Andalucía Libre. Estación Sur


ANDALUCÍA LIBRE


Celebremos un año más el día de Andalucía, el que nos hace a todos los andaluces protagonistas de nuestro destino como pueblo. Ya es hora de actuar responsablemente, de mirar a nuestro alrededor, a cada una de las ciudades y pueblos que conforman nuestra Comunidad Autónoma, y expresar así nuestros anhelos, también nuestras diferencias para seguir creciendo en el diálogo y la tolerancia que la tradición nos legó y que nunca debe cesar. Solo desde la libertad y la fraternidad podremos construir un mundo mejor, una Andalucía más justa y equitativa, más libre y solidaria. El pueblo andaluz ha destacado siempre por su sabiduría y su milenaria cultura, producto de la suma de culturas que hicieron posible la convivencia entre todos los habitantes de esta tierra, sin distinción de sexo, religión o raza. En cualquier campo del saber, fuesen las ciencias o las humanidades, hemos tenido dignísimos representantes, hombres y mujeres que alumbraron el camino de las ideas y el pensamiento libre: investigadores de vanguardia, escritores, poetas, filósofos, pintores, músicos, intelectuales en general que, con grandes sacrificios, nos legaron la mayor riqueza que un pueblo pueda tener: la cultura. Así es y así ha sido siempre, desde el origen de los tiempos. Me importa mucho que cuatro descerebrados puedan destruir lo que tanto esfuerzo costó levantar entre todos los andaluces de buena voluntad. Me importa mucho que un creciente letargo se apodere de nosotros y no sepamos afrontar los grandes retos del futuro, que no seamos capaces de discernir el blanco del negro, que caigamos en el abismo del acomodo y naufraguemos en el silencio y la nada. Me importa mucho que la política no sirva sino para ser reflejo del continuo y bochornoso espectáculo de la corrupción, que nuestros gobernantes miren hacia otro lado mientras el miedo, el sufrimiento y la pobreza saquea los hogares. Me importa mucho que sea la palabra esa llama que nunca cesa y que nos une a todos por igual hacia el horizonte perdido de la esperanza. Me importa mucho que los andaluces nos sintamos orgullosos de serlo, pero sin menospreciar a quienes no lo sean. Me importa mucho conocer cada palmo de esta tierra, de sus montes y bosques, de sus ríos y mares, ciudades y pueblos. Me importa mucho que todos, por igual, podamos sentir y vivir Andalucía libre. Hoy, una guitarra llora la muerte de Paco de Lucía, andaluz universal. Andalucía está de luto, la tierra entera.

El escritor que mató a Hitler. Javier Ruiz Portella


París es la ciudad de destino y la trastienda de un viejo anticuario el lugar donde se hallan unos papeles únicos: el manuscrito de Alexander von Hunterbrand, el abuelo de Ilona. Corre el año 2047, pero la historia que se cuenta en esta novela de Javier Ruiz Portella, «El escritor que mató a Hitler», se inicia en Niza, el 22 de junio de 1931, en la Villa Kérylos. La poesía late en las primeras páginas de esta historia, en el encuentro con la mar: «Con la mar, que se abre poderosa, frente a frente. Inmortal, ella. Y mortal, yo. La mar y esa sed de abismos que a uno le embarga. La mar y toda su pujanza de vida…». Dos voces, dos discursos narrativos que se entremezclan, el futuro y el pasado como claves de la narración, que nos advierten de los peligros que representan uno y otro: el silencio –el pasado- y el adormecimiento, el letargo continuo –el futuro. La historia de Hitler y el nazismo que recorre Europa y la nueva sociedad emergente y vigilada que representa el presente-futuro del año 2048. Ambos espacios viven la intensidad narradora de su autor, se complementan, se metamorfosean. El presente-futuro es el Ojo Igualitario y Sanitario que controla a la gente, un lugar donde habitan los fálicos (varones) y las abiertas (mujeres), existen interfollódromos comunitarios («Centros Cívicos que con el fin de fomentar el ocio, la diversión y la higiene sexuales, cada Ayuntamiento pone a disposición de las ciudadanas y ciudadanos» y una Neolengua. El pasado, en cambio, nos conduce a los orígenes del fascismo alemán, al nacionalsocialismo con el Führer Adolf Hitler a la cabeza. Pero sobre todo llama la atención en esta novela la perfecta trama que la sostiene, basada en la posible ascendencia judía del propio Hitler, y el modo en que se desarrollan los acontecimientos: aparición de cartas, intrigas, amor y sexo, y complot internacional como ingredientes fundamentales de aquella.

Título: El escritor que mató a Hitler

Autor:Javier Ruiz Portella

Edita: Áltera (Madrid, 2013)

17,50 €






Javier Ruiz Portella ha construido, sin duda alguna, una novela sólida, que el lector no puede dejar de leer de principio a fin. Europa aparece como el centro del mundo –la del pasado y la del futuro-, pero en esencia, es la misma Europa derrotada (por el totalitarismo la primera y por los mercados la segunda). Es más, me atrevería a decir que una novela premonitoria, porque cabe preguntarse si este futuro que nos presenta Ruiz Portella en su narración, no es sino presente, con algunas diferencias, pero un presente llamado a ser el mismo futuro decadente que nos presenta esta novela. ¿Qué será el hombre, realmente, dentro de trienta y cuatro años? ¿Es ésta, pues, la historia de una derrota anunciada, la de Europa, y con ella, la de toda la humanidad? Tal vez, pero no es menos cierto que alguna de sus páginas la esperanza está presente está presente, sutilmente, pero presente: «Para serte franca, yo no sé si alguien puede salvar o no al mundo […] Sólo el arte puede salvarnos. Sólo la belleza puede sacarnos de este mundo cada vez más vulgar, feo y sin sentido en el que nos ha tocado vivir. Sólo la belleza…, y no porque sea belleza, sino porque es verdadera». No cabe duda alguna que «El escritor que mató a Hitler» es una magnífica novela, y que no dejará indiferente al lector. Javier Ruiz Portella ha sabido crear una trama y un discurso narrativo inteligentes, aportando al mismo tiempo ideas, pensamiento y calidad literaria.

Poeta Domingo Faílde. Estación Sur

Febrero hunde una vez más su cuchillo de muerte en el alma del poeta. Las tristes notas del violonchelo anegan la estancia y un aire de espanto vuela de Jerez a Almería. Anochece en las pupilas del poeta, en la desnuda palabra que se abisma en la mar que lo nombra una vez y otra, incansable. Maldigo este febrero que a muerte sabe y que viste de luto cada esquina y cada casa de Andalucía. Ha muerto un poeta, y con él el hombre generoso y solidario, amigo siempre. Ahora su silencio se hace insoportable. Nunca más oteará el poeta los campos de olivares y vides, la mar entera, ni su voz se hará eco o viento o nube en este sur que sangra por la eterna herida de olvido y soledad. Solo el verso clavará su dardo de esperanza y luz en los ojos y en la carne de otros poetas, de otros hombres y mujeres. Todo tú bonhomía, serena alma en cada nombre escrito, en cada palabra que es ala y surca el universo del silencio para hablarnos de la vida, de las cosas sencillas de la vida, plácidamente, columpiado por el silbo de los pájaros o abrasado en el fuego del amor, fiel siempre a la verdad de los árboles y el agua de los ríos. Tú, mi amigo y poeta, aún estás aquí, brama tu nombre en el silencio de la noche y las estrellas brillan al saberte vivo en la palabra impresa, y los ángeles te alzan por los brazos hasta el azul del verso y en su color pervives y anuncias y proclamas la llama de la vida aún después de muerto. En ti se agitan las ramas del olivo y verdea la aceituna que de la tierra nace y a la tierra vuelve, igual que tú ahora. Febrero es muerte y vida a un tiempo. La mar me trae la belleza encendida de tus versos, la paz de los amaneceres en los acantilados, el verbo amar en los labios del aire que es caricia y terciopelo. 

A la tierra vuelves, amigo y poeta Domingo Faílde, a los orígenes del todo y la nada, al principio del fin, al sueño eterno, desnuda palabra, humano verso: 

    «Sueñas, joven amigo, con las dádivas
      que te ofrece la vida.
      Mas la vida 
     -recuérdalo- es tan sólo
     esa fiebre instantánea que señala 
     tu presencia en el mundo,
      la misma irrealidad de tu sueño.
     La vida, que no el tiempo, 
     porque el tiempo sea acaso 
     todo cuanto posees, 
     es decir, la ilusión de estar vivo
     y disponer de todo. 
     El ángel, sin embargo, 
     te señala el camino. 
     Tú no lo sabes, pero ya estás muerto».
      Febrero vuelve con las manos manchadas de muerte y a muerte sabe el aire que hoy respiro. Mas siempre vivirán en mí los versos de excelso poeta andaluz Domingo Faílde.
    ESTACIÓN SUR______________________________José Antonio Santano


    Nueva York después de muerto. Antonio Hernández

    La ciudad de Nueva York es, una vez más, ciudad de los encuentros, lugar mítico, pero sobre todo, espacio poético. «Nueva York después de muerto» es el poemario que nunca llegó a escribir Luis Rosales, y que su autor, el poeta gaditano Antonio Hernández justifica así en sus primeras páginas: «Luis Rosales, mi maestro, me dijo un día, antes de dejarlo escrito, que quería terminar su obra con una trilogía titulada Nueva York después de muerto; también le diría Luis Rosales lo que significaba para él la ciudad de Nueva York: «la mecanización, el automatismo de la vida, la desigualdad entre distintas razas, el imparable avance del mestizaje…y, obviamente, Federico». Y, ciertamente, todo esto lo hallamos en este singular y extraordinario poemario de Antonio Hernández, en su voz, que no es una sino tres, unidas todas en el dolor y la nostalgia de un pasado doloroso, en el que la sangre, el fuego y la lluvia trepan por el aire de la ciudad de Nueva York, y otean ese universo extraño y apasionado a la vez, en el que habitan las paradojas, las contradicciones, luces y sombras, vida y muerte, el todo y la nada, más allá, incluso, de la agónica y ruidosa soledad.


    Estructurado en tres partes (libro primero, segundo y tercero), el poeta bucea en la condición del hombre, de los poetas que hablan a través de su voz, y es Luis Rosales, y Federico, y también él mismo, Antonio Hernández, que vive y se desvive en cada uno de ellos, y es luz y dolorosa espina que se clava en la carne de los nombres y la palabra, y es luto y sequedad, y plegaria:


    «Oremos pues porque el hombre no pueda
    prescindir de ser amado, ya que
    solo el amado ama, roguemos
    por su copa llena, por su frutero colmado,
    por ese abrazo que no llega a ahogar
    y porque la ojerosa envidia no tenga alojamiento
    en nuestra casa».


    Rosales y Federico están vivos, nunca murieron, porque laten aún sus corazones en cada verso de Antonio: «LUIS ROSALES CAMACHO, DE GRANADA, / ya en Nueva York, después de muerto. / ¿Después de muerto quién, él, Federico, / Nueva York muerta? / Nunca llegó a decírmelo. Lorca está vivo y él está vivo…».


    Pero el poeta es también hombre, y sabe que la vida es un segundo, que no bastan las manos, que es alma el ser entero. Por eso recorre la historia del mundo y de la literatura y de quienes ejercieron de poetas y filósofos. A través de sus ojos veremos


    «En Central Park llorar a un niño seguramente pobre / lágrimas de mocos como casi todos los niños españoles / en la posguerra.»; nos hablará de que «Los yankis más rupestres / creen aún que el comunismo acecha, / que lo ha importado un negro, / un error democrático…», insistirá en «hablar seriamente, muy seriamente», nombrará en los nombres la poesía total, la misma que persiguió hasta la extenuación su maestro Rosales, «por eso ahora vamos a hablar / como siempre de poesía / -la poesía es la máscara / que nos descubre-», y en esa búsqueda de la poesía total se hallará así mismo, al poeta que canta y llora en los atardeceres, junto al Darro y Sierra Nevada o la Alambra, y se le irá un suspiro ¡Ay, Granada!, la del Rosales calumniado y la del Federico fusilado, Granada con sabor a odio y sangre.




    Título: Nueva York después de muerto

    Autor: Antonio Hernández

    Edita: Calambur (Madrid, 2013) 16 €


    En los ojos del poeta otros ojos se miran en el lecho de muerte: «Abrió un ojo sonriente, como / quien no quiere tratos con el luto. / Y al volver a cerrarlo presentimos, / unificados por la voz del alma, / que algo acababa de estrenarse / arriba, en las estrellas». Nueva York al fondo, trascendida, encumbra al hombre cabal y al gran poeta que es Antonio Hernández.

    Fitur. Estación Sur

     El significado concreto de estas siglas (FITUR) no es otro que Feria Internacional del Turismo. Se dice que, por orden de importancia,  es la segunda de todas las que se celebran en el mundo. Pero no es menos cierto que, para una gran mayoría de personas, esta Feria es un escaparate desacreditado por la numerosa asistencia de políticos a costa del erario público, lo que, sumado a la actual crisis económica supone un despilfarro de dinero que no se debe permitir, y que para colmo, produce muy poco negocio turístico. Casi nada han cambiado las cosas en los últimos años, ni con la bonanza ni con la crisis cambia el concepto de esta Feria que, fundamentalmente, sirve –según algunos expertos- solo para que los políticos de turno viajen a Madrid durante unos días, importándoles muy poco lo que verdaderamente debería importarles, que la industria turística crezca por la calidad de los productos que se ofrecen y no por el excesivo gasto que genera la presencia de Ayuntamientos, Patronatos, Diputaciones y otras Instituciones. Hay quien ha tachado a esta Feria de una farsa, una farsa que se mantiene en el tiempo y que ningún partido político, sea del signo que sea, está dispuesto a cambiar, innovando en aquellos aspectos necesarios que hagan de FITUR un verdadero lugar de encuentro del sector, de uno de los sectores económicos más importantes de España: el turismo. Sin embargo, el tiempo pasa y nadie es capaz de poner los puntos sobre las íes, de remediar esta alarmante situación en la que el dinero público se gasta tan alegremente.


     La razón y el sentido común ha de imperar de una vez y para siempre en nuestros gobernantes, lo sean del pueblo más pequeño o de la ciudad más grande que exista. Se ha de entender que FITUR –me siguen indicando los expertos- no es la panacea, que, como mucho, es solo una muestra fiable de nuestros mejores productos turísticos, que lo más importante es la calidad de esos productos y no el espectacular boato y la fanfarria con la que se presentan y publicitan a los medios. Menos aún si al final todo queda en un vídeo promocional de un artista local por el que se ha pagado casi doscientos mil euros. Esta es la triste realidad, aunque, como dicen los expertos: hay que reconocer que lo positivo de esta Feria Internacional es su capacidad de aglutinar a una misma provincia en un stand, y ser la segunda mejor Feria del Turismo del mundo, pero eso sí, a la española.


    Del crear y lo creado. Salón de lectura.


    Una vez más, y por gentileza de la librería Nobel, la poesía es protagonista en este particular salón de lectura. En esta ocasión el libro seleccionado lleva por título Del crear y lo creado. Poesía completa 1983-2011, de Hugo Mujica, que viene a ser el primer volumen de los tres que Ediciones Vaso Roto dará a conocer de la obra de este poeta argentino. Contiene este libro otros diez: Brasa blanca (1983), Sonata de violoncelo y lilas (1984), Responsariales (1986), Escrito en un reflejo (1987), Paraíso vacío (1993), Para albergar una ausencia (1995), Noche abierta (1995), Sed adentro (2001), Casi en silencio (2004), Y siempre después el viento (2011).
    Cuando uno se acerca por vez primera a la poesía de Hugo Mujica tiene la sensación de abismarse en el silencio de la palabra misma, como si dentro de ella y a través de sus ojos pudiéramos ver y palpar el propio espacio del silencio, sucumbir ante su desnuda belleza, sentir su leve soplo de caricia o sumergirnos en los fondos marinos de su ardiente voz. La palabra es el centro, el perverso juego de su alquimia nos seduce y nos advierte de la grandeza de su magia («amanece / la palabra sobre el silencio»). La palabra convertida en grito de silencio que se busca en el otro, la alteridad como único deseo de ser, de ahondar en la oscuridad de la luz o permitir su luz oscura como el verdadero camino hacia la vida que muere día a día «he de morir de tanto inútil,/ he de morir de palabras»
    El hombre y el poeta frente a frente, redescubriéndose y rebelándose ante su propio silencio: «soy el deseo de dios muriendo carne,/soy carne deseándose dios»; ambos ante el dolor o el sufrimiento ajenos, atentos a los asombros y los desgarros: «de tantos desgarros/ voy a coserme otro cuerpo/para dar de comer / a mi sombra. /también fuera de las venas hace sangre», insistiendo en esa búsqueda del otro, en el silencio del otro: «Me parezco a mí en el querer ser otro del que soy. / En la soledad me sobro: en eso nos dolemos (yo y no ser yo)». El poeta proyecta sobre sí mismo el pasado, sus formas y sus sombras, y vuelve a ser el niño que fuera: «Llueve / y el jardín huele a infancia, / a cercanía de todos los milagros, / a ausencia de todas las memorias», para volver al canto, al aria: «La voz, no el silencio, / es la desnudez de las palabras», y se confiesa: «El poema, el que anhelo, / al que aspiro, / es el que pueda leerse en voz alta sin que nada se oiga. / Es ese imposible el que comienzo cada vez, / es desde esa quimera / que escribo y borro». Es el hombre y el poeta, al unísono, recorriendo el espacio del silencio y la palabra, es el temblor de la travesía:

    «El viaje más lejano
    es el sosiego, a él vuelven todas las cosas,
    como el hambre vuelve al pan
    y el azul al azul más profundo».
    El poeta se pregunta y se responde a sí mismo, y manifiesta ante su obra: «es casi como ir dejando escalón a escalón, libro a libro, el pasado, y, a la vez, haciéndolo presente: poder entregarlo: como tentativa Poesía Completa. No me cabe a mí juzgar mi obra, o sí, en verdad publicar ya es un juicio, es creer que algo vale, vale transformarlo en otros, darlo a leer… No sé más, eso sí, sé que siento: ¡infinita gratitud!, gratitud ante quien acoja mi vida, poema a poema, y gratitud que la hagan vivir más allá de mí, que eso es lo que el lector devuelve al autor». Poesía mística, metafísica, del silencio: «en el silencio el silencio habla», la que nos ofrece este gran poeta argentino, Hugo Mujica, en este primer volumen de su obra completa.


    Título: Del crear y lo creado. (Poesía completa 1983-2011)
    Autor: Hugo Mujica
    Edita: Vaso Roto (Madrid, 2013)   25 €
     
    SALÓN DE LECTURA ____________________Por José Antonio Santano

    Candela. Estación Sur



    CANDELA


    Mediaba octubre. Otoño en los ojos y en los labios del viento. La luz primera lame el ventanal y todo parece abrirse como una rosa en primavera. Es otoño y el silencio trepa por las paredes de la casa, y en su soledad pronuncia nombres de aire y fuego. Sucedió y era otoño. ¡Han transcurrido los días tan veloces! El tiempo nos golpea sin tregua. Pero no hay que apurarse. Es el ciclo de la vida, que se repite constante e inalterable a lo largo de los siglos, y nadie puede detenerlo. Aquí no vale truco alguno, somos nosotros que al mirarnos en el espejo vemos las cicatrices que el tiempo nos dejó en el rostro, en la mirada. Poco a poco, casi sin darnos cuenta, caemos al vacío, un día tras otro. Y así fue como nació para el amor.

    Mediaba octubre y una explosión de sueños calentaron la estancia. Todo sucedió con la fuerza del rayo. En los largos pasillos del hospital reinaba la calma, un profundo silencio, entorpecido a veces por el chirrido de un carro, sin embargo podía oírse la voz del poeta cuando dice: «De mis soledades vengo y a mi soledades voy…» Pero, ¡que alegre y vivaz soledad aquella que los abuelos compartirían en breve! Ambas, madre e hija, sobre la cama, mirándose a los ojos, traspasando la frontera del silencio, hablándose desde el más profundo de los silencios. Fue al alba. Su luz fue la luz del universo, fuego y sangre, vida entera. Serena melodía de aventadas amapolas sobre un rojo campo de sueños. Nada puede describir tanto gozo, y todo, en ese instante primero, se hace inexplicable, incomprensible. Nada se piensa. Vas de un lado a otro, acuciado por los nervios de la espera, ansioso de saber cómo fue el parto. Si el dolor se hizo insoportable o si el nuevo ser vino pleno de salud.

    Ahora, transcurridos los días desde aquel mediado octubre, la mar se ha hecho invierno y en los acantilados se siente, todavía, el otoño en los ojos y en los labios del viento. Pero es éste un otoño de diamantinas luces y magnánimas llamas, de verdes campos de olivares y mares de sueños infinitos. Todo ha cambiado desde entonces. Ahora, cuando fijas los ojos en los suyos, ella responde con su brillo de estrella única, y el tiempo se detiene. Sin embargo, ella, Candela, será por y para siempre como ese inmenso campo de rojas amapolas que el tiempo jamás podrá borrar de la memoria.

    Media enero. Candela me mira fijamente a los ojos, y me sonríe.  

    ESTACIÓN SUR______________________________José Antonio Santano

    Umbrales de otoño. MARILUZ ESCRIBANO PUEO.





    UMBRALES DE OTOÑO


    Como el otoño, que sugiere lluvias y soledades, la voz de la poeta granadina Mariluz Escribano nos envuelve del verso sentido, acogido en la calidez del vientre y el pecho de una madre, que mima y cuida, en este caso la palabra escrita. Esto me recuerda que tiempo atrás tuve la suerte de leer un bellísimo poema suyo publicado en la colección «Cuadernos del Tamarit», dirigida por el también poeta Juan de Loxa, con el título «Desde un mar de silencio», obsequio de quien es la encargada del estudio preliminar del libro que reseñamos, «Umbrales de otoño», la profesora Remedios Sánchez García. Si en aquella ocasión aquel único poema mostraba el buen oficio de Escribano, con esa cálida voz que alentaba cada verso, producto de la emoción y la evocación de un tiempo pretérito, siendo la madre, el centro de su universo poético («el amor fue mi casa, / quiero decir mi madre, / nuevamente con esa voz cálida y serena, propia de quien sabe añadir a los acon sus andares lentos…»), y no menos la soledad («Detrás de los visillos silenciosos y albos, […],/ habitaba la luz insomne de mi madre, / su silencio de flor, / su soledad de pájaro»), en «Umbrales de otoño» nos reencontramos ños sabiduría y experiencia, ese tono o armonía de la alquimia depurada en la soledad y el silencio de las noches y los días. Dice la profesora Remedios Sánchez que «Escribano traza sus versos, tanto en esta obra como en las demás, desde el yo más profundo, desde un aislamiento no siempre deseado pero que es una realidad ineluctable… –para añadir a continuación- Escribe desde una soledad que no es sonora, desmenuzando recuerdos, porque ella ama el silencio» Y, ciertamente, la poeta granadina desempolva el pasado y lo muestra en su desnudez de tiempo aprehendido. El tono elegíaco cuando escribe y piensa en la figura de la madre, a la que vuelve en este poemario, como en la del padre («Camino con mi padre. […] Y todo pasa y llega de su mano, / y a mi infancia regresa / el calor confortable de su sangre»). 



    El reencuentro con la infancia, aquellos días vividos en orfandad tras el fusilamiento de su padre, ordenado por el comandante Valdés (el mismo que llevó a cabo el fusilamiento de García Lorca). La poesía de Mariluz Escribano bebe de las cosas sencillas, de la naturaleza y la vida que le rodea, silenciosa y solitaria a la vez («Soledades te doy para evitar tristezas»), pero muy enriquecedora. Desde el intimismo más profundo ha sabido crear un mundo propio, un universo donde la palabra brilla como una gran estrella en el firmamento. Escribano Pueo es la amiga incondicional y se entrega tal es. Surge una y otra vez el otoño como símbolo de lluvias silenciosas de soledad, el otoño vive en la poeta, como la poesía vive en su ser entero: «Como ayer, hace un año, el otoño era el mismo, / repetida tristeza que unía nuestras manos, / con iguales preguntas y un fuerte desaliento, / suave desesperanza que ya sólo es recuerdo». La invaden los recuerdos y se adensa la nostalgia en torno al verso que construye serenamente, desde su propio silencio. Sin lugar a duda alguna, Mariluz Escribano, es una voz poética diferente, y auténtica.



    Título: Umbrales de otoño
    Autora:Mariluz Escribano Pueo
    Edita: Hiperión (Madrid, 2013)
    10 €


    SALÓN DE LECTURA ____________________________Por José Antonio Santano

    Año Nuevo. Estación Sur

    Cuando nos referimos a nuestro propio devenir solemos oír aquello de «¡Cómo pasa el tiempo!», cuando en realidad quienes verdaderamente pasamos somos nosotros al ir cumpliendo años. Cada comienzo de año, la mayoría de las personas, tras el correspondiente balance del anterior, se estimulan con nuevos proyectos, con una nueva vida. Sabemos de la imposibilidad de algunos de esos proyectos, pero con todo insistimos o perseveramos en alcanzarlos tal y como los concebimos en su origen. Unas veces acertamos de pleno y otras erramos, pero al menos, diremos al final del recorrido, lo hemos intentado. Así somos los seres humanos. Y hablando de seres humanos, ¿les parece que nuestros gobernantes lo sean?, ¿acaso les importamos?, ¿podrían vivir ellos un año más con el salario mínimo (algo más de 600 euros), el sueldo medio de un funcionario (1.500 euros ) o el de una pensión, que en algunos casos no llega a los 400? Nuestros actuales gobernantes se muestran ciegos y sordos ante una población cada día más desesperada por una crisis de la cual no es culpable, al tiempo que comprueban que quienes la produjeron (entidades financieras y gestores políticos) por su desastrosa y continuada actuación especuladora y corrupta siguen disfrutando de los mismos privilegios de antes de provocarla. Un año nuevo comienza, ciertamente, pero ¿para quién? Las clases sociales más desfavorecidas permanecerán en la misma situación de impotencia e indignación, y nuestros gobernantes dilapidarán su tiempo en cuestiones baladíes, irrelevantes. «Más de lo mismo», como se dice vulgarmente. Para el pobre más pobreza y para el rico más riqueza. 

     
    Nuestro sistema político, de convivencia social, aquel que nos dotamos los españoles allá por el año 1978, hace aguas por todas partes, como si se tratara de un barco a la deriva. La monarquía se ha encerrado en su burbuja de cristal y no quiere saber nada que no tenga que ver con el lujo, y nuestra Ley de Leyes necesita urgentemente ser reformada. Mientras tanto, el Presidente del Gobierno, y el partido político que lo sustenta, atenazado por el más grande de los escándalos de corrupción de toda la mal llamada democracia española. 

     
    En estas fechas los deseos de paz y felicidad, de amor y prosperidad de los unos a los otros son continuos, pero si analizamos la actual situación de nuestra arruinada España, para quién, me pregunto, será este año, un verdadero año nuevo.

    ESTACIÓN SUR______________________________José Antonio Santano

    Manuel Gahete (El esteticismo en la literatura española)


     

    MANUEL GAHETE: LA LUZ DE LA PALABRA



    En los últimos años la obra de Manuel Gahete viene siendo objeto de estudio de los más prestigiosos críticos literarios, como lo es Antonio Moreno Ayora, que en esta ocasión nos adentra en la trayectoria literaria de Gahete a través de esteticismo presente en este prolífico autor nacido en Fuente Obejuna, y que, en opinión de José Luis Esparcia, «es el gran poeta por excelencia de los últimos diez años en Córdoba». Al cuidado editorial de La Isla de Siltolá, Moreno Ayora nos invita a seguir la lectura atenta de este libro: «Manuel Gahete (El esteticismo en la literatura española), un ensayo sólido y coherente acerca de la figura de este poeta cordobés, sin olvidar su atención a otros géneros literarios, tales como la narrativa, el teatro, el ensayo, etc.
     La obra ensayística de Gahete se detiene, fundamentalmente, en el conocimiento y difusión del más grande poeta cordobés: Luis de Góngora (Gahete preside el Instituto de Estudios Gongorinos), si bien ha realizado estudios literarios sobre Lorca, Aleixandre, poesía femenina (Rostros de mujer ante el espejo: Poética de la transgresión), entre otros. Pero donde brilla con luz propia Gahete, y así lo recoge en este ensayo Antonio Moreno Ayora, y por ello es objeto de una mayor atención es en la poesía. Así su propuesta ensayística no es otra que recorrer desde los orígenes de la creación poética la obra del poeta cordobés. Moreno Ayora analiza cada uno de los libros que integran hasta ahora la obra poética de Gahete, y lo hace desde variados puntos de vista: forma, temática, fondo, sentimiento, y en donde la palabra se entrega sin limitación alguna juega el papel predominante, es decir, que es convergente la opinión de otros críticos con la de José Cenizo cuando se afirma de Gahete: «poeta de de exquisitez formal y hondo sentimiento ajeno a modas, círculos o tendencias, entregado a la belleza de la palabra», cuestión esta que se asevera con la lectura de todos sus textos poéticos, desde Nacimiento al amor (1986) hasta el último que se trata en este ensayo Mitos urbanos (2007), además del acercamiento a su poesía infantil y sus tres antología fundamentales. En otro apartado de este ensayo Moreno Ayora nos acerca al Gahete dramaturgo, y a tres de obras teatrales: Cristal de mariposas, Ángeles de colores (infantil) y Triste canción de cuna (2009).

    El profesor y crítico Moreno Ayora dedica la quinta parte del libro a la estética de Gahete: el gongorismo de base («Soy clásico simplemente porque creo que la clásico es bueno. Pero elijo siempre aquella opción que me hacer crecer como poeta y como hombre»), la selección léxica (signo de distinción de su personalísima voz) y unas notas sobre estilo y recursos literarios (la intertextualidad, la gradación, la enumeración, la metáfora, la aliteración, sustantivación y adjetivación, paradoja y antítesis, y, la anáfora). Profundo y acertado este ensayo del profesor Moreno Ayora sobra la obra de Gahete, poeta del amor: «…capaz de transformar la vida del ser humano…», a lo que añadiría, sin temor a errar, que, Manuel Gahete es en sí mismo «la luz de la palabra».







    Título: Manuel Gahete (El esteticismo en la literatura española)

    Autor: Antonio Moreno Ayora

    Edita: La Isla de Siltolá (Sevilla,2013)     14 €


    SALÓN DE LECTURA ____________________________Por José Antonio Santano

    Válidos y PLDs. Estación Sur

    VÁLIDOS Y PLDs



    Felipe III, llamado también «el Piadoso», rey de España, Portugal, Nápoles, Sicilia y Cerdeña, y duque de Milán (1598-1621), quien consagró su vida a casi todo menos al buen gobierno de su reino, fue el creador de la figura del valido, que actuaba en su nombre, detentando así un gran poder. El primer valido de Felipe III, como bien se sabe, fue el duque de Lerma, ser tan ambicioso como especulador y corrupto, causante de inexplicables reformas de las instituciones y de llevar a la España del XVII a la ruina y bancarrota. Traigo a colación la figura del valido por similitud, salvando las distancias, con otra de más reciente creación en la administración pública española, cual es el PLD (puesto de libre designación), como así se le conoce popularmente. 

    El PLD, desempeñado por funcionarios de carrera, es elegido o seleccionado, entre los correspondientes candidatos al puesto, por la persona que ejerce las funciones propias del área o sector (educación, sanidad, cultura, fomento, industria, justicia, turismo, entre otros) y de gestión política del órgano o institución en cuestión: Ministerio, Consejería, Ayuntamiento, Diputación, etc., etc. El PLD viene a ser, pues, con algunas salvedades, la persona de confianza que ha de desarrollar fiel, justa y eficazmente las funciones propias de su puesto. Hasta aquí la teoría, porque dice Aquilino, veterano funcionario y a poco de jubilarse, que su experiencia en la administración es, cuando menos, desalentadora respecto a la figura del PLD. Mantenidos por los sucesivos gobiernos de uno y otro signo político, la actitud de algunos PLDs viene siendo antidemocrática, y mucho más en determinadas ocasiones: inquisitorial y despótica. La democracia en boca del PLD (pocos se salvan) es una palabra con significado inexistente –añade Aquilino. 

     
    La delegación de funciones en los PLDs por parte de los responsables políticos de turno, sin una supervisión efectiva -manifiesta Aquilino-, es un mal endémico cuyos perjudicados, en primer término, son los propios compañeros que han de soportar sus manías y caprichos, y, en segundo lugar, los ciudadanos que se sienten desatendidos y ninguneados. Los validos del siglo XVII y los PLDs del XXI son en esencia la misma cosa: seres autoritarios y mediocres, maledicientes e ignorantes que ondean la bandera del poder para humillar a sus semejantes –sentencia Aquilino. 



     

    IDILIOS. Juan Ramón Jiménez

     

    IDILIOS

     Edición de Javier Sánchez Menéndez

                Si nos preguntáramos cómo definir la poesía de Juan Ramón Jiménez serían muchas las maneras de hacer, tal vez, tantas como estudios se han realizado sobre ella. Juan Ramón Jiménez escribió con la angustia creciente del tiempo, y por ello, vida  entera fue la poesía. Quiere decir esto que es imposible entender a Juan Ramón Jiménez si no miramos a sus ojos con verdaderos ojos de poeta, del rumor trascendido de la palabra poética. Consecuencia de la obra ingente del onubense universal es este nuevo descubrimiento de poemas inéditos que contienen esta edición al cuidado de Javier Sánchez Menéndez (Ed. La Isla de Siltolá), Idilios.

     Con prólogo del también poeta Antonio Colinas y estudio de la profesora Rocío Fernández Berrocal, Idilios, poemario que Juan Ramón Jiménez dejó preparado en Puerto Rico, con las consiguientes indicaciones, para su publicación,  ve ahora la luz a partir de manuscritos hallados en los fondos familiares, Archivo Histórico Nacional, Fundación Juan Ramón Jiménez y la Sala Zenobia-Juan Ramón Jiménez de la Universidad de Puerto Rico.

    De los 97 poemas que componen Idilios, 38 son inéditos. Sin duda, un nuevo hallazgo que nos acerca a comprender mejor la poética de Juan Ramón Jiménez, toda vez que Idilios revela un cambio en su poesía, en la que el propio Nobel indica que los rasgos definidores de Idiliosson «brevedad, gracia y espiritualidad». Nos dice Antonio Colinas en su prólogo que «el poeta deja fluir en esa etapa (y en este libro en concreto) su voz con naturalidad», y así es, porque Juan Ramón Jiménez es EL POETA por y para siempre, su vida es la poesía, y viceversa.

                «Metamorfoseador sucesivo y destinado», así se autodefinió JRJ. El Nobel estaba llamado a la conquista de la perfección, y a esa labor estuvo dedicado en vida. JRJ escribía y reescribía su obra constantemente y su única preocupación: no verla publicada en vida. Así era el poeta de Moguer. Dice la profesora Rocío Fernández que «Los poemas de Idilios encaminan la obra de JRJ hacia la poesía desnuda…» es decir, que en ellos confluyen dos inquietudes amorosas que fueron motivo de desasosiego para el poeta: el amor carnal y el amor puro. En este sentido –añade la profesora Fernández Berrocal-, «La desnudez no es ya la de la carne femenina, sino la de la creación bella, la poesía pura, la rosa que se encuentra en Idilios».Viene a marcar  Idilios el camino al centro de la poesía, y en ese camino no puede faltar la inseparable presencia de Zenobia. En esta obra el campo está muy presente, es la vuelta a Moguer, al paisaje paradisíaco de sus raíces terrenas y profundamente amorosas. En esta obra –nos dice Fernández Berrocal- existen «rasgos platónicos en esa idea de llegar a la belleza absoluta a través de lo sensible, lo corporal. Lo bello es lo luminoso».

                El poemario en sí se estructura en dos partes: «Idilios clásicos» e «Idilios románticos». Su extensión es variable, algunos muy breves. Existen poemas dedicados, pero solo a dos personas: Zenobia y Berta. Idilios clásicos viene a ser la celebración del amor, de ese amor desnudo y puro citado con anterioridad (…Deja / que tu sangre, amor, vuele / no tus alas), la búsqueda de la belleza en la armoniosa naturaleza (En el sol del otoño… / arderá nuestro idilio). En «Idilios románticos» -comenta Fernández Berrocal- se pasa de la vaguedad a la realidad, del ensueño lunar a la plenitud del sol, del día que deslumbra y llena al poeta que anhela «vivir su presente». También en estos poemas existe una fusión con los elementos naturales, y en su trasfondo siempre el amor trascendido, que se eleva hasta las más altas cimas y se abisma luego en un único abrazo y corazón (¡Quiero cruzar el mundo / con tu cuerpo luciente, / derramarlo, un instante, más allá / de la vida y la muerte). Zenobia es para el poeta el presente y el futuro, la luz que alumbra los silencios de la noche, los cálidos haces del sol que atraviesan las ventanas y balcones, el universo todo y absoluto, en cuerpo y alma. Y por eso no puede sino mostrar su amor a Zenobia a cada instante, en cada sílaba en vuelo a las alturas del amor. La poesía entendida como la llama o la brasa que incendia las palabras y las transforma hasta convertirlas en sangre de amapolas o luciérnagas de mares. Y ahí está el poeta JRJ, eternizándose en la palabra, que no es sino un deslumbramiento del ser, esencia y maravilla.

    Acertada edición de La Isla de Siltolá y estudio preliminar de la profesora Fernández Berrocal de estos Idilios de Juan Ramón Jiménez, por cuanto supone de descubrimiento de los treinta y ocho inéditos y por la conjunción de los publicados, formando así un corpus único que los lectores, con toda seguridad, tendrán oportunidad de disfrutar. Un libro muy recomendable, no solo para los estudiosos de la obra de Juan Ramón Jiménez, sino para los buenos lectores de poesía. A ninguno de ellos defraudará, pues nos hallamos ante el «poeta incendiado», como así lo calificó Zenobia, y, porque como dice Antonio Colinas «…el lector se queda callado y tembloroso tras haber sentido ese escalofrío de la palabra revelada en los límites. La palabra en los límites del ser y de ser. No otra cosa es la mejor poesía».

    Título: Idilios Autor: Juan Ramón Jiménez Prólogo: Antonio Colinas Edición: Rocío Fernández Berrocal Editorial: La Isla de Siltolá 14 €

    Munira. Estación Sur

     Fuente de la luz . Algo así vendría a ser el significado de la palabra «munira», de origen árabe. ¡Musicalidad y belleza plena! Acaeció en el restaurante y tetería Aljaima, convocados en torno a la luz de la palabra, el verso y la música, el colectivo Munira llevó a cabo otro de esos encuentros poéticos inolvidables. Hay que reconocer que no es fácil -en esta y en casi todas las ciudades de España sucede lo mismo-reunir a un grupo considerable de personas y dejar que la magia de la poesía penetre en cada uno hasta los huesos, y si a esto añadimos, la palabra musicada y envolvente en la voz de Sensi Falán, el resultado no puede ser sino sencillamente exquisito. En estos tiempos de creciente crisis intelectual viene que ni anillo al dedo hallar un lugar y unas gentes para quienes la palabra escrita, en verso o prosa, sea como la vida misma. Ya todo está dispuesto. Alrededor de la mesa los asientos se han ido ocupando hasta completar el aforo de la casa de Mustafa (el elegido), que nos recibe con el abrazo fraternal y la sonrisa en los labios.



    El poeta queda en el centro de la mesa. Lo flanquean Mar, que hace de presentadora y Sensi, la voz más hermosa de La Chanca. El poeta, agradecido por la acogida, se abisma en la poesía, entona su canto desesperado, y nos conduce hacia el poniente, allá donde un mar de plástico se extiende al infinito:





    un mar de plástico y de espejos

    sobre esta tierra de poniente

    donde viven y resisten, heroicos,

    los apátridas del mundo y sus confines

    a la espera de un verbo o una sílaba

    que los haga más hombres y más libres





    la humana voz que anhela los silencios, se pregunta una y otra vez:





    Para qué me preguntas qué pienso

    como si no fuese contigo esta historia

    que ocultas y niegas cada día

    ante los cientos y miles de vencidos

    que obedecen las órdenes precisas

    de los amos del mundo en esta hora





    y el poeta, incansable, responderá al fin:





    Y yo, aferrándome a los colores del día

    proclamo en sus colores la vida,

    y oigo los rumores del beso en la brisa

    que se clava hasta sus huesos,

    pues ya solo me importan sus pesares

    y en ellos reconozco la dignidad

    de ser hombres cabales aun siendo

    la piel de mil colores o el habla

    tan compleja y tan distinta,

    que a su lado la huella de la vida

    se asemeja a una luz intensa y única

    que alumbra los caminos de poniente

    entre mares de plástico y de soledades.


    ESTACIÓN SUR____06/12/2013____José Antonio Santano

    DIARIO DE ALMERÍA




    Bajo el signo de los dioses. Francisco Morales Lomas



    BAJO EL SIGNO DE LOS DIOSES


    La novela objeto de comentario en esta ocasión toma el título «Bajo el signo de los dioses» y su autor es Francisco Morales Lomas, quien nos propone un viaje en el tiempo, justo a la esencialidad de una época que sigue suscitando nuestra atención e interés a pesar de los años transcurridos: los siglos XVI y XVII, cuyo conocimiento es fundamental para comprender mejor nuestro devenir en el conjunto de la historia posterior de España. Morales Lomas nos muestra en esta novela aspectos imprescindibles tanto de la historia social y política de la España áurea (reinado de Felipe III, intrigas y corrupción en el caso del duque de Lerma o Rodrigo Calderón), como de la literaria, que protagonizarán Cervantes, Lope, Quevedo o Góngora. Siempre se ha dicho que profundizar en el conocimiento de nuestro pasado no es sino un aval seguro para construir el futuro. Ambientada, pues, esta novela en ese momento histórico, Morales Lomas construye una narración que bien pudiera, obviando la ambientación propia de la época, ser de una actualidad rabiosa. Y así lo es, al menos, en lo que toca al tema principal de la obra: las intrigas, venganzas y la corrupción política. Los personajes que afloran en «Bajo el signo de los dioses» son, como ya se ha dicho, en unos casos reales, y en otros, pertenecientes a la ficción (Leopoldo del Prado). El discurso narrativo no pertenece a un solo narrador sino que se amplifica o multiplica en voces distintas, en narradores varios, quizá pensada así para contrastar los diferentes pensamientos o ideas.

    El protagonista de esta narración «in extrema res» es Rodrigo Calderón, quien llegó a ser un hombre muy poderoso en la Corte de Felipe III, pero que concluiría su vida siendo degollado en la Plaza Mayor de Madrid. Junto a él, el más poderoso de los hombres, el duque de Lerma. Realidad y ficción se entremezclan con algún guiño a escritores coetáneos, como es el caso de Ricardo Bellveser, a quien el autor de esta novela cita como miembro de la Academia literaria de los Nocturnos en la Valencia del XVI. La narración se estructura en diecinueve capítulos, cada uno de ellos, y a manera de puzzle, cuenta los hechos que se suceden en el tiempo y que conforman la novela en sí misma. Muchas de las situaciones que se narran en esta novela son coincidentes con los acaecidos en la España actual, como es el caso que motiva el traslado de la Corte a Valladolid: «Señora, después que ha faltado el rey viejo y han cambiado los ministros y consejeros, y han aparecido estos otros que no entienden ni saben de negocios sino de su propio oficio, aquí no hay orden ni concierto y se ha trabucado todo de pies a cabeza. Debe saber V.E. que la hacienda real amenaza ser llevada al naufragio total y a la ruina. Pero el rey el incapaz de dejar de hacer mercedes a Lerma y a sus paniaguados. […] Y debe saber aún más, que debido a ello, a la influencia que S.E. ejerce en su nieto advirtiéndole de los excesivos juegos, jornadas, gastos y despilfarro de los ministros… ha ordenado el duque que la Corte se mude a Valladolid, aunque haya disgusto universal. El teatrillo lo ha cambiado de sitio el autor-Lerma y con ello se ha llevado a todos los actores del retablo». La especulación inmobiliaria y el resultado desorbitado de las ganancias derivadas de tan magno negocio estaba servido. El control de Lerma sobre el rey era total, «hasta el punto de que controla también el dinero de bolsillo que tiene el monarca y del que no necesita dar cuenta a nadie».

    Otro aspecto a resaltar de esta novela es la presencia en sus páginas de los grandes hombres de las letras: Cervantes, Lope de Vega, el joven Quevedo, Luis Vélez de Guevara o Góngora, al hilar un discurso en el que la literatura se presenta como el más grande patrimonio espiritual de la humanidad, aun incluyendo las desavenencias con otros escritores, como en el caso de Cervantes, que no gusta del teatro de Lope ni de su vanidad, y añade como «tampoco me gustaban su enajenación con el poder y con el valido de Lerma, al que halagaba siempre que podía, como había sucedido hace unos meses con la obra que estrenó en Lerma, El premio de la hermosura, un absoluto dislate pagado por el duque, atlante del peso de esta monarquía». Morales Lomas nos presenta la sociedad de la época: «Las cosas que suceden en esta nación de pícaros solo tienen sentido en ella», algo que también pensamos en estos principios del siglo XXI; el retrato pretende ser lo más ajustado a aquella realidad –coincidente con la actual-: «El ser humano se mueve por el beneficio y solo por él es capaz de actuar. Es un principio básico que si no se conoce, mejor es no andar metido en política». Tales extremos se evidencian más aún cuando en uno de los diálogos que componen la novela se llega a decir: «A mí no me preocupan estos (refiriéndose a los ladrones) de poca monta sino los que están arriba. Todos se enriquecen mientras el pueblo paga». Pero también Morales Lomas ha querido retratar el espectáculo de la muerte en aquellos días, mediante la ejecución pública del conde de la Oliva y marqués de Siete Iglesias, Rodrigo Calderón, protagonista de esta novela. La muerte de un noble como castigo ejemplarizante: «No todos los días de su vida contemplarían morir (acaso ninguno) a un grande como al más humilde de los mortales. Y ese espejismo, ese pasatiempo pedestre, encendía lo mórbido y pasional». Este es el acabamiento definitivo, el último silencio y la rotunda oscuridad, la única verdad que nos iguala a todos: la muerte.

    Es, pues, «Bajo el signo de los dioses» una novela amena, donde el lenguaje, la palabra, fulge en cada página, como es propio en Morales Lomas, dado su oficio de poeta, narrador, ensayista, crítico y profesor universitario, con conocimiento exhaustivo del Siglo de Oro español.



    Título: Bajo el signo de los dioses
    Autor: Francisco Morales Lomas
    Edita: Alcalá
    14 €


    DIARIO DE ALMERÍA. 01 Diciembre 2013

    El traductor. Estación Sur



    Su vida eran los libros. Daba igual el género, su mundo comenzaba y concluía en las páginas de un libro, inevitablemente. En los últimos días le habían enviado decenas de libros, unas veces amigos y otras las editoriales directamente. Entre ellos, dos libros cuyo traductor era la misma persona. Se trataba de «Erasmo, Tomás Moro. Melancthon», de Desiré Nisard y «La muerte de las catedrales y otros textos», de Marcel Proust, ambos traducidos por Máximo Higuera. Habitualmente no le damos importancia a la figura del traductor, pero sí que la tiene, ya lo creo. El texto original está escrito tal y como lo concibió su autor, pero el traductor viene a ser otro autor, un creador también, aunque lo sea de una obra ya creada. El traductor crea y recrea cuanto halla en el texto original, le da vida, otra vida tal vez, pero vida al fin y al cabo. Esta y no otra es la grandeza de la traducción, pues no hay que situar al traductor en el ámbito simple de la reproducción. El traductor, el buen traductor literario profundiza en los textos hasta conseguir de ellos la calidad que los lectores merecen. Es un trabajo arduo y constante, en el cual el traductor deja lo mejor de sí mismo para difundir con garantías la obra traducida.


    Podríamos decir que los libros que traemos hoy a este espacio son muy oportunos. Los tiempos que corren, desgraciadamente, no son buenos. De tal manera que, ante la escasez de ideas y pensamiento con el que somos azotados diariamente, hallar la fuerza de tres grandes humanistas, como lo fueron Erasmo, Moro y Melancthon, a través del estudio de sus vidas por quien fuera Decano de la Universidad Católica de París y miembro de la Academia Francesa, Desiré Nisard (1806-1888) es un hecho relevante, de la misma manera que lo es adentrarse en la sugerente prosa de Proust. En ambos casos la traducción requiere una mirada distinta, capaz de viajar a los más recónditos espacios de la palabra. Lo habitual en ese bello universo de la edición de libros es el reconocimiento al autor del texto, al diseñador, al editor, pero casi siempre se soslaya la ardua y extraordinaria labor del traductor. La grandeza del libro toma otro cariz, adquiere más valor, por así decirlo, cuando se trata de una traducción, pues el traductor a fin de cuentas es como un artesano, un orfebre que engarza una pieza tras otra hasta concluir en una verdadera obra de arte.