Vuelve la poesía a este particular salón de lectura, y lo
hace de manos de un poeta cordobés, Alfredo Jurado, cofundador,
junto a las poetas Encarna García Higuera y Soledad Zurera, primero,
y luego con Antonio Varo y Pilar Sanabria, del grupo
Astro.
Desde la fundación de este grupo poético allá por la década de
los ochenta se han sucedido los poemarios de Alfredo Jurado
(
Mar
de Liturgias, Mester de Amante y Paraíso Perdido, entre
más de una decena de títulos), hasta hoy, que de
nuevo nos llega su singular voz poética con el poemario
«Código de
la niebla». La poesía cordobesa ocupa un lugar destacado en el
panorama actual de la poesía andaluza en particular y española en
general, desde los más experimentados, como es el caso de los ya
citados y también de otros poetas más jóvenes como Juan Antonio
Bernier, Francisco Onieva, Antonio Luis Ginés o Joaquín Pérez
Azaústre, del que nos ocuparemos próximamente.
«Código de la niebla», consta de dos partes: El cuaderno del
aire, con veintiún poemas, contando el que da título a esa
parte, y, Quemar las naves, con diez. El poeta, desde el
primer momento declara y manifiesta, a modo de proemio, cuáles son
las claves de ese primer bloque de poemas titulados «El cuaderno del
aire», y así escribe: «Cuando era tan sólo adolescente, /
entregaba mis tardes en lecturas; / en ellas descubriera personajes
fantásticos; / algunos fascinantes, pero otros / me hicieron sentir
miedo».
En esta especie de declaración programática nos adelanta
el poeta el discurrir de los veinte primeros poemas del “Cuaderno
del aire”. Y ciertamente, comprobamos que los seres fantásticos,
tomados de las lecturas adolescentes y que toman vida en estos
versos, de manera que los personajes de la mitología griega (Glauco,
Dríope…), fenómenos naturales (Simún, Perseidas…), monstruos
marinos (Manatíes, Caribdis, Leviatán…) o paisajes concretos como
“Los baños de Popea, conforman un corpus en el que la evocación y
los recuerdos de la adolescencia producen en el poeta ese sabor
agridulce de lo sentido en el pasado y de lo recreado ahora, después
del tiempo transcurrido. Y todo hasta el punto de afirmar: «Por
morir de algún modo, / moriré de tristeza cualquier tarde de
invierno». Es ese sentido trágico de la vida una vez hecho verso,
ese que siempre aflora en la poesía andaluza, y que en Alfredo
Jurado pervive todavía. También la segunda parte, titulada «Quemar
las naves» nos muestra las intenciones del poeta, su vuelta a los
orígenes, al alumbramiento primero, a la vida: «Un día me
alumbraste, cuando el tiempo de Marzo / alzaba su estandarte de luz
en las paredes; / cuando el musgo en las tapias perdía su fragancia;
/ Cuando quiso la luna, con su fanal de plata / trepar al campanario,
cuando el reloj marcaba / las once de la noche. / Algún gallo
anunciaba su canto a solanares». Asumir que no hay vuelta atrás y
hay que seguir avanzando, perseguir los sueños hasta darle alcance,
escribir sin descanso, al límite, como si fuera el día último. El
poeta consigo mismo, al calor de los sentidos, en los silencios de la
noche y sus fantasmas.
El poeta en su propio abismo, solo y vivo en
la luz de la poesía, entregado a la naturaleza, desnudo y libre,
cuerpo y alma: «Es el alma una isla que flota en el silencio»,
humano ser, la vida: «Es la vida aquel río con múltiples meandros,
/ liturgia sacratísima que embriaga la consciencia, / es árbol a la
orilla de un estanque / la nieve que declina lentamente la cumbre. /
Es beso de la madre en el recuerdo, / la honda cicatriz que te deja
su ausencia…». Siempre de vuelta el poeta al «paraíso perdido»
de la infancia. Solo una objeción, a corregir para futuras
ediciones, los continuados errores, tanto tipográficos (los más)
como ortográficos (los menos). Salvando esta cuestión, hallamos en
«Código de la niebla» al poeta de siempre.
Título: Código de la niebla
Autor: Alfredo Jurado
Edita: Aula de Cultura Astro
(Col. Astrolabio, Córdoba, 2013)