Debo reconocer que durante una semana y tres días, un sentimiento de curiosidad, de nostalgia y angustia, anduvo pertrechando mi corazón.
Aquel dos de Diciembre hacía frío, y aunque ella, fiel a donde siempre, sí acudió, supe que sería la última vez que lo haría. Cuando se marchó bajé a ver qué era lo que había estado labrando con un pequeño punzón en ese banco, el cual, durante tantas tardes de Mayo, había sido testimonial escenario de una historia tanto bella como extraña.
No era excesivamente grande. El ramo llevaba petunias, claveles, una flor del paraíso y una rosa intensamente hermosa y roja. En la madera del asiento había dejado escrito algo:
Duró lo que duró. Dure lo que dure el dolor… Jamás pondré en duda que haberte conocido no haya merecido la pena. Yo bendigo este rincón del universo donde fuimos dos desconocidos por primera vez.”
Aquel dos de Diciembre, con el ramo de flores robado en una mano, con las llaves en la otra, preferí llegar de nuevo a casa, rehusando tomar el ascensor por no ver mi cara de desolación, por no contemplarme en el espejo como un miserable recién abandonado por su última musa… Metí la llave, abrí la puerta, me dirigí hacia el aparato, metí el cd, seleccioné el número, pulsé el play y, tras arrojarme a la cama como un suicida que lo hace al vacío, me quedé escuchando “el tiempo de la cerezas” de Bunbury. 
 
Por Andrés Rubia

Aquel dos de diciembre. Andrés Rubia

Aquel dos de Diciembre
Por Andrés Rubia


Aquel dos de Diciembre, con un ramo de flores robado en una mano, con las llaves en la otra, preferí llegar de nuevo a casa, rehusando tomar el ascensor por no ver mi cara de desolación durante el trayecto y contemplarme en el espejo como un miserable recién abandonado por su última musa… Metí la llave, abrí la puerta, me dirigí hacia el aparato, metí el cd, seleccioné el número, pulsé el play y, tras arrojarme a la cama como un suicida que lo hace al vacío, me quedé escuchando “el tiempo de la cerezas” de Bunbury.
¿Que si es posible unir suerte y fracaso desde el balcón de las incertidumbres?
DOS MESES ANTES: …Desde mi ventana sur, los había visto muchas tardes encontrarse en aquel banco del parque Céfiro.
Aquellas citas, apenas duraban más de veinte minutos.
Nada más verse, como si de un ceremonial protocolo se tratase, se besaban las mejillas, apagaban sus teléfonos móviles y hablaban circunspectos, intensos, respetuosos en cada turno de palabra. En ocasiones sonreían, o agachaban la vista, o se mantenían quedos con la mirada pensativa hacia el estanque, justo allí donde una sirena de basalto vertía desde su ánfora un chorro de agua malva sobre la fuente.
Alguno de esos días llovía y se cobijaban bajo un paraguas anaranjado. Sin embargo, durante otras tarde de primavera, comían garrapiñadas y echaban rosetas de maíz a las palomas. Ella recostaba la cabeza en su hombro mientras él le echaba el brazo por encima. Quedaban absortos, el uno al lado del otro. Luego ya no hablaban más hasta la hora de marchar. Ambos vestían juveniles, pero a ojo de confidente escritor, yo sabía que teñían canas.
Llegaba el momento. Unas veces, marchaban juntos cogidos de la mano, otras, se separaban con un abrazo, con las miradas clavadas, con los ojos rebosantes de trance y cariño, como si no tuviesen muy claro que hubiera una próxima vez. Una frase breve en los labios de ella, a continuación, el gesto profundo de silencio en él. Ignoro cómo lo intuí, pero aquello dolía por alguna razón que nunca supe ni sabré.
A consecuencia de un tour poético hispanoamericano por Canarias, debí ausentarme durante un mes y doce días de mi apartamento en el barrio de los Destinos. Sea verdad, que cuando el grupo de cantautores del Arrecife me lo propuso, elucidé una oportunidad para sacudir mi inspiración y tratar de lograr componer al menos una o dos canciones. Necesitaba aquello como un loco anhela un poco de cordura transitoria e intentar pisotear mi crisis creativa. No pude evitar imaginarme con mi guitarra sentado a la orilla volcánica de una playa vacía de Lanzarote. Siempre he creído que soñar es más de infelices que de hipócritas.
Me sentía pequeño, ladino y yermo durante esos días. Mi proceso artístico musical llevaba tres meses en coma profundo, tan desértico y blanco como el valor catastral de un kilómetro cuadrado de luna.
Durante ese periodo alejado de mi pequeño apartamento, sucedieron cinco accidentes aéreos en el mundo, habían salido a la luz siete nuevos casos de corrupción en Cataluña, Andalucía y Madrid.
Un monologuista valenciano y su amante, el batería de un conocido grupo de soul, habían sido vilmente asesinados en la habitación de un hotel de Capri.
Se confiscaron diez alijos entre cocaína y hachís en una humilde aldea de la costa gallega.
En Jerusalén, Netanyahu, el primer ministro israelí, es asesinado en circunstancias paranormales por un niño palestino, quien a continuación se inmoló. Realizada la autopsia y el análisis de ADN, la identidad coincidía inexplicablemente con la de uno de los seis menores fallecidos durante el bombardeo a una escuela refugio de la ONU en Gaza, dos semanas antes del insólito homicidio.
La hija menor de mi vecina, Guillermina la del quinto, de diecisiete años, había abortado por segunda vez.
David Bisbal, obtenía un grammy por su álbum dedicado a mi persona, “El poeta olvidado”.
El gobierno español había implantado cinco nuevos impuestos, uno de ellos para los pintores y artistas que hiciesen pública su obra. Había subido al veintitrés por cierto el iva, la gasolina en un ocho más, y el ministro de economía había salvado la vida por los pelos tras un atentado terrorista en la Moncloa, donde treinta personas habían perecido, entre ellas, Jorge Javier Vázquez, el presentador del programa con más audiencia en Telecinco.
Pero también se dieron buenas noticias: Estados Unidos acababa de levantar el bloqueo a Cuba. La Nasa había descubierto un planeta con similares características al nuestro donde, la vida humana era posible; y además, se había ratificado la global prohibición para la fabricación de armas nucleares en todo el mundo. Corea del Norte había sido el último país en firmar.
Regresé un 21 de Noviembre a la península, a mi barrio de Los Destinos, a mi casa de la calle Destierro con vistas al parque Céfiro.
He de confesarlo. Los echaba de menos.
Estuve asomándome casi todas las tardes, pero algo sucedía. Él comenzaba a no acudir a todas las citas. Ella siempre lo hacía. Se sentaba en el mismo banco, miraba su teléfono, lo apagaba y permanecía alrededor de media hora esperando a que ocurriese algo, con la mirada puesta en aquella sirena que ahora ya vertía el agua con menos intensidad, más clara sobre la fuente. La bombilla del foco malva debía haberse fundido, y el ayuntamiento, probablemente, carecía de presupuesto para cambiarlo.
Debo reconocer que durante una semana y tres días, un sentimiento de curiosidad, de nostalgia y angustia, anduvo pertrechando mi corazón.
Aquel dos de Diciembre hacía frío, y aunque ella, fiel a donde siempre, sí acudió, supe que sería la última vez que lo haría. Cuando se marchó bajé a ver qué era lo que había estado labrando con un pequeño punzón en ese banco, el cual, durante tantas tardes de Mayo, había sido testimonial escenario de una historia tanto bella como extraña.
No era excesivamente grande. El ramo llevaba petunias, claveles, una flor del paraíso y una rosa intensamente hermosa y roja. En la madera del asiento había dejado escrito algo:
Duró lo que duró. Dure lo que dure el dolor… Jamás pondré en duda que haberte conocido no haya merecido la pena. Yo bendigo este rincón del universo donde fuimos dos desconocidos por primera vez.”
Aquel dos de Diciembre, con el ramo de flores robado en una mano, con las llaves en la otra, preferí llegar de nuevo a casa, rehusando tomar el ascensor por no ver mi cara de desolación, por no contemplarme en el espejo como un miserable recién abandonado por su última musa… Metí la llave, abrí la puerta, me dirigí hacia el aparato, metí el cd, seleccioné el número, pulsé el play y, tras arrojarme a la cama como un suicida que lo hace al vacío, me quedé escuchando “el tiempo de la cerezas” de Bunbury. 
 
Por Andrés Rubia

Antonio García Vargas.Cómo aflora un recuerdo

a Lewis Thomas, sabio amigo—



A veces, de la Nada, rescato un ciervo herido
con su limpia mirada preguntando el porqué
de las cosas más simples.
Me descuelgo en la tarde pecadora de ayer
soñando con tus senos que, ingrávidos, al viento,
apuntaban directo al centro de mis dudas.
Y mis ruedas se ponen todas en movimiento,
mi mente se satura de momentos pasados
y me instalo en la gnosis de lo que fue y no es
buscando entre los pliegues profundos del cerebro
la conexión oscura de antiguos receptores
con algún linfocito, jugando con su antígeno,
para ver si consigo ese magno espectáculo
de dibujar en sepia retráctiles momentos.
Noto cómo la célula que habita en mi pregunta
se agita, se agiganta, rehace su adeene
y se hace linfoblasto.
Después se subdivide en células idénticas,
receptoras y hermosas, con la misma pregunta,
con la misma respuesta; ¡con todas las respuestas
a todas mis preguntas!
Y noto alborozado que la nueva colonia
de forma evanescente que surge y me rescata
mostrándome en un Todo que brota de mi Nada…
es un lindo recuerdo:
¡Un recuerdo de amor! ¡Nada más! ¡Nada menos!

Metamorfosis. Pilar Quirosa

Pilar Quirosa



METAMORFOSIS



(Versión Posivídeo)




Un día soñé con alcanzar

tardíos añiles de alborada,

con levantar la vista

hacia lejanos mares ignotos

y navegar por sus aguas.

Hoy como ayer, dríade Daphne

alcanzando el horizonte,

lejos de la tiranía del abrazo,

de las huellas atrapadas

en la tortura del camino.

Llamando a la yedra

por su nombre,

para que contemple mi sangre

recién amanecida.

Ahora que brota la savia

acompasada de latidos,

lejos del tortuoso lago

gris de la inmundicia.

Hoy, al fin,

donde fluye la vida, donde alcanza

la certeza del árbol,

convertidos los cabellos en hojas,

los brazos en ramas,

los pies en raíces.

Hoy, a tu lado estoy,

ninfa de los árboles, hija de la tierra,

por siempre un capítulo enterrado,

un espacio de libertad compartida.

Metamorfosis. Pilar Quirosa

METAMORFOSIS



(Versión Posivídeo)




Un día soñé con alcanzar

tardíos añiles de alborada,

con levantar la vista

hacia lejanos mares ignotos

y navegar por sus aguas.

Hoy como ayer, dríade Daphne

alcanzando el horizonte,

lejos de la tiranía del abrazo,

de las huellas atrapadas

en la tortura del camino.

Llamando a la yedra

por su nombre,

para que contemple mi sangre

recién amanecida.

Ahora que brota la savia

acompasada de latidos,

lejos del tortuoso lago

gris de la inmundicia.

Hoy, al fin,

donde fluye la vida, donde alcanza

la certeza del árbol,

convertidos los cabellos en hojas,

los brazos en ramas,

los pies en raíces.

Hoy, a tu lado estoy,

ninfa de los árboles, hija de la tierra,

por siempre un capítulo enterrado,

un espacio de libertad compartida.

Literatura egódica. Salón de lectura



LITERATURA EGÓDICA


Escribe el poeta Eduardo García en su reciente libro de aforismos “Las islas sumergidas”: «Un extraño se embosca en el espejo. Sangre de tu sangre, tu enemigo», lo que viene a colación respecto al profundo y extraordinario estudio realizado por el también poeta, escritor y crítico Vicente Luis Mora (Córdoba, 1970), con el título “Literatura egódica. El sujeto narrativo a través del espejo”, publicado en la colección “Libros del Meridiano” y editado por la Universidad de Valladolid. El espejo, pues, o mejor dicho, su presencia, ha sido notable en las obras literarias de todos los tiempos, desde la antigüedad hasta nuestros días, aunque quizá su uso sea más prolífico en la actualidad. El espejo tomado en sus diferentes significados o representaciones: de la identidad, la belleza, el tiempo, el sueño, la otredad, el miedo o el esperpento, tal y como se indica en el prefacio del libro. Mora entiende por literatura egódica, «aquella literatura del ego excesivo, sobredimensionado o hinchado, cuya manifestación antonomástica sería la autoficción, pero que en sentido amplio engloba aquellas formas narrativas o poéticas donde la identidad es uno de los temas fundamentales (u obsesivos) del texto», si bien de entre todos los géneros literarios, elige en exclusiva novelas y libros de relatos. El libro está estructurado en cuatro bloques fundamentales: Introducción, subdividida en los apartados “Espejos y fracturas” (El problema de mirarse al espejo y El espejo y la poética del resquebrajamiento) y La narrativa española reciente: breves notas de aproximación, en la cual se contemplan las características de la narrativa posmoderna española (la publicada en España en cualesquiera de las lenguas oficiales, aparecida durante el capitalismo tardío -1978- y con rasgos tales como la identidad múltiple y autocrítica del sujeto narrador o del protagonista), bloque que, sucintamente, viene a establecer el marco teórico e histórico. Tras éste, se entrará de lleno en el segundo de los bloques y tema de fondo de este trabajo ensayístico, cual es, “La construcción y/o destrucción subjetiva a través del motivo del espejo”, desde el punto de vista del espejo y su “Construcción identitaria” y la “Construcción del relato narrativo mediante el uso del espejo”. Un tercer bloque trata “El tema del doble y las formas de otredad y notredad en narrativa contemporánea en su relación con el motivo del espejo”, para el cual toma como modelos diferentes obras, entre ellas, la novela Laura y Julio, de Juan José Millás o el relato “Los invasores”, de Eloy Tizón; la novela “Detrás del hielo”, de Marcos Ordóñez, aunque son muchas más las referencias a los diferentes aspectos tratados en este apartado. Un cuarto bloque trata las “Conclusiones” de este ensayo, y que de forma resumida podrían concretarse en: el “giro intimista”, referido al narcisismo narrativo y la autoficción (el yo como único universo), el auge del microrrelato, en el que la cuestión identitaria y el espejo destacan, la influencia de la obra de Jorge Luis Borges, la naturaleza del doble espejo –relación fidelidad y disparidad-, la potencialidad del espejo como “puerta simbólica” –dobles a través del espejo-, el doble virtual o digital del escritor, y, por último, reescritura ficcional a partir de la potencialidad del espejo para explicar la disolución del sujeto (“todo proceso de escritura es una ficcionalización, no ya en los discursos literarios más supuestamente “evasivos”, como la novela, sino incluso en aquellos en los cuales el nivel de impregnación identitaria debería ser mayor, como la autobiografía”). Afirma, finalmente, Mora: «El espejo se constituía, se constituye para todos, en la vía perfecta de escape. Toda esa lenta construcción de la personalidad halla en su seno el lugar pefecto donde aparecer. El espejo es la pantalla en la que proyectamos la mentira que durante años hemos filmando para él». “Literatura egódica” se constituye, pues, en un texto imprescindible para conocer el “yo” narrativo a través del espejo, un ensayo literario de alto vuelo. 

Título: Literatura egódica.
El sujeto narrativo a través del espejo.
Autor: Vicente Luis Mora
Edita: Ediciones Universidad de Valladolid, 2013
(Col. Libros del Meridiano)

Ficción Perpetua. José Antonio Santano

 

----------------------------------------------------------------------------
Título: Ficción perpetua
Autor: José María Merino
Edita: Menoscuarto (Palencia, 2014)


Libro de libros podríamos definir a Ficción perpetua, del escritor y académico José María Merino. Con una cuidada edición y en la colección Cristal de cuarzo, dirigida por Fernando Valls, Menoscuarto nos proporciona, una vez más, la posibilidad de disfrutar de un ensayo literario de extraordinario valor, en el que la observancia de la realidad literaria actual, junto al estudio de las obras esenciales y la opinión sobre otras cuestiones, tales como la enseñanza de la lengua y la literatura, a través de las conferencias pronunciadas por su autor, alientan su lectura.Ficción perpetua es un ensayo literario de hondo calado, consecuencia no sólo por la atenta mirada del gran escritor contemporáneo que es su autor, sino, y esto sea quizá lo más importante, por el ávido y exigente lector que demuestra ser, razón de peso esta si tenemos en cuenta que late en todas y cada una de sus páginas la curiosidad y el continuo deseo de saber a través de los libros, persuadiéndonos así de la importancia del libro –de la lectura- en la vida de los seres humanos.
Aunque a José María Merino (La Coruña, 1941) se le conoce más por su faceta de escritor de cuentos, relatos o novelas, este libro viene a revelarnos que también Merino es un excelente ensayista, capaz de hipnotizarnos con sus profundas reflexiones sobre todo lo relacionado con el libro, la lengua y la literatura, y más concretamente sobre el cuento como género literario marginal. 

 Divide José María Merino Ficción perpetua en dos bloques temáticas o partes fundamentales. En la primera, titulada “En el país de todos los libros”, reproduce textos de las charlas o conferencias llevadas a cabo a lo largo de dos décadas. Del contenido de esta primera parte destacaría artículos tales como “Diez jornadas en la isla”, donde Merino náufrago recupera algunos de los libros más importantes en su vida (diccionarios y enciclopedias, Heidi, El Quijote; la poesía de Bécquer, Rosalía de Castro, Darío, A. Machado, Rojo y Negro, , etc.); “Una identidad desatada”, que plantea el problema de la lengua española: empobrecimiento léxico, ensimismamiento en las particularidades regionales, el alejamiento de las nuevas generaciones de la palabra escrita en los libros –idea del libro como instrumento arcaico-, “El cuento de contar”, que pone el acento en la importancia de la literatura oral, “Los límites de la ficción”, (metaliteratura, la ficción en la ficción, metaliteratura y realidad), “Las miradas de la invención novelesca”, “Tres reflexiones quijotescas”, en el que explica la razón del éxito de El Quijote, que considera un clásico «porque a los lectores contemporáneos nos siguen interesando y conmoviendo las aventuras desastrosas de sus personajes, y dándonos ejemplo de lo que es vivir y lo que es soñar», o, “Cinco reflexiones sobre la lectura”, texto con el que Merino, a partir de su propia experiencia y vivencias nos acerca al universo mágico de la palabra escrita; en ella hallamos razones y sensaciones, porque la lectura es un viaje hacia mundos desconocidos y misteriosos. De ahí que se afirme: «Los libros mueren cuando ya no encuentran en el lector el eco de una emoción directa en los estético y en lo vital», o, a modo de conclusión: «Muchos creen, todavía en la falacia aristotélica, que solo en la Historia está el archivo seguro de nuestras circunstancias, pero el más certero registro de lo que caracteriza a la especie humana, donde verdaderamente se encuentra la historia de nuestro corazón a lo largo de los milenios, es en la literatura, constituida desde la capacidad simbólica que nos identifica. Leer nos da acceso al gran espacio de la imaginación reveladora: el país de lo que somos, el territorio de lo que sentimos».

La segunda parte, “De autores y ficciones”, contiene artículos publicados en diversas revistas literarias, en los que trata unas veces la obra de autores clásicos (Dikens, Maupassant, Potocki, Menéndez Pelayo, Chéjov, Unamuno…) o sobre la narrativa actual española. En cada uno de estos artículos hallará el lector algunas de las claves que han hecho que obra y autor estén en un lugar destacado de la literatura universal. Ficción perpetua viene a ocupar el lugar que merece dentro del género ensayístico y José María Merino, su autor, nos devuelve la esperanza en la literatura como fuente inagotable de vida.