Antonio Praena por José Antonio Santano.


_Por José Antonio Santano

YO HE QUERIDO SER GRÚA MUCHAS VECES

Lo primero que uno se pregunta cuando tienes este poemario entre las manos es la causa, el motivo que llevó a su autor a titularlo así: Yo he querido ser grúa muchas veces. ¿Por qué ese deseo de ser grúa? ¿Qué representa la grúa para el dominico y poeta Antonio Praena, qué proceso de selección le llevó a determinar esa máquina, su simbolismo, por qué esa aspiración, ese anhelo? ¿Qué vio en ella, su altitud paradigma de ascensión al cielo, paraíso, edén celestial? ¿Quizá su función de máquina que soporta la carga –¿de los pecados del hombre en la sociedad actual?- y la traslada hasta el lugar más idóneo; tal vez la idea de refugio y nido de las bandadas de pájaros que vuelan la ciudad en sus migraciones? Por separado o unidos todos los motivos caben en el discurso poético contenido en este poemario galardonado con el XXVI Premio Tiflos de Poesía. El planteamiento textual pasa, inexorablemente, por su carácter místico, quizá no tan hondo y apasionado como lo hallamos en Fray Luis de León o Santa Teresa de Jesús. El misticismo en Praena es más reservado y atemperado, sin negarle su esencia. La cruda realidad que observa a su derredor hace que el verso se revista de humano sentir y vuele trascendido a otros lugares.

De ahí la necesidad del vuelo, de la libertad como el más preciado tesoro; en esa simbología del vuelo, la otredad: «No el ser. / No lo uno. / No lo bello. // Lo otro. // Tú.», en este poema perteneciente a la primera parte del libro “Horas de vuelo”, con referencias constantes y continuadas a los pájaros, cuyo vuelo sigue una vez y otra, en la esperanza del encontrar el camino, o crearlo. Mas el hombre como tal ha de pagar un precio alto en la sociedad actual: conocerá de la soledad y la niebla: «cuando en los centros comerciales estoy solo […], cuando el no de los hombres se consuma / y el sí de Dios es carne aniquilada, / no sé muy bien por qué, / me acuerdo de aquel nido», de la vuelta al hogar (nido) primigenio. Igualmente en “Pájaro de providencia”, el poeta viaja hasta el convento de Santo Domingo (Scala-Coeli) en Córdoba para reunirse con Luis de Góngora y Fray Luis de Granada, y sollozar cuando oye los pájaros, sentir el vaciamiento (Kénosis): «salió del gran silencio para darnos / la eterna condición / que sólo a su bondad pertenecía» o vivir en El tiempo de Planck: «Cero coma (45 ceros) / un segundo después del gran silencio», el tiempo del amor. Praena juega con la palabra y en esa búsqueda incesante prevalecen y se repiten, por su simbolismo: vuelo, pájaros, nido; en otros casos son como luminarias de un tiempo oscuro, o cuando menos, gris. Así en el apartado correspondiente a “Pájaro de esperanza”, la palabra es cercana, cotidiana: «Ha estado en el sicólogo. / Le ha dicho que ya es hora de saltar / del nido, que la vida está en el riesgo, / que rompa el cascarón, estrene alas […] Ha estado en el sicólogo. / Buscaba un poco de aire. // Le ha cobrado 100 euros». Con “El amor a los pájaros”, vuelve a incidir en la necesidad del vuelo (libertad), y con versos heptasílabos nos dice: «Poca cosa es un ala. / Por profundas razones / sabemos todos bien / que sin otra no es nada», en clara correspondencia con su sentido humanista: el hombre solo no es nada, no es si no está en el otro, si no vive en el otro. ¿Es su visión religiosa de la vida o su humano sentir que vive en Dios, la única y verdadera respiración (Ruah)? Praena, de una u otra forma, busca conmoverse en las cosas sencillas que la ciudad ofrece, tal vez una simple grúa: «Me conmueven las grúas en invierno. / Parecen estar vivas y cumplir / su vértigo llenándose de grajos / que bordan en su acero un pentagrama. La esencia de las grúas son las aves / de paso. / Las cruces de este siglo / donde todo se mueve, son las grúas: / inmóviles, calladas, imposibles. […] Las grúas son amigas de los pájaros». Y el recuerdo persiste en salir a la calle, tomar el aire y expandirse desnudo y libre, como así sucede en el poema Tu vientre, que dedica a su madre: ¿Recuerdas la alameda de los pájaros, de los corzos, de Las Vargas, de los años, de tu madre? Conviene señalar de la parte denominada “Stripper” unos versos que nos devuelven al poeta humanista: «aquí soy vuestro hombre porque un hombre / que es pájaro y que es canto y aire mismo / de voces muchas otras y otras alas / concurro a vuestro aliento y me desnudo / de todo lo que soy para ser vuestro». “Écfrasis” sea quizá la parte en la que simbología ocupa un lugar más destacado en poemas como Quizá una golondrina, Anunciación del Prado, Pelícano o :Siempre. Concluye el poemario con un “Prólogo” que es epílogo, o viceversa, y en el que el poeta halla la verdad –su verdad-: «Le aguarda al hombre un tiempo y no depende / de la destreza de sus alas: la más honda / verdad está en el viento». Dos voces en una, la del dominico y la del poeta, el misterio y la cruda realidad son un mismo canto. Y yo añado: también en mis brazos de grúa decenas de pájaros descansan y miran al infinito. La simbología y la mística danzan en el aire, vuelan hacia un cielo azul de mar.
Título: Yo he querido ser grúa muchas veces
Autor: Antonio Praena
Edita: Visor (Madrid, 2ª ed. 2014)


Antonio Praena. Yo he querido ser grúa muchas veces


_Por José Antonio Santano

YO HE QUERIDO SER GRÚA MUCHAS VECES

Lo primero que uno se pregunta cuando tienes este poemario entre las manos es la causa, el motivo que llevó a su autor a titularlo así: Yo he querido ser grúa muchas veces. ¿Por qué ese deseo de ser grúa? ¿Qué representa la grúa para el dominico y poeta Antonio Praena, qué proceso de selección le llevó a determinar esa máquina, su simbolismo, por qué esa aspiración, ese anhelo? ¿Qué vio en ella, su altitud paradigma de ascensión al cielo, paraíso, edén celestial? ¿Quizá su función de máquina que soporta la carga –¿de los pecados del hombre en la sociedad actual?- y la traslada hasta el lugar más idóneo; tal vez la idea de refugio y nido de las bandadas de pájaros que vuelan la ciudad en sus migraciones? Por separado o unidos todos los motivos caben en el discurso poético contenido en este poemario galardonado con el XXVI Premio Tiflos de Poesía. El planteamiento textual pasa, inexorablemente, por su carácter místico, quizá no tan hondo y apasionado como lo hallamos en Fray Luis de León o Santa Teresa de Jesús. El misticismo en Praena es más reservado y atemperado, sin negarle su esencia. La cruda realidad que observa a su derredor hace que el verso se revista de humano sentir y vuele trascendido a otros lugares.

De ahí la necesidad del vuelo, de la libertad como el más preciado tesoro; en esa simbología del vuelo, la otredad: «No el ser. / No lo uno. / No lo bello. // Lo otro. // Tú.», en este poema perteneciente a la primera parte del libro “Horas de vuelo”, con referencias constantes y continuadas a los pájaros, cuyo vuelo sigue una vez y otra, en la esperanza del encontrar el camino, o crearlo. Mas el hombre como tal ha de pagar un precio alto en la sociedad actual: conocerá de la soledad y la niebla: «cuando en los centros comerciales estoy solo […], cuando el no de los hombres se consuma / y el sí de Dios es carne aniquilada, / no sé muy bien por qué, / me acuerdo de aquel nido», de la vuelta al hogar (nido) primigenio. Igualmente en “Pájaro de providencia”, el poeta viaja hasta el convento de Santo Domingo (Scala-Coeli) en Córdoba para reunirse con Luis de Góngora y Fray Luis de Granada, y sollozar cuando oye los pájaros, sentir el vaciamiento (Kénosis): «salió del gran silencio para darnos / la eterna condición / que sólo a su bondad pertenecía» o vivir en El tiempo de Planck: «Cero coma (45 ceros) / un segundo después del gran silencio», el tiempo del amor. Praena juega con la palabra y en esa búsqueda incesante prevalecen y se repiten, por su simbolismo: vuelo, pájaros, nido; en otros casos son como luminarias de un tiempo oscuro, o cuando menos, gris. Así en el apartado correspondiente a “Pájaro de esperanza”, la palabra es cercana, cotidiana: «Ha estado en el sicólogo. / Le ha dicho que ya es hora de saltar / del nido, que la vida está en el riesgo, / que rompa el cascarón, estrene alas […] Ha estado en el sicólogo. / Buscaba un poco de aire. // Le ha cobrado 100 euros». Con “El amor a los pájaros”, vuelve a incidir en la necesidad del vuelo (libertad), y con versos heptasílabos nos dice: «Poca cosa es un ala. / Por profundas razones / sabemos todos bien / que sin otra no es nada», en clara correspondencia con su sentido humanista: el hombre solo no es nada, no es si no está en el otro, si no vive en el otro. ¿Es su visión religiosa de la vida o su humano sentir que vive en Dios, la única y verdadera respiración (Ruah)? Praena, de una u otra forma, busca conmoverse en las cosas sencillas que la ciudad ofrece, tal vez una simple grúa: «Me conmueven las grúas en invierno. / Parecen estar vivas y cumplir / su vértigo llenándose de grajos / que bordan en su acero un pentagrama. La esencia de las grúas son las aves / de paso. / Las cruces de este siglo / donde todo se mueve, son las grúas: / inmóviles, calladas, imposibles. […] Las grúas son amigas de los pájaros». Y el recuerdo persiste en salir a la calle, tomar el aire y expandirse desnudo y libre, como así sucede en el poema Tu vientre, que dedica a su madre: ¿Recuerdas la alameda de los pájaros, de los corzos, de Las Vargas, de los años, de tu madre? Conviene señalar de la parte denominada “Stripper” unos versos que nos devuelven al poeta humanista: «aquí soy vuestro hombre porque un hombre / que es pájaro y que es canto y aire mismo / de voces muchas otras y otras alas / concurro a vuestro aliento y me desnudo / de todo lo que soy para ser vuestro». “Écfrasis” sea quizá la parte en la que simbología ocupa un lugar más destacado en poemas como Quizá una golondrina, Anunciación del Prado, Pelícano o :Siempre. Concluye el poemario con un “Prólogo” que es epílogo, o viceversa, y en el que el poeta halla la verdad –su verdad-: «Le aguarda al hombre un tiempo y no depende / de la destreza de sus alas: la más honda / verdad está en el viento». Dos voces en una, la del dominico y la del poeta, el misterio y la cruda realidad son un mismo canto. Y yo añado: también en mis brazos de grúa decenas de pájaros descansan y miran al infinito. La simbología y la mística danzan en el aire, vuelan hacia un cielo azul de mar.
Título: Yo he querido ser grúa muchas veces
Autor: Antonio Praena
Edita: Visor (Madrid, 2ª ed. 2014)


Generación del 27. Estación Sur




                  No es frecuente, pero a veces sucede que nos encontramos con una agradable sorpresa detrás de una esquina cualquiera. Por el lugar en cuestión había pasado cientos de ocasiones y nunca me llamó la atención nada, si nos atenemos a la soledad de los locales en otro tiempo dedicados al más variado comercio. Era ésta una sensación de vacío que cuesta ignorar, mucho más dadas las actuales circunstancias de deplorable crisis económica a la que nos han sometido gobernantes, banqueros y grandes empresarios. Cierto es que en una ciudad pequeña difícilmente hallas una programación que satisfaga todos los gustos, menos aún, que integre o reúna a más de uno. La cuestión es que, afortunadamente, el factor sorpresa existe y aunque solo ocurra en contadas ocasiones, satisface comprobar que la ciudad está viva y que en ella, todavía, existen personas emprendedoras capaces de crear un espacio distinto y elegante a la vez, acorde con los tiempos de hoy, pero enraizado en la más honda y sabia tradición intelectual y culta de este país. La Generación del 27 representó en su día esa tradición que hoy se intenta recuperar. Muchos de aquellos hombres y mujeres, poetas, escritores, músicos, cineastas, pintores, profesores, intelectuales todos, siguen presentes en la mente y en los corazones de un gran número de nosotros. Ellos sí fueron capaces de airear por todo el mundo la marca España –mucho más que la selección de fútbol, claro-, la verdadera marca España, la que nos diferencia del resto por la profundidad de pensamiento y la pasión creadora en cualesquiera de sus ámbitos. La Generación del 27 fue un símbolo y un ejemplo a seguir, la imagen de un movimiento cultural sin precedentes en nuestro país. Aquellos hombres y mujeres (Jorge GuillénPedro SalinasRafael AlbertiFederico García Lorca, Dámaso AlonsoGerardo Diego,  Luis CernudaVicente AleixandreManuel Altolaguirre , Emilio Prados, Miguel Hernández, Salvador Dalí, José Bergamín, Juan Gil-Albert, Moreno Villa, José María Hinojosa, Ricardo Gómez de la Serna, Concha Méndez, María Teresa León, Ernestina de Champourcín, Rosa Chacel, Josefina de la Torre, María Zambrano, entre otros muchos), creadores todos, nos siguen alumbrando todavía hoy el verdadero camino hacia la libertad y el arte de crear. Y si crear es la razón que unió a aquella extraordinaria generación, también hoy, bajo este marbete, nace un nuevo espacio (Taberna Generación del 27) que, por encima de todo, quiere ser faro de las diferentes manifestaciones artísticas y culturales de Almería. 


La fuga del maestro Tartini. José Antonio Santano





      No es fácil hallar, en los tiempos que corren, una obra literaria tan cargada de sabiduría y oficio, de tan extraordinaria creatividad como la concebida por el escritor madrileño Ernesto Pérez Zúñiga con “La fuga del maestro Tartini”. En esta novela, tan bien documentada como escrita, Pérez Zúñiga ha sabido reunir todos los elementos necesarios para plasmar no solo una historia y una trama admirable, sino algo a mi parecer mucho más importante, cual es el hecho de aguijonear, provocar e incitar al lector a entregarse al texto en cuerpo y alma desde la primera página, como si en ello le fuera la vida. En ella hallamos multiplicidad de matices que uniéndolos o interrelacionándolos –historia, aventura, voces narrativas, lenguaje, conocimiento, humanismo, etc- consiguen mantener la curiosidad y la intensidad lectora hasta el final del texto. Pérez Zúñiga, por tanto, no solo nos brinda la oportunidad de conocer la vida del excelente y desconocido músico del siglo XVIII Giuseppe Tartini, a través de una estructura narrativa sólida y fluida en su construcción lingüística, con la alternancia de dos voces narrativas y una exquisita prosa, sino que además nos adentra en la sociedad de la época, en sus vicios y virtudes y nos hace cómplices de los sentimientos y la pasión creadora de Tartini, de su sentido de la libertad o la amistad, del bien y del mal en ese vital encuentro con el diablo en un sueño de eternidad y que servirá para seguir sus dictados hasta componer la célebre Sonata del Diablo, conocida también como “El trino del Diablo”. Estética y ética se dan la mano en esta magnífica novela, y recorren los caminos y las ciudades (Venecia, Ancona, Pirano, Capodistria, Venecia, Praga y Padua), y nos muestran las miserias del hombre y la pasión creadora como razón de ser primera y última. Todo se entrelaza y funde en este inolvidable texto, en el que no podemos olvidar el latido feroz en la búsqueda siempre de la belleza a través de los sonidos, de la música en su estado puro. Ni el dolor insoportable de su brazo  le restará fuerza a Tartini para escribir, en sus últimos días, su biografía: «Será porque después de varias décadas suena nítida la sonata que compuse en Ancona, también después de un sueño. Serán estas causas las que me determinan a dejar por escrito los hechos de mi vida antes de que se nublen definitivamente y los arrastre una última tormenta». También hallamos al Tartini inconformista, que se enfrenta al poder: «Repugna ver tanta felicidad humillada ante el poder. Siempre lo he detestado, lo prueban cuantas invitaciones he rechazado para ser músico de corte. Si tenía que tocar ante alguien, he preferido hacerlo ante el Dios de la Basílica». Tartini no solo es un genio, un virtuoso del violín, un creador nato, sino un hombre, un ser humano que siente y, sobre todo, ama la libertad: «La estancia, situada en lo más alto del edificio, apenas tendría diez metros cuadrados […]. En esas dimensiones sentía la dicha de la libertad por primera vez en mi vida. Por primera vez, atesoraba el tiempo, el tiempo azul del ventanuco». La música será, después de haber empuñado la espada y conocer la vida monacal, su salvación, gracias a su amigo Vandini, su única pasión, su vida entera: «Antes de Praga, amaba la música en mí; después, aprendí a amar la música en los demás. 




Esto influyó en mi admiración por la voz humana, que hoy considero el fenómeno musical por excelencia y al que he dedicado mis últimas composiciones». Tartini –el músico y el hombre- es ya otredad, vive en los demás de tal manera que llega a afirmar: «La música más hermosa está en el ser humano, no necesitas mirar a otra parte, Giuseppe Tartini, infierno o cielo, ningún lugar eterno; nada es tan poderoso como nuestra fragilidad; en ningún lugar hay mayor intensidad concentrada; y se hace mucho más grandiosa cuando somos generosos que cuando tratamos de desahogar nuestra desesperación». Ocupa un lugar destacado en Tartini, el sentido de la amistad: «Aquel Vandini de treinta años ya nunca dejó de acompañarme. Él es el mejor violonchelista que haya conocido el mundo», incluso aquella nacida del desencuentro y la rivalidad, caso de Veracini:«Hablamos como antiguos compañeros de las orquestas de Praga y ambos nos reímos de aquella rivalidades a las que hoy no encontrábamos sentido. Brindamos por la serenidad de la madurez y por la autenticidad de la música, el único estandarte que vale la pena levantar». No menos importante es para el personaje principal de esta novela la naturaleza: «En la naturaleza encontré la medida de mi renuncia y una profunda libertad». Tartini camina por la plaza San Marcos, en esa búsqueda por la belleza de sus atardeceres.

Ernesto Pérez Zuñiga

Título: La fuga del maestro Tartini
Autor: Ernesto Pérez Zúñiga 
Edita: Alianza (Madrid, 2013)
En su cabeza remolinean las palabras: «Los intervalos musicales se corresponden con las pasiones humanas. El modo mayor, ya se sabe, transmite fuerza, alegría, ardor; el menor, dulzura, languidez, melancolía. La semilla de las pasiones está en todos los hombres. Las diferencias las establecen la educación y las costumbres». Pero sobre todo, Tartini es hombre solidario y generoso con los desfavorecidos, y por esta y muchas razones más se pregunta: ¿Hay mayor dicha que poder compartir día a día los pequeños naufragios de la vida, la conversación, el vino, los amores, los conflictos, los rencores, la risa, la música, con alguien con quien uno tiene extrema confianza, una lealtad que dura más que el amor, un amor que suena en un tono menor pero alcanza las costas más lejanas, no se queda en el camino? Estoy seguro de ello, aunque sea este un tiempo de adoración al dios dinero. Mas nuestro personaje es hombre, y como hombre, mortal: «La pluma de Burney vuelve al tintero y después escribe, suena sobre el papel: La belleza de la música nos salva de la muerte. Se detiene sobre la línea que ha escrito. Tacha: salva. Sobrescribe: alivia». Y, ciertamente a Tartini nadie pudo librarlo de la muerte, y por eso, aún después de su muerte, nos hacemos eco de sus palabras: «Solamente un poquito más de música, por favor, su vuelo desde el aire al oído, desde el oído hacia la alegría interna, hacia el agradecido asombro, solamente un poco más de música». A lo que cabría añadir, respecto a la creación literaria: un poco más de buena literatura, la de esta novela sin fin y de las que están por venir de la pluma de Ernesto Pérez Zúñiga, sin duda una voz sobresaliente en el panorama de las letras españolas.

La fuga del maestro Tartini. José Antonio Santano





      No es fácil hallar, en los tiempos que corren, una obra literaria tan cargada de sabiduría y oficio, de tan extraordinaria creatividad como la concebida por el escritor madrileño Ernesto Pérez Zúñiga con “La fuga del maestro Tartini”. En esta novela, tan bien documentada como escrita, Pérez Zúñiga ha sabido reunir todos los elementos necesarios para plasmar no solo una historia y una trama admirable, sino algo a mi parecer mucho más importante, cual es el hecho de aguijonear, provocar e incitar al lector a entregarse al texto en cuerpo y alma desde la primera página, como si en ello le fuera la vida. En ella hallamos multiplicidad de matices que uniéndolos o interrelacionándolos –historia, aventura, voces narrativas, lenguaje, conocimiento, humanismo, etc- consiguen mantener la curiosidad y la intensidad lectora hasta el final del texto. Pérez Zúñiga, por tanto, no solo nos brinda la oportunidad de conocer la vida del excelente y desconocido músico del siglo XVIII Giuseppe Tartini, a través de una estructura narrativa sólida y fluida en su construcción lingüística, con la alternancia de dos voces narrativas y una exquisita prosa, sino que además nos adentra en la sociedad de la época, en sus vicios y virtudes y nos hace cómplices de los sentimientos y la pasión creadora de Tartini, de su sentido de la libertad o la amistad, del bien y del mal en ese vital encuentro con el diablo en un sueño de eternidad y que servirá para seguir sus dictados hasta componer la célebre Sonata del Diablo, conocida también como “El trino del Diablo”. Estética y ética se dan la mano en esta magnífica novela, y recorren los caminos y las ciudades (Venecia, Ancona, Pirano, Capodistria, Venecia, Praga y Padua), y nos muestran las miserias del hombre y la pasión creadora como razón de ser primera y última. Todo se entrelaza y funde en este inolvidable texto, en el que no podemos olvidar el latido feroz en la búsqueda siempre de la belleza a través de los sonidos, de la música en su estado puro. Ni el dolor insoportable de su brazo  le restará fuerza a Tartini para escribir, en sus últimos días, su biografía: «Será porque después de varias décadas suena nítida la sonata que compuse en Ancona, también después de un sueño. Serán estas causas las que me determinan a dejar por escrito los hechos de mi vida antes de que se nublen definitivamente y los arrastre una última tormenta». También hallamos al Tartini inconformista, que se enfrenta al poder: «Repugna ver tanta felicidad humillada ante el poder. Siempre lo he detestado, lo prueban cuantas invitaciones he rechazado para ser músico de corte. Si tenía que tocar ante alguien, he preferido hacerlo ante el Dios de la Basílica». Tartini no solo es un genio, un virtuoso del violín, un creador nato, sino un hombre, un ser humano que siente y, sobre todo, ama la libertad: «La estancia, situada en lo más alto del edificio, apenas tendría diez metros cuadrados […]. En esas dimensiones sentía la dicha de la libertad por primera vez en mi vida. Por primera vez, atesoraba el tiempo, el tiempo azul del ventanuco». La música será, después de haber empuñado la espada y conocer la vida monacal, su salvación, gracias a su amigo Vandini, su única pasión, su vida entera: «Antes de Praga, amaba la música en mí; después, aprendí a amar la música en los demás. 




Esto influyó en mi admiración por la voz humana, que hoy considero el fenómeno musical por excelencia y al que he dedicado mis últimas composiciones». Tartini –el músico y el hombre- es ya otredad, vive en los demás de tal manera que llega a afirmar: «La música más hermosa está en el ser humano, no necesitas mirar a otra parte, Giuseppe Tartini, infierno o cielo, ningún lugar eterno; nada es tan poderoso como nuestra fragilidad; en ningún lugar hay mayor intensidad concentrada; y se hace mucho más grandiosa cuando somos generosos que cuando tratamos de desahogar nuestra desesperación». Ocupa un lugar destacado en Tartini, el sentido de la amistad: «Aquel Vandini de treinta años ya nunca dejó de acompañarme. Él es el mejor violonchelista que haya conocido el mundo», incluso aquella nacida del desencuentro y la rivalidad, caso de Veracini:«Hablamos como antiguos compañeros de las orquestas de Praga y ambos nos reímos de aquella rivalidades a las que hoy no encontrábamos sentido. Brindamos por la serenidad de la madurez y por la autenticidad de la música, el único estandarte que vale la pena levantar». No menos importante es para el personaje principal de esta novela la naturaleza: «En la naturaleza encontré la medida de mi renuncia y una profunda libertad». Tartini camina por la plaza San Marcos, en esa búsqueda por la belleza de sus atardeceres.

Ernesto Pérez Zuñiga

Título: La fuga del maestro Tartini
Autor: Ernesto Pérez Zúñiga 
Edita: Alianza (Madrid, 2013)
En su cabeza remolinean las palabras: «Los intervalos musicales se corresponden con las pasiones humanas. El modo mayor, ya se sabe, transmite fuerza, alegría, ardor; el menor, dulzura, languidez, melancolía. La semilla de las pasiones está en todos los hombres. Las diferencias las establecen la educación y las costumbres». Pero sobre todo, Tartini es hombre solidario y generoso con los desfavorecidos, y por esta y muchas razones más se pregunta: ¿Hay mayor dicha que poder compartir día a día los pequeños naufragios de la vida, la conversación, el vino, los amores, los conflictos, los rencores, la risa, la música, con alguien con quien uno tiene extrema confianza, una lealtad que dura más que el amor, un amor que suena en un tono menor pero alcanza las costas más lejanas, no se queda en el camino? Estoy seguro de ello, aunque sea este un tiempo de adoración al dios dinero. Mas nuestro personaje es hombre, y como hombre, mortal: «La pluma de Burney vuelve al tintero y después escribe, suena sobre el papel: La belleza de la música nos salva de la muerte. Se detiene sobre la línea que ha escrito. Tacha: salva. Sobrescribe: alivia». Y, ciertamente a Tartini nadie pudo librarlo de la muerte, y por eso, aún después de su muerte, nos hacemos eco de sus palabras: «Solamente un poquito más de música, por favor, su vuelo desde el aire al oído, desde el oído hacia la alegría interna, hacia el agradecido asombro, solamente un poco más de música». A lo que cabría añadir, respecto a la creación literaria: un poco más de buena literatura, la de esta novela sin fin y de las que están por venir de la pluma de Ernesto Pérez Zúñiga, sin duda una voz sobresaliente en el panorama de las letras españolas.

La fuga del maestro Tartini. Salón de lectura.



LA FUGA DEL MAESTRO TARTINI


                        No es fácil hallar, en los tiempos que corren, una obra literaria tan cargada de sabiduría y oficio, de tan extraordinaria creatividad como la concebida por el escritor madrileño Ernesto Pérez Zúñiga con “La fuga del maestro Tartini”. En esta novela, tan bien documentada como escrita, Pérez Zúñiga ha sabido reunir todos los elementos necesarios para plasmar no solo una historia y una trama admirable, sino algo a mi parecer mucho más importante, cual es el hecho de aguijonear, provocar e incitar al lector a entregarse al texto en cuerpo y alma desde la primera página, como si en ello le fuera la vida. En ella hallamos multiplicidad de matices que uniéndolos o interrelacionándolos –historia, aventura, voces narrativas, lenguaje, conocimiento, humanismo, etc- consiguen mantener la curiosidad y la intensidad lectora hasta el final del texto. Pérez Zúñiga, por tanto, no solo nos brinda la oportunidad de conocer la vida del excelente y desconocido músico del siglo XVIII Giuseppe Tartini, a través de una estructura narrativa sólida y fluida en su construcción lingüística, con la alternancia de dos voces narrativas y una exquisita prosa, sino que además nos adentra en la sociedad de la época, en sus vicios y virtudes y nos hace cómplices de los sentimientos y la pasión creadora de Tartini, de su sentido de la libertad o la amistad, del bien y del mal en ese vital encuentro con el diablo en un sueño de eternidad y que servirá para seguir sus dictados hasta componer la célebre Sonata del Diablo, conocida también como “El trino del Diablo”. Estética y ética se dan la mano en esta magnífica novela, y recorren los caminos y las ciudades (Venecia, Ancona, Pirano, Capodistria, Venecia, Praga y Padua), y nos muestran las miserias del hombre y la pasión creadora como razón de ser primera y última. Todo se entrelaza y funde en este inolvidable texto, en el que no podemos olvidar el latido feroz en la búsqueda siempre de la belleza a través de los sonidos, de la música en su estado puro. Ni el dolor insoportable de su brazo  le restará fuerza a Tartini para escribir, en sus últimos días, su biografía: «Será porque después de varias décadas suena nítida la sonata que compuse en Ancona, también después de un sueño. Serán estas causas las que me determinan a dejar por escrito los hechos de mi vida antes de que se nublen definitivamente y los arrastre una última tormenta». También hallamos al Tartini inconformista, que se enfrenta al poder: «Repugna ver tanta felicidad humillada ante el poder. Siempre lo he detestado, lo prueban cuantas invitaciones he rechazado para ser músico de corte. Si tenía que tocar ante alguien, he preferido hacerlo ante el Dios de la Basílica». Tartini no solo es un genio, un virtuoso del violín, un creador nato, sino un hombre, un ser humano que siente y, sobre todo, ama la libertad: «La estancia, situada en lo más alto del edificio, apenas tendría diez metros cuadrados […]. En esas dimensiones sentía la dicha de la libertad por primera vez en mi vida. Por primera vez, atesoraba el tiempo, el tiempo azul del ventanuco». La música será, después de haber empuñado la espada y conocer la vida monacal, su salvación, gracias a su amigo Vandini, su única pasión, su vida entera: «Antes de Praga, amaba la música en mí; después, aprendí a amar la música en los demás. Esto influyó en mi admiración por la voz humana, que hoy considero el fenómeno musical por excelencia y al que he dedicado mis últimas composiciones». Tartini –el músico y el hombre- es ya otredad, vive en los demás de tal manera que llega a afirmar: «La música más hermosa está en el ser humano, no necesitas mirar a otra parte, Giuseppe Tartini, infierno o cielo, ningún lugar eterno; nada es tan poderoso como nuestra fragilidad; en ningún lugar hay mayor intensidad concentrada; y se hace mucho más grandiosa cuando somos generosos que cuando tratamos de desahogar nuestra desesperación». Ocupa un lugar destacado en Tartini, el sentido de la amistad: «Aquel Vandini de treinta años ya nunca dejó de acompañarme. Él es el mejor violonchelista que haya conocido el mundo», incluso aquella nacida del desencuentro y la rivalidad, caso de Veracini:«Hablamos como antiguos compañeros de las orquestas de Praga y ambos nos reímos de aquella rivalidades a las que hoy no encontrábamos sentido. Brindamos por la serenidad de la madurez y por la autenticidad de la música, el único estandarte que vale la pena levantar». No menos importante es para el personaje principal de esta novela la naturaleza: «En la naturaleza encontré la medida de mi renuncia y una profunda libertad». Tartini camina por la plaza San Marcos, en esa búsqueda por la belleza de sus atardeceres.
En su cabeza remolinean las palabras:«Los intervalos musicales se corresponden con las pasiones humanas. El modo mayor, ya se sabe, transmite fuerza, alegría, ardor; el menor, dulzura, languidez, melancolía. La semilla de las pasiones está en todos los hombres. Las diferencias las establecen la educación y las costumbres». Pero sobre todo, Tartini es hombre solidario y generoso con los desfavorecidos, y por esta y muchas razones más se pregunta: ¿Hay mayor dicha que poder compartir día a día los pequeños naufragios de la vida, la conversación, el vino, los amores, los conflictos, los rencores, la risa, la música, con alguien con quien uno tiene extrema confianza, una lealtad que dura más que el amor, un amor que suena en un tono menor pero alcanza las costas más lejanas, no se queda en el camino? Estoy seguro de ello, aunque sea este un tiempo de adoración al dios dinero. Mas nuestro personaje es hombre, y como hombre, mortal: «La pluma de Burney vuelve al tintero y después escribe, suena sobre el papel: La belleza de la música nos salva de la muerte. Se detiene sobre la línea que ha escrito. Tacha: salva. Sobrescribe: alivia». Y, ciertamente a Tartini nadie pudo librarlo de la muerte, y por eso, aún después de su muerte, nos hacemos eco de sus palabras: «Solamente un poquito más de música, por favor, su vuelo desde el aire al oído, desde el oído hacia la alegría interna, hacia el agradecido asombro, solamente un poco más de música». A lo que cabría añadir, respecto a la creación literaria: un poco más de buena literatura, la de esta novela sin fin y de las que están por venir de la pluma de Ernesto Pérez Zúñiga, sin duda una voz sobresaliente en el panorama de las letras españolas.

Título: La fuga del maestro Tartini
            Autor:Ernesto Pérez Zúñiga 
            Edita: Alianza (Madrid, 2013)

Joven poesía almeriense. Ricardo R. Teva. Víctor García Acosta.


PEQUEÑA AUTOBIOGRAFÍA TRANSEÚNTE

(Al sureste de España, 1980)

Cuentan los ancianos que un día ví la luz sumergida en el horizonte,
ese que ensanchan mis amigos,
de los zapatos que gastan al andar junto a mí.
Quise reconocer que la poesía no da para comer,
pero ahora siempre me encuentro hambriento de ella;
me basto con mirar desde una ventana a los pájaros,
y ellos me llevan en pluma de versos.
Mi padre me alentó a seguir caminante, traseúnte,
siempre aconsejándome: "Tienes la cabeza llena de pájaros",
Y encontré los versos:
Todo lo que tocan mis manos vuela.1
Está lleno de pájaros el mundo.
Los toqué y volé.

Hay cantos marcados en mí,
recitales en los que hablé, niño pobre y huérfano,
y unos duendes llamaron mi atención.

Ricardo R. Teva


.1 Versos de Octavio Paz.
____________________________

Víctor García Acosta



El tiempo.
Se hace de noche en su retina
Y sus dedos se apagan en el mar.

Pero al besar su piel deshace
Las hojas secas de su rostro
Y abre la ventana a las miradas
Si el amor la mira a oscuras.

De vuelta en la razón
Su voz se apaga en los dedos.

Se arruba el universo el tiempo pasa,
Y en su almohada se ahoga una estrella
Y vence el sueño a la madrugada.

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Joven poesía almeriense. Ricardo R. Teva. Víctor García Acosta.


PEQUEÑA AUTOBIOGRAFÍA TRANSEÚNTE

(Al sureste de España, 1980)

Cuentan los ancianos que un día ví la luz sumergida en el horizonte,
ese que ensanchan mis amigos,
de los zapatos que gastan al andar junto a mí.
Quise reconocer que la poesía no da para comer,
pero ahora siempre me encuentro hambriento de ella;
me basto con mirar desde una ventana a los pájaros,
y ellos me llevan en pluma de versos.
Mi padre me alentó a seguir caminante, traseúnte,
siempre aconsejándome: "Tienes la cabeza llena de pájaros",
Y encontré los versos:
Todo lo que tocan mis manos vuela.1
Está lleno de pájaros el mundo.
Los toqué y volé.

Hay cantos marcados en mí,
recitales en los que hablé, niño pobre y huérfano,
y unos duendes llamaron mi atención.

Ricardo R. Teva


.1 Versos de Octavio Paz.
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Víctor García Acosta



El tiempo.
Se hace de noche en su retina
Y sus dedos se apagan en el mar.

Pero al besar su piel deshace
Las hojas secas de su rostro
Y abre la ventana a las miradas
Si el amor la mira a oscuras.

De vuelta en la razón
Su voz se apaga en los dedos.

Se arruba el universo el tiempo pasa,
Y en su almohada se ahoga una estrella
Y vence el sueño a la madrugada.

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Los acantilados de Amat. Estación Sur

LOS ACANTILADOS DE AMAT

Incomprensible y patético, pero cierto. No me voy a andar por las ramas. Ya está bien de tanto paño caliente. Los acantilados de Aguadulce fueron destruidos sin más, consecuencia de la avaricia y la más absoluta desvergüenza política del máximo gestor y responsable del municipio de Roquetas de Mar, Gabriel Amat. Habría que remontarse en el tiempo –corría el año 2005- para recordar aquella lucha de la mayor parte de los ciudadanos de Aguadulce (plataforma cívica Acantilados SOS, integrada por asociaciones de vecinos y culturales, organizaciones ecologistas y partidos políticos) para detener la destrucción de los acantilados, para comprobar la cabezonería del Sr. Amat, su prepotencia y, sobre todo, su irresponsabilidad y maltrato de un entorno natural que a todas luces clamaba seguir vivo para bien de todos. Sin embargo, el Sr. Amat, alcalde de Roquetas, no hizo caso ni a la ciudadanía de Aguadulce ni tampoco a las normas urbanísticas. 

De modo que, ahora después de los años transcurridos, destruidos totalmente los acantilados de Aguadulce, el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, dicta sentencia favorable al recurso interpuesto por la Junta de Andalucía, en el sentido de declarar nula la licencia de obras concedida en su día por el Ayuntamiento a la empresa Almeragua, S.L, para la construcción de 500 viviendas, así como la nulidad del Plan Parcial del Sector I. Consecuencia de este gran disparate del Sr. Amat, que siempre tira la piedra y esconde la mano, que los ciudadanos de Aguadulce y todos los visitantes que se acercan a este enclave, ven con rabia e impotencia que aún después de dicha sentencia los acantilados no existen y, lo que es peor, que nunca más podrán recuperarse, consecuencia de la especulación urbanística a la que nos ha sometido durante tantos años el Sr. Amat, omnipresente alcalde de Roquetas de Mar, Presidente de la Diputación y también del Partido Popular de Almería. 
 
Y pensando pensando, digo yo que, algo deberíamos hacer los ciudadanos tras tantos atropellos urbanísticos cometidos en el municipio. Los acantilados nunca debieron de ser destruidos. Y ustedes, amigos lectores, saben bien por qué. Por una única razón, porque pertenecen al común, a todos los roqueteros, porque los acantilados nunca fueron de Amat. Y por esta razón tan simple, el Sr. Amat, debería, en el mismo acto, ordenar su restitución, en la medida de lo posible, y dimitir.
ESTACIÓN SUR______________________________José Antonio Santano

Antonio García Vargas. Cuento para no dormir

¿CUÁNTOS CUADRADOS HAY EN LA IMAGEN?

Cuento para no dormir—

Confieso que a la primera, al principio, no hice caso a la pregunta sobre cuántos cuadraditos contenía la imagen. Tampoco a la tercera, ni a la quinta. Pero unos días después, al ver que me lo encontraba cada dos por tres en Facebook, decidí contarlos por primera vez y me salieron 30. En un segundo intento, sin esforzarme, contabilicé 37 pero me quedó la sensación de que habían algunos más. Anoche, en vista de que el sueño no me llegaba, me levanté y encendí el ordenador para matar el insomnio adelantando trabajos pendientes. Como es natural, me encontré de nuevo con la dichosa pregunta de los cuadraditos y sin querer queriendo hice un nuevo recuento que sumó 39. Me picó la curiosidad, debo reconocerlo y decidí imprimir la imagen con 10 aumentos. Al contabilizarla de nuevo me salieron 319 y llegado ahí, asombrado, decidí acostarme pensando que sufría una alucinación de madrugada, cosa esta harto frecuente cuando paso más de 15 horas seguidas ante el ordenador haciendo el idiota.

Apenas pude dormir. Esta mañana, al despertar, con los ojos amoratados por la paliza visual nocturna, sin haber desayunado siquiera y lo que es peor, sin peinarme, entré de nuevo a ver mi galaxia de cuadraditos e intuí que lo estaba analizando demasiado a la ligera. Tracé un plan de acción mientras engullía mi café con leche y busqué por todos los rincones mi microscopio convencional de 48 aumentos. Aquí fue donde la cosa dio un giro de 180 grados pese a que solo seguía viendo los 319 de la noche anterior. Observando atentamente, creí ver que las líneas que delimitan o conforman los cuadrados de la imagen se separaban e intuí que la visión, pese al gran aumento experimentado, seguía siendo insuficiente. Y fue ahí donde se me ocurrió desempolvar mi potente microscopio atómico, que no usaba desde mis tiempos de observador aficionado de lo liliputiense, allá por los 60.
Rebusqué por mis tres trasteros y al fin lo encontré como quien encuentra la fuente de la eterna inteligencia. Tomé de nuevo la imagen y la coloqué amorosamente en la plaqueta, enfoqué pacientemente una esquina que apenas abarcaba un cuadrado y… ¡eureka! Ahí estaba la confirmación de lo que había intuido: las líneas que delimitan los cuadrados no eran líneas sino puntos aislados de apariencia… ¡cuadrada!

Asombrado, salí a respirar al jardín y conté a los pájaros lo ocurrido. Mi buganvilla azulsalvaje, muy tranquila su voz fragante, me dijo en su acostumbrado tono floral: «Hombre, Antonio, es normal lo que ocurre, has cruzado la divisoria del mundo conocido y has entrado en el mundo cuántico, donde como es sabido, todo es diferente, contradictorio y a veces antagónico. Seguro que si miras bien hallarás al menos trescientos diecinueve… millones de cuadraditos y, si afinas el ojo y la mente, tal vez llegues muchísimo más allá».
Me tuve que sentar en la hamaca pues me sentí como si flotara. Mi palma saharaui me abanicó amorosamente. Me tranquilicé un poco. No mucho.

Entré en casa de nuevo, enfebrecido y con la emoción a mil por microsegundo, enfoqué solo una línea del más pequeño de los cuadraditos, aumenté la potencia y vi cómo la lectura se disparaba sin control en una sucesión numeral aparentemente loca que tuve que detener para hacerme una idea de lo que estaba ocurriendo. En la pantalla del medidor de secuencias aparecía la cifra de… ¡17 millones 384 mil cuadrados! Y… ¡solo en la más pequeña línea del cuadrado más pequeño! Confieso que tuve que tomarme medio litro de gazpacho para apaciguarme.

Acabo, amigos míos, de dejar el experimento antes de que me diera algo pues hasta huelo el humo que sale de mi sesera. No obstante, antes de apagar el microscopio, cuando de nuevo curioseé en la lectura alcanzada, vi que la pequeña línea había alcanzado el final de esa fase de la datación numeral y se expresaba en distancias galácticas, nombrando los cuadrados encontrados hasta ese momento dentro de la línea como universos que a su vez contenían numerosos universos que engendraban embriones de otros bebés universos…
Excitado, llamé a mi editor por si le interesaba la idea y nos forrábamos escribiendo un libro. Me dijo que durmiera un rato y me colgó. Estos acontecimientos son demasiado para alguien tan aburrido como un servidor. He quedado en estado catatónico pero cuando se me pase prometo que seguiré con el asunto hasta donde pueda. ¡Ya, ya os contaré!

Un cuentecito de Antonio García Vargas

Francisco Cañabate Reche. Lluvia de estrellas.

FRANCISCO CAÑABATE RECHE

Cada treinta y seis años una lluvia de estrellas nos sorprende en la noche y nos extiende un manto luminoso y brillante, un manto que nos cubre por un instante único y nos evita el frío, un manto imaginario que nos hace sentirnos nuevamente pequeños, perdidos en el cielo, (los seres diminutos que finalmente somos), y nos recuerda un tiempo ya lejano y oscuro, (anclado en la memoria), en que todo era mágico y todo era posible. 
Cada treinta y seis años ilustres meteoritos desprendidos de la cola de un astro caprichoso y lejano llegan hasta nosotros para cumplir su cita, y lo hacen puntualmente, con exactitud cósmica. (Ellos tal vez no saben que nosotros los vemos).
Cada treinta y seis años suceden la Leónidas: un fenómeno loco y ciego y sorprendente. Unas horas fugaces, un tiempo entre paréntesis, una oportunidad inesperada para seguir pensando (¿y por qué no pensarlo?) que aún existen las Hadas y que a pesar de todo la vida continua.


Y ocurrió aquella noche y por eso lo cuento. Vinieron las Leónidas y surcaron el cielo anunciando a su paso, lo mismo que un heraldo, que aquel niño llegaba cogido de su mano.


Y no las entendimos.


Subimos al tejado porque las esperábamos (las anunciaron antes los que todo lo saben), y se quedó la madre con el vientre preñado, cargado de esperanza, descansando en la casa. Los dos niños y yo estábamos dispuestos a bebernos el cielo, a no dejar pasar ni uno solo de los múltiples trozos de aquellos meteoritos que formaban señales dibujando en el aire sus diagramas de fuego.


Llevábamos las mantas y también los bolsillos repletos de ilusiones, y arropados por ellas elegimos sentarnos para observar la noche. Yo señalaba Venus y contaba los cuentos de la luna lunera, y los dos se reían, y la noche era clara, y el firmamento obscuro nos guiñaba sus ojos infinitos y ciertos, y pasaban las horas. Pero el tiempo no espera, y tras la diversión llego el aburrimiento. Nos habitaba el frío y hasta la incertidumbre, y luego la impaciencia: la mía y la de los niños, porque no sucedía.


El cielo estaba quieto, imperturbable, eterno, y tal vez las estrellas nos miraban pensando ¿Qué estarán esperando, si ya ha ocurrido todo mas allá de sus ojos?


El tiempo de los niños es un tiempo distinto, y no existe el futuro, ellos no lo conocen porque no es necesario. La vida es infinita desde su perspectiva, y también instantánea, y siempre tienen prisa, y todo se produce como en una cascada, y no cabe la espera. Por eso los dos niños mostraban su impaciencia, casi su desengaño y ya me preguntaban: ¿Papá, porqué no vienen? ¿Perdieron su camino lo mismo que en el cuento y no saben volver? ¿ O tal vez son muy tímidas y se están escondiendo para que no las vean?


El más pequeño, Paco, se removía en su manta y se estaba durmiendo, y yo empecé a pensar que no sería esta vez, que debía regresar, que volvía de vacío, y aunque me resistía ( quedaba la ilusión, que sería defraudada), parecía inevitable. Virginia, la mayor, leyendo en mi mirada, tiraba de mi manga mostrándome los ojos de su hermano, cerrados. 


Entonces sucedió:
Estalló el firmamento y una lluvia de luces estridentes, de fuegos de artificio lo surco de repente. Y se despertó el niño y abrió sus grandes ojos y la niña encantada exclamó su sorpresa y demostró su gozo, (que eran también los míos). Bajamos animados, risueños y locuaces, parlanchines y alegres, contando maravillas a la madre dormida, algunas inventadas y casi todas ciertas, como siempre sucede.


Unas horas después se produjo el milagro que anunciaban los astros y todos comprendimos: nació un ser diminuto, frágil y misterioso (la esencia del misterio) y llevaba en sus ojos ese reflejo mágico de la lluvia de estrellas.


Para mi hijo Miguel Ángel, que nos llegó en Noviembre. Nació con las Leónidas.