EL
HOMBRE CELULAR
de
Antonio García Vargas
Reconozco
que me da un puntito de envidia, no lo puedo remediar. Veo en la tele
imágenes de los atletas de élite, jugadores de fútbol sobre todo,
haciendo ejercicios de mantenimiento y de forma para estar a punto en
sus distintas competiciones. ¡Qué gimnasios, Dios mío! ¡Qué
maquinaria! Una ingente cantidad de ordenadores a su disposición,
una maraña de cables que terminan en graciosas ventosas aplicadas a
distintas partes de sus cuerpos, midiendo impulsos, controlando
constantes, analizando cada una de las pautas segundo a segundo,
poniendo y quitando aquí y allá, optimizando la temperatura,
incorporando datos sobre alimentación conveniente, esfuerzo físico
y psíquico, a tono siempre con los resultados que se pretenden…
Ante
tanto cable, medidores de impulsos y agujas protectoras recopilando
información sobre necesidades, tolerancia y prestaciones, cabe
preguntarse si los chavales son humanos que parecen máquinas o
máquinas que parecen humanos.
Está
claro que el colosal negocio montado en torno al deporte de
competición se ha disparado hasta el infinito. El deporte
propiamente dicho ha dejado de serlo para convertirse en santo y seña
de “otras cosas”. El despliegue de propaganda en todo tipo de
medios ha conseguido resucitar formas de competición a las que no se
hacía caso y no es extraño ver cómo se analiza con ojo crítico
todo aquello que pueda proporcionar dinero para a continuación darlo
a comer hasta en la sopa al radiotelevidente para convertirlo en su
prioridad del día a día…
Asistimos
a comedietas tales como nombrar conde a entrenadores de fútbol,
destinar partidas de dinero importantes para subvencionar al sector
privado, divinizar al jugador de turno, a su abuela y a su hámster
si eso suma audiencia, a destinar embajadas de personas ilustres, a
veces reyes o presidentes de gobierno para acompañar a los cruzados
y caballeros de la Patria deportiva que representan y salvaguardan la
dignidad nacional en efímeros torneos que mueven ingentes masas de
dinero que van a parar siempre —qué casualidad— a los bolsillos
de los mismos; de los de siempre.
Me
pregunto en qué se diferencia este mundo que gustosamente nos hemos
dejado imponer, al que mostraba Huxley hace décadas en su
revolucionario y atrevido libro. Lo más curioso es que nos
esquilman, modelan y lobotomizan sin el menor atisbo de violencia
visible. Somos ovejas que siguen al ovejo líder que se despeña por
el barranco; simple masa que se mueve sin necesidad de un silbato;
zombis que se tiran por el balcón si pierde su equipo; humanhormigas
que al sumarse conforman un monstruo colectivo, destruyen su
inteligencia individual para acoplarla a una sed destructora sin
precedentes y llegan o pueden llegar hasta lo más bajo y profundo de
la especie animal en ese momento de extraordinaria metamorfosis
despersonalizadora. Quizás, soy consciente de ello, esta energía
generada por un acontecimiento deportivo, tiene momentos o
consecuencias positivas en que aflora un sentimiento multitudinario
maravilloso que nos reconcilia con nosotros mismos y nos eleva hasta
límites insospechados. No puedo, no obstante, pararme a pensar en
que esto está bien estudiado por los que mueven los hilos y viene a
ser como la zanahoria en la punta del palo; una leve compensación
ante tanta incongruencia; una bolsa de caramelos que el tirano
concede al marido cornudo tras haber hecho uso del derecho de
pernada…
En
fin, que yo no quería hablar de tiranos ni de zombis sino de la
suerte ¿? que tienen los deportistas de élite al estar tan bien
cuidados y controlados para que puedan rendir al máximo. Y pienso
qué sería de la literatura por ejemplo si se cuidara a sus
“atletas” de forma parecida; hasta dónde podría llegar el
creativo nato si estuviese asistido por máquinas que analizaran e
intentaran realzar su talento natural; midieran sus posibilidades;
alimentaran, mimaran y masajearan convenientemente sus neuronas;
penetraran en la célula íntima del creativo y facilitaran aún más
la labor oxidativa de las mitocondrias, ayudándolas a producir más
energía creadora, separándolas de los restos de procariotas
migratorias primigenias que nos atan en parte a la animalidad
heredada…
Pienso
que del mismo modo que se ha manipulado en parte nuestra herencia a
favor de ciertos intereses, bien se podría ahondar en las
posibilidades de los creativos en las distintas artes partiendo de la
base de que son eminentemente asociativas en lo fundamental, al
tiempo que cooperativas y simbióticas en grado sumo. Si en ese
gimnasio cultural-mental-espiritual se asistiera al poeta, pongamos
por caso, ayudando a buscar, encontrar y mantener una estrecha y
equilibrada relación entre cada una de las partes, rescatando
centriolos desperdigados y analizando nuestros ADN y ARN para borrar
impurezas, se podría establecer un control celular casi completo
dando lugar a asociaciones internas y enriquecedoras de todo tipo,
regulando sus balances y manteniendo una relación simbiótica tal
como la que muestra el rizobio con las raíces de las leguminosas…
Estamos
ocupados o poseídos según los científicos (desde que apenas éramos
una insignificante célula) por inquilinos estables que no son
“nosotros” propiamente dicho sino seres individuales con su
propia genética independiente, que nos invadieron y viven en
nuestras células regulando su adaptación y particularidades desde
el inicio de los tiempos en tanto que nos mantienen como una unidad
funcional. Sin ellos —mitocondrias, centriolos, cuerpos basales y
probablemente otros pequeños elementos—, no existiríamos y de
existir seríamos incapaces de mover un músculo o pensar. Son tan
esenciales para nuestra vida como lo es el pulgón en un hormiguero,
sin que esto nos llegue tampoco a comer el coco pensando si son ellos
o nosotros quienes pasean con nuestra pareja a la luz de la luna o
escriben nuestro libro. Si nos sirve de consuelo esto no solo nos
ocurre a los humanos, las plantas están en el mismo aprieto, no
serían plantas, ni siquiera verdes, sin los cloroplastos que
elaboran la fotosíntesis y fabrican oxígeno para nosotros pues los
cloroplastos son también invasores, seres ajenos a las plantas, con
su propia genética y particularidades…
Volviendo
al punto de partida y centrándome en las posibilidades que ofrece el
estudio, mantenimiento y control de las energías creativas
individuales, y ya que está demostrado, dicen, que nuestra
inteligencia intrínseca nada tiene que ver con la inteligencia
asociativa de las abejas o las hormigas, debería cuidarse muy mucho
la creatividad y tratar de aglutinarla en los que tienen la suerte de
poseerla en alto grado, tal y como se hace con la élite deportiva.
Es preciso dejar de lado la competitividad tal y como está
establecida y pensar que es esencial mantener a punto el conocimiento
en general y la capacidad creativa en particular. El conocimiento,
porque sin él no habrá progreso, al menos no todo el que sería
posible y aconsejable. La creatividad, porque es la vía de salida
hacia soluciones distintas que abren un esperanzador abanico de
posibilidades al humano en su lucha por superar ciertos límites
culturales que dificultan su visión del porqué se nos ha asignado
el papel de animal dominante en la Historia. Si al creativo nato se
le da el tratamiento y cuidados que recibe el deportista de élite y
se llega hasta el fondo en el estudio celular, tanto a nivel
individual como asociativo con mentes brillantes en cada materia,
alimentando todos los elementos que intervienen en el proceso
creativo interno para rescatar cuanta información o capacidades
pueda haber en ellos, es posible que la Humanidad dé un salto de
gigante hacia adelante en todos los órdenes y disciplinas conocidas
y aún por conocer.
No
podemos seguir manteniendo a ese monstruo especulativo que nos
deglute a diario, mutilando la lógica de la Vida con intereses
irrazonables que conducen al desastre cultural e imaginativo en el
presente y a la pérdida de identidad a corto plazo. Hay que rescatar
a la Humanidad y la humanidad, perdidas en esta absurda actitud que
nos degrada en lo íntimo al tiempo que nos aleja de la razón que
nos es propia. Si seguimos dejando que unos pocos nos conviertan en
hormigas terminarán convirtiéndonos a la larga y no será posible
en el futuro que nuestra deficiente composición celular dé vida a
un Shakespeare que nos regale un hermoso soneto, a un Mozart que nos
deleite los sentidos o a seguir manteniendo intacta la capacidad de
mirarnos al espejo y reconocernos desde el libre albedrío.
(Fragmento
del ensayo: El hombre celular, de Antonio García Vargas)
En
Almería, Andalucía, España, julio de 2011