Antonio García Vargas. Pasional

PASIONAL
(Ovillejo andaluz)

Pasional, el beso, bronco se desboca,
¡en tu boca!
Bordo una caricia ocultando agravios,
¡con mis labios!
Musito bajito, todo lisonjero,
¡un te quiero!
Y pasan la noche y el día, ligero,
los cuerpos unidos, ambos tiritando…
Mientras te desnudas, yo sigo pintando
en tu boca, con mis labios, un te quiero.







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GENOCIDIO
El genocidio es el hecho más trascendente de una tragedia antigua que nunca muere en las guerras. Es un virus de culpa.
El horror del genocidio nunca será comparable al horror de la guerra.
Hay una diferencia de naturaleza, que no de número, que las separa.
En la guerra del lobo contra el lobo; del hombre contra el hombre; el fin es la victoria, raramente el exterminio.
El genocidio organizado y premeditado es fin en sí mismo.
Lo más aterrador es que nunca obedece a un estado de necesidad.
Ante un campo de concentración cabe preguntarse: ¿qué sentido tiene?
No es la lucha contra un hombre-nombre sino contra el hombre representativo de un algo como enemigo objetivo.
Si el amor más algo es el amor, el odio más ese otro algo es el odio puro y simple y cuando se lleva al límite jamás podrá lavarse con responsabilidades colectivas.
Es una culpa que no se expía jamás.
Ni siquiera individualmente por muy alto que sea el castigo.
En estos casos el intelectual deberá dar la talla si no como intelectual comprometido sí como intelectual responsable, responsable con todo, con todos, sin partidismos ni causas, lo que tal vez le ata a un mayor compromiso.
El ideal es el del intelectual mediador cuyo método de acción es el diálogo racional frente a la intolerancia incluso del Estado.
Jamás deberá situarse fuera o por encima del conflicto, ni tocado por él, sino como mediador en el mismo, atando cuanto une a las partes y desechando lo que separa y/o enfrenta.
El intelectual que se instala en la certeza dogmática o en la medianía de la insinceridad, no pasa de ser una rémora que desvirtúa la singularidad política-apolítica-magistral de la Cultura.

—Poema en prosa (fragmento) compuesto en febrero de 2009, a petición de Unesco, y a través del organismo auspiciado por la misma: «Comunidad Internacional de Poetas por la Paz»—
Antonio García Vargas, Presidente-Fundador de CIPP, Los Ángeles, USA. 2001

ESCRIBIR Y ESCRIBIR
Totalmente de acuerdo con Bradbury. La cantidad produce calidad, mas no como norma, solo en casos muy puntuales en los que el genio se pueda mostrar en una sola o varias obras. «Si escribes poco estás sentenciado», decía Ray Bradbury. Y tenía razón —pienso—. Nadie, ni el mayor genio existente, hace una obra de arte cada vez que escribe un texto. Ergo, cuantos más textos se escriban más posibilidades habrá de sacar de entre ellos algunas genialidades, mayores o menores, pero genialidades al cabo. Y esto me lleva a incluir al genio (obra genial) en esta reflexión.
La alta creación literaria —la creación a secas—, es un proceso sublime e incontrolable, ajeno por completo a la voluntad del autor, que no se da todos los días; a veces, no se da en décadas o nunca. Es por ello que el profesional debe escribir cuanto pueda, siempre desde parámetros de calidad aceptables. Ello posibilita que pueda surgir de vez en cuando alguna obra especial, fuera de lo común, si no una genialidad sí algo muy parecido. Incluso, entre ellas, puede que haya una que destaque sobre el resto. O dos. O más. Quizás, incluso, alguna destaque tanto que pueda ser catalogada como genialidad. 
Porque hay que tener en cuenta que el genio se manifiesta de distintas maneras y son muchas las cosas a tener en cuenta al calificarlo como tal. Por otro lado, si pasas gran parte de tu tiempo escribiendo, puede que si de pronto te ‘toca’ ese ‘estado onírico especial’, siempre será mejor que te pille escribiendo para que puedas aprovecharlo, no jugando a la petanca o ligando en la playa. Es, al tiempo, una especie de lotería en la que cuanto más juegues más posibilidades tienes de que te toque alguno de los premios gordos. 
Sin olvidar, como ya dije antes, que hay que partir siempre de unos parámetros muy exigentes en cuanto a calidad. Un escritor mediocre, así escriba cien biblias, si no aprende algo más por el camino, jamás alcanzará la excelencia.
Antonio García Vargas


INFINITESIMAL

Entre cada movimiento,
siempre hay discontinuidades mensurables o intermedios
—tiempos muertos—,
eternidades no cuantificadas.

En cada una de ellas florecen universos personales
donde existes tú o yo o ella.

Y se rozan,
casi se acoplan sus acordes en noches de misterio
donde todo respira en un mismo silencio que sabe a verso.

A veces,
incluso,
casi te siento mía,
en ese asteroide inverso, 
mas siempre capitulo,
me rindo a la evidencia.

Somos mundos adversos compartiendo 
la esencia infinitesimal de un continuo espacio-tiempo
sobreimpreso en los genes.

Pienso, amor,
que si existiera la simultaneidad en la realidad de cada realidad,
esta apenas sería un fragmento;
nadie podría acercarse
—ni aun de puntillas—
a su increada realidad total.

Antonio García Vargas



AMOR FRACTAL
—a CÿNDIRA—

Un conato de beso, leve roce de labios,
no sé, tal vez el tacto tibio del pecho erguido
—o el rubor de su cara—,
me hizo comprender que ella lo sabía.
Miré en el interior de sus ojos velados
tratando de leer, descifrar el enigma
de su sangre agitada.
Sí, ella lo sabía. Sabía que sabía
que siempre me amaría, del mismo modo yo,
sabía que sabía de su conflicto interno;
su lucha por no amarme.
Escuché su suspiro, aspiré su congoja,
tan perdida en sí misma, cual perla desgajada,
—ordenamiento cósmico ajeno al sentimiento—
mostrando el brillo apócrifo de engarces abrazados,
refulgentes cual perlas de eras milenarias.
Sentí en cada partícula del prisma reflejado
la esencia del amor presente en el futuro;
un único latido,
sin nombre, sin fronteras,
emanando de un mundo que no lo es en sí mismo
sino en la gema azul que fulge en su mirada.

En el cielo de Cÿndira,
te construiré un jardín de brotes siempre tiernos,
con tallos olorosos. Y un mirífico estanque
donde versen los peces romances misteriosos.
En los tribales árboles anidarán las aves;
con sus picos salados dirán a sus retoños
un canto enamorado.
Cada brote-voz-ave, susurro-olor-mirada,
será el crujir de ecos de abrazos espirales;
un átomo-memoria será el indisoluble
jardín de un universo plagado de universos,
pues ellos son en suma referencial boceto
de un millón de universos unidos; anudados.

Es el amor, querida, una grandiosa urbe
de larguísimas calles plagadas de edificios,
con balcones danzantes donde pasan las noches
gentes encapuchadas;
toda senda visible conduce a la ciudad,
al núcleo principal, a la distante meta
donde aguarda el amor, al término-comienzo
aún no iniciado;
a larguísimas calles con balcones danzantes,
con farolas y gentes que caminan en círculos
buscándose…
b
u
s
c
á
n
d
o
s
e.

Amor, comuniquémonos,
sintamos en silencio la magia de la brisa,
cual los granos de arena de la remota playa
de un mundo siempre igual mas siempre diferente,
distinto-igual a otros igual de diferentes
mas iguales… abramos
las puertas al misterio, al ritmo y la metáfora
de donde brota el símbolo,
modifiquemos versos, bañemos sus esencias
en licores licántropos de lilas y azucenas.
Volvamos lentamente al florido jardín,
a nuestro paraíso versátil del amor,
a sus anchas terrazas,
tan anchas como el cielo circundante,
con sus piedras esféricas cual feéricos versos
de mágicas moaxajas.

Dentro de nuestra casa habrá incontables casas
y pequeños palacios con verjas de oropuro
donde se aman doncellas de remotas galaxias.
Y verdes escaleras de jazmín y esmeraldas
pasamanos silvestres, estrechos pasadizos
con cascadas de novias agitando las claves
de sus carnes dormidas, ávidas como ríos,
todo ello adornado con bellísimas piedras
preciosas como tú, preciosa.

Verás en nuestra casa cientosmiles de casas,
palacios holográficos de espaciosas estancias,
con plumas esculpidas y cántaras cromadas
contenidas en cántaras levemente aburridas,
embrujadas ventanas de adormecido encanto
y cielos congelados de colorido inverso
danzando entre los brazos de coquetos cometas
llegados de la nube donde habitan los elfos.

Y en el último instante del comienzo de un tiempo
que aún no ha transcurrido; antes de que la psique
abandone la nave  que a lomos de la hipófisis
transporta los destellos que bordan lo fantástico,
ya seremos memoria;
con voces de madera tallaremos la música
de la perdida estela de nocturnos violines:
¡solo así accederemos a la desnuda hipótesis
donde el temblor no alcanza!

Poema de Antonio García Vargas
Primer premio “FORMAS FRACTALES EN LA POESÍA” Brasil, 2003

ERÓTISIS

¿Amar desde un principio es desconocerse?
¿Encontrar sin perseguirse es no hallarse?
Cada paso amoroso envuelve un misterio;
como un pronunciamiento de la carne
que delata el amanecer de los sentidos...

Un vuelo de mariposas
es vuelo; sólo eso,
y los suspiros
simples suspiros son.
Mas...
¿Y los besos?
¿Qué son los besos
que bajo la luna nos damos
tú y yo?

II
Te noto
¿Me notas?
¡Toquémonos, mujer!
¡Hagámonos visibles!
Fundámonos, amor, en un solo ser,
como luz y oscuridad en la penumbra.
¡Ah, ya somos cima!
Tú, bosque; yo, arco
que se recoge
en el violín exquisito
de tu cuerpo.
Desde aquí todo se transmuta;
se hace ambiguo.
Estamos hechos de animales y sitios
¿Tal vez de silencios? ¿De sabiduría indígena?
¿Estamos vivos?.
Por si acaso, mi tigra
¡Atrápame en tu mirada numerosa!

III
Estupendos, como dos espadas aún sin temple
son tus pechos.
Tus pezones, con la llovizna,
pintan oscuros bajo la camisa
sus alvéolos.
A mis ojos ascienden seres labiales,
mientras el absorto silencio,
desprotegido, se moja..

IV
Al mirar tus formas
carece de sentido
hacer distinciones
entre puntos euclidianos
o impropios puntos
suspensivos.

V
He bañado mis ojos en el océano
de tu cuerpo
esperando alcanzar a mordiscos
la edad del lobo;
bajaré a hurtadillas hasta tu braga
y, sigilosamente,
abriré los sellos que protegen
la madre-selva-alma-virgen.
¿Sientes, amada,
oscilar el péndulo
sobre tu esfinge?
VI
Mi dedo índice,
bordeando
la leve prominencia
de tu vientre,
desciende lentamente
hacia el declive
insinuado; palpa,
presiona la senda
que lleva a espacios suaves,
tersos óleos cuyo arco
emite tenues gemidos,
susurros carnales,
olor a prímulas y ternuras;
nubes de sangre alterada,
magmas, calor y luz;
trasfondo de un tenso,
fiero, fugaz orgasmo,
transitando al borde
de una línea sin espacios
abierta en la elipse...
¡Muy abierta!

VII
... Y retiré la mano casi como en silencio
tras el bacanal de los cuerpos.
Persistía el aroma de tu sexo azafranado,
tan preciso, bucle en espiral, suave brisa
tras la tormenta.
El paisaje de tu pubis, en la penumbra,
lejos de los ruidos del agua,
lucía radiante, sin asombros.
Una vez roto el lazo
los mimbres se derrumban
como lágrimas de lluvia,
deslizándose del cielo
en un beso que se descuelga.
Es el momento de reconstruir con esmero
la erótica porcelana de tu boca anaranjada,
rota por los besos y el buril de mis sentidos.

VIII
—¿Qué buscas, peregrino?
— Busco un infierno
de nombre amor, mujer.
¿Sabes de él?
— Sí, entra en mi cuerpo
y arderás en su fuego.

IX
Dos bocas que se acercan
son dos mundos al borde
de una conflagración táctil.
Hay a veces un latido tigre,
puma rebelado,
grito intumescente
gnómico sintónico,
que te rompe, te sacude,
escarba hasta el vientre,
desde el pubis, en lo hondo...
¡Y otras efemérides aún más íntimas!

X
Tomas mi mano, me hundes en ti.Toda navegable
mi mano vive; cada dedo,
el tacto atónito se embelesa,
te penetra.En cada suspiro ella crece...

XI
Aún recuerdo ¿Te acuerdas?
aquella tarde en la arboleda.
Te besé,
me besaste,
te amé,
me amaste,
y entre besos y temblores
me fui,
te fuiste,
nos fuimos, tú y yo,
ambos, los dos,
como animalillos asustados.

XII
Estupendos,
como dos espadas aún sin temple
son tus pechos.
Tus pezones, con la llovizna,
pintan de oscuro bajo la camisa
sus alvéolos.
A mis ojos
ascienden seres labiales,
mientras
el absorto silencio,
desprotegido,
se moja..

XIII
Voy tras la ondulación de tu talle voraz;
digo tu nombre
y la lengua
se me escapa
en la palabra.
Nombro tu cuerpo
y mis dedos
se disparan
cincelando mil topacios
en tu carne.
Trazo el arco
gemelo y acre
de tus senos
en la elipse personal,
telúrica y sensual,
de tus pezones
de amatista.
Y me abandono
en el color, calor,
candor, olor, sabor,
de un claro cercano
en tu bosque exuberante.
Busco nexos en el grito
mudo de tu vientre,
en el rudo llanto postergado,
en el encanto de tu espasmo
numérico, prosódico, cromático.
En el postrer sudor
me recojo, mármol
cíclico de la vida,
vibro, vibras, vibra el éter.
Atisbo sábanas,
alientos fugitivos,
rosa y crisálida,
rebrotando
en el orgasmo indígena;
en el velloso y tierno
vellón que aflora bello,
único y esférico,
de lo más hondo
del vidrio negro.

XIV
El dedo se desliza entre los rizos
hasta penetrar el enigma
de la dormida ninfa;
profundiza,
se curva y acaricia
en círculos pequeñísimos,
jazmíneos, sintónicos.
Un pronunciamiento de la carne
delata el amanecer de los sentidos;
poco después
el estremecimiento de la lluvia
levanta el vientre en tanto
gotitas diminutas afloran
desde el inicio orgásmico de las Eras;
se consuma así, evanescente,
el advenimiento de la Erótisis.

Fragmentos del libro “INTIMÍSSIMO”
de Antonio García Vargas



IMAGINA
(Versión muy libre de esta bellísima canción
en pentámetros anapésticos)

—Homenaje a John Lennon—

Imagina, mi amor, que no existen los cielos.
¿Lo imaginas?
Es muy fácil, lo juro, es cuestión de sentirlo.
¿Sí? ¿Lo intentas?
Sin infiernos ni llamas. Sin sombras. Los dos.
Tú yo y el cielo.

Imagina un espacio.
Con todas las gentes.
Que en sus voces acompasen sus ansias.
Cantando a la vida.
Abrazados…

Imagina que el mundo es distinto, querida. Sin países.
Sin tiranos ni guerras. Un mundo de luz. ¿Sí? ¿Lo imaginas?
Sin tener que matar por razones ni causas religiosas.
Imagina a la gente. A todas las gentes. Hermanadas
en un flujo continuo de vida, de paz imaginada…

Es posible que pienses que soy soñador empedernido.
Que me creas el único hombre que sueña. Que divago.
Mas te espero y anhelo que un día te sueñes con mi sueño
para hacer de tu mundo y mi mundo el lugar imaginado.

Imagina que no hay posesiones. Que todo es compartido.
Que te encuentras de pronto en un mundo del todo diferente
y que puedes vivir sin la gula o el hambre, sin maldades,
conectado a otros hombres y seres que quieren revelarse,
compartiendo sin trabas, sin odios, amando, sin tabúes…

Es posible que pienses
que soy soñador empedernido.
Que me creas
el único hombre que sueña.
Que divago.
Mas te espero y anhelo
que un día te sueñes
con mi sueño
para hacer de tu mundo
y mi mundo
el lugar imaginado.



St. Pauli, Hamburg, Deutschland, 2001
Antonio García Vargas






NUDO GORDIANO

Te fuiste y el tiempo dejó de fluir.  Caminé sobre el agua,
rebuscándote. Fango. Solo fango y alguna que otra rata.
Una llorona gato se arrancó las ropas malabares
mostrando el continente Mu sin etiquetas.
Aquella mosca azul —apu-inka atawallpaman—
atravesando el éter en su vuelo poéticoprosístico.
Al perder la memoria quedé huérfano
—amante que agoniza agazapado en la amorasca—
rememorando el pálpito de viejos fusilados.
La marca de algún lobo tatuada en tu vientre
hacíase reflejo sintácticortopédico.
Aquel río de sangre caminante
obstruyendo memorias caducadas
y yo parado en medio, en la camisa azul del crucigrama,
zozobrando la cordura, entre la masa,
intentando cambiar la trayectoria del neutrino hembra
desde una abscisa equivocada.
Toda materia inerte se contiene en estado gaseoso
en el supremo orgasmo de la bestia dormida;
si al despertar la miras fijo al ojo
observarás un número tallado, dos hebras
de obsidiana trinitaria en sus caderas y, en el coxis,
deslucido el trasluz, una metáfora mutante. En la esquina,
postrada en el pretil de una galaxia,
la teoría de las cuerdas; en la Octava, el perfil de Aladino
y en la Quinta Avenida tus pechos,
fugazmente descalzos sus alvéolos de fautos fuegos malabares.
En la nalga color crema,  podrás ojear de canto
la imprevista zarza ardiente; en lo obscuro tú, en ti misma;
y al fondo, en los infiernos de la paranoia, yo,
atentamente tu-yo-yo,
¡desintegrándome!

Antonio García Vargas







AMOR ¿AMOR?
—Soneto isabelino con estrambote—

Existe la caricia pasajera,
la mano que te roza y no te roza,
y el labio que al besar apenas quema
ni pinta colorines en la boca.
.
Se dice que los ojos son misterio,
arcano singular que el tiempo atrapa,
un cofre diseñado con ingenio
que solo logra abrir otra mirada.

Se dicen tantas cosas que yo creo
que el tacto es a los cuerpos bocadillo
que nutre si te llega, si no, peso
que muerto se evapora en el vacío.

Se dice, se deduce, se imagina,
mas… ¡solo en el amor salta la chispa!

(Amor, ¡que maquiavélica emboscada!
Es juego que al azar eleva o mata.)




TANGO CREPUSCULAR
—SonnetTango—

Yo soy un viejo tango que a solas se suicida,
estrofa triste y lánguida de aquel perdido amor;
de algún decir lejano soy letra y melodía
que tiembla, gime y suena cual viejo bandoneón.

Yo te amo, te amo, te amo, sin tiempo ni medida,
soy nota que se escapa buscando el suave son
que nace entre mis piernas, que bulle y que se agita
consciente de tu ausencia, crepúsculo interior.

Soy barrio arrabalero, rincón do brota el verso,
la lágrima que inerme solloza calle abajo
lamiendo los cristales de mi gastado espejo.

Y me hago clarinete, guitarra, saxo, lira,
coqueta concertina de ritmos caducados…
¡y te amo!, ¡te amo!, ¡te amo! ¡Y te amo! ¡Vida mía!

Antonio García Vargas




SER O NO SER
—Hamlet, soliloquio número 4—

(Traslación a hexámetros dactílicos de Antonio García Vargas)

¡Ser o no ser! He aquí la cuestión. Y… ¿qué cosa debiera
más dignamente impulsar el sentir de las nobles conciencias
entre sufrir, padecer o gozar de fortunas impías,
con su porfía, rigores y miedos, o al fin rebelarse
contra ese mar de desdichas; luchar y valiente afrontarlo
hasta llegar en un acto supremo a extinguirme con ellas?

¿Debo morir?, ¿o dormir?, ¿o jamás despertar? Tal vez nunca
pueda decir: ¡Se acabó! Vegetando en un sueño difuso
sepultaré en lo profundo del ser los secretos pesares
del corazón, exiliando los miles de extraños quebrantos
que ya heredara en la cuna, al nacer, y que dañan mi carne.
¿Quién —me pregunto—, no ansiara concluir con la duda que siento?

 ¡Morir! ¡Quedar dormido!
¡Dormir! ¿Tal vez soñar?

¡Siento que muero! ¡Me evado! ¡De pronto me quedo dormido!
Algo hay allí que detiene al mejor. No se escuchan rumores.
Solo el silencio. ¡Sin voces! ¡Callado! Y entonces pregunto:
cuando en el mundo se callan rumores y voces cercanas…
¿pueden los sueños moldear el terrible furor de la muerte?

¡Eso es! ¡Eso es! Infortunio que trepa cual planta vivaz.
¿Quién desearía sufrir implacables azotes del tiempo?
¿Quién la injusticia del fuerte o el áspero hedor del soberbio?
¿Las amarguras de amor, el desprecio o demoras de ley?
¿Del empleado insolencia o el acre desdén del mezquino?...
Pienso que mientras se pueda librar la batalla blandiendo
la afiladísima punta de acero en la propia defensa,
¿quién pensaría en seguir soportando tamaño suplicio?

Pero el espanto se cierne al rondar el dintel de la tumba.
Es en la muerte; el negro país en que aguarda el misterio
—ese país, con su lóbrega verja jamás entreabierta—,
donde reposa el viajero que nunca regresa. Perturba
la voluntad de la gente, que acepta y soporta los males
ya conocidos; ¡no quiere enfrentarse a aquello que ignora!

Pienso de ti, oh conciencia!, que a todos nos haces cobardes
y que el ardiente clamor que origina la mente decae
y empalidece al mirarse al espejo interior de los hombres.
Así, también, en la enérgica empresa, tal vez trascendente,
esa mirada torciera su rumbo y la acción sucumbiera.   




TO BE, OR NOT TO BE
—Versión original de W. Shakespeare—

To be, or not to be: that is the question:
Whether 'tis nobler in the mind to suffer
The slings and arrows of outrageous fortune,
Or to take arms against a sea of troubles,
And by opposing end them? To die: to sleep;
No more; and by a sleep to say we end
The heart-ache and the thousand natural shocks
That flesh is heir to, 'tis a consummation
Devoutly to be wish'd. To die, to sleep;
To sleep: perchance to dream: ay, there's the rub;
For in that sleep of death what dreams may come
When we have shuffled off this mortal coil,
Must give us pause: there's the respect
That makes calamity of so long life;
For who would bear the whips and scorns of time,
The oppressor's wrong, the proud man's contumely,
The pangs of despised love, the law's delay,
The insolence of office and the spurns
That patient merit of the unworthy takes,
When he himself might his quietus make
With a bare bodkin? who would fardels bear,
To grunt and sweat under a weary life,
But that the dread of something after death,
The undiscover'd country from whose bourn
No traveller returns, puzzles the will
And makes us rather bear those ills we have
Than fly to others that we know not of?
Thus conscience does make cowards of us all;
And thus the native hue of resolution
Is sicklied o'er with the pale cast of thought,
And enterprises of great pith and moment
With this regard their currents turn awry,
And lose the name of action. —Soft you now!
The fair Ophelia! Nymph, in thy orisons
Be all my sins remember'd



OTOÑOS EN EL PARQUE DEL AMOR
Un poema de Antonio García Vargas

El aire del otoño abanica las hojas, las frondas y las almas;
en un íntimo abrazo penetra sus entrañas hasta petrificarlas.

En el gris azulado de la tarde —en el parque—,
sin hablar, ella y yo, sentados, como ausentes,
veíamos morir las hojas verdaderas.
Caían una a una, a veces a puñados
—otras se suicidaban—
azotadas y rotas por la implacable brisa,
marchitas, ondulantes, en un último vals,
aceptando sin lucha el postrer epitafio
de una muerte anunciada.

Ejército atrapado, mecánica del tiempo
que comienza y acaba en la vida y la muerte.
Ciclo ininterrumpido de un mar a la deriva
que desploma murallas cual estrellas fugaces.
Vidas agonizantes
—clorofílico espasmo de un verde caducado—,
se pierden en el parque que propició sus sueños,
sin fuerzas, arrastrándose.
Se disuelve la luz do fenecen las ansias
truncadas de las hojas. En el parque sollozan
las ramas y las frondas en un postrero adiós.

Nos miramos.
Intuimos que también somos hojas
que las brisas azotan. Que tras la primavera
aparece el otoño que antecede al invierno.
Que somos dos criaturas expuestas al naufragio,
dos naves indefensas dañadas por los vientos,
perfil de una deriva que se sostiene a medias
—así es nuestro amor—
en el suspiro fósil del vuelo ondulatorio
de las hojas.


CABARET VOLTAIRE

Tertulia de artistas, poetas y vagos, fundada por Hugo Ball e inaugurada en 1916 en el Café Meirei de Zurich. Allí se originó el movimiento Dada y tal vez se sentaron las bases psicosociológicas del actual movimiento poético 15-M.

El hombre en ciernes es el primer verso
de un poema por escribir;
siempre habrá en su primera hazaña
una estrofa que comienza.
El movimiento humano quince eme
es respuesta a preguntas del Sistema,
una especie de coito interruptus
fornicándose nalgas trogloditas
de cafres poderosos y entes que se nutren
del humo material y la divisa- excremento
que la codicia exhala.
¿Debemos morir atravesados por la urgencia
para sentirnos vivos, ópticos, eléctricos?
Todo Tao se inicia caminando,
tal vez por ello el Decálogo,
el Levítico y el Deuteronomio
evitan hablar de la espiritualidad
e inmortalidad del alma desahuciada.
Quizá el placer consista en encender-apagar
antes de ser filtrados, abducidos, masacrados.
¡Ah, pobres licántropos escalando
las pirámides desoladas de Nueva York!
Quiero escuchar el rumor del mundo,
desnudo, conmigo, dibujando a oscuras
mi animalidad.
El tulipán y su vegetación circundante
son dos seres-cosa formando un conjunto
que siempre desemboca en amenaza.
¿Tendré que rechazar tu espejo grosero
para no ver mi desmesura?
¿Es el hambre profunda circunstancia
de un estómago ingrávido que naufraga?
La farsa del político de altura,
¿es simple redundancia?
¿Acaso una metáfora siniestra?
¿Alquimia soterrada de un arma que te apunta
con su bala de plata troquelada?
La textura del sonido, su densidad y porosidad,
son simples irregularidades, el oído
apenas si distingue sus distancias.
¿Debo cultivar antes de acostarme
el melancólico arte de oscurecerme?
¿Aprender a velarme? ¿Filtrarme? ¿Diluirme,
para morir del todo, no por partes,
disuelto en la nada de mi yo anecdótico?
El músculo se aquieta, en la penumbra
la psique se sustrae al tintineo de la brisa,
el ojo es un cristal opaco que te evita,
apenas se distingue en el alféizar de la vida
el hoy del mañana.


agv
(Dibujo de Eddy Roos)

ÍNTIMAS ARQUITECTURAS

Al habitar efímeros espacios invisibles de tu cuerpo
soy oda, estela, brisa, canto; minúsculo amante escindido
de la secreta arquitectura de tu piel.

Hoy debo arrebatar al idioma los versos polinizados por los genios,
aquellos que parieron gigantes y caballos a los pies del sacrificado.

Tomaré a contrapelo un quiebro del horizonte
buscando interpretar el tañer de la ola en la orilla del eco,
allá, junto al arroyo oscuro donde muere el día.

¡Qué sería del mar sin su pórtico de sombras!
¿Y del pez, el ciervo, nuestra colina encantada,
sin ese pajarillo que otea al otro lado de lo inocuo?

¡Ah, amor! 
Me siento a veces eslabón de esa cadena escrita a ráfagas;
mirada arrebatada prendida de tu pecho,
quimera que se descuelga desolada, 
polvo de camino, arrullo, verso, lava...

Se hace preciso devolver la música al monte, al lobo y a la semilla,
inventar conciertos que nos salven del ruido y del destello,
reconstruir figuras derribadas por el viento y el cansancio,
caminar por el miedo que sembraron falsos dioses,
interpretar el susurro titilante de la piedra para entonar nuevas baladas
que frenen viejos aguaceros.

Se alzan al fondo perfiles de manos acalladas por la furia de otras manos
y ojos con fecha de caducidad en la inocente pupila de los niños de nuestros vientres.

¡Niégame, Padre, seguir siendo herida, piedra, onda, 
perpetuo arrullo de sombras donde la luz, 
desprotegida, perece!

Tal vez —pienso—, fue un error robarle distancia al viento.
¿Debo seguir vistiendo soledades protegido sólo por la tenue piel de las abejas?

Deja de recogerte en el almendrado refugio de tu garganta
y llévame a ver el vacío custodiado por arañas y alcanfores;
solo así penetraré la gruta de tus sentidos 
y heredaré el hacha-relámpago de Paz,
su filo de palabra y su tiniebla.

¿O debo llegar a la vejez de la mano del hábito y la rutina?

Necesito del látigo de la sabiduría para mantener despierta el alma.
Encontrar la pócima secreta. Allanar la perversa caligrafía de tu nombre
y hallar en lo profundo de tu nuca la mágica escritura que destruya
el abominable pene de papel.

Ah, mi amada, caíste sobre mí como una lluvia de tarde otoñal en un vuelo sin cielos.
Cuando no hay paso previo, amor, 
toda vivencia tiene su origen 
en una mirada bajo mínimos.

Recuerdo la calle azul de mis noches bajo el techo de nubes 
y un ensueño lejano preñando miradas.
vez que amamos —no lo dudes—, nos crece un ángel.

Sigamos en ello, amor, sin pausa, sin premura; con sosiego, 
por el huerto inenarrable de los cuerpos. 
¡Hagámoslo una y otra vez!
¡Hagámoslo, sí, hasta arrugarnos!

Antonio García Vargas
Miami, EEUU, septiembre 2001






LA CHANCA

La Chanca es un retrato surrealista,
un pictórico entorno que evoca las gargantas romaníes
pinceladas en piedra.
Su tosco caserío —reminiscencia mora—
pareciera la casa de muñecas de algún lejano cuento 
de las mil y una noches.
El barrio es una perla parida de la entraña
de alguna antigua almeja portuaria
de su Pescadería.

De noche —¡ah, las noches de Almería!—,
cuando tañen las mozas
sus cinturas de alpiste y mermelada,
el aire se hace música, lamento de axabeba,
los vientres se acompasan al ritmo de bandurrias
y la voz es un eco cincelado,
mixtura romaní que en la garganta
de antiguos cantaores entrecorta el quejío
mientras la luna estalla.

Sobre arenas doradas y montes capuchinos
gime el Cerrillo el’hambre
con sus voces de tierra y bulería
entonando coplillas y fandangos
que alegran las membranas del gran puerto
pesquero de Almería.

Muy cerca, a su vera, recostada en su origen milenario,
se yergue entre callejas la Almedina
y en lo alto, la alcazaba muta en joya...
¡Pareciera una diosa que emergiera
de su excelsa bahía!

Antonio García Vargas

La gruta y la luz. por José Antonio Santano




















LA GRUTA Y LA LUZ



 La palabra poética vuelve a este tiempo triste que vivimos mostrándose en todo su esplendor, renaciendo como el ave Fénix de las cenizas para convertirse en la única luz capaz de servir de guía entre tanta oscuridad y desaliento. No es casual el título de este poemario “La gruta y la luz”, ganador del XVI Premio de Poesía Generación del 27, que el poeta frigilianense Francisco Ruiz Noguera nos presenta. El poemario está estructurado en cuatro partes: Interiores, La mirada del paseante (Para una galería imaginaria de arte urbano), Celebraciones y Nuevo límite. Ruiz Noguera nos propone un viaje al pensamiento clásico, a la filosofía como ser primero y a la palabra que sustenta todo discurso. El poeta abandona toda certeza y se adentra en la caverna –principio del todo-, en la oscuridad misma para sentir el temblor del silencio y la soledad, y alcanzar así el misterio y la magia de su propia invisibilidad. A solas con la infinitud de la piedra que lo abriga vive, pues en ella reside todo el saber, la inasible luz. Sin embargo, el poeta sabe bien dónde habitan los sueños, dónde se halla esa hebra de luz que los alumbra y los dibuja sobre el lienzo de la roca: «En lo hondo, / se arrellanan los sueños del pasado: / los cimientos del hoy, / el vestigio de un tiempo / que es extremo […] Así, como la gota en su caída / -fragilidad potente-, / la ficción –verdadera- del ahora, / el pulso de la vida». Es el comienzo, la primigenia voz del poeta anudada al aire que respira; es su mirada atenta a los matices en la hondura de la nada y el todo, en las sombras y la luz que interioriza en cada minuto, cada segundo de vida: «Detalles claramente definidos / junto a la sugerencia / de unas líneas apenas si esbozadas. / ¿Qué fue de la certeza, qué del hilo?» Pero el poeta no puede olvidarse del hombre que vive en su interior –conoce sus interioridades- y es esta razón suficiente para librar una dura batalla con su yo desdoblado y de ahí su invocación, sus rogativas: «Líbranos de lo plano y lo obvio, / de las cuentas monótonas / de un rosario de días / teñidos de grisura», que nos recuerda ese “tiempo gris” que vivimos, también de la engañosa calma y sus silencios: «Líbranos de las aguas de la calma, / de la corriente plácida / que no se altera nunca / y todo lo envenena», para concluir con estos luminosos versos: «Líbranos. No te olvides de este ruego: no nos dejes caer / -sin salvación posible- / en negra tentación de oscuridades, / pero mantennos –pido- / no lejos del misterio: siempre al borde». Insiste el poeta: «Cierra los ojos / y mira, mira dentro»; nuevamente en la gruta, a solas con la oscuridad y el húmedo sopor del silencio (el monstruo duerme en la gruta) se pregunta: ¿Despertarlo y dejar / que empiece la tormenta, / o velar su reposo y su silencio / y mantener, así, la falsa calma? De Cernuda se vale el poeta: «Y tu cuerpo escuchaba la luz. / Si algo puede atestiguar en esta tierra / la existencia de un poder divino, es la luz… que en mis temas literarios hubiera siempre un asidero plástico», para convertirnos en paseantes apresados por los versos en prosa que fluyen continuadamente en formas y figuras, objetos tras el cristal, en una colección inagotable de arte urbano (La mirada del paseante) como un espacio y un tiempo trascendido por la contemplación serena del poeta que encuentra en la materia otra realidad atrapada en lo conceptual y la ensoñación y compartida con la abstracción del arte: «Los puntos dispersos de la policromía chispeante en el agua (¿un lienzo de Seurat?) son como teselas que configuran un mosaico y van perdiendo su carácter de individualidades para difuminarse en un todo que avanza hacia la línea falsa del horizonte: esa que, ingenuamente, soñaba el paseante alcanzar algún día». 
Título: La gruta y la luz
Autor: Francisco Ruiz Noguera
Edita: Visor (Madrid, 2014)  
De la tercera parte, “Celebraciones”, destaca el poema “Roma”: «y es Roma loq eu habla cuando la boca abre: / cuanto su lengua dice no es más que la palabra / romana madurada por el sol de la Bética», o ese otro que habla de la belleza, de los ángeles, en claro homenaje al pintor Ginés Liébana: «Es la acción la belleza, / ráfaga y lengua y fuego, / devastación y vida, / pozo de luz, cima de oscuridades. / Habita la belleza entre las líneas / apenas esbozadas de los ángeles de César Ginés Liébana», o en reconocimiento a Vicente Aleixandre al hablar de la “Ciudad de la memoria”: «Se esconde esa ciudad en la memoria / de todo lo vivido, / en la mirada joven, / en el espacio aquel que, no en la tierra, / con las alas abiertas, se levanta a los cielos». Y ya en “Nuevo límite”, la palabra es un desbordamiento, la única verdad para el poeta, aunque le aceche la duda de su propia escritura: «La angustia de elegir en la escritura… / ¿no es igual que la angustia / de elegir, en la vida, las ofertas / que los días te brindan (o te roban)?». “La gruta y la luz”, una obra que viene a confirmar a Ruiz Noguera como uno de los grandes poetas de nuestro tiempo.


La gruta y la luz. por José Antonio Santano




















LA GRUTA Y LA LUZ



 La palabra poética vuelve a este tiempo triste que vivimos mostrándose en todo su esplendor, renaciendo como el ave Fénix de las cenizas para convertirse en la única luz capaz de servir de guía entre tanta oscuridad y desaliento. No es casual el título de este poemario “La gruta y la luz”, ganador del XVI Premio de Poesía Generación del 27, que el poeta frigilianense Francisco Ruiz Noguera nos presenta. El poemario está estructurado en cuatro partes: Interiores, La mirada del paseante (Para una galería imaginaria de arte urbano), Celebraciones y Nuevo límite. Ruiz Noguera nos propone un viaje al pensamiento clásico, a la filosofía como ser primero y a la palabra que sustenta todo discurso. El poeta abandona toda certeza y se adentra en la caverna –principio del todo-, en la oscuridad misma para sentir el temblor del silencio y la soledad, y alcanzar así el misterio y la magia de su propia invisibilidad. A solas con la infinitud de la piedra que lo abriga vive, pues en ella reside todo el saber, la inasible luz. Sin embargo, el poeta sabe bien dónde habitan los sueños, dónde se halla esa hebra de luz que los alumbra y los dibuja sobre el lienzo de la roca: «En lo hondo, / se arrellanan los sueños del pasado: / los cimientos del hoy, / el vestigio de un tiempo / que es extremo […] Así, como la gota en su caída / -fragilidad potente-, / la ficción –verdadera- del ahora, / el pulso de la vida». Es el comienzo, la primigenia voz del poeta anudada al aire que respira; es su mirada atenta a los matices en la hondura de la nada y el todo, en las sombras y la luz que interioriza en cada minuto, cada segundo de vida: «Detalles claramente definidos / junto a la sugerencia / de unas líneas apenas si esbozadas. / ¿Qué fue de la certeza, qué del hilo?» Pero el poeta no puede olvidarse del hombre que vive en su interior –conoce sus interioridades- y es esta razón suficiente para librar una dura batalla con su yo desdoblado y de ahí su invocación, sus rogativas: «Líbranos de lo plano y lo obvio, / de las cuentas monótonas / de un rosario de días / teñidos de grisura», que nos recuerda ese “tiempo gris” que vivimos, también de la engañosa calma y sus silencios: «Líbranos de las aguas de la calma, / de la corriente plácida / que no se altera nunca / y todo lo envenena», para concluir con estos luminosos versos: «Líbranos. No te olvides de este ruego: no nos dejes caer / -sin salvación posible- / en negra tentación de oscuridades, / pero mantennos –pido- / no lejos del misterio: siempre al borde». Insiste el poeta: «Cierra los ojos / y mira, mira dentro»; nuevamente en la gruta, a solas con la oscuridad y el húmedo sopor del silencio (el monstruo duerme en la gruta) se pregunta: ¿Despertarlo y dejar / que empiece la tormenta, / o velar su reposo y su silencio / y mantener, así, la falsa calma? De Cernuda se vale el poeta: «Y tu cuerpo escuchaba la luz. / Si algo puede atestiguar en esta tierra / la existencia de un poder divino, es la luz… que en mis temas literarios hubiera siempre un asidero plástico», para convertirnos en paseantes apresados por los versos en prosa que fluyen continuadamente en formas y figuras, objetos tras el cristal, en una colección inagotable de arte urbano (La mirada del paseante) como un espacio y un tiempo trascendido por la contemplación serena del poeta que encuentra en la materia otra realidad atrapada en lo conceptual y la ensoñación y compartida con la abstracción del arte: «Los puntos dispersos de la policromía chispeante en el agua (¿un lienzo de Seurat?) son como teselas que configuran un mosaico y van perdiendo su carácter de individualidades para difuminarse en un todo que avanza hacia la línea falsa del horizonte: esa que, ingenuamente, soñaba el paseante alcanzar algún día». 
Título: La gruta y la luz
Autor: Francisco Ruiz Noguera
Edita: Visor (Madrid, 2014)  
De la tercera parte, “Celebraciones”, destaca el poema “Roma”: «y es Roma loq eu habla cuando la boca abre: / cuanto su lengua dice no es más que la palabra / romana madurada por el sol de la Bética», o ese otro que habla de la belleza, de los ángeles, en claro homenaje al pintor Ginés Liébana: «Es la acción la belleza, / ráfaga y lengua y fuego, / devastación y vida, / pozo de luz, cima de oscuridades. / Habita la belleza entre las líneas / apenas esbozadas de los ángeles de César Ginés Liébana», o en reconocimiento a Vicente Aleixandre al hablar de la “Ciudad de la memoria”: «Se esconde esa ciudad en la memoria / de todo lo vivido, / en la mirada joven, / en el espacio aquel que, no en la tierra, / con las alas abiertas, se levanta a los cielos». Y ya en “Nuevo límite”, la palabra es un desbordamiento, la única verdad para el poeta, aunque le aceche la duda de su propia escritura: «La angustia de elegir en la escritura… / ¿no es igual que la angustia / de elegir, en la vida, las ofertas / que los días te brindan (o te roban)?». “La gruta y la luz”, una obra que viene a confirmar a Ruiz Noguera como uno de los grandes poetas de nuestro tiempo.


La gruta y la luz. Francisco Ruiz Noguera












LA GRUTA Y LA LUZ



 La palabra poética vuelve a este tiempo triste que vivimos mostrándose en todo su esplendor, renaciendo como el ave Fénix de las cenizas para convertirse en la única luz capaz de servir de guía entre tanta oscuridad y desaliento. No es casual el título de este poemario “La gruta y la luz”, ganador del XVI Premio de Poesía Generación del 27, que el poeta frigilianense Francisco Ruiz Noguera nos presenta. El poemario está estructurado en cuatro partes: Interiores, La mirada del paseante (Para una galería imaginaria de arte urbano), Celebraciones y Nuevo límite. Ruiz Noguera nos propone un viaje al pensamiento clásico, a la filosofía como ser primero y a la palabra que sustenta todo discurso. El poeta abandona toda certeza y se adentra en la caverna –principio del todo-, en la oscuridad misma para sentir el temblor del silencio y la soledad, y alcanzar así el misterio y la magia de su propia invisibilidad. A solas con la infinitud de la piedra que lo abriga vive, pues en ella reside todo el saber, la inasible luz. Sin embargo, el poeta sabe bien dónde habitan los sueños, dónde se halla esa hebra de luz que los alumbra y los dibuja sobre el lienzo de la roca: «En lo hondo, / se arrellanan los sueños del pasado: / los cimientos del hoy, / el vestigio de un tiempo / que es extremo […] Así, como la gota en su caída / -fragilidad potente-, / la ficción –verdadera- del ahora, / el pulso de la vida». Es el comienzo, la primigenia voz del poeta anudada al aire que respira; es su mirada atenta a los matices en la hondura de la nada y el todo, en las sombras y la luz que interioriza en cada minuto, cada segundo de vida: «Detalles claramente definidos / junto a la sugerencia / de unas líneas apenas si esbozadas. / ¿Qué fue de la certeza, qué del hilo?» Pero el poeta no puede olvidarse del hombre que vive en su interior –conoce sus interioridades- y es esta razón suficiente para librar una dura batalla con su yo desdoblado y de ahí su invocación, sus rogativas: «Líbranos de lo plano y lo obvio, / de las cuentas monótonas / de un rosario de días / teñidos de grisura», que nos recuerda ese “tiempo gris” que vivimos, también de la engañosa calma y sus silencios: «Líbranos de las aguas de la calma, / de la corriente plácida / que no se altera nunca / y todo lo envenena», para concluir con estos luminosos versos: «Líbranos. No te olvides de este ruego: no nos dejes caer / -sin salvación posible- / en negra tentación de oscuridades, / pero mantennos –pido- / no lejos del misterio: siempre al borde». Insiste el poeta: «Cierra los ojos / y mira, mira dentro»; nuevamente en la gruta, a solas con la oscuridad y el húmedo sopor del silencio (el monstruo duerme en la gruta) se pregunta: ¿Despertarlo y dejar / que empiece la tormenta, / o velar su reposo y su silencio / y mantener, así, la falsa calma? De Cernuda se vale el poeta: «Y tu cuerpo escuchaba la luz. / Si algo puede atestiguar en esta tierra / la existencia de un poder divino, es la luz… que en mis temas literarios hubiera siempre un asidero plástico», para convertirnos en paseantes apresados por los versos en prosa que fluyen continuadamente en formas y figuras, objetos tras el cristal, en una colección inagotable de arte urbano (La mirada del paseante) como un espacio y un tiempo trascendido por la contemplación serena del poeta que encuentra en la materia otra realidad atrapada en lo conceptual y la ensoñación y compartida con la abstracción del arte: «Los puntos dispersos de la policromía chispeante en el agua (¿un lienzo de Seurat?) son como teselas que configuran un mosaico y van perdiendo su carácter de individualidades para difuminarse en un todo que avanza hacia la línea falsa del horizonte: esa que, ingenuamente, soñaba el paseante alcanzar algún día». 
Título: La gruta y la luz
Autor: Francisco Ruiz Noguera
Edita: Visor (Madrid, 2014)  
De la tercera parte, “Celebraciones”, destaca el poema “Roma”: «y es Roma loq eu habla cuando la boca abre: / cuanto su lengua dice no es más que la palabra / romana madurada por el sol de la Bética», o ese otro que habla de la belleza, de los ángeles, en claro homenaje al pintor Ginés Liébana: «Es la acción la belleza, / ráfaga y lengua y fuego, / devastación y vida, / pozo de luz, cima de oscuridades. / Habita la belleza entre las líneas / apenas esbozadas de los ángeles de César Ginés Liébana», o en reconocimiento a Vicente Aleixandre al hablar de la “Ciudad de la memoria”: «Se esconde esa ciudad en la memoria / de todo lo vivido, / en la mirada joven, / en el espacio aquel que, no en la tierra, / con las alas abiertas, se levanta a los cielos». Y ya en “Nuevo límite”, la palabra es un desbordamiento, la única verdad para el poeta, aunque le aceche la duda de su propia escritura: «La angustia de elegir en la escritura… / ¿no es igual que la angustia / de elegir, en la vida, las ofertas / que los días te brindan (o te roban)?». “La gruta y la luz”, una obra que viene a confirmar a Ruiz Noguera como uno de los grandes poetas de nuestro tiempo.





Haikus del Olivar. José Antonio Santano

SALÓN DE LECTURA______________________Por José Antonio Santano


HAIKUS DEL OLIVAR

El haiku es una composición poética breve: diecisiete sílabas (5-7-5) repartidas en tres versos. Lo hallamos tradicionalmente en la poesía japonesa, si bien en los últimos años ocupa un lugar significativo en la joven poesía española. Los temas contenidos en el haiku son generalmente los relacionados con los fenómenos naturales, con la vida cotidiana de la gente o el cambio de las estaciones y su estilo está marcado por la sencillez, la sutileza. En el caso que nos ocupa, y en este libro inmenso y sencillo a la vez, el olivar es el lugar elegido, los infinitos campos de olivos del Sur, de Andalucía, y más concretamente de aquellos campos –verdes mares- latentes en la mirada del poeta: los olivares jienenses y cordobeses. Nunca un lugar más apropiado para aplicar la técnica del haiku y en ella, el valor de las cosas sencillas, de las pequeñas grandes cosas que nos rodean y no sabemos darles la importancia que merecen. 


Recorrer los senderos del olivar andaluz, mirar hacia el adentro del tronco de los olivos, mecerse en las ramas, acariciar la piel violácea de las aceitunas, adormecerse en los atardeceres contemplando el crepúsculo o abismarse en el abismo de la noche lunar que resplandece en el horizonte en hilos de plata es una experiencia inolvidable. A esa experiencia nos lleva el profesor y poeta cordobés Manuel Molina González con su libro “Haikus del olivar”. Adentrarse en este libro es como volar por el paradisíaco Sur de los infinitos campos de olivos, dejarse atrapar por el aroma de los alpechines y la luz dorada de la tarde en las almazaras. Así, sin alejarse de los postulados que hacen del haiku una bellísima y sugerente forma de expresar la emoción, Manuel Molina nos propone que nos acerquemos a los contenidos en este libro, estructura en cuatro partes, tantas como estaciones del año: primavera, verano, otoño e invierno. El poeta discurre a lo largo de todo un año en la búsqueda de esa traslación poética oriental de los campos de cerezos y arrozales, a esta del inmenso sur del olivar. Molina González se extasía con cada una de las estaciones, observa y reflexiona, con hondura hasta hallar las claves de ese tránsito del oriente al occidente, y deja ver toda la claridad que la luz del sur proclama en la infinitud de los bosques de olivos. Mas el poeta abunda en la expresión de todo lo que siente y conoce, concibiendo este libro en edición trilingüe, tres idiomas (español, inglés y japonés) se funden en uno solo, el idioma milenario del olivo, ese generoso y noble árbol, humano dios que nos da la fuerza de la solidaridad y la fraternidad humanas, tan necesarias para crear mundos nuevos y fantásticos. Con todo, el poeta devuelve la mirada a los días claros de primavera y en ellos habita, cercano al olivar que resplandece: «Geometría / con orden lineal: / viejos olivos»; vislumbra la palabra y su belleza para describir la emoción que late al ver y descubrir sobre la tierra los olivos: «Sumo el campo: / olivos tras olivos. / La inmensidad. […] Troncos trenzados, / sobre la tierra arada. / Pies centenarios.[…] Verdes varetas, / bajo un tronco maduro. / Así nacimos. […] Un acebuche / desconoce su nombre, / su extrañeza». Y luego el estío abrasará al poeta en la palabra, sentirá el fuego en los olivares y dejará que la luna ilumine su duermevela: « La luna alta, / los olivares se callan: / crecen dormidos. […] Con la calima / gorjea un saltamontes. / Julio despierta. […] Canto amarillo: / la chicharra monótona / aleteando». Mas la vida es movimiento y vuelo, abismo y lluvia de otoño en el olivar: «Barro reciente / horada una lombriz. / Agua y tierra. […] Alternan tierra / membrillar y olivar: / tapiz de campo. […] Secos caminos / y sedientos olivos: miran al cielo. […] Crecen las nubes, / gris callando al sol. / Llega la lluvia». El viento mece la palabra del poeta, va de un lado a otro, sube y baja, se abisma en los campos de verdes olivares, se refugia del frío y canta gozoso la vuelta del invierno y del fruto y su jugo verde de verde oliva: «La nieve dura / canta desde las copas. / Cruje al caer. […] Las aceitunas / serán verde aceite: / líquido oro. […] Encallecidas / las manos que varean, / Duro jornal. […] Ágil y armónico / El aceite escanciado / riega el pan». Como los campos de olivos, inmensa la voz del poeta Manuel Molina en esta propuesta poética contenida en “Haikus del olivar”, un libro tan sencillo y sincero como hondo.

Título: Haikus del olivar
Autor: Manuel Molina González

Edita: Carena (Barcelona, 2014)  

Haikus del Olivar. José Antonio Santano

SALÓN DE LECTURA______________________Por José Antonio Santano


HAIKUS DEL OLIVAR

El haiku es una composición poética breve: diecisiete sílabas (5-7-5) repartidas en tres versos. Lo hallamos tradicionalmente en la poesía japonesa, si bien en los últimos años ocupa un lugar significativo en la joven poesía española. Los temas contenidos en el haiku son generalmente los relacionados con los fenómenos naturales, con la vida cotidiana de la gente o el cambio de las estaciones y su estilo está marcado por la sencillez, la sutileza. En el caso que nos ocupa, y en este libro inmenso y sencillo a la vez, el olivar es el lugar elegido, los infinitos campos de olivos del Sur, de Andalucía, y más concretamente de aquellos campos –verdes mares- latentes en la mirada del poeta: los olivares jienenses y cordobeses. Nunca un lugar más apropiado para aplicar la técnica del haiku y en ella, el valor de las cosas sencillas, de las pequeñas grandes cosas que nos rodean y no sabemos darles la importancia que merecen. 


Recorrer los senderos del olivar andaluz, mirar hacia el adentro del tronco de los olivos, mecerse en las ramas, acariciar la piel violácea de las aceitunas, adormecerse en los atardeceres contemplando el crepúsculo o abismarse en el abismo de la noche lunar que resplandece en el horizonte en hilos de plata es una experiencia inolvidable. A esa experiencia nos lleva el profesor y poeta cordobés Manuel Molina González con su libro “Haikus del olivar”. Adentrarse en este libro es como volar por el paradisíaco Sur de los infinitos campos de olivos, dejarse atrapar por el aroma de los alpechines y la luz dorada de la tarde en las almazaras. Así, sin alejarse de los postulados que hacen del haiku una bellísima y sugerente forma de expresar la emoción, Manuel Molina nos propone que nos acerquemos a los contenidos en este libro, estructura en cuatro partes, tantas como estaciones del año: primavera, verano, otoño e invierno. El poeta discurre a lo largo de todo un año en la búsqueda de esa traslación poética oriental de los campos de cerezos y arrozales, a esta del inmenso sur del olivar. Molina González se extasía con cada una de las estaciones, observa y reflexiona, con hondura hasta hallar las claves de ese tránsito del oriente al occidente, y deja ver toda la claridad que la luz del sur proclama en la infinitud de los bosques de olivos. Mas el poeta abunda en la expresión de todo lo que siente y conoce, concibiendo este libro en edición trilingüe, tres idiomas (español, inglés y japonés) se funden en uno solo, el idioma milenario del olivo, ese generoso y noble árbol, humano dios que nos da la fuerza de la solidaridad y la fraternidad humanas, tan necesarias para crear mundos nuevos y fantásticos. Con todo, el poeta devuelve la mirada a los días claros de primavera y en ellos habita, cercano al olivar que resplandece: «Geometría / con orden lineal: / viejos olivos»; vislumbra la palabra y su belleza para describir la emoción que late al ver y descubrir sobre la tierra los olivos: «Sumo el campo: / olivos tras olivos. / La inmensidad. […] Troncos trenzados, / sobre la tierra arada. / Pies centenarios.[…] Verdes varetas, / bajo un tronco maduro. / Así nacimos. […] Un acebuche / desconoce su nombre, / su extrañeza». Y luego el estío abrasará al poeta en la palabra, sentirá el fuego en los olivares y dejará que la luna ilumine su duermevela: « La luna alta, / los olivares se callan: / crecen dormidos. […] Con la calima / gorjea un saltamontes. / Julio despierta. […] Canto amarillo: / la chicharra monótona / aleteando». Mas la vida es movimiento y vuelo, abismo y lluvia de otoño en el olivar: «Barro reciente / horada una lombriz. / Agua y tierra. […] Alternan tierra / membrillar y olivar: / tapiz de campo. […] Secos caminos / y sedientos olivos: miran al cielo. […] Crecen las nubes, / gris callando al sol. / Llega la lluvia». El viento mece la palabra del poeta, va de un lado a otro, sube y baja, se abisma en los campos de verdes olivares, se refugia del frío y canta gozoso la vuelta del invierno y del fruto y su jugo verde de verde oliva: «La nieve dura / canta desde las copas. / Cruje al caer. […] Las aceitunas / serán verde aceite: / líquido oro. […] Encallecidas / las manos que varean, / Duro jornal. […] Ágil y armónico / El aceite escanciado / riega el pan». Como los campos de olivos, inmensa la voz del poeta Manuel Molina en esta propuesta poética contenida en “Haikus del olivar”, un libro tan sencillo y sincero como hondo.

Título: Haikus del olivar
Autor: Manuel Molina González

Edita: Carena (Barcelona, 2014)  

Haikus del olivar. Manuel Molina González

SALÓN DE LECTURA______________________Por José Antonio Santano


HAIKUS DEL OLIVAR

El haiku es una composición poética breve: diecisiete sílabas (5-7-5) repartidas en tres versos. Lo hallamos tradicionalmente en la poesía japonesa, si bien en los últimos años ocupa un lugar significativo en la joven poesía española. Los temas contenidos en el haiku son generalmente los relacionados con los fenómenos naturales, con la vida cotidiana de la gente o el cambio de las estaciones y su estilo está marcado por la sencillez, la sutileza. En el caso que nos ocupa, y en este libro inmenso y sencillo a la vez, el olivar es el lugar elegido, los infinitos campos de olivos del Sur, de Andalucía, y más concretamente de aquellos campos –verdes mares- latentes en la mirada del poeta: los olivares jienenses y cordobeses. Nunca un lugar más apropiado para aplicar la técnica del haiku y en ella, el valor de las cosas sencillas, de las pequeñas grandes cosas que nos rodean y no sabemos darles la importancia que merecen. 


Recorrer los senderos del olivar andaluz, mirar hacia el adentro del tronco de los olivos, mecerse en las ramas, acariciar la piel violácea de las aceitunas, adormecerse en los atardeceres contemplando el crepúsculo o abismarse en el abismo de la noche lunar que resplandece en el horizonte en hilos de plata es una experiencia inolvidable. A esa experiencia nos lleva el profesor y poeta cordobés Manuel Molina González con su libro “Haikus del olivar”. Adentrarse en este libro es como volar por el paradisíaco Sur de los infinitos campos de olivos, dejarse atrapar por el aroma de los alpechines y la luz dorada de la tarde en las almazaras. Así, sin alejarse de los postulados que hacen del haiku una bellísima y sugerente forma de expresar la emoción, Manuel Molina nos propone que nos acerquemos a los contenidos en este libro, estructura en cuatro partes, tantas como estaciones del año: primavera, verano, otoño e invierno. El poeta discurre a lo largo de todo un año en la búsqueda de esa traslación poética oriental de los campos de cerezos y arrozales, a esta del inmenso sur del olivar. Molina González se extasía con cada una de las estaciones, observa y reflexiona, con hondura hasta hallar las claves de ese tránsito del oriente al occidente, y deja ver toda la claridad que la luz del sur proclama en la infinitud de los bosques de olivos. Mas el poeta abunda en la expresión de todo lo que siente y conoce, concibiendo este libro en edición trilingüe, tres idiomas (español, inglés y japonés) se funden en uno solo, el idioma milenario del olivo, ese generoso y noble árbol, humano dios que nos da la fuerza de la solidaridad y la fraternidad humanas, tan necesarias para crear mundos nuevos y fantásticos. Con todo, el poeta devuelve la mirada a los días claros de primavera y en ellos habita, cercano al olivar que resplandece: «Geometría / con orden lineal: / viejos olivos»; vislumbra la palabra y su belleza para describir la emoción que late al ver y descubrir sobre la tierra los olivos: «Sumo el campo: / olivos tras olivos. / La inmensidad. […] Troncos trenzados, / sobre la tierra arada. / Pies centenarios.[…] Verdes varetas, / bajo un tronco maduro. / Así nacimos. […] Un acebuche / desconoce su nombre, / su extrañeza». Y luego el estío abrasará al poeta en la palabra, sentirá el fuego en los olivares y dejará que la luna ilumine su duermevela: « La luna alta, / los olivares se callan: / crecen dormidos. […] Con la calima / gorjea un saltamontes. / Julio despierta. […] Canto amarillo: / la chicharra monótona / aleteando». Mas la vida es movimiento y vuelo, abismo y lluvia de otoño en el olivar: «Barro reciente / horada una lombriz. / Agua y tierra. […] Alternan tierra / membrillar y olivar: / tapiz de campo. […] Secos caminos / y sedientos olivos: miran al cielo. […] Crecen las nubes, / gris callando al sol. / Llega la lluvia». El viento mece la palabra del poeta, va de un lado a otro, sube y baja, se abisma en los campos de verdes olivares, se refugia del frío y canta gozoso la vuelta del invierno y del fruto y su jugo verde de verde oliva: «La nieve dura / canta desde las copas. / Cruje al caer. […] Las aceitunas / serán verde aceite: / líquido oro. […] Encallecidas / las manos que varean, / Duro jornal. […] Ágil y armónico / El aceite escanciado / riega el pan». Como los campos de olivos, inmensa la voz del poeta Manuel Molina en esta propuesta poética contenida en “Haikus del olivar”, un libro tan sencillo y sincero como hondo.

Título: Haikus del olivar
Autor: Manuel Molina González

Edita: Carena (Barcelona, 2014)  

Tiempo gris de cosmos. Fernando de Villena.

Literatura y Ensayo. Wadi-as Información

por Fernando de Villena


Sacudido por una gran emoción, he finalizado ahora mismo la lectura del libro “Tiempo gris de cosmos”, de José Antonio Santano. Yo conocía toda su obra anterior y había escrito sobre algunos de sus títulos.

“La piedra escrita” me pareció un libro estremecedor presidido por el tema de la muerte; “Suerte de alquimia” fue un buen poemario de amor y pasión... Por aquellos días ya señalé que en la poesía de José Antonio Santano venían a confluir la mediterraneidad del litoral almeriense donde vive desde hace bastantes años con el telurismo y la estirpe senequista de los autores cordobeses, desde Cántico hasta Vicente Núñez. Y también afirmé que José Antonio era un poeta vitalista y que su mismo tono elegíaco empleado a veces nacía de ese fuertísimo amor a la vida y a sus dones.
“Tiempo gris de cosmos”, su poemario recién publicado en la granadina editorial “Nazarí”, es un libro marcado por el dolor, un gran lamento, pero, de igual modo que sus anteriores títulos, nacido del gran amor a la vida que siente el poeta y de su rabia y angustia ante este tiempo gris en el que la existencia de los seres humanos no merece ningún respeto y es mancillada cada día de muchas maneras.

Tras el ombliguismo y la frivolidad de gran parte de la poesía española de las últimas décadas (sobre todo de la poesía de la Experiencia), al presente se percibe una rehumanización, una vuelta del yo al nosotros. Y así, en “Tiempo gris de cosmos” leemos versos referidos a los mendigos y los desfavorecidos tan significativos como éstos: “Con ellos comparto hoy mi vida sino suya y entera para siempre” O como estos otros: “... nada me queda sino acopiar todo el llanto humano y hacerlo mío, sólo mío.” Encontramos, pues, aquí a José Antonio Santano tan dueño de ese ritmo, de esa musicalidad del verso, de esas grandes y continuas metáforas, como en sus entregas anteriores, pero su poesía ha ganado en hondura, en tensión emocional, en lo que él y otros autores nombran “humanismo solidario”. En la primera parte del libro existe ya como una premonición dolorosa y cierto tono existencial hasta el punto de llevarnos a preguntarnos qué lugar queda para la esperanza. Y entonces nos llega la segunda parte del poemario formada por un solo poema dividido en diez secuencias, un poema que constituye un monólogo del escritor que contesta a la pregunta que se nos hace al entrar en facebook: “¿Qué estás pensando?” Ese extenso poema donde el autor toma partido por los desfavorecidos, los enfermos, los miserables, los mendigos, los niños hambrientos..., representa un feroz alegato contra este tiempo de impostura e injusticia, un alegato escrito con una fuerza withmaniana. Aunque al final, José Antonio Santano nos viene a decir que sólo el Hombre que oficia de Hombre alcanza su sentido en este naufragio. Debo añadir que el libro incluye también un brillante estudio sobre la poética de Santano firmado por el también poeta José Cabrera Martos.