GEORGE REYES.

GEORGE REYES. YA EL SILENCIO NO ME HABLA.










George Reyes es poeta, ensayista, profesor y presbítero ecuatoriano, residente en la Ciudad de México. Su reciente poemario es El azul de la tarde (Santiago de chile, Chile: Apostrophes Ediciones, 2015); su poesía ha recibido homenaje y, al igual que sus ensayos, ha sido publicada en diferentes revistas literarias y antologías virtuales y de papel; ha sido incluido en la Antología de Poesía Mundial, Poetas del siglo XXI; consta en la Enciclopedia de la Literatura en México-FLM -CONACULTA; tiene en su haber los poemarios inéditos Filosofía risueñaMañana y otros.


YA EL SILENCIO NO ME HABLA

Los poros de mi piel nocturna
destilaban esos llantos que yo río
y en su catarata se caía mi delirio como arena frágil.

El galope de esas noches me azuzaba la canina hambruna.
Esas noches vomitaban en mis hombros festines ya licuados.

¡Esa lontananza dilataste en la que me acuesto!

No vuelvo la mirada al vaho de la sal.
Me has anclado en cada hueso el exceso de tu paz
Y me hablan hoy tus versos con bella rima.









SOLILOQUIO DE MI ROSA

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El poema es un mundo, espectáculo y partitura lingüístico-simbólica y profética en el que cabe la presencia viva del lector de carne y hueso que lo habita, lo interpreta, le despierta su música y lo experimenta (George Reyes).
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1

Verdad es que “nunca la noche ha vencido al alba”, pues, como preludio del ardiente astro matinal, ésta es despuntada por el Ingénito sobre las oscuras montañas en cada nuevo amanecer. Esa victoria se me reveló en progreso desde que en mi rosaleda sembré el tallo de una rosa, nutrido de pesada sabia; respecto a lo cual el tiempo me ha estafado al permitirme solo evocaciones migajadas de sus rosas. Esa victoria se me reveló también al ver como en ese tallo las rosas eran zurcidas con el hilo de mis lágrimas; enredado en los colores de esas rosas, ese hilo se deslizaba mudo por las praderas del corazón a la copa de mi mano, la que el consustancial ser consumía hasta engendrar nueva madeja de sonrisa y nueva travesía por el golfo de los náufragos.

2

Quería que una vez fuese dos veces;
que dos veces fuesen tres:
desprenderte, complacencia apasionada, con vigilia y silencio santo.

Jadea la mediana noche, da estertores.
Tus sonidos quejumbrosos, soledad agazapada,
te han escrito puerta en mí poema que jamás has de leer.

Hoy camino con buen porte como un león;
medito en tu recuerdo dulce, cual la tórtola,
en esta lluvia pertinaz que me ablanda las praderas de mi pétalo.

El feliz marco con tu rostro descubierto me colma de rocío.














ADAN LLORA TODAVIA

En el chorro de agua en flor se bañaba quien al viento andaba…
Se sentó en silla huérfana debajo de un sauzal que llora,
junto
a
nopales
de
pradera
que
por
él
lágrima
exiliada
vierten
todavía…

En el chorro de agua en sombra sonando cual un beso,
se baña sobre piedras con acento humano y gruñido de los leones,
entre flashes de luciérnagas y de tomas instantáneas de tormenta...


¿Ves tú los luceros parpadeando en el cielo de las fauces de las piedras?
¡Veo su grandeza que se zurce la rotura extrema!


Ya no habrá vigilia en pardas horas, en el éxtasis de un gorjeo de palomas;
ni en palacio de los cuentos sin más granos de silencio…
Con la pluma de tu abrazo le has tatuado tú la vida.











NUPCIALES

¡Ay reverso de mis pies en la otra patria,
cual urbana agua que ha cambiado de espumaje y cauce:
del charco almidonado,
al
lago
de
tus
brazos
donde
nado!

Esa patria ha enjaulado este cansancio.
Y la ausencia y la mortaja lo han secado,
cual
mi arroyo
campirano
y lomo
azul de olas.
.
Claridad me mira entero y no es mía.
Estoy descalzo de jadeos y de hundida mano de Tomás.
¡En
boda
estoy
con otros
sueños
de otras noches,
de otras lunas,
sin cripta ni epitafio de recuerdos!












MURMULLO EN EL PAPEL
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Ahora que la lluvia golpea los cristales del olvido. R. Martínez López
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Escucha el murmullo durmiendo en el papel,
destila de mis poros como agua abriendo cauce,
se enjuaga en la semántica del verbo y se empoza en todo el verso.

El galope de aleteo de aquellas mariposas,
que se posan todavía en el rosal, mirando al sol tardeado,
es mi sangre penetrada en los oídos que te habitan.

¡Estoy libérrimo de puñales atorados,
de relojes estacionados, de lloros que se ríen..!
¡Ondea el reverso,

ondea la vida

tan lejana del papel!




UN BOSQUE ARDIENDO BAJO UN MAR DESNUDO. SALÓN DE LECTURA.



UN BOSQUE ARDIENDO BAJO UN MAR DESNUDO

Si se hiciera un estudio riguroso de la poesía en lengua española de las últimas décadas hasta hoy, casi seguro que nos daríamos de frente con una realidad difícil de admitir: no es oro todo lo que reluce. Ocurre que suenan más los nombres que las obras. La poesía ha quedado fragmentada, dividida entre los que están y los que son pero no están. Este es el quid de la cuestión. Lo mismo que en la sociedad ha calado el discurso de la mediocridad y el pensamiento único, en la poesía ha ocurrido tres cuartos de lo mismo. Si leemos con detenimiento las obras poéticas más recientes comprenderemos mejor esta circunstancia. La bonanza de la poesía y de la joven en particular no es tanta como se nos quiere hacer creer. No toda innovación o todo lo nuevo es bueno. El hecho experimental es importante, pero no lo es menos el de la diferencia, esa búsqueda del poeta por encontrar su propia voz, que es de lo que adolece la poesía a la que me he referido con anterioridad. El poeta no puede ser un amanuense, un copista que repite sin cesar la misma escritura que sus coetáneos. Hay que arriesgar, huir de lo fácil y adentrarse en el silencio y la oscuridad, bucear en la palabra para hallar la palabra misma, esa que es capaz de sacudirnos, de electrizarnos por el resplandor de su propia luz. Habría que revisar con detenimiento el devenir de los últimos años, siempre desde el respeto a la diferencia y la justa valoración de las obras escritas en ese período, y he dicho obras y no nombres. Consecuencia de una reflexión profunda y ese continuo deseo de búsqueda del “yo” poético, determinado por la experiencia vivencial del poeta, sorprende el poemario “Un bosque ardiendo bajo un mar desnudo”, de joséagustín hayadelatorre (Perú, Lima, 1981), actualmente doctorando en literatura por la Universidad de Salamanca. Un experimento poético que parte del propio desarraigo del poeta, de la necesidad de comunicar con los demás para encontrarse a sí mismo, recorriendo para ello un camino de obstáculos salvables, pero a veces muy complejos. 

El poeta ahonda e interpreta todo lo que se muestra ante sus ojos, y en un ejercicio de latente curiosidad indaga y bucea en la condición humana a través de la realidad más cercana. Hayadelatorre contempla el diálogo permanente entre los opuestos como si fuese una necesidad imperiosa. Así, “Un bosque ardiendo bajo un mar desnudo” se convierte en un libro complejo en su estructura, en la forma y el fondo, donde cohabita la poesía y el poema en prosa. Para el poeta el desprendimiento de lo aprehendido alcanza un valor relevante, le apremia recorrer múltiples caminos para después desandarlos, hasta construir su verdad poética, su voz: «las virtudes de un poeta son / las de un asesino: a galope so- / bre un caballo ciego intenta / lacerar una selva pétrea hasta / encontrar su arteria. escucha / su sí mismo, el que no es él / donde es todos, y embellece / la destrucción y sueña lo que / destruye dándole a los muros / la forma de su rostro». Pero en esa búsqueda constante del “yo” poético no existe la exclusión del “otro”, todo lo contrario, porque su concepción del mundo no puede sino reivindicar lo humano: «…Yo recito / las lágrimas en las lápidas irradiadas del alba, las estampas / de la clarividencia en los entierros: soy centro y éxodo, / persisto ante el parpadeo. / He aquí el signo de la creación. Sólo existo / en el otro. Me determinan mi calidez nómada / y mi circunstancia sedentaria (La unida de la luz / es fragmentaria). Así, el tamaño de mi ausencia». La poesía de Hayadelatorre es reflexiva y profunda, no atiende lo superfluo, no le interesa lo banal, de ahí que siempre esté en continuo movimiento que suba y descienda, que frecuente el límite: «…Y sigo, / hacia el final de toda posesión…Resuelvo / hacia la dislocación: la mudez del grito. Y continúo / el descenso hacia la luz…». En este continuo divagar del poeta y su particular manera de interpretar el mundo destacan poemas clave como “Itinerario” («Preguntar por las últimas palabras de los libros y morir con el susurro en los labios»), “Desinencias”, “Virtud de la ceniza”, “Querella del doble”, “Lenguaje de los bosques” (la Naturaleza es una constante en su escritura) o “Nefelibata”, del que extraemos estos versos que cierran el poema: «Así, contempla desde las honduras los senderos / de la vida y la muerte. / Imagina tu hábitat en el desierto. Y habla / enumerando la nada, / tu existencia». Toda la tensión poética contenida en este libro podría resumirse con esta afirmación del poeta: «Priman las palabras para dar forma a las ideas, no al revés”.
Título: Un bosque ardiendo bajo un mar desnudo
Autor: joséagustín hayadelatorre
Edita: Amargord (Madrid, 2016)



UN BOSQUE ARDIENDO BAJO UN MAR DESNUDO.



UN BOSQUE ARDIENDO BAJO UN MAR DESNUDO

Si se hiciera un estudio riguroso de la poesía en lengua española de las últimas décadas hasta hoy, casi seguro que nos daríamos de frente con una realidad difícil de admitir: no es oro todo lo que reluce. Ocurre que suenan más los nombres que las obras. La poesía ha quedado fragmentada, dividida entre los que están y los que son pero no están. Este es el quid de la cuestión. Lo mismo que en la sociedad ha calado el discurso de la mediocridad y el pensamiento único, en la poesía ha ocurrido tres cuartos de lo mismo. Si leemos con detenimiento las obras poéticas más recientes comprenderemos mejor esta circunstancia. La bonanza de la poesía y de la joven en particular no es tanta como se nos quiere hacer creer. No toda innovación o todo lo nuevo es bueno. El hecho experimental es importante, pero no lo es menos el de la diferencia, esa búsqueda del poeta por encontrar su propia voz, que es de lo que adolece la poesía a la que me he referido con anterioridad. El poeta no puede ser un amanuense, un copista que repite sin cesar la misma escritura que sus coetáneos. Hay que arriesgar, huir de lo fácil y adentrarse en el silencio y la oscuridad, bucear en la palabra para hallar la palabra misma, esa que es capaz de sacudirnos, de electrizarnos por el resplandor de su propia luz. Habría que revisar con detenimiento el devenir de los últimos años, siempre desde el respeto a la diferencia y la justa valoración de las obras escritas en ese período, y he dicho obras y no nombres. Consecuencia de una reflexión profunda y ese continuo deseo de búsqueda del “yo” poético, determinado por la experiencia vivencial del poeta, sorprende el poemario “Un bosque ardiendo bajo un mar desnudo”, de joséagustín hayadelatorre (Perú, Lima, 1981), actualmente doctorando en literatura por la Universidad de Salamanca. Un experimento poético que parte del propio desarraigo del poeta, de la necesidad de comunicar con los demás para encontrarse a sí mismo, recorriendo para ello un camino de obstáculos salvables, pero a veces muy complejos. 

El poeta ahonda e interpreta todo lo que se muestra ante sus ojos, y en un ejercicio de latente curiosidad indaga y bucea en la condición humana a través de la realidad más cercana. Hayadelatorre contempla el diálogo permanente entre los opuestos como si fuese una necesidad imperiosa. Así, “Un bosque ardiendo bajo un mar desnudo” se convierte en un libro complejo en su estructura, en la forma y el fondo, donde cohabita la poesía y el poema en prosa. Para el poeta el desprendimiento de lo aprehendido alcanza un valor relevante, le apremia recorrer múltiples caminos para después desandarlos, hasta construir su verdad poética, su voz: «las virtudes de un poeta son / las de un asesino: a galope so- / bre un caballo ciego intenta / lacerar una selva pétrea hasta / encontrar su arteria. escucha / su sí mismo, el que no es él / donde es todos, y embellece / la destrucción y sueña lo que / destruye dándole a los muros / la forma de su rostro». Pero en esa búsqueda constante del “yo” poético no existe la exclusión del “otro”, todo lo contrario, porque su concepción del mundo no puede sino reivindicar lo humano: «…Yo recito / las lágrimas en las lápidas irradiadas del alba, las estampas / de la clarividencia en los entierros: soy centro y éxodo, / persisto ante el parpadeo. / He aquí el signo de la creación. Sólo existo / en el otro. Me determinan mi calidez nómada / y mi circunstancia sedentaria (La unida de la luz / es fragmentaria). Así, el tamaño de mi ausencia». La poesía de Hayadelatorre es reflexiva y profunda, no atiende lo superfluo, no le interesa lo banal, de ahí que siempre esté en continuo movimiento que suba y descienda, que frecuente el límite: «…Y sigo, / hacia el final de toda posesión…Resuelvo / hacia la dislocación: la mudez del grito. Y continúo / el descenso hacia la luz…». En este continuo divagar del poeta y su particular manera de interpretar el mundo destacan poemas clave como “Itinerario” («Preguntar por las últimas palabras de los libros y morir con el susurro en los labios»), “Desinencias”, “Virtud de la ceniza”, “Querella del doble”, “Lenguaje de los bosques” (la Naturaleza es una constante en su escritura) o “Nefelibata”, del que extraemos estos versos que cierran el poema: «Así, contempla desde las honduras los senderos / de la vida y la muerte. / Imagina tu hábitat en el desierto. Y habla / enumerando la nada, / tu existencia». Toda la tensión poética contenida en este libro podría resumirse con esta afirmación del poeta: «Priman las palabras para dar forma a las ideas, no al revés”.
Título: Un bosque ardiendo bajo un mar desnudo
Autor: joséagustín hayadelatorre
Edita: Amargord (Madrid, 2016)


UN BOSQUE ARDIENDO BAJO UN MAR DESNUDO.



UN BOSQUE ARDIENDO BAJO UN MAR DESNUDO

Si se hiciera un estudio riguroso de la poesía en lengua española de las últimas décadas hasta hoy, casi seguro que nos daríamos de frente con una realidad difícil de admitir: no es oro todo lo que reluce. Ocurre que suenan más los nombres que las obras. La poesía ha quedado fragmentada, dividida entre los que están y los que son pero no están. Este es el quid de la cuestión. Lo mismo que en la sociedad ha calado el discurso de la mediocridad y el pensamiento único, en la poesía ha ocurrido tres cuartos de lo mismo. Si leemos con detenimiento las obras poéticas más recientes comprenderemos mejor esta circunstancia. La bonanza de la poesía y de la joven en particular no es tanta como se nos quiere hacer creer. No toda innovación o todo lo nuevo es bueno. El hecho experimental es importante, pero no lo es menos el de la diferencia, esa búsqueda del poeta por encontrar su propia voz, que es de lo que adolece la poesía a la que me he referido con anterioridad. El poeta no puede ser un amanuense, un copista que repite sin cesar la misma escritura que sus coetáneos. Hay que arriesgar, huir de lo fácil y adentrarse en el silencio y la oscuridad, bucear en la palabra para hallar la palabra misma, esa que es capaz de sacudirnos, de electrizarnos por el resplandor de su propia luz. Habría que revisar con detenimiento el devenir de los últimos años, siempre desde el respeto a la diferencia y la justa valoración de las obras escritas en ese período, y he dicho obras y no nombres. Consecuencia de una reflexión profunda y ese continuo deseo de búsqueda del “yo” poético, determinado por la experiencia vivencial del poeta, sorprende el poemario “Un bosque ardiendo bajo un mar desnudo”, de joséagustín hayadelatorre (Perú, Lima, 1981), actualmente doctorando en literatura por la Universidad de Salamanca. Un experimento poético que parte del propio desarraigo del poeta, de la necesidad de comunicar con los demás para encontrarse a sí mismo, recorriendo para ello un camino de obstáculos salvables, pero a veces muy complejos. 

El poeta ahonda e interpreta todo lo que se muestra ante sus ojos, y en un ejercicio de latente curiosidad indaga y bucea en la condición humana a través de la realidad más cercana. Hayadelatorre contempla el diálogo permanente entre los opuestos como si fuese una necesidad imperiosa. Así, “Un bosque ardiendo bajo un mar desnudo” se convierte en un libro complejo en su estructura, en la forma y el fondo, donde cohabita la poesía y el poema en prosa. Para el poeta el desprendimiento de lo aprehendido alcanza un valor relevante, le apremia recorrer múltiples caminos para después desandarlos, hasta construir su verdad poética, su voz: «las virtudes de un poeta son / las de un asesino: a galope so- / bre un caballo ciego intenta / lacerar una selva pétrea hasta / encontrar su arteria. escucha / su sí mismo, el que no es él / donde es todos, y embellece / la destrucción y sueña lo que / destruye dándole a los muros / la forma de su rostro». Pero en esa búsqueda constante del “yo” poético no existe la exclusión del “otro”, todo lo contrario, porque su concepción del mundo no puede sino reivindicar lo humano: «…Yo recito / las lágrimas en las lápidas irradiadas del alba, las estampas / de la clarividencia en los entierros: soy centro y éxodo, / persisto ante el parpadeo. / He aquí el signo de la creación. Sólo existo / en el otro. Me determinan mi calidez nómada / y mi circunstancia sedentaria (La unida de la luz / es fragmentaria). Así, el tamaño de mi ausencia». La poesía de Hayadelatorre es reflexiva y profunda, no atiende lo superfluo, no le interesa lo banal, de ahí que siempre esté en continuo movimiento que suba y descienda, que frecuente el límite: «…Y sigo, / hacia el final de toda posesión…Resuelvo / hacia la dislocación: la mudez del grito. Y continúo / el descenso hacia la luz…». En este continuo divagar del poeta y su particular manera de interpretar el mundo destacan poemas clave como “Itinerario” («Preguntar por las últimas palabras de los libros y morir con el susurro en los labios»), “Desinencias”, “Virtud de la ceniza”, “Querella del doble”, “Lenguaje de los bosques” (la Naturaleza es una constante en su escritura) o “Nefelibata”, del que extraemos estos versos que cierran el poema: «Así, contempla desde las honduras los senderos / de la vida y la muerte. / Imagina tu hábitat en el desierto. Y habla / enumerando la nada, / tu existencia». Toda la tensión poética contenida en este libro podría resumirse con esta afirmación del poeta: «Priman las palabras para dar forma a las ideas, no al revés”.
Título: Un bosque ardiendo bajo un mar desnudo
Autor: joséagustín hayadelatorre
Edita: Amargord (Madrid, 2016)


JUAN DE LA CRUZ. SILENCIO Y CREATIVIDAD. ROSA ROSSI




JUAN DE LA CRUZ
Silencio y creatividad

Conviene a veces despejarse un poco de las lecturas de poesía actual –tan plana e insustancial en muchos casos- y adentrarse en el estudio pormenorizado de autores clásicos, que nos deparan verdadero gozo al comprobar su vigencia aún y su excelencia literaria. Ahondar en la figura del más grande poeta místico español Juan de la Cruz es lo que nos propone la escritora e hispanista Rosa Rossi (Casona, Italia, 1928 – Roma, 2013) en este extraordinario ensayo que titula “Juan de la Cruz. Silencio y creatividad”, que escribiera allá por la década de los años 90. Rossi es una gran conocedora de la poesía mística española y a ella ha dedicado otros estudios como el realizado sobre Teresa de Jesús, recogido en el libro titulado “Teresa de Ávila. Biografía de una escritora”. En esta ocasión Rossi nos introduce en la vida y obra de Juan de Yepes, destacando en todo momento al hombre que acompaña siempre al poeta, que vive y siente como ser humano, pero que es capaz de transformar su experiencia vital en algo que va más allá del conocimiento y la lógica, que trasciende de sí mismo. Rossi nos procura el acercamiento al hombre de Juan de Yepes desde sus primeros días de existencia cuando nos habla en el primer capítulo del libro de “El hijo de la Catalina”, donde relata las vivencias en el seno de una familia muy pobre, de una vida truncada por la pronta muerte del padre, tenía entonces Juan de Yepes 3 años. Con relación a la infancia del poeta escribe Rossi: «Catalina y sus hijos vivieron, en conclusión, en los márgenes del gran ejército de mendigos que atravesaba Europa entera y cuyas filas se adensaban particularmente en España. Para llegar a comprender un poco al menos el itinerario de este creador solitario habrán que recordar siempre que tuvo muchas ocasiones de ver en la gente que estaba a su alrededor, o incluso en su propio rostro –y en el de sus hermanos- la imagen del hambre, de la “enfermedad de la miseria” tal y como la encontramos descrita a través de testimonios de la época en los libros de Pietro Camporesi: Se ve a casi todos reducidos a una flaqueza deforme a modo de momias». Esta trascendente circunstancia, junto al conocimiento del trabajo manual en aquellos primeros años fue determinante en su posterior formación intelectual: «En realidad Juan de la Cruz es uno de los escasos escritores que han conocido el trabajo manual antes que el intelectual. Su madre le envió al taller primero de carpintero, después de sastre, luego de grabador y finalmente de pintor. Y entretanto Juan ayudaba en su casa, de buen grado y con ahínco, en la labor de tejer». Estos son los dos grandes pilares sobre los que sustentará su vida. Nunca, pues, olvidará su condición humilde, ni como hombre ni como poeta. El conocer cuando era enfermero en el Hospital de la Concepción de Medina del Campo a su administrador, Alfonso Álvarez de Toledo fue determinante para su formación intelectual: «Durante los años en que frecuentó los estudios clásicos –además de las fascinantes posibilidades del lenguaje poético y en prosa en las páginas de los escritores antiguos- Juan debió descubrir la extrema dimensión radical del conocimiento como esfuerzo para ir “más allá”, de pasar como a través de un muro hacia lo desconcido, hacia lo incognoscible».
 Convertido en Juan de Santo Matía de la orden de los carmelitas calzados no tardaría mucho, tras conocer a Teresa de Cepeda, fundadora de la orden de los carmelitas descalzos en tomar por nombre Juan de la Cruz. Rossi analiza en este magnífico ensayo otras cuestiones como sus relaciones con Teresa de Jesús, la vida conventual, las diferencias, su paso por la cárcel, su estancia en Beas de Segura, Granada, Madrid, pero sobre todo nos adentra en la esencia del Juan de la Cruz poeta a través de su obra. Esta es la cuestión más importante y que podría resumirse, para comprender –si acaso puede comprenderse hoy aquella vida- al poeta en dos aspectos esenciales de la condición humana: «la capacidad para estar en soledad, para estar uno consigo mismo, y la disponibilidad auténtica para con los demás. Una “soledad sonora”». Todo en Juan de la Cruz fue pasión, pero sobre todo una dejó entrever, como dice Rossi: «la pasión por la soledad. La necesidad de estar físicamente solo y físicamente en silencio. En él esa pasión por la soledad “no era como una laceración, sino como una herida que cicatriza, la clausura fecunda donde poder reencontrarse, un lugar de recogimiento…era el estar consigo mismo». Y como conclusión, una más entre las muchas que pueden encontrarse en la lectura de este libro, tomemos estas palabras del prólogo a “Subida del Monte Carmelo”: «ni basta ciencia humana para lo saber entender ni experiencia para lo saber decir; porque sólo el que por ello pasa lo sabrá sentir, mas no decir».
Título:Juan de la Cruz.Silencio y creatividad
Autora: Rosa Rossi
Traducción: Juan-Ramón Capella
Edita:Trotta (Madrid, 2010)


SILENCIO Y CREATIVIDAD. SAN JUAN DE LA CRUZ.



JUAN DE LA CRUZ
Silencio y creatividad

Conviene a veces despejarse un poco de las lecturas de poesía actual –tan plana e insustancial en muchos casos- y adentrarse en el estudio pormenorizado de autores clásicos, que nos deparan verdadero gozo al comprobar su vigencia aún y su excelencia literaria. Ahondar en la figura del más grande poeta místico español Juan de la Cruz es lo que nos propone la escritora e hispanista Rosa Rossi (Casona, Italia, 1928 – Roma, 2013) en este extraordinario ensayo que titula “Juan de la Cruz. Silencio y creatividad”, que escribiera allá por la década de los años 90. Rossi es una gran conocedora de la poesía mística española y a ella ha dedicado otros estudios como el realizado sobre Teresa de Jesús, recogido en el libro titulado “Teresa de Ávila. Biografía de una escritora”. En esta ocasión Rossi nos introduce en la vida y obra de Juan de Yepes, destacando en todo momento al hombre que acompaña siempre al poeta, que vive y siente como ser humano, pero que es capaz de transformar su experiencia vital en algo que va más allá del conocimiento y la lógica, que trasciende de sí mismo. Rossi nos procura el acercamiento al hombre de Juan de Yepes desde sus primeros días de existencia cuando nos habla en el primer capítulo del libro de “El hijo de la Catalina”, donde relata las vivencias en el seno de una familia muy pobre, de una vida truncada por la pronta muerte del padre, tenía entonces Juan de Yepes 3 años. Con relación a la infancia del poeta escribe Rossi: «Catalina y sus hijos vivieron, en conclusión, en los márgenes del gran ejército de mendigos que atravesaba Europa entera y cuyas filas se adensaban particularmente en España. Para llegar a comprender un poco al menos el itinerario de este creador solitario habrán que recordar siempre que tuvo muchas ocasiones de ver en la gente que estaba a su alrededor, o incluso en su propio rostro –y en el de sus hermanos- la imagen del hambre, de la “enfermedad de la miseria” tal y como la encontramos descrita a través de testimonios de la época en los libros de Pietro Camporesi: Se ve a casi todos reducidos a una flaqueza deforme a modo de momias». Esta trascendente circunstancia, junto al conocimiento del trabajo manual en aquellos primeros años fue determinante en su posterior formación intelectual: «En realidad Juan de la Cruz es uno de los escasos escritores que han conocido el trabajo manual antes que el intelectual. Su madre le envió al taller primero de carpintero, después de sastre, luego de grabador y finalmente de pintor. Y entretanto Juan ayudaba en su casa, de buen grado y con ahínco, en la labor de tejer». Estos son los dos grandes pilares sobre los que sustentará su vida. Nunca, pues, olvidará su condición humilde, ni como hombre ni como poeta. El conocer cuando era enfermero en el Hospital de la Concepción de Medina del Campo a su administrador, Alfonso Álvarez de Toledo fue determinante para su formación intelectual: «Durante los años en que frecuentó los estudios clásicos –además de las fascinantes posibilidades del lenguaje poético y en prosa en las páginas de los escritores antiguos- Juan debió descubrir la extrema dimensión radical del conocimiento como esfuerzo para ir “más allá”, de pasar como a través de un muro hacia lo desconcido, hacia lo incognoscible».
 Convertido en Juan de Santo Matía de la orden de los carmelitas calzados no tardaría mucho, tras conocer a Teresa de Cepeda, fundadora de la orden de los carmelitas descalzos en tomar por nombre Juan de la Cruz. Rossi analiza en este magnífico ensayo otras cuestiones como sus relaciones con Teresa de Jesús, la vida conventual, las diferencias, su paso por la cárcel, su estancia en Beas de Segura, Granada, Madrid, pero sobre todo nos adentra en la esencia del Juan de la Cruz poeta a través de su obra. Esta es la cuestión más importante y que podría resumirse, para comprender –si acaso puede comprenderse hoy aquella vida- al poeta en dos aspectos esenciales de la condición humana: «la capacidad para estar en soledad, para estar uno consigo mismo, y la disponibilidad auténtica para con los demás. Una “soledad sonora”». Todo en Juan de la Cruz fue pasión, pero sobre todo una dejó entrever, como dice Rossi: «la pasión por la soledad. La necesidad de estar físicamente solo y físicamente en silencio. En él esa pasión por la soledad “no era como una laceración, sino como una herida que cicatriza, la clausura fecunda donde poder reencontrarse, un lugar de recogimiento…era el estar consigo mismo». Y como conclusión, una más entre las muchas que pueden encontrarse en la lectura de este libro, tomemos estas palabras del prólogo a “Subida del Monte Carmelo”: «ni basta ciencia humana para lo saber entender ni experiencia para lo saber decir; porque sólo el que por ello pasa lo sabrá sentir, mas no decir».
Título:Juan de la Cruz.Silencio y creatividad
Autora: Rosa Rossi
Traducción: Juan-Ramón Capella
Edita:Trotta (Madrid, 2010)


SILENCIO Y CREATIVIDAD. SAN JUAN DE LA CRUZ.



JUAN DE LA CRUZ
Silencio y creatividad

Conviene a veces despejarse un poco de las lecturas de poesía actual –tan plana e insustancial en muchos casos- y adentrarse en el estudio pormenorizado de autores clásicos, que nos deparan verdadero gozo al comprobar su vigencia aún y su excelencia literaria. Ahondar en la figura del más grande poeta místico español Juan de la Cruz es lo que nos propone la escritora e hispanista Rosa Rossi (Casona, Italia, 1928 – Roma, 2013) en este extraordinario ensayo que titula “Juan de la Cruz. Silencio y creatividad”, que escribiera allá por la década de los años 90. Rossi es una gran conocedora de la poesía mística española y a ella ha dedicado otros estudios como el realizado sobre Teresa de Jesús, recogido en el libro titulado “Teresa de Ávila. Biografía de una escritora”. En esta ocasión Rossi nos introduce en la vida y obra de Juan de Yepes, destacando en todo momento al hombre que acompaña siempre al poeta, que vive y siente como ser humano, pero que es capaz de transformar su experiencia vital en algo que va más allá del conocimiento y la lógica, que trasciende de sí mismo. Rossi nos procura el acercamiento al hombre de Juan de Yepes desde sus primeros días de existencia cuando nos habla en el primer capítulo del libro de “El hijo de la Catalina”, donde relata las vivencias en el seno de una familia muy pobre, de una vida truncada por la pronta muerte del padre, tenía entonces Juan de Yepes 3 años. Con relación a la infancia del poeta escribe Rossi: «Catalina y sus hijos vivieron, en conclusión, en los márgenes del gran ejército de mendigos que atravesaba Europa entera y cuyas filas se adensaban particularmente en España. Para llegar a comprender un poco al menos el itinerario de este creador solitario habrán que recordar siempre que tuvo muchas ocasiones de ver en la gente que estaba a su alrededor, o incluso en su propio rostro –y en el de sus hermanos- la imagen del hambre, de la “enfermedad de la miseria” tal y como la encontramos descrita a través de testimonios de la época en los libros de Pietro Camporesi: Se ve a casi todos reducidos a una flaqueza deforme a modo de momias». Esta trascendente circunstancia, junto al conocimiento del trabajo manual en aquellos primeros años fue determinante en su posterior formación intelectual: «En realidad Juan de la Cruz es uno de los escasos escritores que han conocido el trabajo manual antes que el intelectual. Su madre le envió al taller primero de carpintero, después de sastre, luego de grabador y finalmente de pintor. Y entretanto Juan ayudaba en su casa, de buen grado y con ahínco, en la labor de tejer». Estos son los dos grandes pilares sobre los que sustentará su vida. Nunca, pues, olvidará su condición humilde, ni como hombre ni como poeta. El conocer cuando era enfermero en el Hospital de la Concepción de Medina del Campo a su administrador, Alfonso Álvarez de Toledo fue determinante para su formación intelectual: «Durante los años en que frecuentó los estudios clásicos –además de las fascinantes posibilidades del lenguaje poético y en prosa en las páginas de los escritores antiguos- Juan debió descubrir la extrema dimensión radical del conocimiento como esfuerzo para ir “más allá”, de pasar como a través de un muro hacia lo desconcido, hacia lo incognoscible».
 Convertido en Juan de Santo Matía de la orden de los carmelitas calzados no tardaría mucho, tras conocer a Teresa de Cepeda, fundadora de la orden de los carmelitas descalzos en tomar por nombre Juan de la Cruz. Rossi analiza en este magnífico ensayo otras cuestiones como sus relaciones con Teresa de Jesús, la vida conventual, las diferencias, su paso por la cárcel, su estancia en Beas de Segura, Granada, Madrid, pero sobre todo nos adentra en la esencia del Juan de la Cruz poeta a través de su obra. Esta es la cuestión más importante y que podría resumirse, para comprender –si acaso puede comprenderse hoy aquella vida- al poeta en dos aspectos esenciales de la condición humana: «la capacidad para estar en soledad, para estar uno consigo mismo, y la disponibilidad auténtica para con los demás. Una “soledad sonora”». Todo en Juan de la Cruz fue pasión, pero sobre todo una dejó entrever, como dice Rossi: «la pasión por la soledad. La necesidad de estar físicamente solo y físicamente en silencio. En él esa pasión por la soledad “no era como una laceración, sino como una herida que cicatriza, la clausura fecunda donde poder reencontrarse, un lugar de recogimiento…era el estar consigo mismo». Y como conclusión, una más entre las muchas que pueden encontrarse en la lectura de este libro, tomemos estas palabras del prólogo a “Subida del Monte Carmelo”: «ni basta ciencia humana para lo saber entender ni experiencia para lo saber decir; porque sólo el que por ello pasa lo sabrá sentir, mas no decir».
Título: Juan de la Cruz.Silencio y creatividad
Autora: Rosa Rossi
Traducción: Juan-Ramón Capella
Edita: Trotta (Madrid, 2010)