POEMAS DE BRUNO PÓLACK (LIMA, 1978)


Bruno Pólack (Lima, 1978) estudió Derecho en la Universidad de Lima. Ha publicado los libros (Alegorías hiperbólicas) o Las ruedas del beso de Reinaldo Arenas (2003), El pequeño y mugroso pólack (2007), Poemas médicos (2009) y Universal/ Particular (2013)


Ha participado como editor en la revista de creación y crítica Evohé, así como en el sello Magreb. Es cofundador del Festival Internacional de Poesía de Lima y dirige la web literaria Vallejo and Company.



Muchacho mordido por un lagarto


Rispondere no
a una vita che adopera amore e pietà,
la famiglia, il pezzetto di terra, a legarci le [mani.
Cesare Pavese



Chico del mundo,
si cae España bueno claro, si cae es tan sólo un decir
digo: si cae,
prenderás la estufa de butano y un cigarro/
quisiera ver manchas de sangre como pétalos de rosa
sobre la alfombra del vagón.
Rezar al Cristo tallado en Cinc que pende de tu cuello/

No puedo decir la verdad acerca de ti/ no eres
Dios, no eres Antonio,
y lo lamento.

Sin embargo
amaba leer mi futuro en la sombra de tus piernas mien-
tras leías a Kipling/
verter mis manos en la palangana de leche,
distorsionar tu rostro contrito tras mi botella de vidrio.

Adentro/ frente a ti. Hermoso el mar se
levanta por ratos
como una serpiente encantada.


Muchacho/ dos puntos,
debo admitir que muchas veces
en los campos, he fingido.
No pude echar nada dentro de los surcos
y esmeradamente, con estas manos,
los he tapado.


Luego he
regresado a ti, a la calle del Carmen, con la satisfacción del
deber cumplido/
y
yo mismo soy un surco vacío
que vieras con que esmero
hubo sido regado.


Viento, oh bien,
regresa al fruto del canasto
al futuro rojo que descansa entre nosotros, en el canasto.


Y tú, no llores así contra
el vidrio,
pues si cae,
España digo,
si cae,
¡exulcerada política diestra!
¡indeseada atona de lengua y atrezzo!

¡Cuántos mares señalados en contra nuestra!
¡Cuántos crucifijos incrustados en nuestros corazones!

(…)



Vemos por la ventana los frutos luminosos de la noche/
Para cuando despiertes muchacho,
una herida penderá de ti,

como una insignia.






Prêt à porter


Si yo fuera para mí, una mujer como
tú /
que hincha el corazón en sus manos
como las velas de los barcos
antiguos/
o
los alejandrinos sonidos del copihue en la ramada
(sobre nuestros sombreros)
o dos
lanzas del sol que ensartan nuestras palabras en la atmósfera
y enhebran una conversación ajena a la nuestra,

que ya hubiéramos querido nuestra/

y
luego me explicabas
que antes de venirse, tu padre era un fulero que voceaba la
partidade los vapores/
que cogida de su mano en la baranda del muelle,
por la noche,
veías caer las estrellas luminosas
contra el asfalto/

(La rana por más largo que saltó
volvió a caer en el estanque)

Si yo fuera para mí, una mujer como tú/
que hincha el corazón en sus manos,

como las enormes velas de los barcos antiguos /
que de seguro veías zarpar en
los puertos de tu infancia,
allá en Chile,


donde el estribor de mi voz,
no fue suficiente canto para ti

ni para nadie.


Origen


El último retoño de la temporada, por escaso margen,
ha nacido en lo que son mis tierras.
El pueblo se ha apostado en la verja—
estamos realmente hastiados
de esperar
y que de regreso a las conversaciones en las
ferias pecuarias de la región,
no tengamos nada fantástico que decir
de nosotros mismos.
¿enque sentaremos nuestras leyes, nuestros
hijos como dormirán,
que haremos pavoroso a los pueblos que conquistemos?

En cierto modo
es más hermoso ver el mar que
estar en él.






L’artison de son propemalheur

I
He dejado la pistola encima de la mesa,
el forro del sombrero roza mi calva y me irrita de tal manera/
por el marco, arrodillado en la silla, veo el cuerpo de un ángel emerger entrelas cadenas de una grúa policial desde el fondo pantanoso del río.
No quiero nada de lo que perdí de regreso nuevamente/
Dos argelinos sarnosos cargan una cocina al sexto piso (las escaleras chillan bajo sus Doctor Martens).
Los cigarros en la manga sudorosa de Rachid golpean el visor de mi puerta.El amanecer se empieza a esparcir en la espalda vigorosa de Kateb.
Yo ausculté su pecho una temporada, en busca del remedo de la voz intransitable del mar/ y no hallé más que eso/
Cada detonación en el barrio obrero causa un destello en mi cuarto que meda tiempo de leer sólo un verso. Así, en un bombardeo promedio puedoleer dos o tres poemas tranquilamente por noche.A la mañana siguiente, en el café, sólo sabemos hablar de lo gentil y del apoyo
denodado a la cultura, y especialmente a la poesía, que brinda la aviación israelí.
Los fierros se retuercen buscando la luz del sol.Maldito Rachid, seguro hoy tendrás mucho trabajo entre los escombros y no vendrás a verme.
He dejado también el sombrero encima de la mesa, algunas monedas.
Tus deseos de convertirte en un periodista cultural, con más o menos un buen sueldo, escribiendo en mi espalda poemas con un arpón oxidado, quedarían en el olvido aquí o en las fábricas metalúrgicas de Southampton.
Déjame sorber tu lengua como la ostia que nunca purificará
[ mi alma
Si no fuera por el molesto sonido de las ambulancias, esta sería por las
mañanas, quizá, una buena ciudad para dormir.
Pero no ladran los perros Rachid, he delineado mi sexo con el lápiz de labio y no ladran los perros. Preferimos la belleza a la verdad, eso es todo/ y no se nos dio señal alguna,ni dos trozos de tela los cuales llevar a casa/
hez tu palabra señor.
El burro atardece en los guijarros, cercano al puente.
Recuerdo a Sara cerca de Morija, esperando dentro delcarro con el motor encendido. Su fe está incluso sobre su fe.
El milagro de la multiplicación de los muertos. Y espero que chille el rellano de la escalera Kateb, en busca de mis propias señales,mientras miro arrodillado en la silla, el cuerpo de un joven robustoemerger del fondo pantanoso del río.
Un escenario de frutas, acaecimientos, árboles y mundo silvestre.





II
Si no lo dudo Rachid, esta segunda parte debió
habersido tu canto.
El canto del niño que huye del brillo de los sables, posiblemente a Dumyat,
financiado por tres preclaros zoroastristas.
El canto de la lucha por los cadáveres contra las buitres/
sin embargo tus palabras se elevan entre las copas de los edificios
y prodigan una incandescencia donde se han asentado ciudades.
Kateb golpea mi puerta luego de su escondite nocturno en el
mar.
El canto de un grupo de miserables que por dos versos felices nos hacen llamarlos maestros. Procurar la inmortalidad con tan poco es francamente inmoral.
Muchas veces así, lavé tus vestidos contra las piedras. Sabía que era Isolda, lo sabía, pero no sabía cual, la rubia o la de blancas manos.
Y se daba inicio a la algazara y a la danza, en la plaza de la Liberación, bajo los cuerpos colgantes de los acusados. El niño corre entre el mobiliario del templo.
También tú, hieródula, de quien cuyas lágrimas he cuidado el viaje hasta verlas perder en la cuneta. Con quien en un día brumoso he lamido la faz del charco con la boca ensangrentada. A ti te he llevado al río contiguo, al que no nos pertenece, aun sabiendo que eres la más esmerada de todas las putas.
Se hunde mi mano en tu pecho Rachid, como en un molde de cemento fresco.
Una clara lluvia, entre el sopor, riega los cuerpos escombrados y limpia la cimera de los monumentos.
Kateb ha conseguido un paquete de queso, pescado y algunos panes.
Hemos hablado seriamente de llevar algunas alfombras e ir a dormir algunas noches entre los cedros. Siempre a alguno se le ocurren buenas argucias entre los cedros.
Sobre mí, la lluvia dorada/ sobre él, un techo escarchado.
Sobre nosotros un enorme sol de 60 watts que nos asfixia/ y entre los remedios y las herramientas leemos S'ifosse foco, arderei 'l mondo.
Y seguimos derrapando las piedras en el lago aun sabiendo de la incapacidad de las palabras/
Abraham le da el encuentro a Sara dentro del auto, avergonzado, por no haber comprendido correctamente el mensaje. Llora con los brazos sobre el timón.
La insistencia de dejar de contemplar y ser parte.
Hez tu palabra señor.
El sol se enreda entre los rayos de las bicicletas Rachid, y yo hablo frente al marco de la ventana como si realmente estuvieras dispuesto a escucharme.
Nuevamente oscurece y la noche literalmente se nos va a caer encima.
Santo de veras es el hombre que, a pesar de toda esta miseria, camina escupiendo el nombre de Dios entre las palmeras del mediterráneo y sigue en pos de su familia. No busca que su nombre recalcitre en el escaparate de un teatro. ¿Qué cosa es de Dios, qué cosa es del César?




V
Sin embargo veme aquí
reconociendo tu insalubre cuerpo/
tuve que volver a enfundar la pistola, cerrar la ventana, depender deeste mugroso sombrero y caminar al arcén del puente.
No es como en Lima Rachid, donde mil niños se hubieran amontonado para verte.
Los helicópteros bombardean el cementerio del siglo XIII. Algún tipo de
venganza ha llegado por fin para los abuelos de sus abuelos.
y entre las cadenas veo tu pecho angelical Rachid, el priapismo cotidiano de los reporteros gráficos
y algunas notas que caende la mochila que aun te cuelga del hombro.La esperanza en la cima del palo encebado/
y nuevamente el milagro de partir en dos el mar
y Sara esperando tercamente al lado de la lavandería
con el carro encendido/
Una hermosa foto nuestra debajo de Bruno en el campo de las flores.
Oh Rachid, cuanto lo siento, tu cuerpo se va descomponer en una caja de pino.
Esta noche Kateb golpea a mi puerta y se desnuda para leer al lado de la mesa:
deja las insensateces de lado, oh Dios, prémianos con tu golpe más implacable”.







A bajeles


Año tras año se me han encomendado las pequeñas labores/
he sido cuidadoso, sin embargo,
de que la simpleza de estas, no llegue a turbarme,
y las he realizado siempre diligentemente.

Esto no ha pasado desadvertido
y
año tras año, para felicidad de los míos,
se me sigue encomendando las mismas pequeñas labores/
por las cuales incluso,
pasada la “insensatez” de la adolescencia,
he llegado a guardar abierto cariño.








Las ínfulas extrañas


Rescribolo que me fue conocido
o lo que me es dictado en la orilla,
la agonía de ser un peldaño de la maravilla
el paraíso absurdo de no ser requerido/

Ya ni redime más el remedio que el engaño,
ni bato la aorta del remo en un exhumado río/
llegaré a los pies del árbol cuya semilla extraño
apacentando mi propia sombra en el recodo sombrío.

Con los rebaños de imágenes fecundas,
he de resurgir desde mi actividad labriega:
prodigar las heridas por más profundas

asir la sangre desdoblada en la noria
difícilmente levantar mi ofrenda en entrega:
castigando al parricida, con no menos que la gloria.








Textos tomados de El pequeño y mugroso pólack, Lustra editores- 2007.

Isla Tiberina


El hombre que viene por el puente Cestio ve con envidia
al hombre que baja hacia mí por el Puente Fabricio, lo veo,
y el hombre que baja por el puente Fabricio, desde el Ghetto,
ve con envidia al hombre que viene hacia mí por el puente Cestio.

(…)

Mi mármol fue traído aquí desde Epidauro. Y el hombre del
Puente Fabricio acelera el paso y
podría adivinar que dirá: “oh Esculapio, traído de Epidauro,
ahórrame dos monedas y borra de mi cuerpo el rastro de
cualquier muerte” (…)
sé que nadie se libra de al menos subir sobre la barca”

(...)

el otro dijo: “desde aquí no deseo ninguna de las dos orillas”








Entre las ruinas del bosque

Fue así que dejamos atrás la ruma de habladurías
y seguimos a quien durante estas últimas jornadas había
encabezado la marcha para llegar al centro del bosque/

funesta tierra ominosa dividida por el chasquido
de los crótalos; de ti huyen los inversores; en ti no crece
como es debido el olivo; y
las notas plúmbeas de la
siringa amenazan el pubis de las
que entonamos lo cantos aprendidos de Himeneo;

seis de la tarde ya; así que adelantamos el yermo industrial
y nos enfrentamos al enorme portón metálico;
embebidas en la corona de arrayán y en tu muerte.








Canción del camarada errante


Pues vuelvo a auscultarte debajo de las orejas; segu-
ramente la antorcha esté por consumir su retazo de
bencina y nos quede solo tiempo para tumbarnos
en las poltronas.

Era tu pan harapiento el que me llevaba a la boca;
rugen las voces de la comedia; el hybris destilado
para poner piedra sobre piedra/

creo recordar que prometieron que la cena sería
servida cuando la luz intermitente se prenda cerca de
las estelas conmemorativas;
la gente pregunta si el autobús regresará
para el turno de las siete.

Arrástrate en las baldosas de la terraza, hijo de Policleto,
para pasar una noche decente; los perros ladran a la salmuera;
y aquel hombre que reviste su piel
de llagas debe conciliar el sueño para esperar su
propio ladrido.
El favor se reconoce pero la música no cesa.








La “huida” de Coronis


Tiró por la ventana las piedras que le fueron traídas
del templo de Apolo;
ella llevó una vida fácil en otros tiempos, ahora
ansía un amor;
una imagen grotesca que se represente mientras
levanta de madrugada la reja de la lavandería/

Cogió cuatro cachivaches que puso en una
bolsa de cuero
y embarcó el Pireus;
el cuervo era una mancha blanca en el
cielo todavía sucio/
el puerto de llegada era en su cabeza mucho
más inmenso que el puerto que aun tenía ante
sus ojos/

las amarras se arrastran sobre el agua; y
a mil leguas de aquí, estará exactamente de lo que huye/







Frente a la piedra


Ahora yo digo: que el camino que recorramos se
reproduzca en todos los caminos.

¿Quién piensa el tres si no ha contado el dos y el uno?

Apiádate del sol que ha vuelto a ensañarse con todos
los objetos; enfunda esa espada
ungida de hiel, ángel de la muerte;
alimenta el fuego celeste que agoniza frente a la piedra;
recoge tus lágrimas de la tierra, María;
háblame; ven afuera Hipólito,
despójate de tus siete pertenencias y
ven afuera;
los caballos le relinchan a las olas;
el caduceo ha incrustado el cráneo de mi madre/


la palabra se hace sangre; y lo vuelto a ser,
regresa a la agonía.








Muerte de Coronis

Era cierto que tu vida transcurría por los prados como
la sombra de la muerte;
algunas cosas importantes hemos dejado al azar
antes de subir hasta las cuevas.
¡oh extraño y ajeno amor!

los pueblos de los alrededores han cosechado
este campo caído el invierno;
han olido esa noticia rancia que ha portado hasta ellos el mar.


El cuervo blanco ha alzado su último vuelo,
la cabeza del centauro descansa sobre la mesa.







La huida

Los asentamientos han copado todo este valle;
antes sembríos de cáñamo y alabastro;
y superada la primera muerte, se despidió de sus hermanas,
y huyó atravesando el Jordán.

Es raro dicen, huyó de la Pasión de quien
lo defendió contra su padre;
Es posible qué ya sean tres años que no llueve sobre esta
tierra agrietada.

Sus hermanas vendieron los enceres
y las tierras en Betania;
luego de tres noches de ausencia le dieron el
alcance atravesando las tierras de Filadelfia.

La misma enfermedad de hace algunos años le ha vuelto a
brotar debajo de los ojos.








Textos tomados de Poemas médicos, Lustra editores - 2009.
( )³

y puesto que debemos vivir y no
suicidarnos
mientras vivamos juguemos
V. Huidobro


y
mientras el aire refulge en su caballo de aire
y
mientras mis ideas de tanto pensarlas ya poseen
vértebras, sistema nervioso, hambre
y
mientras el olvido de lugares se hace necesario
y
mientras la esférica saliva duele en la garganta
como un trompo
y
mientras mis hermanos comulgan de las hostias
luminosas de la discordia
y puesto que debemos vivir y no vivir
y puesto que debemos saltar de la liebre
antes del inicio de la marea
y puesto que el cielo
cada vez nos hace
agachar más la cabeza/ doblar la espalda
y
puesto que no podemos usar la venganza
contra nosotros mismos
ni ser alegremente unos cuerpos de Troya.
Mientras vivamos,

(juguemos)³







Santa Rosa de la Av. Tacna

Cásate conmigo Jesús
que las rosas de la Av. Tacna
no importen mucho/

Solo tú/
que por casualidades de la locura
mis caminos a tu corazón
sean todos ciegos/
mis tristezas núbiles te desean/
y te miro, como cada noche,
es que no quiero más tranquilidad,
cásate conmigo Jesús
que las rosas y el tráfico de la
avenida Tacna no importen mucho
solo tú, solo tú/
y que de repente por las casualidades
de tu corazón mis locuras
sean todas tuyas/

/Cásate conmigo pequeña Rosa
haz de los azares de los días
unos pequeños evangelios,
distrae tus rubios cabellos, tu rostro blanco
en concupiscencias de oraciones/
mis vacíos de Dios
a veces te extrañan a la hora de la cena,
regresa conmigo pequeña hija (31)
¿o es qué a veces importan algo
las calles de la Av. Tacna?
¿las calles de la ciudad de Lima?
¿los caminos de esta vida?







Las ruedas del beso de Reinaldo Arenas


Qué pista habría sido mi pecho
para
las ruedas humanas
de tu beso Reinaldo/

qué campo mi garganta.

Qué alta y curva puede ser la madera inflada
de tu última camisa/

Vuelan los albatros sordos a la orilla de tu cuerpo desmenuzado
en este
residuo de tarde,
moribundo niño que aún camina
(celeste, rojo, violeta, negro y nuevamente celeste).


Qué pista
habría sido mi espalda
para las ruedas humanas de tu beso

qué campo la corteza oscura de mis ojos/

árbol nómada.
Antorcha incendiada en las olas.
Siempre volveremos a no vernos, a no reírnos/
a no amarnos a no hablarnos.

Proa de la ausencia.


Así como sé de sitios a los que nunca iré,
así yo sé de ti.







Textos tomados de (Alegoría hiperbólicas) o las ruedas de Reinaldo Arenas, Fondo editorial de la Universidad de Lima - 2003.


Una Sola Carne (Antología Amorosa 1996-2016)



Una Sola Carne
(Antología Amorosa 1996-2016)

Inicio este comentario aludiendo a uno de los poetas más preclaros de la lírica española del siglo XX y tan injustamente olvidado. Lo hago ahora que se cumplen cuarenta años de la concesión del premio Nobel de Literatura a Vicente Aleixandre, con casi toda seguridad el más grande poeta del amor (en sentido absoluto), como así lo puso de manifiesto en su discurso (“Vida de poeta: El amor y la poesía”) de entrada a la Real Academia de la Lengua allá por el año 1950, con un recorrido apasionado a lo largo de toda la tradición poética española acerca del hecho amoroso. Amor y poesía desde la humana mirada del poeta cuando dice: «Por eso sentimos tantas veces, y tenemos que sentir, como que tentamos, y estamos tentando, a través de la poesía del poeta algo de la carne mortal del hombre. Y espiamos, aun sin quererlo, aun sin pensar en ello, el latido humano que la ha hecho posible…». O, ¿cómo olvidar su libro “La destrucción o el amor”, donde carne y alma se funden en una sola música, un único temblor o una diamantina luz que nos ciega y nos conmina al abismo amoroso, como el que nos muestra Aleixandre en estos versos: «Yo sé quién ama y vive, quien muere y gira y vuela. / Sé que lunas se extinguen, renacen, viven, lloran. / Sé que dos cuerpos aman, dos almas se confunden». También en la obra “Una sola carne” (Antología amorosa 1996-2016) del poeta peruano-español Alfredo Pérez Alencart (Puerto Maldonado, 1962) hallamos el amor como un único canto, una única luz deslumbradora, un solo cuerpo que tiembla en todos los encuentros, una sola alma. La selección de los poemas y las notas son autoría de la profesora de la Universidad de Bucarest, Carmen Bulzan, quien advierte que la mitad de los poemas contenidos en este libro son inéditos.



Las ilustraciones, como ya viene siendo habitual en las publicaciones salmantinas, son de Miguel Elías. Pero centrándonos en lo que nos interesa este libro conforma un corpus extraordinario, amalgama de la mejor tradición poética amorosa. Alencart bebe, hasta la saciedad, de los textos bíblicos, con mayor énfasis del Cantar de los Cantares, pero también de los Proverbios, del Génesis o Eclesiastés. Estructuralmente está dividido en cuatro partes: Amoris causa, Justamente así, Mujer de la mañana y Esquirlas, pero en su conjunto no sólo hallamos la mirada del poeta atravesada por el dardo del amor sin límite, ese que le ofrenda, también sin límite, su amada, esposa y musa Jacqueline, sino que influenciado por los místicos españoles, sobre todo San Juan de la Cruz (Amada con Amado, Esposa, etc), y me atrevería a decir que, también por la poesía preislámica (Mu’allataqāt), la casida y la temática -nasīb o elegía amorosa-, cuando el poeta recuerda los momentos felices vividos junto a la amada). Mas aún siendo tan claras las influencias de la literatura universal que ha hecho suyas el poeta Alfredo P. Alencart, este libro va más allá, porque es la voz que se hace singular y única, explosiva como un grito que no cesa, como una tormenta de versos nacidos de la misma esencia humana, trascendida de la carne, lo material, a lo inmaterial, el alma, con tal efectividad que, difícil es hallar en nuestros días un discurso poético, un verbo tan cálido y de tan esplendente emoción amorosa, poesía tan pura. Podrían ser muchos los ejemplos a mostrar de la poesía amorosa de Pérez Alencart en este breve comentario, pero conformémonos solo con algunos. De la primera parte “Amoris causa”, señalamos los siguientes: «Oh amor que nació contigo, dice el Amado. / Oh amor por Dios bendecido, dice la Amada» (poema Cántico de los cuerpos); o estos otros: «No hay más patria / que tu entrega / ni hay más mundo / que este amor. // En la esposa del amor / está la patria» (poema Patria). De la segunda parte “Justamente así”, extraemos los versos que siguen, más breves en su composición: «Sediento, muerdo / el fruto jugoso / de tu ser» (del poema Fruto). En la tercera parte “Mujer de la mañana”, el discurso poético cambia de nuevo y los versos se adensan, son como una corriente de agua imparable: «Tú amas a un hombre imperfecto / que aprende lecciones al sol de tus orillas. / Tú has marcado mi vida. / Tú eres mi vocación, / mi brújula, / mi áureo universo de una sola estrella». “Esquirlas”, última parte del libro, son composiciones muy breves, casi aforísticas que concentran y resumen el pensamiento en clave amorosa del poeta, por citar alguna: «Las caricias son pasajeras: lo perdurable es el amor». Como escribiera nuestro Nobel Aleixandre: « Sí: un intento de comunión con lo absoluto: esto será ciegamente el amor en el hombre», o en palabras de otro poeta del amor, Pedro Salinas: «He tenido siempre un deseo de amor tan vivo, que por eso he sido poeta». Y poeta grande es Alfredo Pérez Alencart, una voz que crece y crece cada día, cada minuto, dejándonos la huella de su magisterio poético, también de su inmensa humanidad.

Título: Una sola carne
Autor: Alfredo Pérez Alencart
Editorial: Diputación de Salamanca, 2017


DIEGO ALONSO SÁNCHEZ. LIMA, 1981

Diego Alonso Sánchez, Lima, 1981
Bachiller en literatura peruana e hispanoamericana por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. A principios de la década del 2000 cofundó el Grupo de Creación y Publicación Literaria Sociedad Elefante, con el que organizó muchos eventos literarios en diferentes universidades de Lima, y bajo el sello editorial del mismo nombre (Sociedad Elefante Editores) publicó Mitsuya Nicolás y otros poemas (2002). En el año 2001 codirigió el programa radial La Divina Comedia (Radio 1160), espacio especializado en diferentes temas de interés cultural. En el año 2009 publicó Por el pequeño sendero interior de Matsuo Basho (Lustra Editores), poemario con el que inauguró su trabajo y estudio sobre la lírica clásica japonesa. En el 2013 obtuvo el primer puesto en el VIII Concurso Nacional de Poesía de la Asociación Peruano Japonesa Premio José Watanabe Varas por el libro Se inicia un camino sin saberlo (Fondo Editorial de la Asociación Peruano Japonesa). Así mismo ha participado de las muestras antológicas Poesía viva del Perú (Universidad de Guadalajara, 2005) y Cholos, 13 poetas peruanos nacidos entre el 70 y el 90 (Editorial Catafixia, 2014). Finalmente, ha sido colaborador de diferentes medios escritos y virtuales del Perú como El Comercio, La Primera, La Unión Libre, Quinto Poder, El Hablador, La Mula, Vallejo and Company, etc.
Actualmente ejerce la docencia en el colegio Los Reyes Rojos del distrito de Barranco.














Por el pequeño sendero interior de Matsuo Basho
1

En el Templo de la luna y la sombra



La muerte de Yoshitada me llena de pesadumbre. Abrumado por la soledad recorro el templo de Zuiganji, fundado por el trigésimo segundo patriarca de Makabe, a su regreso de China. En una de sus paredes reconozco la escritura de un poema que reza:

Rodeado de flores, libo solo
frente a un jarro de vino.
Así alzo mi copa y convido a la luna,
y con mi sombra, ya somos tres.

¡Oh luna! ¡Oh sombra!
Serán mis inmortales amigas.
Ya nos reuniremos algún día
en el cristalino río del cielo.1

La noche me alcanza meditando en estos versos. ¡Li Tai Po!2 –grita mi alma– ¿cómo pudiste percibir mi pesar novecientos años antes que naciera?
Pensando en Yoshitada vierto un poco de sake en el suelo rocoso del templo. Al amanecer, escribo:

Li Po bebe conmigo.
En Zuiganji
la luna y la sombra.

2

Iniciar el viaje


Hoy es el quinto día del Quinto Mes3. He remojado pétalos de lirio para limpiar mis pies cansados4 mientras observo a unos niños zarandear un muñeco vestido de senshi5. El río Hirose no está lejos, y aunque hoy –más que nunca– las carpas deben estar nadando contra la corriente, yo me consumo en pensar si ya es tiempo de emprender viaje en busca de Li Po.
Mi hermano Yoshitada diría, sin duda:

Una carpa de papel
más valerosa
en río bravo.

En su honor decido abandonar Sendai y Matsushima, para redescubrir mi espíritu en alguna ciudad olvidada por la memoria.
Como despedida, al iniciar el viaje, cuelgo estos versos en uno de los pilares de mi casa6:

Hoy Kodomo no hi.
Pétalos de lirios
desatan mis pies.




5

Puerto de Sakata


Llego a la costa de Hiyoriyama en los primeros días del Sexto Mes. El aroma de los cerezos es definitivo, aún mucho después de la celebración del hanami7. El mar seduce con melancolía cuando sus aguas golpean el paisaje del puerto. Para los viajeros el litoral siempre se presta al regocijo y la reflexión. Gozoso compongo este poema:

Los cerezos en flor
perfuman las olas:
playa del sosiego.

Es difícil abandonar Sakata si se dispone del espíritu suficiente para contemplar el monte Chokai o la desembocadura del Mogami. Así, en este embeleso, paso tres días. Al amanecer del cuarto, con el corazón cargado de buen viento, abordo el Kazefune, un navío mercante que me llevará a Niigata.
En el puerto repaso un poema de Li Po:

Aquí es donde debemos separarnos.
Mareas solitarias se agitan por doquiera:
nubes flotantes, pensamientos del viajero,
sol naciente, sentimientos del amigo.8

Vierto unas lágrimas recordando a mi viejo compañero y digo: cualquier camino es bueno si voy contigo.
Así partimos. La luz ya ocupa el saliente.














Se inicia un camino sin saberlo


1
Es el primer día del año. El maestro, inmerso en su jardín durante las primeras horas de la mañana, toma un descanso; decide escribir un mensaje a su joven discípulo:

Amanece bajo el sol del Año Nuevo
y la serpiente que mora
en nuestro interior
abre los ojos para disipar la bruma.
Se inicia un camino sin saberlo.
2
Han transcurrido pocos días desde el Año Nuevo. Por las mañanas es una risa fresca, unos pasos ligeros, un silbido el que palpita sobre la grama y los arbustos, sobre todas las estancias de la casa. Una de aquellas tardes, el aprendiz se anima a responder al mensaje de su maestro; con mano firme traza estas palabras:

Cuando el pez está en el océano,
el océano es infinito.
Cuando el ave está en el cielo,
el cielo es infinito.
Cada paso es una empresa arriesgada.

3
Como siempre que anochece, la lumbre de las lámparas se enciende tímidamente. Están solos los dos, sentados uno frente al otro; el ruido de fichas que se deslizan sobre el tablero crea una cadencia tenebrosa. Bajo la débil luz, el viejo le dice al muchacho:

Sobre el plano oscuro
tu mirada fulmina
como una flecha brillante.

4
La madrugada se ha vuelto pesada y termina por despertar a los durmientes. Ambos deciden salir a meditar en el pórtico de la casa, aprovechando la brisa fresca y la quietud que despunta con los primeros rayos solares. De repente, en medio del silencio…

Como heraldos fantasmales,
cortando en dos mitades
un manto escarlata,
grullas en bandada
dividen esta aurora.

5
Mitsuya, el joven discípulo, ha pasado la mayor parte del día enfrascado en sus apuntes. Entusiasta, anota y corrige sobre el papel y a su alrededor los muebles desaparecen como barcas entre la niebla. Al atardecer, sale de la casa y deja esta nota donde su mentor pueda encontrarla:

El canto de los pájaros
entre los árboles
(donde no se sabe):
inadvertidamente,
inadvertidamente.

29
El bosque ha cambiado de color y vuelve más agradable el paisaje enmarañado de esta región montañosa. Si bien la primavera está hecha para las sonrisas, el saludo afectuoso y la simpleza de pensamiento, Mitsuya está conmovido porque sabe que debe partir. Han terminado los meses de instrucción y alista su equipaje con evidente congoja. Todas las puertas y ventanas de la casa están abiertas; aprovecha que nadie lo escucha para decir en voz alta:

Dentro de una mochila,
guardo mi corazón
ligeramente triste.





30
La estación se afianza según se aquieta el caudal del río. Los días son custodiados por diferentes cantos de pájaros y las flores empiezan a brotar con mayor fuerza. Todo está listo para la despedida. El muchacho apura esta breve nota:

El camino es el mismo,
pero al regresar
es otro el peso sobre
las sandalias, otra
la mirada sobre la vía.



31
En soledad, el hombre pesca en el río sentado sobre una gran piedra. En el fondo del agua ve miles de guijarros de diversos colores, como los que el aprendiz solía coleccionar. Corren las horas y no hay peces que llevar a la canasta. El maestro decide volver a casa; antes, escribe esta carta:

Mi sed no se aquieta:
recojo con determinación
el agua con las manos,
y se va y se va
obstinadamente.



32
Pasan los días y no hay respuesta. El viejo va restableciendo poco a poco sus hábitos domésticos, ahora que nadie lo acompaña. Antes de finalizar la estación, llega la respuesta de Mitsuya:

Sonido del agua,
diría Bashō.
Estático torrente.

33
Lee una y otra vez la carta con soltura. El hombre ensaya su sonrisa más amplia y se dice en voz alta: “Es más que un aprendiz, es mi hijo. El discípulo, en realidad, ha sido el maestro todo el tiempo”. Aprovecha la calurosa tarde para ir al río a levantar las redes. Acabado el trabajo y con el crepúsculo a cuestas, atina a escribir:

Salpica del cristalino manantial
un chorro de luz pura:
mi pequeño hijo nada
y la belleza se convierte
en una valoración ingenua.

Sobre este espejo elemental
no existe la tristeza
y aun nada de lo dicho en este poema
importa.

Sonido del agua –diría Bashō–,
¡claro!

(Sonido del agua).












Poemas no contenidos en libro
(inéditos)


Estaciones japonesas


I
(Fujiwara no Toshiyuki)

Atardecer de otoño:
las hojas, sobre el viento,
son barcas fantasmales.
Los árboles desnudos,
rompen su silencio.


II
(Ki no Tsurayuki)

El invierno cubre
con blanquísimo manto
la espesura extendida.
¿Y si pienso que son flores?
Campo de crisantemos.


III
(Ono no Komachi)

En estas praderas
se encienden las flores
con sigilosa belleza,
mientras que en el cielo
¡mil ramilletes de fuego!


IV
(Ariwara no Narihira)

En esta playa desierta
la marea arremolina
mil años de arena,
mil años de soledad…
y el estío recién empieza.


Estaciones chinas


I
(Meng Haoran)

Sueño de otoño. Perdido en las tinieblas
de este amanecer, no escucho ningún trino.
Dentro de la oscuridad, todavía hay
rumor de viento y olor a lluvia.
¿Y si no han caído las últimas flores?
Yo habré caído.


II
(Wei Yingwu)

La hierba serena junto al estático torrente.
Me deleito.
Ni el canto de los pájaros quiebra el secreto
de estas llanuras abandonadas.
El creciente frío del invierno vuelve eterna mi voz
a pesar de esta mañana solitaria.
A poca distancia, en un puerto trasparente,
se balancea incontrolable una barca de hielo;
mi aliento es efímeramente blanco.


III
(Tu Fu)

Me detengo ante el inesperado paisaje y pienso:
El río azul acentúa la blancura de las aves.
En la verde montaña están a punto de
incendiarse las flores.”
Saco el pincel, que sigue fresco, y escribo:
Esta primavera pasará pronto. Así arribará la tristeza.”
Me doy cuenta que detenido, no soy más el mismo.
Con paso firme, emprendo de nuevo el camino.


IV
(Li po)

Muy alto, una nube se disipa
por el vuelo apresurado de los pájaros.
Es verano y la montaña me mira silenciosa,
cubriéndome de inmensidad
mientras avanzo con fatiga.
El mar resuena a lo lejos
y el viento se confunde en esta despedida.

Paseo de los crisantemos silenciosos
(Cinco estampas de amor en el Japón feudal)


I
(Un funcionario de la corte, de poco rango)

Nos encontramos en una calle bulliciosa, bajo un sol tranquilo. A poca distancia nuestras miradas se cruzaron y sin hablar –y sin acercarnos--, nos dijimos todo lo necesario. Luego, cada quien prosiguió con su camino. En mi mano habías dejado, discretamente, esta nota:

En medio del mundo
ni tú, ni yo.
Flores de lirio,
una y otra vez…
tan solo eso.

II
(Una dama de alcoba, consejera de la joven Emperatriz)

Cuando vi a mi amado en sitios vulgares, conversando con soltura y bebiendo copa tras copa sin remordimiento, en mi cabeza revolotearon mil imágenes que exaltaron mi deseo de tenerlo junto a mí, así, tan maravillosamente humano. En medio de esta reflexión, nació un poema primaveral:

No le hace falta nada
a un amanecer
para ser un amanecer.
Ciruelos en flor
efímero, efímero.


III
(Una doncella al servicio de una alta sacerdotisa)

Los días se acumulan tristemente sobre mi pecho. Empieza otro nuevo año, como un calco trasparente del anterior. Solo tu rostro cambiaría en algo todo esto, pero en vez de eso:

Por la ventana
clarea tímidamente:
primer día del año.
Estertores de un mundo
que no se acaba.

IV
(Ono no Komachi, poeta)

Han pasado demasiados días sin saber nada del caballero del Portal de los pinos, el tiempo suficiente como para perder la esperanza de verlo otra vez. En el jardín me encuentro desorientada, tratando de escribir un poema definitivo, uno que hable del desapego, sin tristeza, pero solo puedo esbozar estas palabras:

Mis mangas están
húmedas por las lágrimas:
mi pena es una barca solitaria
que navega obstinadamente
sobre la seda gastada.

V
(Fujiwara no Kanesuke, poeta)

Una sencilla celosía nos separaba en esa habitación. Despuntaba el día y la luz dibujaba sus formas, como un espectáculo de sombras chinescas, solo para deleite de mis ojos. Los cuclillos celebraban este encuentro con sutiles melodías. Inesperadamente, el silencio se quebró en estos versos:

De este amanecer,
de antiguo torrente,
solo beben los que
su sabor recuerdan…
sin saber, sin saber.

Pensando en esta canción nos acercamos y bebimos, convirtiendo ese afecto pasajero en un gesto infinito.






1 Esta es una versión corta del famoso poema de Li Po. Aquí una traducción del poema completo:
Con mi jarro de vino entre flores,
Sin amigos, bebo solo.
Levanto la copa e invito a la luna
Y somos tres con mi sombra.
La luna no sabe beber,
Mi sombra sólo acierta a seguirme.
Pero pronto nos hacemos amigos
Y alegres disfrutamos la primavera.
Canto y la luna a mi ritmo se balancea;
Danzo y mi sombra tropieza y titubea.
Sobrios, compartimos nuestro gozo;
Ebrios, todo se esfuma de nuestra vista.
¡Que nos encontraremos en el río de nubes,
para alegrarnos por siempre en las alturas!
(Traducción de Guillermo Dañino)
2 El nombre del poeta, en la versión original en japonés, es Rihaku. Se ha optado en la presente versión nombrarlo como se le conoce en chino clásico: Li Po o Li Tai Po. Hay que tomar en cuenta que en el chino actual (pinyin) se habla de Li Bai o Li Tai Bai.
3 El día cinco del Quinto Mes se celebra la Fiesta de los niños (varones), el Kodomo no hi. Esta festividad está relacionada con la pureza y la fuerza.
4 Para purificar el cuerpo se acostumbraba lavar los pies con pétalos de flores.
5 Guerrero o soldado en idioma japonés. A lo largo del libro mantendremos algunas palabras en japonés original para no atentar en contra del estilo y el significado simbólico.
6 Era costumbre de los viajeros colgar la primera estrofa (hokku) de un haikai no renga (ocho o más estrofas que funcionan como poemas) al iniciar un viaje. Esta es la fragmentación que da origen al haiku, como se le conoce actualmente.
7 Tradición de “observar las flores” (traducción literal) celebrado en primavera, cuando los cerezos florecen. Los cerezos (sakura) son el símbolo de lo efímero de la vida, porque sus flores solo duran una o dos semanas.

8 El poema original reza de la siguiente manera:
Aquí nos separamos. Una hoja, solitaria,
Flotará mil leguas en el viento.
Vaporosas nubes. Corazón del viajero.
Puesta de sol. Separación de viejos amigos.
(Traducción de Guillermo Dañino)