MANUMISIÓN DE JOSÉ CABRERA POR JOSÉ ANTONIO SANTANO

JOSÉ ANTONIO SANTANO
SALÓN DE LECTURA DIARIO DE ALMERÍA POR JOSÉ ANTONIO SANTANO

MANUMISIÓN DE JOSÉ CABRERA

Nada mejor que la oscuridad y el silencio para buscarse a sí mismo y al otro. Abismarse en las profundas y procelosas aguas de la nada para descubrir –intentarlo al menos- la razón primera, el origen, tal vez la verdad –nuestra verdad-, esa que pueda sustentar la esperanza, la creencia en un horizonte, en una luz capaz de deslumbrar y deslumbrarnos, como un gran faro en la oscura inmensidad de la noche y el mar. Enfrentarse al vacío, desnudar el alma lentamente, hundirse en el silencio absoluto, y mirarse en el espejo, frontal a tu propio rostro; bucear en el interior, en esa dulce calma del pensamiento y dejarse arrastrar sin más, hacia no se sabe dónde. Levitar si así se quiere, ingrávido como una pluma o pavesa, y recorrer el mundo, el nuestro y el ajeno. Olvidar por un instante que el tiempo existe, que somos materia. Esa simple reflexión, seguramente, hará que el hombre sea algo más que sujeto. En esa búsqueda por encontrar (se) la razón última de la existencia el poeta es principal actor. Su mundo es tan amplio como limitado, la realidad (materia) por una parte y la abstracción o ficción (substancia-alma) por otra, actúan y se interrelacionan hasta crear un nuevo universo. Esto mismo adquiere matices significativos cuando se trata de la poesía, de la mirada poética, como sucede con el libro “Manumisión”, de José Cabrera Martos (Jaén, 1977), una apuesta conceptual, producto de una seria y continuada reflexión sobre la vida con un punto de inflexión que se concreta en la otredad, en el “otro”, para construir un discurso en el cual, desde la vital cotidianidad crea un universo propio, donde preocupa más el fondo que la forma. “Manumisión” es un libro complejo, donde el lenguaje toma reiteradamente forma simbólica y conceptual, y la ética es la llama inagotable, prendida siempre. Esa misma complejidad estructural y lingüística, y los recursos utilizados nos proporcionan las claves, que bien podrían resumirse en una: “el mañana”, que tanto preocupa al poeta, lo que lo acerca a una clara “poesía de la incertidumbre”, más que a una poética de la resistencia. Ese continuo estado de recelo o escepticismo, si se quiere, lleva a Cabrera a crear un universo que parte de un presente yermo y árido, inhumano en ocasiones, que expresa en un “mañana”, como así nos lo muestra de forma insistente: «Hasta mañana –les decimos-, / sin saber si habrá mañana […] Mañana o nunca abriremos, les respondías, / para volver a pintaros mañana […] Ven, siempre ven, pero dime mañana».  MANUMISIÓN DE JOSÉ CABRERALo que está por suceder, ese futuro desconocido pero que indaga el poeta en su deseo de conocimiento, de saber para renovar o cambiar el mundo, o cuando menos mejorarlo. Una nueva esclavitud parece florecer, de ahí que Cabrera Martos tomara este vocablo “manumisión” en ese empeño por liberar al hombre de sus cadenas, las que hoy sutilmente imponen los poderes políticos y económicos. Emerson, Urbano, Wittgenstein, Auden, Pavese, Blanchot, Tagore, García Lorca, San Juan de la Cruz, Eliseo Diego, Plath, Kundera, Agustín de Hipona o Nietzsche son algunas de las referencias intelectuales con las que Cabrera ha construido un discurso tan complejo como interesante desde el punto de visto poético, en un creciente juego intertextual y metafísico que no cesa de dialogar con la realidad y la ficción. En ese conceptismo y esa simbología hallamos a Cabrera Martos, en la duda que golpea continuamente: «No sé si habrá mañana / falsas perlas, cerradura / o bastante negro y blanco en este mundo / para amarnos diferentes». Cabrera necesita respirar la luz y se adentra por ello en la palabra, conceptual y simbólica, en esa búsqueda de la verdad –su verdad-, de la solidaridad –su otro yo-, la libertad –la de todos- y la belleza –en cada uno-, configurando así su particular universo: «¿Quién va, Belleza, a dudarme de ti? / ¿Dime, tú, quiénes fuimos? ¿Recuerdas? Domésticos de / una Verdad tan elástica como una venda ideal de Justicia […] Frágil es la belleza, su dureza / pervive en las espinas y en el nácar al naufragio / que el erizo y la concha proporcionan. Tú , que has sentido el peso de lo intacto, / cúmplase que te amaron». El poeta ha de buscar en su interior que es donde habita la verdad, que así dijera Agustín de Hipona, de tal manera que la voz ha de convertirse en grito y en reproche que defiende la libertad y la solidaridad entre seres humanos: «Ni he muerto, ni han vencido. / El tiempo para decir Basta / ha comenzado. Ahora el mundo / se sumerge donde los cielos son / y nos amamos. Puedes / cerrar los ojos, / olvidar la tierra». Pero si hay un poema llave en este libro no puede ser sino “Perito Moreno”, que viene a resumir todo lo dicho hasta ahora, concretado más si cabe, en estos versos: «Perito Moreno nunca es como tú o como yo, / ni es una ciudad, ni un parque: / Es un corazón que se hunde en el mar. / Es el llanto de un glaciar derritiéndose». Este es el mundo creado y la voz alarma de un poeta: José Cabrera Martos.
JOSÉ CABRERA MARTOS
Título: Manumisión
Autor: José Cabrera Martos
Editorial: Valparaíso (Granada, 2018)

LA CASA DE LA ALMEDINA


SALÓN DE LECTURA ________________________ José Antonio Santano

LA CASA DE LA ALMEDINA

LA CASA DE LA ALMEDINA
Ocurre con frecuencia que cuanto más cerca tenemos las cosas menos las valoramos. Es inexplicable, o tal vez no, que todo se trate de esa enfermedad tan española de despreciar lo nuestro, de ser incapaces de reconocer la valía de las cosas materiales y de las personas que nos rodean, consecuencia de ese defecto tan español también que es la envidia, amén de otro que campea a sus anchas como es la falta de curiosidad, que deviene en ignorancia supina. Y claro, cuando todo esto lo mezclamos en la coctelera de la vida el resultado es una bomba de relojería que en cualquier momento nos puede estallar sin más. El abandono del pensamiento y las ideas, desentenderse de lo que es natural y nos afecta a todos como seres humanos no puede traer sino terribles consecuencias. Por ello un simple libro puede ser a veces nuestra salvación, si no definitiva, sí temporal, devolviéndonos así de nuevo la esperanza en la capacidad del hombre para transformar el mundo. Y exactamente eso ocurre cuando cae en nuestras manos un libro como “La casa de la Almedina”, de Alfonso Berlanga Reyes. Un poemario que aúna estética y ética, que bebe de la más grande tradición poética universal para expresar con un estilo inconfundible en la voz de Berlanga tanto la cotidianidad como la profunda reflexión que va de la metafísica a la filosofía, incluso de la mística cristiana a la sufí. Estética y ética, porque la poesía es belleza en sí misma, «conocimiento en tanto percepción de emociones vivida de modo particular», como así dijera Carlos Bousoño; también ética como actitud ante la vida y los comportamientos humanos, discernimiento entre los conceptos antagónicos del bien y el mal. “La casa de la Almedina” corrobora una vez más (Berlanga ya lo hizo en su anterior poemario “Son aymara”) la fuerza de la palabra como único sostén de la poesía, sin olvidar que su máxima expresión se complementa con su preocupación por lo social, por todo cuanto toca la vida del hombre en la tierra. Berlanga es un poeta grande, de largo recorrido, que usa un léxico portentoso y diamantino, y su poesía, por tanto, extraordinariamente bella y lumínica, como el barrio de la Almedina representado en este poemario. 

ALFONSO BERLANGA


Con la sabiduría que le caracteriza Berlanga ha construido un discurso de belleza indiscutible, con multitud de imágenes, rítmico, con métrica de versos de arte mayor en los poemas más destacables y un estilo propio que lo diferencia y distancia, afortunadamente, de las corrientes estéticas actuales. “La casa de la Almedina” está compuesto de tres partes o bloques y una adenda. En la primera parte, “Almedina de luz” (dedicada a la memoria de Jesús Bustos, que fuera maestro y amigo del autor), el poeta fija su mirada en el propio barrio de la Almedina: sus calles, sus gitanos, su Alcazaba, su luz y sus realidades (pateros, refugiados, prostitución), su Almedina ya, como así lo expresa en estos versos:«Yo, Almedina, estirpe de canción y morería, / profundo relicario de amor y desventura, / reguero de silencios en dormidas terrazas, / mástil de mil conquistas y tules de Damasco, / esotérica imagen de tantas otredades, / desnutrido silencio que escapa sinuoso, / maldigo a quien se mofa de mi impúdica cara / y a quien sueña en mi nombre su esperpéntica risa». Pero si hay un poema determinante y contundente en verso alejandrino es, sin lugar a duda alguna, el que titula “Se fue por el camino de la noche”, que dedica a su maestro Jesús Bustos, in memoriam. Es tal el dolor del poeta que, no puede sino crear en su máxima expresión, los versos más bellos y sabios, también los más amargos: «¡Cuánto dolor tu ausencia, tus ojos luminosos, / tu estar tranquilo y dócil a pesar de los años, / tu magnánima sombra cobijando mis sueños! // No podré ya contigo compartir mis fracasos / ni los dulces paseos de palmeras y espumas, / torceré mis silencios en un mundo de absurdos / y me uniré contigo por la noche infinita». De la segunda parte “La casa de la Almedina” destacaría el poema “Zaguán”, en él Berlanga nos muestra ese otro rostro de la casa en su abisal soledad, las sombras que la habitan en el transcurrir del tiempo: «Aterido en su soledad queda el zaguán / como la casa herida y soterrada / soñando despertares de azucenas / y trinos lucernarios que de otra voz expiran». De la “Almedina de ausencias”, tercera parte del libro, fluye el amor a borbotones, vivir la ausencia de la amada y la espera de su regreso originan en el poeta una continua desazón, creciente desaliento, como el que expresa así: «Sin tu presencia vencida está la casa, / turbia de pensamientos / y de rostros ateridos, / de palabra sin esencias, / de la luz que se escapa por la altura / y del amor que, ausente tú, no existe». Pero no es verdad que no exista el amor, todo lo contrario, pervive en el poeta y el hombre y así lo declara abiertamente: «Te quiero en la totalidad de mi existencia oscura, / en todo lo que vive en mi mundo encallado, / en la fragilidad perenne que en tu ausencia es olvido». En la Adenda, dos personajes, Paco (el tapicero) y Lola (la gatuna) resumen la vida de los habitantes de la Almedina. Como conclusión y en palabras del Peñalver: «Alfonso Berlanga ha conseguido la perfección por no creer en la perfección… ha logrado ser un grandioso poeta por creer en la poesía». Irrefutable aserto.

LA CASA DE LA ALMEDINA





Título: La casa de la Almedina
Autor: Alonso Berlanga Reyes
Editorial: Alhulia (Granada, 2018)


ANTE EL MAR, CALLÉ

SALÓN DE LECTURA _________________________________ José Antonio Santano
EL OLIVAR DE LA LUNA
ANTE EL MAR, CALLÉ
Aparece una y otra vez, en multitud de ocasiones viene siendo así. El mar, la mar es motivo de expresión artística, trasunto del pensamiento humano. El hombre y el mar, la mar, frente a frente, desnudos uno y otro, sin disfraces. Bravos y serenos ambos. Inmenso el uno y desvalido el otro. Vida y muerte. Goce y tristeza, melancolía de la pérdida. Y así en todos los ámbitos de la vida, también en la literatura, en la poesía y su gran universo, más allá incluso de la ficción, del sueño. El mar, los mares y océanos que bañan la tierra, ese cosmos del azul perpetuándose en la infinitud del misterio y la magia. El mar como puente entre continentes y civilizaciones, mito y leyenda. En el poema “El mar” de Jorge Luis Borges podemos leer: «Antes que el sueño (o el terror) tejiera / mitologías y cosmogonías, / antes que el tiempo se acuñara en días, / el mar, el siempre mar, ya estaba y era. / ¿Quién es el mar? ¿Quién es aquel violento / y antiguo ser que roe los pilares / de la tierra y es uno y muchos mares / y abismo y resplandor y azar y aviento?». Quizá sea todo eso y más, un ser en muchos, quizá pongo por caso, silencio solo, un atronador silencio. Un canto inextinguible, como el que hallamos en el poemario “Ante el mar, callé”, edición bilingüe español-portugués, con traducción de Eduardo Aroso, de Alfredo Pérez Alencart (Puerto Maldonado, Perú, 1962), poeta y ensayista, profesor de la Universidad de Salamanca y coordinador de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos que vienen celebrándose en Salamanca desde 1998. Responde el poemario de Alencart a ese silencio del que hablaba en líneas anteriores. El poeta no puede sino callar ante la infinitud añil de las aguas del Atlántico, al que vuelve para saldar una deuda ancestral y cantar así al Amor y su grandeza. Alencart sabe bien de los éxodos y los encuentros, del goce y las tristezas, ama la vida en sí misma, con sus adversidades y dichas, su patrimonio es la naturaleza y la hermandad del género humano, el Amor, de nuevo, entre iguales. En esta mirada al mar Atlántico desde Figueira da Foz, el poeta siente la llamada de sus ancestros; el eco poético de Pessoa, Torga o Unamuno, y así la vida que regresa a la entraña misma de la luz, del poeta incansable que busca a cada instante el asombro que produce siempre la vida, incluso en los momentos más adversos. Pérez Alencart ha sabido conformar un libro lúcido y reflexivo, como viene siendo habitual en él, con una frescura envidiable, desde el abismo oceánico del verso inagotable.
ANTE EL MAR, CALLÉ
ANTE EL MAR, CALLÉ
 El poeta es heredero del azul, ese que remonta el cielo o el que cubre la tierra con sus aguas: «Heredo lo azaul. / Mi voz elije su hospedaje y siembra en primavera y se desoculta / desde altísima ventana. / A cada instante un sueño o una ola. / A cada día un nuevo bautizo. / A cada estremecimiento / la abolición de los desdenes. / Inútil tratar de huir de aquí». No hay escapatoria. El poeta se ha fundido a la mar, son ya, mar y poeta, un mismo cuerpo. Portugal es para el poeta un país amigo, hermano mejor, con el que mantiene estrechos lazos a través de sus poetas y escritores, como se puede comprobar en el poema IV, particular homenaje a Pessoa: «Libélula impaciente, desde el 35, / sea Álvaro / o Bernardo, sea Ricardo o Alberto, / sea Alexander o Antonio al vaivén del repliegue en sí mismo, / absorto en otras existencias que apresan su insaciedad / y le marcan como hierros lejos de su cuerpo. / Su huella está en la cumbre, hecha brasa»; también su recuerdo inolvidable al escritor y poeta portugués Miguel Torga, a quien dedica estos veros: «Por Buarcos pasea, sin más lujos que su antigua mirada montañosa. / Interrumpe la consulta, deja de ver lánguidas peceras, / y sale a capturar la fuerza que concentra el mar». Y cómo no, en la esencia cultural lusitana, el fado, ese desgarrado canto que nos colma de nostalgia en el tiempo y en la voz de Amália Rodrigues: «Tiemblan las hojas ante la voz soberana de Amalia. Mientras, ella ahora duerme en su otra Odisea, en su otro misterio, / renaciendo en la espesura de esta noche de vigilia / cuando suena su voz alrededor mío. El fado me comparte su memoria, su íntima palabra que traduzco / con el alma de Amalia por testigo». Portugal y, en su nombre, Figueira da Foz se alza sobre el cielo: «¡Figueira, tu costumbre empieza junto al mar que te visita! ¡Figueira, interrógame desde el fondo de tus edades, / desde tu orfandad que se confiesa al cielo, desde tu propio destino!». El mar, la mar en sus olas y espuma de ida y vuelta, encuentro siempre, que no olvida a Salamanca y el magisterio humano de Unamuno: «He de volver a la playa para saludar al viejoven Rector». En el poema final del libro, Pérez Alencar salda su deuda con su pasado, el Atlántico en Figueira y Salamanca, y escribe: «Soy espejo: soy paisaje interior: soy memoria: soy borde azul / en el centro aún terrestre: soy alto en el camino: soy asombro…». La mar y sus silencios en la destacada voz del poeta peruano- español Alfredo Pérez Alencart.
ALFREDO PÉREZ ALENCART
Título: Ante la mar, callé
Autor: Alfredo Pérez Alencart
Editorial: Labirinto (Portugal, 2017)

BARMINÁN. LAS HOGUERAS DEL INQUISIDOR LUCERO



SALÓN DE LECTURA por  José Antonio Santano


No es de extrañar, y ocurre con frecuencia, que las obras que obtienen los primeros premios son menos valiosas que aquellas que quedan finalistas de esos mismos premios. También sucede con las óperas primas, la primera obra de un autor siempre está abocada al silencio, por razones múltiples que no podemos enumerar aquí. Tanto en un caso como en otro comprobamos, con sorpresa, que no siempre es así. Hay ciertos libros que están destinados a las minorías: lectores de sólida formación literaria y, en algunos casos a críticos insobornables, honestos e intachables, minoría de minorías al fin y al cabo. El caso que nos ocupa es una “ópera prima”, la primera obra narrativa de Juan Naveros Sánchez (Castillo de Tajarja, Granada, 1952), de título “Barminán. Las hogueras del inquisidor Lucero”. Ya desde el título imaginamos su temática, histórica sin duda y sobre un hecho y una institución, que horrorizó no solo a la sociedad de aquella época (siglos XV-XVI), sino a las posteriores también. Hablamos de la expulsión de los judíos sefardíes y de su persecución, tortura y ejecución por herejes de los que quedaron en España y se sometieron al cristianismo (conversos). A simple vista podríamos decir que se trata de una novela histórica más, con los aditamentos y recursos propios de tal género. 

Pero no, eso sería menospreciar la capacidad de creación de su autor y su madurez literaria, aunque sea esta su primera novela. Naveros aporta a esta narración no solo conocimiento (rigurosa documentación histórica), sino solidez discursiva, uso de lenguaje, capacidad de ambientación, acertadísima descripción de personajes y situaciones, de tal manera, que el lector tiene la sensación de estar viviéndolas al mismo tiempo. Naveros ha sabido transmitirnos con un estilo encomiable una historia que, a pesar de contener páginas y páginas de verdadera crueldad, es todavía verosímil y de una coherencia literaria indiscutible. Partiendo del hecho histórico del Auto de Fe llevado a cabo el 22 de diciembre de 1504, en el que fueron quemadas en Córdoba ciento cuatro personas por mandato del inquisidor Lucero, entre ellas el protagonista de la novela Juan de Córdoba Membreque, Naveros edifica un corpus narrativo extraordinario, sostenido en su brillante ejecución por el conocimiento de la más grande tradición literaria española. Tanto en su estructura como en los recursos empleados, pongamos por caso el de la N.M (Nota Manuscrita) que nos dibuja más exactamente el estilo de su autor y el pensamiento más profundo, hasta el manejo de los personajes protagonistas como los muchos secundarios, la recreación de los diferentes ambientes (calles, hogares, cárcel, Tribunal de la Inquisición, interrogatorios, etc) y exactitud en la utilización del tiempo narrativo y el espacio, hacen de Naveros un narrador con y de futuro. Pero entre tanto terror, de antes y de ahora, porque no podemos olvidar los actuales de las guerras fratricidas y los éxodos hacia ninguna parte y las muertes, siempre nace una esperanza, esa que brilla en los labios de los amantes, la que aviva el cuerpo y el alma, así en el umbral de la muerte de Juan Sara piensa: «Y mientras le besaba los ojos tratando de reducir su fiebre, seguía desgranando pensamientos deslavazados y agotados: -¡Si pudiera, destruiría el mundo en este instante! –Breve silencio en el que le acarició dulcemente la cara-. Solo en un momento como este se llega a entender que los que se aman, incluso muertos, no mueren nunca. –Y fuera de sí gritó a la oscuridad que empezaba a disiparse-: ¡Las voces de vuestras víctimas clamarán justicia contra vosotros desde el mismo seno de la tierra! –Y con una sonrisa irónica y lobuna, sentenció para mitigar su dolor-: ¡Nadie me podrá arrebatar el sabor de la ternura que bebí con su saliva! Con todo, si tuviésemos que resumir en pocas palabras esta admirable novela, bien vendrían las que el propio protagonista, Juan de Córdoba Membreque, deja manuscritas en una de sus muchas notas. Así escribe: «¿Cuál será el hombre del futuro? ¿El manso o el violento? Solo Dios, que no se deja encandilar con los boatos de ninguna religión, lo sabe. 

Pero quisiera creer que el hombre, por evolución natural, aunque no por los dictados de su avara inteligencia, aprenderá de tantos horrores y lamentos, guerras y amarguras y se transformará en manso y noble. Elaborará leyes que inspiren la virtud, el esfuerzo y la solidaridad universal con menosprecio de razas, apellidos y creencias. Tal y como aprendió a dar vida a un tosco mármol, aprenderá de sus propios monstruos, apaciguará la historia y hará más habitable la tierra». La historia contada en estas páginas, aunque sea terrible, tiene la virtud de que su autor ha sabido conjugar todas las circunstancias históricas, sociales y culturales de la época para crear un discurso narrativo sólido e ingenioso, donde el particular estilo, además de un preciso léxico y una continuada reflexión sobre lo humano y lo divino, alumbrarán al lector en esta sugestiva aventura. Ojalá nunca más se oiga esta exclamación hebrea: Barminán, que no quiere decir sino ¡Que la Providencia nos proteja!, señal de que el horror haya sido sepultado definitivamente bajo la tierra. Una novela singular y un autor para no perder de vista.


Título: Barminán.
 Las hogueras del inquisidor Lucero
Autor: Juan Naveros Sánchez
Editorial: Nazarí (Granada, 2017)


MADRE DE LECHE Y MIEL de NAJAT EL HACHMI


MADRE DE LECHE Y MIEL 
de NAJAT EL HACHMI
Editorial Destino 2018

Por María Ángeles Lonardi

Es una novela feminista, que reivindica el lugar y la voz de las mujeres y dice la autora “Me apetece mucho hacer literatura sobre todas las mujeres que he conocido porque están totalmente olvidadas” Najat El Hachmi

Y ¿quién es Najat El Hachmi?
La autora nació en Beni Sidel Marruecos en 1979. A los ocho años se trasladó a Vic, ciudad donde se crió. Estudió Filología Árabe en la Universidad de Barcelona y ha sido mediadora cultural en Vic y técnica de acogida en Granollers.
En 2004 publicó su primer libro, Jo tamé sóc catalana (Yo también soy catalana). Le siguieron el último patriarca (2008, premio Ramón LLull, Prix Ulysse y finalista del Prix Mediterranée étranger), traducida a diez idiomas; La cazadora de cuerpos (2011), publicada en castellano, inglés  e italiano y La hija extranjera (2015, premio BBVA Sant Joan y premio Ciutat de Barcelona). Colabora habitualmente con el Periódico de Catalunya.

Madre de leche y miel narra en primera persona las peripecias de Fátima, madre de Sara, que deja el Rif, al norte de Marruecos, el lugar donde nació, para ir en busca de una nueva vida en Barcelona con su hija pequeña.

La novela comienza cuando la protagonista regresa a su pueblo natal y narra oralmente a sus hermanas casi todo lo ocurrido y las vivencias soportadas para lograrlo. Como Sherezade narraba en “Las mil y una noches”, con todos los detalles. Les contará lo que quieren oír, dejándose llevar poseída por una ancestral virtud, muy destacada del pueblo marroquí, los “cuentacuentos” que se pueden encontrar en la plaza de Marruecos.

Se guarda detalles escabrosos, pero sabe ahondar en lo más importante. Y además, el libro contiene al final un glosario de terminología y significado para que el lector no se pierda ningún detalle y conozca, con más exactitud, los términos y giros costumbristas de la región. Esto enriquece el vocabulario de cualquiera  y genera una amplitud de miras que se agradece y mucho.

Los personajes están muy bien traídos y van dando forma a la novela y la enriquecen. Fátima es muy creíble, Sara y los demás personajes también. Sus perfiles son defendibles y emocionalmente tan normales como cualquiera de nosotros. Asumen las dificultades y las enfrentan como cualquiera lo hace y eso los humaniza.

El mensaje cobra sentido. Se trata de reivindicar el lugar de la mujer en la sociedad. Revalorizar la mujer que se atreve a salir adelante a pesar de las adversidades. Destaca la capacidad de lucha, de convertirse en el “hombre” -como dice Fátima en una parte del texto- “Seré el hombre, me aguantaré el hambre” para que no le falte el pan a mi hija, “seré el padre de mi hija” y se sobrepone a todo, se fortalece y se empodera.

NAJAT EL HACMI y MARÍA ÁNGELES LONARDI
Es una novela muy bien narrada, dividida en dos partes con diecisiete capítulos la primera parte y dieciocho capítulos la segunda y un Epilogo, muy original, que es una carta sonora de una madre clamando porque regrese su hija.
Excelente dominio del lenguaje, testimonial en algunos casos, de vivencias transmitidas de madres a hijas o de abuelas a madres, que revelan un muy cercano y esclarecedor conocimiento de los temas abordados.
Una característica más que quiero subrayar, es que hace referencia a los años lunares y no al año calendario gregoriano, para ir marcando la edad de los protagonistas.
Propicia los saltos temporales del narrador; así se materializa una anacronía muy interesante. Este recurso consiste en que dos líneas temporales se van entrelazando a lo largo del relato. Como podemos observar hay datos del pasado en el Pozo de Higueras y del momento de la vida en Barcelona. Esos son lugares físicos donde se localiza la narración. Najat va haciendo un recorrido vital en paralelo entre el momento del regreso a Marruecos y la vida en Barcelona y a posteriori.

Se destaca la profunda escisión de los dos mundos y las vivencias muy diferentes, dependiendo de dónde se produzca este fenómeno migratorio y lo que ello conlleva. Es un retrato realista y convincente del conflicto emocional, de la compleja realidad cultural, social y personal que acarrea la condición de madre inmigrante. Muestra la realidad del mundo rural rifeño y de lo que supone dejar ese mundo atrás y ser mujer hoy en día, en un lugar completamente distinto.

Y ensalza a las mujeres y les da un lugar preponderante en el núcleo familiar y social, en cuanto ellas son las encargadas de transmitir la tradición ancestral, por ejemplo cuando narra los cuentos de su niñez  y el deseo de que su niña conozca también a la Nunya, personaje similar a Rapunzel de la que le hablaba su abuela.

Es muy valioso mantener las tradiciones heredadas ancestralmente que hacen a la esencia de nuestros pueblos, que nos enriquecen culturalmente y como sociedad.

Reconozco en estas páginas una historia de superación personal, de lucha interna, de esfuerzo para derribar barreras, de sacar fuerzas para salir adelante. Mujeres ejemplo de lucha y abnegación, de heroísmo cotidiano y silencioso.

Como escritora celebro que Najat haya escrito esta novela, que está muy bien lograda. Es un valioso testimonio de una historia que puede ser biográfica, aunque intuyo que no en su totalidad, donde la realidad y la ficción se unen en una línea imperceptible.

Y como mujer, agradezco que Najat haya escrito este libro por todas las mujeres que no pueden contar su vida, que no tienen voz y por las que, están totalmente olvidadas y abandonadas a su suerte; condenadas al silencio, a la soledad, al ostracismo…

Saber de esta historia, nos hará ser más comprensivos con estas mujeres, nos ayudará a empatizar aún más con ellas, y por qué no,  le puede servir de ejemplo a tantas mujeres que creen que están solas, que creen que todo es imposible y que no hay salida. No es así, Fátima es una prueba de ello. Najat, como escritora joven y mujer moderna que es, es una prueba de que la mujer tiene un lugar muy importante en esta sociedad; nazca donde  nazca, venga de donde venga, tenga el color de piel que tenga y crea en lo que crea, porque todos somos iguales y porque las mujeres, como los hombres, tenemos mucho que contar, somos parte imprescindible y basamento, pilar fundamental de las familias y de cada sociedad.

Como dijo la autora en la presentación de su novela en la Feria del libro de Almería: “casi todas las madres dan leche, pero no todas pueden dar miel”

Descubrir el verdadero valor de esta mujer, MADRE DE LECHE Y MIEL es el reto. Dar visibilidad a aquellas que se atreven a enfrentar hasta sus propios miedos y contarnos de forma impecable esta historia entrañable de una mujer del rif, fue el reto de Najat. Ella ha cumplido, y con creces,  ahora nos toca a nosotros.                                             


Almería, 3 de mayo de 2018.

174517 EL CORAZÓN DEL PÁJARO.

Cada tiempo es único. A veces pasamos por la vida sin más recuerdo que un vacío terrible arañando nuestra piel y nuestra alma. De ese tiempo, el olvido es la peor de las muertes, como dijo el filósofo. “Cuando un pueblo olvida su historia -se dice-, está condenado a repetirla”. Y si esto no es así exactamente en todos los casos, digamos que hay un alto porcentaje de probabilidades de que lo sea. Con asombro y estupefacción miramos en determinadas ocasiones a nuestro alrededor, al mundo que habitamos para hallar hechos, lugares, situaciones que el hombre, por desmedida ambición, ha convertido en verdadero infierno, en holocausto innecesario. El libro que proponemos en esta sección tiene algo que ver con lo dicho en líneas anteriores. La poesía, una vez más, sirve como elemento dinamizador de la conciencia colectiva. El poeta y el hombre responden al unísono al horror y la ignominia, a los crímenes contra la humanidad que se sucedieron durante el holocausto nazi.
 El libro en cuestión, “174517 [El corazón del pájaro]”, de Tomás Hernández Molina (Alcalá la Real, Jaén, 1946), constituye en sí mismo un grito, una llamada de atención ante los hechos que se vienen sucediendo en nuestra Europa actual, donde el crecimiento de la extrema derecha y su concepción del mundo puede hacer que se repita la historia. Quizá la poesía, y por ende, el poeta consciente del peligro de esa posible realidad haya querido ser como la luz en la oscuridad, como el oasis en el desierto. Desde la coherencia, la racionalidad y el compromiso ético, el poeta bucea en la historia del holocausto nazi trascendido a esencia poética. Bástese el poeta con la palabra, con su diamantina luz para desempolvar del olvido, para recuperar la dignidad de miles o millones de seres humanos enterrados en fosas, gaseados o simplemente fusilados en nombre de una raza única y un desmesurado odio. El número que da título a este poemario no es otro que el que tatuaron en la piel de Primo Levi, escritor de origen judío sefardí y superviviente del holocausto. Es “174517” un canto a la libertad, una llamada a la sensatez y la concordia humanas: «Soy un Häftling, una forma infrahumana, / me llamo 174517 / y la ignominia de este nombre de res / vivirá con vosotros tatuado en mi brazo». Luego de este habrá más números y el horror, instalado en los campos de concentración, irá creciendo día a día; ni siquiera Dios es capaz de detener esta locura: «¿Dónde miraba Dios cuando los niños / entraban divertidos en las cámaras?». El poemario de Tomás Hernández se estructura en cuatro partes: “174517”, “Abraham”, “Sara” y “Oratorio”, y en todas y cada una de ellas se describe el dolor humano. Así nada escapa a la mirada del poeta. Abraham: «Fui profesor en Dresde y hablaba a mis alumnos / del Siglo de las Luces, de Voltaire, de su Tratado / sobre la tolerancia. […] Conozco a mucha gente en la ciudad / y a todos en el pueblo donde tengo mi casa. / Son pocos los que ahora me saludan, / han prohibido venir a visitarme, / la estrella de seis puntas amarilla / advierte del contacto del judío», representa a todos los hombres judíos, y Sara: «Entraron en el Gertner, en Varsovia. / Buscaban las mujeres en la calle, / polacas o judías. De rodillas, / arrastradas al centro de la sala, / allí sin desnudarse entre las mesas, / sin mirarlas siquiera con deseo, / fregaron las baldosas con sus ropas / más íntimas. De nuevo las vistieron / y humilladas volvieron a sus casas / con los ojos clavados en el suelo» a todas las mujeres. La contención en el verso de Hernández Molina determina el oficio del buen poeta que es, que toma de la tradición lo mejor y de la realidad y la experiencia propias los recursos necesarios para construir un discurso poético riguroso, coherente y sensorial. Es incomprensible que este libro no haya tenido un recorrido más largo, que haya sido silenciado durante tanto tiempo aún después de que obtuviera en su día el X Premio Internacional de Poesía Ciudad de Pamplona. Por esta y otras razones era de justicia traer a este escaparate y a este “Salón de Lectura” un libro de tan grande hechura. Finalmente, en “Oratorio”, los versos, breves y espaciados a manera de pausa, como golpes secos van creando la atmósfera idónea del horror vivido a causa del holocausto nazi y que viene a confirmar el pulso de un poeta grande e indiscutible, capaz conmover al lector: «las osas en embudo cubiertas por la hierba en primavera / ondulaban la tierra elevaciones breves / los gases de los cuerpos al pudrirse». Con independencia del tema elegido por Hernández Molina, “174517” es un libro que sin llegar al dramatismo refleja la necesidad del poeta en transmitir todo lo vivido y sentido después de haberse metamorfoseado en número. Un libro, “174517 [El corazón del pájaro]” y un poeta, Tomás Hernández Molina que restituye el verdadero valor de la poesía, su esencialidad, con un lenguaje vivaz y certero. Un libro, en definitiva, de ineludible lectura.
Título: 174517 [El corazón del pájaro]
Autor: Tomás Hernández Molina
Editorial: Cénlit (Navarra, 2016)

PUERTA CARMONA. DE FRANCISCO MORALES LOMAS por JOSÉ ANTONIO SANTANO




Si en la España actual existen conspiraciones, corrupción, felonías, etc, etc., no lo fue menos en otras épocas, pongamos por caso, como podríamos poner otros, el reinado de Felipe II. Quiere decir esto, entre otras muchas cosas, que pocos son los avances alcanzados en esto de la política y la ética no solo en la administración del común, sino también en otros ámbitos, incluso en el literario como se pone de manifiesto en nuestros días por algunos escritores y analistas. Dicho lo cual y, dadas las circunstancias ya indicadas, el mejor antídoto posible en los tiempos que nos ha tocado vivir no es otro que zambullirse en el gozo mar de la literatura, navegar por las páginas de un buen libro y dejarse arrastrar por las corrientes marinas hasta fondear en una playa de blanca arena y aguas cristalinas para placer del cuerpo y de la mente. 

En esta ocasión mi propuesta es un viaje al Siglo de Oro, finales del reinado de Felipe II, a la ciudad Sevilla concretamente para dejarse seducir por la clarividencia de un libro, “Puerta Carmona”, que junto a otros dos: “Bajo el signo de los dioses” y “Cautivo” constituyen una trilogía difícil de olvidar: “Imperio del sol”. Su autor es Francisco Morales Lomas (Campillo de Arenas, Jaén, 1957), una de las personalidades más destacadas del panorama literario e intelectual de la España actual. Así lo constatamos en palabras de otro gran escritor y poeta granadino, Fernando de Villena: «Francisco Morales Lomas es uno de los autores más fecundos de las Letras españoles de hoy, cultivador de todos los géneros: narrativa, dramaturgia, poesía y ensayo». La novela objeto de este comentario, “Puerta Carmona”, contiene los elementos esenciales para constituir, sin temor a equivocarme, una narrativa de extraordinario valor. El autor es buen conocedor de la sociedad áurea española, la ha estudiado concienzudamente no solo su historia política, sino social, económica y cultural, de tal manera que su construcción narrativa es el resultado de ese conocimiento previo.

 La viveza en la descripción de los personajes, la recreación del ambiente propio de la época (finales del siglo XVI) en la sociedad sevillana: «En la gran explanada del Arenal y a sus faldas, bajo los puentes o en las orillas del río, corros diversos de fisgones se citaban: bizarros y entonados espadachines llegados de los tercios, hombre bragados en la guerra… », así como la expresión de todos los entresijos (conspiraciones, traiciones, secuestros, espionaje) propios del reinado de Felipe II son la materia prima de la que se vale Morales Lomas para construir una narración lúcida y al mismo tiempo fácil de comprender. De ahí que el elemento primordial para que todo lo indicado anteriormente funcione es el lenguaje que, aún siendo fiel a su época, es perfectamente inteligible para el lector actual: «Estando un día en una de aquellas partidas interminables, alguien con el semblante blanquecino y buenas maneras, que llevaba un sombrero con plumas en la mano, amplio cuello con pelendengues así como grandes gregüescos en los brazos y en las calzas, se acercó a don Diego y le sopló una confidencia al oído». No obstante, hallamos en “Puerta Carmona”, además de los personajes secundarios como pueden ser el mismo Cervantes:«Por aquellos días, en la Cárcel Real había conocido a un manco infeliz que fue encarcelado por unas deudas con la Hacienda Real, aunque él decía que era un error de cuentas de su criado y producto de la mala ventura, y con el tiempo se sabría de su inocencia», Mateo Alemán, Francisco Pacheco, el duque de Lerma, Cristóbal de Moura y otros actores de la política de aquel momento:«De celo incansable, perspicaz, gran juicio y rara prontitud, de Moura era para Lerma el enemigo a batir, cuando aquel se inventó al duque de Osuna, al que había favorecido casi veinte años antes…», con algunos guiños a otros como el caso del tristemente desaparecido profesor y poeta Rafael de Cózar, “Fito”: «Nunca agradecieron tanto al poeta amatorio Fito de Cózar su llegada como en esta ocasión. De bigote alargado hasta las patillas que se le estiraban con incertidumbre, sonrisa socarrona y maliciosos ojillos…», como así lo hizo también en otra de sus novelas incluyendo en la Academia de Valencia al escritor Ricardo Bellveser. Pero si hay un personaje destacado en la figura de una mujer es el de Catalina Salgado, que protagoniza los pasajes más interesantes de esta narración por su doble papel de espía y mujer. En su persona se muestra a la mujer adelantada a su tiempo, con formación y pensamiento propio, que se expresa libremente cuando tiene que hacerlo: «Y lanzó un discurso que los dejó aturdidos: Estamos, dijo, en un mundo concertado por los hombres, ellos prescriben y mandan, hacen las guerras, establecen la paz, aderezan nuestra existencia. […] ¿Y si una mujer nos ha gobernado –en referencia a Isabel de Castilla- por qué una mujer no puede ser escritora como Teresa de Jesús, por qué una mujer no puede ser cirujana, por qué una mujer no puede ser capitana?» No es ésta una cuestión baladí porque es la voz de una mujer la que habla en una sociedad fundamentalmente machista. Con todo, “Puerta Carmona” es, sin duda alguna, una novela extraordinaria, con la que su autor Francisco Morales Lomas se reafirma como un destacado escritor de la literatura andaluza y española. Una lectura muy recomendable para comprender también la sociedad en la que vivimos hoy.



Título: Puerta Carmona
Autor: Francisco Morales Lomas
Editorial: Quadrivium (Girona, 2016)

LA VOZ AUSENTE DE JOSÉ ANTONIO SANTANO por F. MORALES LOMAS.


F. MORALES LOMAS


Desde hace muchos años conozco la poesía de José Antonio Santano y su prosa poética. Cuando hace ya trece años me eligieron presidente de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios, tuve la oportunidad de entregar a José Antonio Santano, en el Museo Picasso de Málaga, el premio de la Crítica Ópera Prima por su obra Trasmar. Entonces destacaba en Trasmar los apósitos en la memoria envueltos en la nebulosa lírica, su lenguaje reflexivo y su sinceridad bucólica. En La voz ausente está presente esa voz que persigue el pasado y lo reconstruye, recompone o remienda, a través de la fortaleza del corazón y sus penurias. La recuperación siempre es un ejercicio extraordinariamente complejo y, a veces, doloroso (como sucede aquí) para el que trata de redimirse de algo. Son paisajes para la exoneración, para la redención, para la emancipación y la reconquista del ser, incluso en algunos casos ajustes pendientes con la memoria, con uno mismo, con ese espejo en el que nos miramos, como recuerda Muñoz Quirós en el prólogo y La carta al padre de Kafka.
La voz ausente lo es. Un contemplarse en el silencio, un contemplarse en el infierno. Decía Sartre que l´enfer son les autres. Aquí no. El título ya anuncia esa voz recuperada, la casa, la luz que necesita su presencia, el espacio de la tristeza y el encuentro con la muerte para resucitar cadáveres, espacios, singladuras, el tañer de las campanas, el tiempo entre los sueños, el padre, esa enorme ausencia, y siempre un paraíso extrañado, transitado, hecho origen a la espera de que el poeta acabe por cincelar sobre la lápida las palabras de amor que siempre quiso escribir. Hay mucho de elegía, de autocompasión, de camino recorrido y tiempo vivido en el que se mezclan sensaciones antitéticas y desoladores encuentros. Como elegía que transcurre por el camino de la ausencia, se puede permitir encontrar la vida en la muerte, siguiendo el verso de Antonio Enrique, y alcanzar la voz de esa casa muda, el encuentro con un tiempo recobrado, À la recherche du temps perdu que dijera Proust.



En un lenguaje endecasilábico con un tono altisonante que logra aunar metafóricas esencias de singular fuerza neoexpresionista, Santano avanza por los años, por la amargura “triste entre los álamos “, confrontando esencias, la del padre, la suya, acercando posturas y tratando de recuperar esa mirada “ausente”.
En muchas ocasiones, la historia puede ser revisada desde la mentira. No olvidemos que la literatura es ficción bien escrita, quimera, disimulo, apariencia que nos hace soñar o llorar, sentir que nuestro tiempo no ha sido inútil. Una mentira que es verdad, como decía aquel personaje del poema de Ángel González. El que lee lo entiende como verdadero, como auténtico, como construido desde la esencia, desde la raíz, aunque todo sea palabra en el tiempo.
Y esa herida está ahí, lo habita todo, lo construye todo. Es real: “Sangra por la boca y no es olvido”. Hay una dolorosa incomprensión. Una bajada al infierno para saber si este tiene alguna dilucidación, algún argumento que ofrecernos para calmar nuestro tormento. El poeta la necesita tanto como aquel niño que “ansiaba ver al padre de regreso”. Una poesía que en su dolencia estalla y nace también para la esperanza, porque se está limpiando la herida, se usa el alcohol de los días, el alcohol de la ausencia y el “betadine” de la lírica, de la palabra escrita, que es como un reclamo, como un acto medicinal y vicario. El poema se convierte en una povidona yodada capaz de luchar y vencer los microorganismos y bacterias de la memoria: “¡Qué accesible la herida todavía/ qué dolor tan profundo, qué martirio/ haberte amado solo en la auroras,/ de nuevo ya perdido en los placeres/ del cuerpo y las decrépitas tabernas!”.
Poesía confesional donde las antítesis se conforman en su dureza (“Confieso que te odié luego de amarte”) y no hay calma ni remanso en el que solazarse como no sea en la palabra en sí, que al brotar rauda y sincera enciende el poema de dolorosa solemnidad. Pero no quiere dejarlo todo en el lodazal de la historia, y la esperanza surge. El tiempo parece corregirlo todo y el poeta quiere “creer que aún no es tarde”. Un regreso al origen que es como un encuentro con el abismo y el silencio, la grisura de lo perecedero, el anticlímax de lo desolador mientras en el epitafio de los dos poemas finales surge un recuerdo de Hernández y Ramón Sijé en ese “hundiré mis manos en la tierra para poblar su vientre de versos y palabras”.
En definitiva, una lírica poderosa, sentenciosa, sublime para el corazón y también “cura domine” para el espíritu, espacio para aliviar el sentimiento y los restos del naufragio de la vida.




El Tesoro de Juan Morales de Antonio Hernández, por José Antonio Santano


Corren malos tiempos para casi todo. El mundo pasa por una etapa crítica de desaparición de los valores humanos más elementales. La cultura del “todo vale” se ha instalado y la globalización que parecía iba a solventarlo todo no parece sino haber creado más problemas. La solidaridad y fraternidad humanas brillan por su ausencia. Con este retrato solo cabe pensar que la literatura sea ese refugio idóneo para el hombre. En cualquiera de sus géneros la literatura viene a ser entonces un oasis en pleno desierto, un haz de luz ante tanta oscuridad y ultraje. La palabra como único don capaz de conquistar sueños, de abrir ventanas y respirar vida. Y ocurre que ante la realidad, cruda realidad que nos ha tocado vivir, uno busca esa fórmula personal que te haga sentirte libre y medianamente feliz. Para ello acudo indistintamente a la narrativa o la poesía española, andaluza o allende los mares. Leer, así, se convierte en una imperiosa necesidad, alimento primero, como si del pan de cada día se tratara. Por todo lo dicho, la lectura que en esta ocasión recomiendo es, en oposición a la que ocupó este mismo espacio la semana pasada, una novela de tema y autor andaluz: “El tesoro de Juan Morales”, de Antonio Hernández (Arcos, Cádiz, 1943), que obtuvo el I Premio Internacional de Novela “Ciudad de Torremolinos” y editada por Carpe Noctem. Tal vez esto podría llevar a plantearnos la existencia o no de una narrativa netamente andaluza. En este sentido, el profesor y novelista José María Vaz de Soto, en un artículo titulado “Sobre la nueva narrativa andaluza”, escribe:«No existe ni ha existido nunca, a mi juicio, una novela andaluza como corriente o escuela literaria ni con una tradición o unas constantes determinadas», no obstante, añade: «Sí existen, en cambio, novelistas andaluces de mérito que han escrito y escriben novelas en Andalucía, a las que podemos llamar novelas andaluzas sin necesidad alguna de buscar en ellas rasgos costumbristas o diferenciales en relación con las novelas que puedan escribirse en el resto de España e Hispanoamérica. Aquí tenemos que poner el acento: en que se pueda ser escritor en Andalucía». Un matiz importante el que plantea Vaz de Soto: “en Andalucía”. Pero como la industria editorial andaluza no ha despegado aún, los autores andaluces, como es el caso de Antonio Hernández se ven obligados a publicar fuera de su comunidad de origen. Con independencia de esta circunstancia adversa para la narrativa andaluza, lo que sí importa es que existen narradores andaluces de prestigio, como es el caso de Antonio Hernández. En honor a la verdad hay que decir que a Antonio Hernández se le conoce más por su faceta de poeta que de novelista, y es por ello que traemos hoy a nuestro particular “Salón de Lectura”, una obra narrativa como es “El tesoro de Juan Morales”, tal vez silenciada sin motivos que lo justifiquen. Desde el inicio de la novela Hernández nos adelanta las claves que la sustentan, así en el capítulo 1 pone en boca del narrador: «El día en que Mina me miró con el afecto que no da sitio al deseo, comprendí que amor y dinero no siempre pactan, y que cuando éste llueve, el desdichado no dispone de saco para recogerlo. Me lo había advertido mi abuelo, hombre de refranes y de briega con la vida, sentando que el amor es caprichoso como la lluvia, y que, como la lluvia, puede acabar con la siembra más floreciente».

 La construcción de los personajes es otra de los aciertos de Hernández, la descripción de cada uno de ellos no deja lugar a dudas. Cuando lo hace del protagonista Juan Morales escribe: «…Juan Morales mira desde su ojo funeral a un muchacho de unos quinces años (…) el panamá enjaretado como una corona de paja en la cabeza, a la cortinilla de gasa sucia prendida de una ceja con pelos de jabalí ocultando elojo huero, a las uñas roídas por los dientes negros de caries o al pantalón doblado y recogido en uno de sus perniles por un alfiler que le evita mirar horrorizado el muñón de la pierna derecha», la de Don Fernando: «un vasco alto y delgado, taciturno, siempre vestido de negro…» o la don Ronaldo Palomino, teniente de la Guardia Civil: «…era de un carácter más que fuerte, soberbio y violento, el que unido a su impunidad campaba a sus anchas de maltrato y arbitrariedades. Dueño y señor del pueblo, ejercía su tiranía de la forma más cruel…», y otros como el abuelo, la tía Jacinta; así como sus nombres: Yonohesío, Pedroencuero (“porque nació más pobre que las ratas y poco a poco se fue haciendo un capitalito con el trabajo más viejo del mundo”), el tabernero Cañorroto (“por cortar el cañito del barril antes de la cuenta”) o “el Mecano”, dueño de la plaza de toros (“por la variedad de tablas e hierros dispersos que luego encajaban prodigiosamente, constituyen el núcleo narrativo, la esencialidad discursiva que crece a medida que avanza la narración. Otro de los recursos empleados por Hernández, y que tiene que ver mucho con su sentir cervantino, es tanto el divertimento, el humor vertido en sus páginas, como la cantidad de refranes utilizados. Con esta novela Antonio Hernández homenajea también a otra obra inmortal “La isla del tesoro”, de Stevenson, que dejaría una gran huella en él. El manejo de los distintos personajes, del tiempo narrativo y el espacio, hacen de Antonio Hernández un escritor de valía y destacado mantenedor de la gran tradición literaria española. Sin lugar a duda alguna, Antonio Hernández nos lega una obra narrativa sólida y coherente, digna de ser leída y admirada.


Título: El tesoro de Juan Morales
Autor: Antonio Hernández
Editorial:Carpe Noctem (Madrid, 2016)

ANTOLOGÍA POÉTICA de RICARDO MOLINA por JOSÉ ANTONIO SANTANO


Para aquellos lectores que disfrutan de la buena literatura, y más concretamente, de la poesía, la noticia de una nueva publicación, en este caso de un clásico, siempre es bienvenida. Necesario se hace recuperar del olvido la poesía de algunos autores que constituyen en sí mismos un referente de la más culta tradición poética en España. Conviene reflexionar aquí sobre el hecho poético, su repercusión en la juventud actual y, por ende, su futuro (¿?). Habría que preguntarse en primer lugar qué leen nuestros jóvenes, si leen mucho o poco y a qué autores, porque no es esta una cuestión baladí. La lectura es el principal pilar del aprendizaje y la formación del futuro poeta. Hoy, con el asentado ya sistema de autoedición, el mercantilismo feroz de algunas editoriales, y algunos ahorros, la publicación de un poemario está garantizada. No hay filtro alguno que aconseje la retirada del manuscrito por carecer de la necesaria calidad literaria y, consecuentemente, una reescritura del mismo. Y así nos va. Por este y otros motivos que serían largos de explicar en este espacio, se agradece, y mucho, que un sello editorial de prestigio como es Hiperión, con una edición del profesor y crítico Pedro Roso, nos devuelva la esperanza en el texto literario de calidad, cual es esta “Antología poética” del poeta y miembro fundador del grupo “Cántico” Ricardo Molina (Puente Genil, 1917-Córdoba, 1968). Es la poesía de Ricardo Molina una lectura imprescindible y necesaria para entender una época trascendental de la Historia y la Literatura española. A veces, y es también una función importante del crítico, conviene actuar de altavoz y recuperar así la obra de autores que, como el pontanés Ricardo Molina, han sido y serán un referente poético de primer orden.  En esta “Antología poética”, publicada en el centenario del nacimiento del poeta Ricardo Molina, el profesor Roso nos aproxima breve pero sustancialmente a su obra. 

Con acertada didáctica Roso nos guía, de forma cronológica por el quehacer poético de nuestro vate, desde su primer libro “El río de los ángeles” (1945), en el cual ya se vislumbra su sensual voz: «Oh qué dulzura, / qué extraña y admirable dulzura, / descender abrazados, desnudos, al fondo oscuro del río, / desnudos y abrazados para siempre, / y así, gozosos, líquidos, disolvernos en ondas, / en claras ondas plateadas, verdes…», pasando por “Elegías de Sandua” (1948), quizá el texto más conocido, donde el poeta, como dijo el profesor Clementson, «es el cantor inolvidable de la dicha pretérita», y así lo aseveran estos versos de la Elegía XXX, dedicada al siempre amigo Juan Bernier: «En el charco de la Pava, en el Jardín del Alpargate, / en los chozos de barro y de taraje / que azotan las tormentas al lado de la cárcel, / en los tugurios ásperos de riñas y blasfemias, / igual que bajo lámparas de plata / y arcángeles y vírgenes y santos, / pasea Juan Bernier interminablemente; “Corimbo” (1949), discurso poético que aúna y exalta Naturaleza y vida: «Ya no necesitamos las palabras. / Ya basta el sol que besa, basta el río / que nos lleva en sus ondas lentamente, / y el viento que los ojos acaricia, / la verde sombra que en la boca tiembla»;“Elegía de Medina Azahara” (1957) resultará ser, en palabras del profesor Roso, “el símbolo perfecto de su visión del mundo: las ruinas de Medina Azahara son las ruinas del paraíso perdido (…) el correlato objetivo de una honda reflexión sobre el paso del tiempo, la fugacidad de las cosas, la ineludible presencia de la muerte”, como se aprecia en estos versos: «Del alminar, ¿qué queda? Del alcázar / ¿qué queda? Del amor, del poderío, / del deseo, ¿qué queda? Un son de piedra, / un nombre vago y falso, un aire triste». A este seguirían los poemarios “La casa” (1966), “A la luz de cada día”(1967) y los póstumos “Regalo de amante” (1975) y “Psalmos”, “Homenajes” y “Otros poemas” publicados todos en 1982. En todos, la singular voz del poeta destella con luz propia. Para Luis Antonio de Villena «el mejor Molina es ese poeta del júbilo del amor y la sensualidad, tocado de melancolía temporalista y de algunos toques de religiosidad verídica cuanto necesariamente heterodoxa». Sin duda alguna Ricardo Molina representa la voz serena de un tiempo oscuro, solo salvable desde una estética profundamente humana y donde “lo bello”, como él mismo dijo, “es el supremo consuelo que puede ofrecer el poeta a los hombres”. Intimista, sensual, culto y casi místico en ocasiones, Ricardo Molina nos afianza en el convencimiento de que la verdadera poesía se escribe desde el conocimiento y la emoción como hecho singular de lo vivido. Como colofón a este comentario sean estos versos del poema “Invitación al mundo exterior”, homenaje a Pablo García Baena, homenaje a la vida: «Aunque nadie lo diga / muy profunda y hermosa es la vida. // Despierta / al mundo. // Derrámate / en el mundo. // Entrégate / amante. // Sal / de ti. // Sé / feliz».  







Título: Antología poética
Autor: Ricardo Molina  
Edición de Pedro Roso
Editorial: Hiperión (Madrid, 2017)                                                             

LA PALABRA MUDA de ANTONIO ENRIQUE por JOSÉ ANTONIO SANTANO



La Palabra Muda  

Después de tan huera poesía actual y tantos presuntuosos poetas como existen en este país uno se siente aliviado cuando alguien, desde adentro, en comunión perfecta con el alma o el espíritu, la emoción o la substancia, la esencia o los orígenes, el corazón y la inteligencia, es capaz de transformar todas las visiones posibles que del hombre se puedan tener con solo la palabra, “La palabra muda” que no es ni está, porque el poeta, abducido por la palabra trascendida “la palabra sin palabras” ha sido capaz de crear y recrear cuanto acontece y es no siendo, y viceversa, el ser humano, constructor de un verdadero universo de la conciencia , tan impropia en estos tiempos que corren. La mirada del poeta es tan amplia, tan abarcadora que no hay ser en el mundo que llegue donde llega él. 

Nadie que sienta como siente él la sangre y la piel del otro, los huesos y el dolor del otro, la muerte de todos los muertos de la tierra, los otros todos en su alma toda. Casi transfigurado, mudado de su yo y convertido en otredad, el poeta socava en la naturaleza humana. Detenido el tiempo, huérfano entre tanto desamor, la rutina de los días se propaga y nos apresa, sutil y silenciosa. Pero nunca el olvido, bien lo sabe el poeta que regresa una vez y otra a los recuerdos, a la memoria de un tiempo gris, desvaído. El último poemario de Antonio Enrique (Granada, 1953), “La palabra muda”, en una bellísima edición de “El Gallo de Oro” es, por definirlo en una sola palabra, estremecedor, verdaderamente de una conmoción inusitada, de principio a fin. No hay un solo poema, de los 22 que integran el libro, un solo verso que no nos haga pensar y emocionar hasta el punto de producir en nuestro interior un estertor, una convulsión tan exageradamente humana como poética. Veintidós poemas como veintidós son las letras del abecedario hebreo y un epílogo componen este texto difícil de olvidar después de su lectura. Poesía en estado puro, casi dictada verso a verso en una suerte de éxtasis, de levitación interna. Visiones de un realismo tal que nos aproximan al verdadero ser del hecho poético, sin maquillaje alguno que distraiga de su esencia como tal, sin impostura. 


Aleph, la primera letra del abecedario hebreo, resume lo que podría o puede ser el final de todo, el holocausto, el horror: «El horror es lo que no se cansa, / lo que nunca deseperaq ni se entretiene. / El ruido vayas donde vayas / y el zumbido que queda cuando cesa. / Los muros del mar recorriendo el mundo. / Un espejo que te mira / y te sigue mirando / cuando ya te has ido. / Lo que nunca muere pero mata. / Lo que mata sin que mueras». En esa mirada a la Historia el poeta es todos los hombres del mundo, porque como dice el filósofo Emilio Lledó «Más duro que la muerte es el olvido. Éste podría ser el lema que sobrevuela los orígenes de la cultura europea. […] Ser inmortal era parar el río de la vida,  cuyo ser es, precisamente, fluir». Es precisamente la poesía lo que fluye por las páginas de “La palabra muda”, la voz de los que no fueron sino muerte en las aguas del Danubio a su paso por Budapest: «Quedaron así, como los dejaron / cuantos hubieron de descalzarse:/ de cualquier manera, / a la orilla del río de la muerte. / Quienes los calzaron ya no están. / Los obligaron a arrojarse. / Habitaron el horror». El poeta se desnuda, se convierte en esqueleto, en sangre y piel, en despojo humano para sentirse humano y vivo ante la devastación y la muerte: «Y la carbonilla cayendo del cielo, / la del tren no, la de los hornos […] Llueve sobre la luna carbonilla / de los calcinados. / Se posa sobre los hombros la ceniza / y se respira las almas que ya no vuelve». Todo se ha convertido en vacío, la tierra toda grita después de silenciar el gas la humanidad entera: «Grito como este no lo hay / desde el comienzo del mundo. Se abrazaron, no sabemos más; nadie hubo nunca que lo supiera. Que llovía gas. Que el agua lo era de muerte». La guerra, el hambre y la usura, el poder enloquecido, alimaña que oscurece el día, la piel y los cabellos de las mujeres; el terror y el miedo, una escalera por posesión: «No tengo yo padre ni madre. / Esa escalera es lo único que tengo, / ya sólo queda arrojarme al vacío». Nadie como el poeta, el verdadero poeta que abrigan estos versos para hablar en nombre del amor, de ese que parece no cabe ya en la tierra: «Lo que yo amo de ti / son tus huesos. / Es tu cuerpo y lo más interno / de tu cuerpo, / allí donde nace tu saliva, / tu sangre, la luz con que miras / el mundo, la vida y hasta mí mismo […] porque tú y yo vamos a morir, / pero tus huesos y los míos / seguirán amándose / y propagándose / más allá del humo y del mundo / y de la nada». Y después del amor, más amarga la vida que acontece en el campo de exterminio: «Los crematorios estaban allí… Un diluvio de lágrimas sin sal, / para que no chisporroteen. / Para extinguir tanto fuego / como asaba las almas». 

El poeta ha querido dejar aquí su testimonio de un tiempo atroz para que nunca sea olvido, porque este es un canto del horror humano (recordando a Blas de Otero que dejó escrito: “Esto es ser hombre: horror a manos llenas”) y en é la poesía es el vuelo necesario hacia la luz y el alma: «Horror es la palabra muda / porque nada puede definirla. / Excede a lo que dice. / Pues lo que dice es el regreso / a la nada, el maldito descenso / a lo que es, sin que pueda serlo. / Horror es la palabra sin palabras». Un gran poemario, “La palabra muda”, y un gran poeta, Antonio Enrique, que renueva la fe en la verdadera poesía, capaz de conmover y  perturbar.

 

Título: La palabra muda
Autor: Antonio Enrique  
Editorial: El Gallo de Oro (Bilbao, 2018)