Candela. Estación Sur



CANDELA


Mediaba octubre. Otoño en los ojos y en los labios del viento. La luz primera lame el ventanal y todo parece abrirse como una rosa en primavera. Es otoño y el silencio trepa por las paredes de la casa, y en su soledad pronuncia nombres de aire y fuego. Sucedió y era otoño. ¡Han transcurrido los días tan veloces! El tiempo nos golpea sin tregua. Pero no hay que apurarse. Es el ciclo de la vida, que se repite constante e inalterable a lo largo de los siglos, y nadie puede detenerlo. Aquí no vale truco alguno, somos nosotros que al mirarnos en el espejo vemos las cicatrices que el tiempo nos dejó en el rostro, en la mirada. Poco a poco, casi sin darnos cuenta, caemos al vacío, un día tras otro. Y así fue como nació para el amor.

Mediaba octubre y una explosión de sueños calentaron la estancia. Todo sucedió con la fuerza del rayo. En los largos pasillos del hospital reinaba la calma, un profundo silencio, entorpecido a veces por el chirrido de un carro, sin embargo podía oírse la voz del poeta cuando dice: «De mis soledades vengo y a mi soledades voy…» Pero, ¡que alegre y vivaz soledad aquella que los abuelos compartirían en breve! Ambas, madre e hija, sobre la cama, mirándose a los ojos, traspasando la frontera del silencio, hablándose desde el más profundo de los silencios. Fue al alba. Su luz fue la luz del universo, fuego y sangre, vida entera. Serena melodía de aventadas amapolas sobre un rojo campo de sueños. Nada puede describir tanto gozo, y todo, en ese instante primero, se hace inexplicable, incomprensible. Nada se piensa. Vas de un lado a otro, acuciado por los nervios de la espera, ansioso de saber cómo fue el parto. Si el dolor se hizo insoportable o si el nuevo ser vino pleno de salud.

Ahora, transcurridos los días desde aquel mediado octubre, la mar se ha hecho invierno y en los acantilados se siente, todavía, el otoño en los ojos y en los labios del viento. Pero es éste un otoño de diamantinas luces y magnánimas llamas, de verdes campos de olivares y mares de sueños infinitos. Todo ha cambiado desde entonces. Ahora, cuando fijas los ojos en los suyos, ella responde con su brillo de estrella única, y el tiempo se detiene. Sin embargo, ella, Candela, será por y para siempre como ese inmenso campo de rojas amapolas que el tiempo jamás podrá borrar de la memoria.

Media enero. Candela me mira fijamente a los ojos, y me sonríe.  

ESTACIÓN SUR______________________________José Antonio Santano

Umbrales de otoño. MARILUZ ESCRIBANO PUEO.





UMBRALES DE OTOÑO


Como el otoño, que sugiere lluvias y soledades, la voz de la poeta granadina Mariluz Escribano nos envuelve del verso sentido, acogido en la calidez del vientre y el pecho de una madre, que mima y cuida, en este caso la palabra escrita. Esto me recuerda que tiempo atrás tuve la suerte de leer un bellísimo poema suyo publicado en la colección «Cuadernos del Tamarit», dirigida por el también poeta Juan de Loxa, con el título «Desde un mar de silencio», obsequio de quien es la encargada del estudio preliminar del libro que reseñamos, «Umbrales de otoño», la profesora Remedios Sánchez García. Si en aquella ocasión aquel único poema mostraba el buen oficio de Escribano, con esa cálida voz que alentaba cada verso, producto de la emoción y la evocación de un tiempo pretérito, siendo la madre, el centro de su universo poético («el amor fue mi casa, / quiero decir mi madre, / nuevamente con esa voz cálida y serena, propia de quien sabe añadir a los acon sus andares lentos…»), y no menos la soledad («Detrás de los visillos silenciosos y albos, […],/ habitaba la luz insomne de mi madre, / su silencio de flor, / su soledad de pájaro»), en «Umbrales de otoño» nos reencontramos ños sabiduría y experiencia, ese tono o armonía de la alquimia depurada en la soledad y el silencio de las noches y los días. Dice la profesora Remedios Sánchez que «Escribano traza sus versos, tanto en esta obra como en las demás, desde el yo más profundo, desde un aislamiento no siempre deseado pero que es una realidad ineluctable… –para añadir a continuación- Escribe desde una soledad que no es sonora, desmenuzando recuerdos, porque ella ama el silencio» Y, ciertamente, la poeta granadina desempolva el pasado y lo muestra en su desnudez de tiempo aprehendido. El tono elegíaco cuando escribe y piensa en la figura de la madre, a la que vuelve en este poemario, como en la del padre («Camino con mi padre. […] Y todo pasa y llega de su mano, / y a mi infancia regresa / el calor confortable de su sangre»). 



El reencuentro con la infancia, aquellos días vividos en orfandad tras el fusilamiento de su padre, ordenado por el comandante Valdés (el mismo que llevó a cabo el fusilamiento de García Lorca). La poesía de Mariluz Escribano bebe de las cosas sencillas, de la naturaleza y la vida que le rodea, silenciosa y solitaria a la vez («Soledades te doy para evitar tristezas»), pero muy enriquecedora. Desde el intimismo más profundo ha sabido crear un mundo propio, un universo donde la palabra brilla como una gran estrella en el firmamento. Escribano Pueo es la amiga incondicional y se entrega tal es. Surge una y otra vez el otoño como símbolo de lluvias silenciosas de soledad, el otoño vive en la poeta, como la poesía vive en su ser entero: «Como ayer, hace un año, el otoño era el mismo, / repetida tristeza que unía nuestras manos, / con iguales preguntas y un fuerte desaliento, / suave desesperanza que ya sólo es recuerdo». La invaden los recuerdos y se adensa la nostalgia en torno al verso que construye serenamente, desde su propio silencio. Sin lugar a duda alguna, Mariluz Escribano, es una voz poética diferente, y auténtica.



Título: Umbrales de otoño
Autora:Mariluz Escribano Pueo
Edita: Hiperión (Madrid, 2013)
10 €


SALÓN DE LECTURA ____________________________Por José Antonio Santano

Año Nuevo. Estación Sur

Cuando nos referimos a nuestro propio devenir solemos oír aquello de «¡Cómo pasa el tiempo!», cuando en realidad quienes verdaderamente pasamos somos nosotros al ir cumpliendo años. Cada comienzo de año, la mayoría de las personas, tras el correspondiente balance del anterior, se estimulan con nuevos proyectos, con una nueva vida. Sabemos de la imposibilidad de algunos de esos proyectos, pero con todo insistimos o perseveramos en alcanzarlos tal y como los concebimos en su origen. Unas veces acertamos de pleno y otras erramos, pero al menos, diremos al final del recorrido, lo hemos intentado. Así somos los seres humanos. Y hablando de seres humanos, ¿les parece que nuestros gobernantes lo sean?, ¿acaso les importamos?, ¿podrían vivir ellos un año más con el salario mínimo (algo más de 600 euros), el sueldo medio de un funcionario (1.500 euros ) o el de una pensión, que en algunos casos no llega a los 400? Nuestros actuales gobernantes se muestran ciegos y sordos ante una población cada día más desesperada por una crisis de la cual no es culpable, al tiempo que comprueban que quienes la produjeron (entidades financieras y gestores políticos) por su desastrosa y continuada actuación especuladora y corrupta siguen disfrutando de los mismos privilegios de antes de provocarla. Un año nuevo comienza, ciertamente, pero ¿para quién? Las clases sociales más desfavorecidas permanecerán en la misma situación de impotencia e indignación, y nuestros gobernantes dilapidarán su tiempo en cuestiones baladíes, irrelevantes. «Más de lo mismo», como se dice vulgarmente. Para el pobre más pobreza y para el rico más riqueza. 

 
Nuestro sistema político, de convivencia social, aquel que nos dotamos los españoles allá por el año 1978, hace aguas por todas partes, como si se tratara de un barco a la deriva. La monarquía se ha encerrado en su burbuja de cristal y no quiere saber nada que no tenga que ver con el lujo, y nuestra Ley de Leyes necesita urgentemente ser reformada. Mientras tanto, el Presidente del Gobierno, y el partido político que lo sustenta, atenazado por el más grande de los escándalos de corrupción de toda la mal llamada democracia española. 

 
En estas fechas los deseos de paz y felicidad, de amor y prosperidad de los unos a los otros son continuos, pero si analizamos la actual situación de nuestra arruinada España, para quién, me pregunto, será este año, un verdadero año nuevo.

ESTACIÓN SUR______________________________José Antonio Santano

Manuel Gahete (El esteticismo en la literatura española)


 

MANUEL GAHETE: LA LUZ DE LA PALABRA



En los últimos años la obra de Manuel Gahete viene siendo objeto de estudio de los más prestigiosos críticos literarios, como lo es Antonio Moreno Ayora, que en esta ocasión nos adentra en la trayectoria literaria de Gahete a través de esteticismo presente en este prolífico autor nacido en Fuente Obejuna, y que, en opinión de José Luis Esparcia, «es el gran poeta por excelencia de los últimos diez años en Córdoba». Al cuidado editorial de La Isla de Siltolá, Moreno Ayora nos invita a seguir la lectura atenta de este libro: «Manuel Gahete (El esteticismo en la literatura española), un ensayo sólido y coherente acerca de la figura de este poeta cordobés, sin olvidar su atención a otros géneros literarios, tales como la narrativa, el teatro, el ensayo, etc.
 La obra ensayística de Gahete se detiene, fundamentalmente, en el conocimiento y difusión del más grande poeta cordobés: Luis de Góngora (Gahete preside el Instituto de Estudios Gongorinos), si bien ha realizado estudios literarios sobre Lorca, Aleixandre, poesía femenina (Rostros de mujer ante el espejo: Poética de la transgresión), entre otros. Pero donde brilla con luz propia Gahete, y así lo recoge en este ensayo Antonio Moreno Ayora, y por ello es objeto de una mayor atención es en la poesía. Así su propuesta ensayística no es otra que recorrer desde los orígenes de la creación poética la obra del poeta cordobés. Moreno Ayora analiza cada uno de los libros que integran hasta ahora la obra poética de Gahete, y lo hace desde variados puntos de vista: forma, temática, fondo, sentimiento, y en donde la palabra se entrega sin limitación alguna juega el papel predominante, es decir, que es convergente la opinión de otros críticos con la de José Cenizo cuando se afirma de Gahete: «poeta de de exquisitez formal y hondo sentimiento ajeno a modas, círculos o tendencias, entregado a la belleza de la palabra», cuestión esta que se asevera con la lectura de todos sus textos poéticos, desde Nacimiento al amor (1986) hasta el último que se trata en este ensayo Mitos urbanos (2007), además del acercamiento a su poesía infantil y sus tres antología fundamentales. En otro apartado de este ensayo Moreno Ayora nos acerca al Gahete dramaturgo, y a tres de obras teatrales: Cristal de mariposas, Ángeles de colores (infantil) y Triste canción de cuna (2009).

El profesor y crítico Moreno Ayora dedica la quinta parte del libro a la estética de Gahete: el gongorismo de base («Soy clásico simplemente porque creo que la clásico es bueno. Pero elijo siempre aquella opción que me hacer crecer como poeta y como hombre»), la selección léxica (signo de distinción de su personalísima voz) y unas notas sobre estilo y recursos literarios (la intertextualidad, la gradación, la enumeración, la metáfora, la aliteración, sustantivación y adjetivación, paradoja y antítesis, y, la anáfora). Profundo y acertado este ensayo del profesor Moreno Ayora sobra la obra de Gahete, poeta del amor: «…capaz de transformar la vida del ser humano…», a lo que añadiría, sin temor a errar, que, Manuel Gahete es en sí mismo «la luz de la palabra».







Título: Manuel Gahete (El esteticismo en la literatura española)

Autor: Antonio Moreno Ayora

Edita: La Isla de Siltolá (Sevilla,2013)     14 €


SALÓN DE LECTURA ____________________________Por José Antonio Santano

Válidos y PLDs. Estación Sur

VÁLIDOS Y PLDs



Felipe III, llamado también «el Piadoso», rey de España, Portugal, Nápoles, Sicilia y Cerdeña, y duque de Milán (1598-1621), quien consagró su vida a casi todo menos al buen gobierno de su reino, fue el creador de la figura del valido, que actuaba en su nombre, detentando así un gran poder. El primer valido de Felipe III, como bien se sabe, fue el duque de Lerma, ser tan ambicioso como especulador y corrupto, causante de inexplicables reformas de las instituciones y de llevar a la España del XVII a la ruina y bancarrota. Traigo a colación la figura del valido por similitud, salvando las distancias, con otra de más reciente creación en la administración pública española, cual es el PLD (puesto de libre designación), como así se le conoce popularmente. 

El PLD, desempeñado por funcionarios de carrera, es elegido o seleccionado, entre los correspondientes candidatos al puesto, por la persona que ejerce las funciones propias del área o sector (educación, sanidad, cultura, fomento, industria, justicia, turismo, entre otros) y de gestión política del órgano o institución en cuestión: Ministerio, Consejería, Ayuntamiento, Diputación, etc., etc. El PLD viene a ser, pues, con algunas salvedades, la persona de confianza que ha de desarrollar fiel, justa y eficazmente las funciones propias de su puesto. Hasta aquí la teoría, porque dice Aquilino, veterano funcionario y a poco de jubilarse, que su experiencia en la administración es, cuando menos, desalentadora respecto a la figura del PLD. Mantenidos por los sucesivos gobiernos de uno y otro signo político, la actitud de algunos PLDs viene siendo antidemocrática, y mucho más en determinadas ocasiones: inquisitorial y despótica. La democracia en boca del PLD (pocos se salvan) es una palabra con significado inexistente –añade Aquilino. 

 
La delegación de funciones en los PLDs por parte de los responsables políticos de turno, sin una supervisión efectiva -manifiesta Aquilino-, es un mal endémico cuyos perjudicados, en primer término, son los propios compañeros que han de soportar sus manías y caprichos, y, en segundo lugar, los ciudadanos que se sienten desatendidos y ninguneados. Los validos del siglo XVII y los PLDs del XXI son en esencia la misma cosa: seres autoritarios y mediocres, maledicientes e ignorantes que ondean la bandera del poder para humillar a sus semejantes –sentencia Aquilino. 



 

IDILIOS. Juan Ramón Jiménez

 

IDILIOS

 Edición de Javier Sánchez Menéndez

            Si nos preguntáramos cómo definir la poesía de Juan Ramón Jiménez serían muchas las maneras de hacer, tal vez, tantas como estudios se han realizado sobre ella. Juan Ramón Jiménez escribió con la angustia creciente del tiempo, y por ello, vida  entera fue la poesía. Quiere decir esto que es imposible entender a Juan Ramón Jiménez si no miramos a sus ojos con verdaderos ojos de poeta, del rumor trascendido de la palabra poética. Consecuencia de la obra ingente del onubense universal es este nuevo descubrimiento de poemas inéditos que contienen esta edición al cuidado de Javier Sánchez Menéndez (Ed. La Isla de Siltolá), Idilios.

 Con prólogo del también poeta Antonio Colinas y estudio de la profesora Rocío Fernández Berrocal, Idilios, poemario que Juan Ramón Jiménez dejó preparado en Puerto Rico, con las consiguientes indicaciones, para su publicación,  ve ahora la luz a partir de manuscritos hallados en los fondos familiares, Archivo Histórico Nacional, Fundación Juan Ramón Jiménez y la Sala Zenobia-Juan Ramón Jiménez de la Universidad de Puerto Rico.

De los 97 poemas que componen Idilios, 38 son inéditos. Sin duda, un nuevo hallazgo que nos acerca a comprender mejor la poética de Juan Ramón Jiménez, toda vez que Idilios revela un cambio en su poesía, en la que el propio Nobel indica que los rasgos definidores de Idiliosson «brevedad, gracia y espiritualidad». Nos dice Antonio Colinas en su prólogo que «el poeta deja fluir en esa etapa (y en este libro en concreto) su voz con naturalidad», y así es, porque Juan Ramón Jiménez es EL POETA por y para siempre, su vida es la poesía, y viceversa.

            «Metamorfoseador sucesivo y destinado», así se autodefinió JRJ. El Nobel estaba llamado a la conquista de la perfección, y a esa labor estuvo dedicado en vida. JRJ escribía y reescribía su obra constantemente y su única preocupación: no verla publicada en vida. Así era el poeta de Moguer. Dice la profesora Rocío Fernández que «Los poemas de Idilios encaminan la obra de JRJ hacia la poesía desnuda…» es decir, que en ellos confluyen dos inquietudes amorosas que fueron motivo de desasosiego para el poeta: el amor carnal y el amor puro. En este sentido –añade la profesora Fernández Berrocal-, «La desnudez no es ya la de la carne femenina, sino la de la creación bella, la poesía pura, la rosa que se encuentra en Idilios».Viene a marcar  Idilios el camino al centro de la poesía, y en ese camino no puede faltar la inseparable presencia de Zenobia. En esta obra el campo está muy presente, es la vuelta a Moguer, al paisaje paradisíaco de sus raíces terrenas y profundamente amorosas. En esta obra –nos dice Fernández Berrocal- existen «rasgos platónicos en esa idea de llegar a la belleza absoluta a través de lo sensible, lo corporal. Lo bello es lo luminoso».

            El poemario en sí se estructura en dos partes: «Idilios clásicos» e «Idilios románticos». Su extensión es variable, algunos muy breves. Existen poemas dedicados, pero solo a dos personas: Zenobia y Berta. Idilios clásicos viene a ser la celebración del amor, de ese amor desnudo y puro citado con anterioridad (…Deja / que tu sangre, amor, vuele / no tus alas), la búsqueda de la belleza en la armoniosa naturaleza (En el sol del otoño… / arderá nuestro idilio). En «Idilios románticos» -comenta Fernández Berrocal- se pasa de la vaguedad a la realidad, del ensueño lunar a la plenitud del sol, del día que deslumbra y llena al poeta que anhela «vivir su presente». También en estos poemas existe una fusión con los elementos naturales, y en su trasfondo siempre el amor trascendido, que se eleva hasta las más altas cimas y se abisma luego en un único abrazo y corazón (¡Quiero cruzar el mundo / con tu cuerpo luciente, / derramarlo, un instante, más allá / de la vida y la muerte). Zenobia es para el poeta el presente y el futuro, la luz que alumbra los silencios de la noche, los cálidos haces del sol que atraviesan las ventanas y balcones, el universo todo y absoluto, en cuerpo y alma. Y por eso no puede sino mostrar su amor a Zenobia a cada instante, en cada sílaba en vuelo a las alturas del amor. La poesía entendida como la llama o la brasa que incendia las palabras y las transforma hasta convertirlas en sangre de amapolas o luciérnagas de mares. Y ahí está el poeta JRJ, eternizándose en la palabra, que no es sino un deslumbramiento del ser, esencia y maravilla.

Acertada edición de La Isla de Siltolá y estudio preliminar de la profesora Fernández Berrocal de estos Idilios de Juan Ramón Jiménez, por cuanto supone de descubrimiento de los treinta y ocho inéditos y por la conjunción de los publicados, formando así un corpus único que los lectores, con toda seguridad, tendrán oportunidad de disfrutar. Un libro muy recomendable, no solo para los estudiosos de la obra de Juan Ramón Jiménez, sino para los buenos lectores de poesía. A ninguno de ellos defraudará, pues nos hallamos ante el «poeta incendiado», como así lo calificó Zenobia, y, porque como dice Antonio Colinas «…el lector se queda callado y tembloroso tras haber sentido ese escalofrío de la palabra revelada en los límites. La palabra en los límites del ser y de ser. No otra cosa es la mejor poesía».

Título: Idilios Autor: Juan Ramón Jiménez Prólogo: Antonio Colinas Edición: Rocío Fernández Berrocal Editorial: La Isla de Siltolá 14 €

Munira. Estación Sur

 Fuente de la luz . Algo así vendría a ser el significado de la palabra «munira», de origen árabe. ¡Musicalidad y belleza plena! Acaeció en el restaurante y tetería Aljaima, convocados en torno a la luz de la palabra, el verso y la música, el colectivo Munira llevó a cabo otro de esos encuentros poéticos inolvidables. Hay que reconocer que no es fácil -en esta y en casi todas las ciudades de España sucede lo mismo-reunir a un grupo considerable de personas y dejar que la magia de la poesía penetre en cada uno hasta los huesos, y si a esto añadimos, la palabra musicada y envolvente en la voz de Sensi Falán, el resultado no puede ser sino sencillamente exquisito. En estos tiempos de creciente crisis intelectual viene que ni anillo al dedo hallar un lugar y unas gentes para quienes la palabra escrita, en verso o prosa, sea como la vida misma. Ya todo está dispuesto. Alrededor de la mesa los asientos se han ido ocupando hasta completar el aforo de la casa de Mustafa (el elegido), que nos recibe con el abrazo fraternal y la sonrisa en los labios.



El poeta queda en el centro de la mesa. Lo flanquean Mar, que hace de presentadora y Sensi, la voz más hermosa de La Chanca. El poeta, agradecido por la acogida, se abisma en la poesía, entona su canto desesperado, y nos conduce hacia el poniente, allá donde un mar de plástico se extiende al infinito:





un mar de plástico y de espejos

sobre esta tierra de poniente

donde viven y resisten, heroicos,

los apátridas del mundo y sus confines

a la espera de un verbo o una sílaba

que los haga más hombres y más libres





la humana voz que anhela los silencios, se pregunta una y otra vez:





Para qué me preguntas qué pienso

como si no fuese contigo esta historia

que ocultas y niegas cada día

ante los cientos y miles de vencidos

que obedecen las órdenes precisas

de los amos del mundo en esta hora





y el poeta, incansable, responderá al fin:





Y yo, aferrándome a los colores del día

proclamo en sus colores la vida,

y oigo los rumores del beso en la brisa

que se clava hasta sus huesos,

pues ya solo me importan sus pesares

y en ellos reconozco la dignidad

de ser hombres cabales aun siendo

la piel de mil colores o el habla

tan compleja y tan distinta,

que a su lado la huella de la vida

se asemeja a una luz intensa y única

que alumbra los caminos de poniente

entre mares de plástico y de soledades.


ESTACIÓN SUR____06/12/2013____José Antonio Santano

DIARIO DE ALMERÍA




Bajo el signo de los dioses. Francisco Morales Lomas



BAJO EL SIGNO DE LOS DIOSES


La novela objeto de comentario en esta ocasión toma el título «Bajo el signo de los dioses» y su autor es Francisco Morales Lomas, quien nos propone un viaje en el tiempo, justo a la esencialidad de una época que sigue suscitando nuestra atención e interés a pesar de los años transcurridos: los siglos XVI y XVII, cuyo conocimiento es fundamental para comprender mejor nuestro devenir en el conjunto de la historia posterior de España. Morales Lomas nos muestra en esta novela aspectos imprescindibles tanto de la historia social y política de la España áurea (reinado de Felipe III, intrigas y corrupción en el caso del duque de Lerma o Rodrigo Calderón), como de la literaria, que protagonizarán Cervantes, Lope, Quevedo o Góngora. Siempre se ha dicho que profundizar en el conocimiento de nuestro pasado no es sino un aval seguro para construir el futuro. Ambientada, pues, esta novela en ese momento histórico, Morales Lomas construye una narración que bien pudiera, obviando la ambientación propia de la época, ser de una actualidad rabiosa. Y así lo es, al menos, en lo que toca al tema principal de la obra: las intrigas, venganzas y la corrupción política. Los personajes que afloran en «Bajo el signo de los dioses» son, como ya se ha dicho, en unos casos reales, y en otros, pertenecientes a la ficción (Leopoldo del Prado). El discurso narrativo no pertenece a un solo narrador sino que se amplifica o multiplica en voces distintas, en narradores varios, quizá pensada así para contrastar los diferentes pensamientos o ideas.

El protagonista de esta narración «in extrema res» es Rodrigo Calderón, quien llegó a ser un hombre muy poderoso en la Corte de Felipe III, pero que concluiría su vida siendo degollado en la Plaza Mayor de Madrid. Junto a él, el más poderoso de los hombres, el duque de Lerma. Realidad y ficción se entremezclan con algún guiño a escritores coetáneos, como es el caso de Ricardo Bellveser, a quien el autor de esta novela cita como miembro de la Academia literaria de los Nocturnos en la Valencia del XVI. La narración se estructura en diecinueve capítulos, cada uno de ellos, y a manera de puzzle, cuenta los hechos que se suceden en el tiempo y que conforman la novela en sí misma. Muchas de las situaciones que se narran en esta novela son coincidentes con los acaecidos en la España actual, como es el caso que motiva el traslado de la Corte a Valladolid: «Señora, después que ha faltado el rey viejo y han cambiado los ministros y consejeros, y han aparecido estos otros que no entienden ni saben de negocios sino de su propio oficio, aquí no hay orden ni concierto y se ha trabucado todo de pies a cabeza. Debe saber V.E. que la hacienda real amenaza ser llevada al naufragio total y a la ruina. Pero el rey el incapaz de dejar de hacer mercedes a Lerma y a sus paniaguados. […] Y debe saber aún más, que debido a ello, a la influencia que S.E. ejerce en su nieto advirtiéndole de los excesivos juegos, jornadas, gastos y despilfarro de los ministros… ha ordenado el duque que la Corte se mude a Valladolid, aunque haya disgusto universal. El teatrillo lo ha cambiado de sitio el autor-Lerma y con ello se ha llevado a todos los actores del retablo». La especulación inmobiliaria y el resultado desorbitado de las ganancias derivadas de tan magno negocio estaba servido. El control de Lerma sobre el rey era total, «hasta el punto de que controla también el dinero de bolsillo que tiene el monarca y del que no necesita dar cuenta a nadie».

Otro aspecto a resaltar de esta novela es la presencia en sus páginas de los grandes hombres de las letras: Cervantes, Lope de Vega, el joven Quevedo, Luis Vélez de Guevara o Góngora, al hilar un discurso en el que la literatura se presenta como el más grande patrimonio espiritual de la humanidad, aun incluyendo las desavenencias con otros escritores, como en el caso de Cervantes, que no gusta del teatro de Lope ni de su vanidad, y añade como «tampoco me gustaban su enajenación con el poder y con el valido de Lerma, al que halagaba siempre que podía, como había sucedido hace unos meses con la obra que estrenó en Lerma, El premio de la hermosura, un absoluto dislate pagado por el duque, atlante del peso de esta monarquía». Morales Lomas nos presenta la sociedad de la época: «Las cosas que suceden en esta nación de pícaros solo tienen sentido en ella», algo que también pensamos en estos principios del siglo XXI; el retrato pretende ser lo más ajustado a aquella realidad –coincidente con la actual-: «El ser humano se mueve por el beneficio y solo por él es capaz de actuar. Es un principio básico que si no se conoce, mejor es no andar metido en política». Tales extremos se evidencian más aún cuando en uno de los diálogos que componen la novela se llega a decir: «A mí no me preocupan estos (refiriéndose a los ladrones) de poca monta sino los que están arriba. Todos se enriquecen mientras el pueblo paga». Pero también Morales Lomas ha querido retratar el espectáculo de la muerte en aquellos días, mediante la ejecución pública del conde de la Oliva y marqués de Siete Iglesias, Rodrigo Calderón, protagonista de esta novela. La muerte de un noble como castigo ejemplarizante: «No todos los días de su vida contemplarían morir (acaso ninguno) a un grande como al más humilde de los mortales. Y ese espejismo, ese pasatiempo pedestre, encendía lo mórbido y pasional». Este es el acabamiento definitivo, el último silencio y la rotunda oscuridad, la única verdad que nos iguala a todos: la muerte.

Es, pues, «Bajo el signo de los dioses» una novela amena, donde el lenguaje, la palabra, fulge en cada página, como es propio en Morales Lomas, dado su oficio de poeta, narrador, ensayista, crítico y profesor universitario, con conocimiento exhaustivo del Siglo de Oro español.



Título: Bajo el signo de los dioses
Autor: Francisco Morales Lomas
Edita: Alcalá
14 €


DIARIO DE ALMERÍA. 01 Diciembre 2013

El traductor. Estación Sur



Su vida eran los libros. Daba igual el género, su mundo comenzaba y concluía en las páginas de un libro, inevitablemente. En los últimos días le habían enviado decenas de libros, unas veces amigos y otras las editoriales directamente. Entre ellos, dos libros cuyo traductor era la misma persona. Se trataba de «Erasmo, Tomás Moro. Melancthon», de Desiré Nisard y «La muerte de las catedrales y otros textos», de Marcel Proust, ambos traducidos por Máximo Higuera. Habitualmente no le damos importancia a la figura del traductor, pero sí que la tiene, ya lo creo. El texto original está escrito tal y como lo concibió su autor, pero el traductor viene a ser otro autor, un creador también, aunque lo sea de una obra ya creada. El traductor crea y recrea cuanto halla en el texto original, le da vida, otra vida tal vez, pero vida al fin y al cabo. Esta y no otra es la grandeza de la traducción, pues no hay que situar al traductor en el ámbito simple de la reproducción. El traductor, el buen traductor literario profundiza en los textos hasta conseguir de ellos la calidad que los lectores merecen. Es un trabajo arduo y constante, en el cual el traductor deja lo mejor de sí mismo para difundir con garantías la obra traducida.


Podríamos decir que los libros que traemos hoy a este espacio son muy oportunos. Los tiempos que corren, desgraciadamente, no son buenos. De tal manera que, ante la escasez de ideas y pensamiento con el que somos azotados diariamente, hallar la fuerza de tres grandes humanistas, como lo fueron Erasmo, Moro y Melancthon, a través del estudio de sus vidas por quien fuera Decano de la Universidad Católica de París y miembro de la Academia Francesa, Desiré Nisard (1806-1888) es un hecho relevante, de la misma manera que lo es adentrarse en la sugerente prosa de Proust. En ambos casos la traducción requiere una mirada distinta, capaz de viajar a los más recónditos espacios de la palabra. Lo habitual en ese bello universo de la edición de libros es el reconocimiento al autor del texto, al diseñador, al editor, pero casi siempre se soslaya la ardua y extraordinaria labor del traductor. La grandeza del libro toma otro cariz, adquiere más valor, por así decirlo, cuando se trata de una traducción, pues el traductor a fin de cuentas es como un artesano, un orfebre que engarza una pieza tras otra hasta concluir en una verdadera obra de arte.




Las ventanas del invierno. FRANCISCO ONIEVA


LAS VENTANAS DE INVIERNO


Francisco Onieva es el autor de «Las ventanas de invierno», poemario con el que obtuvo el Premio de Poesía Cáceres, Patrimonio de la Humanidad, en su vigésimo primera edición, correspondiente al año 2008, y que por razones que no llegamos a entender ve la luz ahora, en 2013, cuestión esta baladí si nos atenemos a lo que verdaderamente interesa, que no es otra que el poemario en sí, la construcción de sus versos, la arquitectura de la voz poética que lo contiene, alienta y alimenta. Francisco Onieva deja su impronta de poeta sureño, cordobés para más señas, en este lúcido poemario, y aunque con voz propia no podemos ignorar la influencia, natural y lógica por otra parte, de otras voces cercanas. Hallamos en «Las ventanas de invierno», la mirada del poeta, que no es poco, un poeta que no deja de asombrarse ante las cosas que le rodean, capaz de transformar la oscuridad en luces fulgentes, solo con la sencillez de sus versos, de la palabra que germina en su interior, en la raíz del todo y la nada: la naturaleza. Onieva conoce bien el temblor que produce la observación de la naturaleza, de la tierra en la que vive y trabaja, y se sabe poseedor de su magia y su misterio, y ahonda hasta encontrar la respuesta, aunque la búsqueda sea dolorosa algunas veces; no detiene su paso, camina con la mirada fija en el horizonte; persevera y halla la luz y sus silencios.



Mucho tiene que ver este poemario con el tiempo, mejor sería decir con su fugacidad (fugit tempos), y con la realidad que sobreviene de tal hecho. La concreción del pasado por vivido, la vejez, en suma. De ahí el título de este poemario «Las ventanas de invierno», en alusión a esa estación última y fría, en la cual la soledad, el dolor o la enfermedad van conformando una acelerada decrepitud. En todo el texto Francisco Onieva está presente la lluvia, la nieve, el silencio, esa sensación de abatimiento producido por el tiempo vivido, por la nostalgia o la melancolía de su reflejo; el tiempo simbolizado por el reloj o los relojes que muestran su propia crueldad. Es siempre esa mirada profunda y demoledora del poeta la que cuenta, la que trasciende y provoca la emoción, el sentimiento perturbador. Vivaces las imágenes poéticas se repiten una y otra vez, los aromas penetran y traspasan el papel: «Huele a madera mojada en la umbría, / como en tus ojos. […] Estar callada. Sostener la lluvia en la retina». La naturaleza vive en el poeta, la siente y la canta: «Mira como despliega la noche con el vuelo, / mientras comprende el orden / de la nieve que cae / y se hace encina, / piedra, retama, / casa, hombre, río, / luz y aire, / de ventanas afuera». El poeta escucha la voz de los ríos y los manantiales, contempla los árboles y los pájaros que se posan en sus ramas y compone una sinfonía de versos precisos y sabios. Es la armonía del paisaje que germina en el poeta y hace que sus ojos vean distinto, de una manera singular, enriquecedora. Así el poeta vuelve a los orígenes, regresa a la raíz del ser para proclamar la verdad, su verdad: «En las ventanas ya es invierno. / También lo es en tus ojos, que atardecen, / y en tus manos, que tiemblan / cuando intentan reconocer el mundo. / Una ventana es todo el horizonte, / donde la vida / se deshilacha como una nube de polvo. […] Ahora que la vida es un regreso, / en el que los bolsillos pesan más / aunque estén más vacíos, / a las palabras ancestrales / y a las miradas infantiles». Así es la poesía de Francisco Onieva, como una luz permanente en lontananza.

 
Título: Las ventanas de invierno
Autor: Francisco Onieva
Edita: La Oficina

DIARIO DE ALMERÍA. 17/11/2013. José Antonio Santano                         

Los intocables. Estación Sur

      No sé si se acordarán, amigos lectores, de una serie de televisión denominada así: «Los intocables», producción norteamericana emitida por TVE allá por los años 60, y protagonizada por Robert Snack, en el papel de Eliot Ness, agente incorruptible, al igual que sus compañeros. En este caso de «Los intocables» eran los policías quienes luchaban incansablemente contra la mafia y el crimen organizado. Ahora, en estos tiempos de tremenda crisis, se han cambiado las tornas, y quienes realmente deberían protegernos de los actos delictivos son los que propician estos actos.
«Los intocables» son, después de más de treinta años de democracia, una sola y única casta: la política. Todos los que viven de la política, sin exclusión de ningún tipo. Ellos, los políticos, por desgracia, son nuestro verdadero problema, nuestro más grande tormento, la primera y única causa de esta crisis que amenaza con la destrucción total de los derechos fundamentales de los ciudadanos. La política española se ha instalado en la mentira y el pensamiento único para arruinarnos la vida. No se puede entender, bajo ningún concepto, que se atente contra la libertad de expresión de forma tan reiterada, contra las leyes y el sentido común, y sigan siendo «intocables» quienes así actúan.
La lista de acciones llevadas a cabo por estos políticos irresponsables, prepotentes e insolidarios sería interminable. Las más altas instituciones, la Constitución como norma de normas y el Estado no sirven ya, no son referentes de nada, pero al mismo tiempo nada se quiere cambiar, y ellos, los políticos, en su afortunada realidad, quieren seguir siendo «Los intocables»: aforados, para ralentizar o eludir la ley, benefactores de privilegios (pensiones, seguridad social, etc.), pluriempleados (consejeros de empresas, registros de la propiedad, organizaciones políticas, conferenciantes, etc.); ¿qué les diferencia del resto de los españoles?, ¿acaso están hechos de otro material distinto? Ellos legislan y ejecutan las leyes y detentan el poder absoluto, pero para beneficio propio, mientras exigen sacrificio a sus conciudadanos para salir de esta crisis.
Ninguno propone equidad y justicia, la aniquilación definitiva de las diferencias y los desequilibrios, de los privilegios y, sobre todo, de la corrupción. Pues, si no, amigos lectores, ¿de qué iban a vivir ellos?, ¿cómo iban a hacerlo con sus profesiones de antaño, en el caso de tenerlas, ellos, «Los intocables»?
  Para DIARIO DE ALMERÍA.

Los demás días. Antonio García Soler

Llama la atención este poemario, «Los demás días», de Antonio García Soler.
No es fácil hallar en los tiempos que corren estilo, precisión, solidez y sentimiento poético tan profundo y riguroso como el que expresa García Soler en estos versos. La espera ha sido larga –casi treinta años, según nos dice Francisco Domene, autor del prólogo, refiriéndose al tiempo que ha silenciado su poética García Soler. 

Empero, hay que señalar que este es precisamente uno de los rasgos que ponderan y caracterizan al poemario, me refiero a los «silencios», a esos que el poeta acude para componer sus versos, a los que le proporcionan la armonía suficiente para indagar sobre la existencia humana, su existencia, además de descubrir sus propias limitaciones y las que bullen a su alrededor. Primero interioriza para después contextualizar, aplicar sus leyes, su filosofía de la vida, la que fluye y confluye en algún lugar del cosmos. García Soler no es poeta de circunstancias, sino de esencias.
 
 Observa, medita y labora sin prisas, dejándose acariciar por la brisa marina o el aire gélido de las montañas, abriéndose paso en un frondoso bosque o abismándose desde el más elevado acantilado. Evocador unas veces y otras soñador no atiende a modas o modismos; al abrigo de sus soledades construye el solar de su poética con verdadero temple y perseverancia, mostrándonos así una poesía esencial, leve y profunda al mismo tiempo, en la que los versos son alas de mariposa o tentáculos que amordazan. Mas por encima de todo y para todo, la palabra exacta y no otra fulge sobre el albo papel, ensueña la realidad, vivifica lo amorfo y destila silenciosa belleza.
 
En su búsqueda de la verdad el poeta siente la amarga derrota o la discreta conquista, y sabe que en las cosas sencillas –tal vez por ello el uso del verso menor- se halla el camino, esa luz que guía y salva al poeta de la tortuosa oscuridad. Coincido con el también poeta y prologuista Francisco Domene cuando dice: «Los hombres como él no necesitan la luz de las hogueras, porque tienen luz interior», y así es. Por ello el poeta recurre a la memoria para evocar otros días y otros mundos; necesita del recuerdo para construir el presente, también el futuro.

Variedad temática: el amor, recuerdos de infancia, los sentimientos aprehendidos, los signos y símbolos que acompañan al poeta en su camino, en su trayecto vital. «Los demás días» son el todo y la nada, la esencialidad del poeta que observa el paso del tiempo y medita serenamente sobre la existencia, trascendida en el yo que se rebela: «La vida iba también / en broma / a ratos impares». La memoria en la raíz misma de la tierra: «Tierra / sola / con nosotros», pero nada supera a los silencios que el poeta descubre desde la más íntima y apreciada soledad. Con ellos –los silencios- abre y cierra las puertas y las ventanas; deja que entre el aire fresco de los días, desde el primero al último, hasta convertirlos en «Los demás días», que podría resumirse en el poema titulado Página 52, cuando escribe: «Como renglón en blanco, añadir solo este otro silencio».

Nos deja Antonio García Soler un libro de poemas equilibrado y sólido, hondo y sincero, esencial. Es «Los demás días» un poemario necesario por hallarse en él enteramente, en su desnudez completa, el poeta y el hombre, y viceversa.



Título: Los demás días
Autor: Antonio García Soler
Editorial: Instituto de Estudios Almerienses

Publicaciones. Estación Sur


 PUBLICACIONES. INSTITUTO DE ESTUDIOS ALMERIENSES
 
Hace unos días, en ese afán de acceder a las novedades editoriales, vengan de donde vengan, el Instituto de Estudios Almerienses (IEA) me hacía llegar sus últimos títulos publicados. Hay que decir que la temática contenida en cada uno de esos libros es de lo más variada, desde narrativa para adultos e infantil, etnografía y cultura popular, pasando por varios ensayos sobre autores indalianos, guías o poesía. La autoría editorial, como digo, pertenece al IEA, que diversifica así tanto los temas como las colecciones.



<<Somontín.Crónicas e historias de otros tiempos>>, de Baldomero Oliver Navarro nos invita a realizar un viaje al pasado, y así evoca las riquezas naturales de la Sierra de Somontín (extracción de talco o jaboncillo, el esparto, etc.), detalla la emigración de antes de la guerra, nos acerca al mundo del estraperlo y el bandolerismo, nos habla de los juegos, de las fiestas o de las bandas de música. Un libro que, sin entrar en otras cuestiones, nos descubre algunas claves de la cultura popular.



Sorprende <<La parsimonia del corazón>>, de José Carlos Castaño Muñoz, con esos cuentos y recuentos de Padules que nos presenta a través de los personajes (gentes del pueblo) seleccionados, con un discurso cercano al reportaje intimista y en el que cada historia individual se convierte en la colectiva de todo un pueblo.



Respecto a la guía en cuestión <<Toros>>, autoría y coordinación de Antonio Sevillano, sobran las palabras. Dicha guía es continuación de las anteriores y sabemos de su magnífica edición. No obstante, y aunque sea el mundo del toro un tema polémico en los últimos tiempos, el resultado final es encomiable.



Dos indalianos ocupan la atención de María Dolores Durán Díaz: <<Siguiendo los pasos de Luis Cañadas en Almería>> y <<Antonio López Díaz. Un indaliano entre pinturas y esculturas>>, que nos aproximan, deseo de su autora, a la vida y obra de estos dos reconocidos artistas almerienses.



<<Urcitania, Reino del Sol>> es la apuesta de la escritora Concha Castro: un viaje que nos adentra en el conocimiento de la historia de Almería, con un lenguaje atractivo, fácil y adecuado para los más pequeños.



Y, finalmente, el poemario <<Los demás días>>, de Antonio García Soler, un texto sólido, apasionado, donde los silencios juegan un papel excepcional. De él hablaremos más detalladamente en otra ocasión. 

publicado en el  DIARIO DE ALMERÍA. ESTACIÓN SUR. Viernes, 25 octubre, 2013

El lugar de la palabra. Elisa Martín Ortega


El libro que comentamos en esta ocasión es una obra ensayística, que bajo el título de El lugar de la palabra y autoría de Elisa Martín Ortega nos propone un estudio sobre Cábala y poesía contemporánea. Novedosa propuesta de Elisa Martín, quien nos adentra en esas a través, fundamentalmente, de tres autores de la literatura universal: José Ángel Valente, Jorge Luis Borges y Juan Gelman, así como la poeta judeoespañola Clarisse Nicoïdski. Cábala y poesía en la mirada atenta de esta investigadora, con cuyo trabajo disfrutará, con toda seguridad, todo lector que se precie. Un estudio profundo y estimulante, abierto a múltiples reflexiones sobre la cábala y su incidencia en la poesía contemporánea. Ya desde la introducción se nos advierte: <<La Cábala y la poesía constituyen, en un sentido estricto, universos paralelos. No se enfrentan ni compiten en saber o en belleza porque su razón de existir y sus propios fines son distantes, diversos>>.

En cuanto al primero de los bloques estudiados, la interpretación, Borges se siente atraído por la Cábala en <<la idea de que el mundo es un simple sistema de símbolos; que el mundo entero, incluidas las estrellas, simboliza la escritura secreta de Dios>>. El camino de la interpretación queda expedito, y así queda escrito: <<En sus versos, el poeta intenta llevar a cabo un trabajo de interpretación del mundo, atendiendo a los murmullos, los sonidos y las luces, tratando de revelar su significado oculto>>. Para todo este trabajo se toma como fuente el texto más importante de la Cábala, el Sefer ha-Zohar (Libro del Esplendor), escrita en Castilla allá por el siglo XIII. Gelman dijo: <<dar con la palabra que calla lo que dice>>. La palabras esconden el misterio de lo cotidiano, y Gelman lo sabe bien, porque bucea en cada una de esas palabras que usamos diariamente con la intención de crear otras nuevas; interpreta así el mundo y nos revela otro diferente y diverso. José Ángel Valente, por su parte escribe: <<Y en el espacio de la creación no hay nada (para que algo pueda ser creado). La creación de la nada es el principio absoluto de toda creación>>. El poeta gallego <<reconoció, en una entrevista, la correspondencia entre las ideas de la Cábala de Safed y su propia poética>>. Escribe la autora de este texto que las relaciones entre Cábala y poesía son antiguas y se producen en ambas direcciones, remontándose a los orígenes de la doctrina. En otro orden de cosas la Cábala y la infancia mantienen una relación significativa. La infancia, entendida como ese espacio o territorio previo al lenguaje. <<La niñez, como silencio, es el territorio de lo inefable>>, nos indica Martín Ortega; de ahí que el poeta siempre aspire a reencontrarla, redescubrirla, motivo fundamental de la poesía de Gelman. Para Anidjar, la Cábala no es solo literatura, pero también es literatura. Podría decirse, como conclusión respecto a la interpretación que, <<según la Cábala y la tradición judía general, nos es un juego, sino una actitud fundadora, el principal motor del pensamiento>>.

Una segunda parte nos habla del exilio. Para Bloom, <<la Cábala nació, a finales del siglo XII, como respuesta al exilio y el desconsuelo. La idea del exilio está patente en la poesía de Valente: << […] Nacieron / con los ojos azules de distancia / en la nostalgia / de Separad>> Así, pues, se puede considerar que << lo que define a un judío sefardí no es la pertenencia a Separad sino la nostalgia de Separad>>. Tanto Gelman como Valente incidirán repetidamente sobre la idea del exilio. Este último llegará a decir: <<El acto creador supone un movimiento exílico, una retracción, una distancia y, en la praxis humana, una retirada de los honores y, ciertamente, del territorio impuro del poder>>. María Zambrano también nos ofrece su pensamiento sobre la figura del exiliado: <<El exiliado posee una extraña armonía, pertenece al lugar de nadire, y explora su condición intentando llevarla hasta sus últimas consecuencias: sosteniéndose sobre el hilo que lleva de la vida a la muerte>>. Deduce la autora del ensayo que <<la figura del exiliado se acerca a una concepción mística; tiene que ver con la poesía y con el misterio: refleja un deseo de adentrarse en lo desconocido, yendo más allá de sí, despojándose del propio yo>>. Gelman es un claro ejemplo: <<El exilio modificó todo en mí>>. Su poesía se sitúa al filo de la vida y la muerte en situaciones extremas. Sin embargo, Gelman arremete contra lo que él llama <<profesionales del exilio>>. Para el exiliado la lengua materna supondrá una nueva patria. Con toda probabilidad el exiliado aturdido por la pérdida de su tierra, buscará refugio en la palabra. De tal manera que <<las palabras han de estar en el límite, traspasarlo quizá; y la vez seguir siendo comprensibles. Tienen que poseer la fuerza del llanto o el grito sin perder el sentido de la lengua>>.

Otra de las cuestiones que se plantean en el texto tiene que ver con las teorías místicas del lenguaje:<<Qué es esa dimensión secreta de la lengua, sobre cuya existencia están de acuerdo desde siempre todos los místicos…? Toma importancia aquí la palabra, lo que nos hace recordar a Antonio Machado cuando dijo: <<La poesía es palabra esencial en el tiempo>>. En otro sentido, Valente, al referirse a la lengua castellana dice: <<La lengua es bella y ancha y honda. Es un gran don. Ha tenido muy ricas expresiones en lo moderno. Desde ellas, a mí me ha gustado navegar su caudaloso río, aguas arriba, hacia la lengua del siglo XVI: Juan de Valdés, Fray Luis de León, Juan de la Cruz. Esa es la matriz que nos une al español de América y al español de la diáspora sefardí. Yo tengo un sentimiento muy vivo de la unidad de la lengua, que aloja una riquísima diversidad>>. Otra concepción del lenguaje nos muestra Gelman cuando escribe: <<Mora en la sombra la palabra que te nombraría. Cuanto te nombre, serás sombra. Crepitarás en la boca que te perdió para tenerte>>. Para Borges, <<la poesía, finalmente, sería un intento de vuelta a ese lenguaje mágico; una búsqueda de los nombres secretos a través de las palabras comunes>>.

Respecto a La palabra y el cuerpo, Elisa Martín incide en <<el lenguaje como experiencia primera y última>>. Asimismo, se nos dice: <<La escritura ocupa, al igual que la voz, un lugar trascendental en el pensamiento cabalístico>>. Se dirá, refiriéndose a la poesía de Clarisse Nicoïdski <<que está atravesada por la experiencia del cuerpo que se abre como revelación, y ofrece sus pliegues y escondrijos para cobijar las palabras (Lus ojus, las manus, la boca, constituyen un motivo de predilección en su obra)>>.

El resultado final es, pues, tan variado como doctrinas y textos han sido, desde los cabalísticos hasta las obras de Gelman, Valente, Borges y Nicoïdski; así se insiste <<en la idea compartida de que tanto las palabras como el mundo son universos interpretables>>. Sin embargo, será la experiencia de la muerte la que nos muestre a cada poeta en su esencia. En Gelman, cuando dice: <<muertos que habla y que me hablan […] como palabras / como sombras apalabrándose a la muerte>>; en Valente cuando escribe: <<Ni la palabra ni el silencio. Nada pudo servirme para que tú vivieras>> y en Borges: <<Solo el que ha muerto es nuestro, solo es nuestro lo que perdimos […] No hay otros paraísos que los paraísos perdidos>>.

El lugar de la palabra es, sin duda alguna, un ensayo extraordinario, una oportunidad que nos ofrece su autora, Elisa Martín Ortega, para adentrarnos en el mundo de la Cábala y la poesía contemporánea, para profundizar en el verdadero valor de las palabras.

 

Título: El lugar de la palabra

Autor: Elisa Martín Ortega

Ediciones Cálamo (Palencia, 2013)

19 euros



Elisa Martín ortega (Valladolid, 1980) es investigadora, poeta y traductora. Ha trabajado en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona y en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, en un proyecto dedicado al estudio de la lengua, la literatura y la cultura de los judíos sefardíes. Es autora de los poemarios Corazón huido (Birmingham, 2003) y Ensueño (Visor, 2009). Ha traducido y comentado el Cantar de los cantares. Colabora habitualmente en el diario El Norte de Castilla.
                

Secuestrados. Estación Sur


SECUESTRADOS

La verdad es que no hay motivos fehacientes para preocuparnos por la marcha del país. Las cosas están saliendo a pedir de boca. Los presupuestos del Estado, elaborados por el inefable y súper ministro Montoro, tildados a bombo y platillo como los de la “recuperación” nos salvarán a todos, y tendremos que callar cuanto hemos dicho hasta ahora. Rajoy es nuestro presidente, el mejor presidente que España ha tenido en estos ya treinta y cinco años de democracia, y ahí están las hemerotecas. Rajoy perseverante, luchador, hasta que ha conseguido su primer objetivo, ser presidente del Gobierno de España; su segundo objetivo, acabar con el paro, y en poco tiempo lo veremos también cumplido, si ahora son 700 mil españoles los emigrados a otros países, en unos años ni un parado. ¡No digan que no es eficiente nuestro presidente! Se lo propuso y lo fue.

Quiso ser presidente por encima de todo y de todos, y ahí está, tan majo, y siempre con la verdad por delante, cumpliendo sus promesas electorales, como mandan los cánones y él, que para eso es el presidente de su partido. Rajoy, el honesto y honrado, aunque le haya salido una oveja negra llamado Bárcenas, ¡qué cosas piensan algunos!, ¿acaso no sucede esto mismo en las mejores familias?; él no tiene la culpa, y, además, no se enteraba de nada, concentrado como estaba en ser Presidente del Gobierno, y tampoco, total, por unos cuantos euros de más después de jornadas interminables de mítines y discursos, de viajes y comidas y cenas y desayunos de trabajo. ¡Qué poca consideración hay en este país para los verdaderos mártires de la patria! ¿No es suficiente con el desvelo de noches enteras pensando en cómo mejorar la sanidad, la educación, la dependencia, la fiscalidad, las pensiones, las infraestructuras, el I + D, las nuevas tecnologías, el transporte, las exportaciones, la industria, el turismo, etc., etc.? ¡Qué inconscientes somos! Tampoco ha transcurrido tanto tiempo desde su toma de posesión como presidente, confiemos en su indiscutible preparación y competencia. 
 
De verdad que no es para tanto. Hay que ser pacientes, y esperar un poco más, estoy seguro que de aquí a unos añitos, se arreglará todo y viviremos felices y nos acordaremos siempre del mejor de los presidentes. Al fin de cuentas, Rajoy, nuestro campechano Mariano, solo ha secuestrado la voluntad popular. Estamos secuestrados, sí, pero vivos aún, gracias a Dios.